Al margen de la crisis editorial, la novela –la argentina, al menos– pareciera pasar por un momento de serias dificultades como género literario. No es una crisis demasiado explicitada, sino tácita y tiene sus contradicciones. De todas formas, existe.
Y el problema se presenta cuando la literatura latinoamericana es aceptada en los medios metropolitanos, especialmente europeos. El publicitado boom literario del continente –“ese invento (según Carnevale) de un par de semanarios y varias editoriales”– parecía coronar una vieja aspiración de los escritores “indianos”. Que París o Londres certificaran la existencia o el valor de esa literatura, era el sueño admitido o encubierto de casi todos los escritores de estos países sub o semidesarrollados.
Pero cuando el reconocimiento se produce, comienza la retracción; al menos, las reticencias, la desconfianza sobre la efectividad del género, especialmente en momentos en que la presión política es grande y el pasaje de un tipo de sociedad a otra pareciera inevitable en estos países.
Sin embargo, un argentino –Haroldo Conti– gana uno de los premios más importantes en idioma español: el Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral. Otro premio de importancia, el de la editorial Monte Ávila de Caracas, registra ocho finalistas de los cuales cinco son argentinos; uno de ellos –Héctor Libertella– resulta ganador.
De ocho escritores consultados por La Opinión, todos publicaron recientemente o están escribiendo novelas. Podría pensarse que la crisis editorial lleva a estos autores, por carencia de estímulos locales –o sencillamente de editores– a buscar salidas a través de premios en el extranjero. No obstante, casi todos coinciden en que la novela –como género– está en crisis.
En los últimos tres o cuatro años –dice Nicolás Casullo, autor de la novela prohibida Para hacer el amor en los parques– se vivió el boom de la literatura latinoamericana hacia la revolución en la literatura”. Germán Leopoldo García –autor de Nanina y Cancha Rayada– piensa que si decir que la literatura es política, “¿no estamos diciendo que la política puede ser literatura?”.
“Mario Benedetti supone en el año 1967 –dice Casullo– que el escritor ha reemplazado al político tradicional; y yo pienso que no, que en último término suplanta un desgaste, sin tener en cuenta que fue producido por una nueva etapa de la lucha revolucionaria”. Porque para este joven escritor –26 años– se asiste a “una nueva dimensión de la lucha de clases que resquebraja modelos de actuación, invalida formas operativas”.
La operatividad del producto literario es algo controlado por el sistema, pero “lo que el sistema no puede controlar, es el avance del proyecto revolucionario”. En suma, la narrativa no alcanza a ponerse a la altura de las circunstancias. Esto seguramente es lo que le hace exclamar a Jorge Carnevale –autor de la novela Impostergable, que acaba de aparecer– que “no hay novela que supere a los diarios”.
“El escritor no puede –sigue diciendo Carnevale– hacer abstracción del medio y del tiempo en que le toca vivir. La realidad aquí, en Argentina, es tan avasallante, el proceso que se está viviendo tan fuerte, que la literatura queda a mitad de camino y así los libros se van convirtiendo en islas. En alimento para una élite en una regresión”.
Amargamente, Carnevale reconoce que “hoy un escritor, un novelista, no escribe para nadie. La vieja función mesiánica, profética del escritor, ha perimido. La gente no tiene tiempo ni ganas de leernos. Y tampoco plata para adquirir nuestro producto. Es imposible esa función desde tan alto y tan solos”.
“Hay una crisis general de la novela como medio de expresión –dice Haroldo Conti, autor de Sudeste y Alrededor de la jaula–; la novela inmoviliza demasiado tiempo: mientras uno la escribe, la realidad le pasa por encima. El único recuerdo que tengo de mi última novela –ocho años de trabajo– es una gran fatiga”. “Me dirán –sigue diciendo Conti– que yo entiendo a la literatura como realista, pero es la que yo hago: qué voy a hacer, ¿realismo mágico con todos los líos que pasan acá? A mí, por ejemplo, el golpe de estado del 66 me movió el piso, me quitó las ganas de trabajar”.
Para Miguel Briante –Hombre en la orilla, Las hamacas voladoras– “en la última novela argentina –yo excluiría a Conti– hay una especie de proliferación de la sanata verbal, que es moda; artificio ante el cual la realidad –lector incluido– se aleja, se desconecta, desde el momento en que el lenguaje no corresponde al objeto; como diría Ezra Pound, las páginas corren y la cosa no está allí”.
“El hecho de que una novela lleve tanto tiempo –la novela que escribo, Gladys Hebe D’ Onofrio está en el cielo, ya me lleva tres años de trabajo– hace que, cuando uno la termina, la realidad del país ha cambiado totalmente en relación a lo que era cuando se inició el trabajo”, dice Manuel Puig, autor de La traición de Rita Hayworth y Boquitas pintadas. “Ahora más que nunca, los procesos son fulminantes: no somos un país europeo ya cristalizado, estudiado; somos todavía imprevisibles y esto es propio de la juventud del país”, añadió Puig.
El peso de la realidad fulminante, la presión de una dinámica política cada vez más acentuada, explica que “en Cuba –según piensa Conti– la literatura va a la cola de la Revolución, y los escritores no logran dar una novela que la exprese”.
“Ahora siento más el aislamiento, siento el llamado de afuera, no puedo con mi mundo encerrado; siento que necesitaría dejarme penetrar más por los hechos. Yo estoy en cierto modo en una cosa de salida para afuera; en otra época pensaba que eso era algo empobrecedor”, dice Alicia Steimberg, autora de El misterio de la cafetera italiana y Músicos y relojeros, trabajo que resultó finalista del premio Monte Ávila, este año.
La presión de los hechos –a lo mejor algunos sentimientos de culpa– parecen conducir hacia una literatura de testimonio; por ese lado podría buscarse una salida a la crisis de la narrativa.
“En este momento, quizás lo que tenga vigencia –dice Conti– sea una novela de tipo testimonial; hay que buscar formas más vitales, más rápidas; por ejemplo, haciendo cine, uno siente que está en el mundo. Con la novela se crea un mundo irreal y uno termina conviviendo con un montón de fantasmas”. Para Conti, justamente, “el testimonio tiene una cosa política”.
Si escribir supone una actitud lúcida con respecto a la realidad, está bastante claro que la realidad lleva a sentir la necesidad de reaccionar políticamente y descubrir que la novela no es una de las armas más eficaces para la acción. Una novela no es una ametralladora”, precisa Briante, también finalista del premio Monte Ávila. “La crisis es consecuencia –sigue diciendo– de que la diferencia entre acción política y escritura es cada vez mayor, o sea que cada vez la escritura tiene menos posibilidades de obrar de manera inmediata sobre la realidad, cosa que no pasaba con los textos de Conrad o de Hemingway, cuya inmediatez con la realidad obra en el lector, de alguna manera lo modifica”.
Seguramente en virtud de esto, es que Puig reconoce que “lo que más me excita es buscar ciertas claves del comportamiento argentino. Tengo muchísima tentación –admite– de hacer algo obre la actualidad y tengo algunos temas de tipo periodístico, como investigar sobre algunos personajes de la época peronista. Si pudiera echar una luz sobre algo, para mí sería una gran satisfacción sentirme integrado a un movimiento político, tal vez en un trabajo de corte más periodístico”.
“El escritor debería asumir otro tipo de escritura –sostiene Casullo–, no la escritura de ficción solamente. Pero en este momento, el escritor que asume la participación en el proyecto de cambio social debe encontrar los espacios de la palabra escrita más eficaces para colaborar en ese proyecto”.
Pero la literatura testimonial puede presentar sus dificultades ya que, además de todo, la novela, ese género que nace prácticamente con la burguesía, siempre ha sido testimonial.
David Viñas –Cayó sobre su rostro, Un dios cotidiano, Los dueños de la tierra, Dar la cara, Los hombres de a caballo, Cosas concretas– no cree que el único género válido sea el testimonio: “Creo que se puede hablar de crisis de la novela y de la literatura burguesa; no se puede hablar de muerte del hombre, sino de muerte del hombre burgués”.
Tampoco de muerte de la palabra, ya que –como dice Briante– “el lenguaje no es propiedad privada; la palabra es uno de los pocos –tal vez el único– elementos que la burguesía no ha podido privatizar del todo”.
“Hay una crisis en la forma tradicional de leer novela –opinó Germán Leopoldo García–. Esta crisis aparece en un momento político donde la lectura de la realidad pasa por otro tipo de textos: ensayística, economía, política, etcétera”.
“Si hay una crisis de la novela es crisis de la novela realista –sigue diciendo García–, de aquello que va a representar la realidad. En estos momentos políticos, la noción de novela realista fracasa y, lo que se pone de nuevo en escena, es el problema de la gratuidad de la literatura. Dicho de otra manera, la imposibilidad de articularla en alguna estrategia política”.
Para García, el problema “plantea la necesidad de varias escrituras: a un texto político hay que responderle con otro texto político. Creo que la literatura testimonial se asienta en la creencia liberal que parte de la idea de que el escritor, por su propia iniciativa personal, puede producir un mensaje, cuyos efectos en el público serían fácilmente controlables”.
“Si existen dos palabras –sostiene García–, literatura y política, es porque existen dos campos específicos. Para plantearse la relación entre uno y otro habría que empezar por definir a ambos. La confusión estaría en tratar de fundir los dos campos”.
Para el escritor con aspiración política, la solución de la dicotomía puede darse, según Carnevale, “en el pasaje de la tarea individual y reconocida, la tarea de propiedad privada, a una tarea anónima colectiva; en última instancia, clandestina. Dimensiones estas que ya la lucha revolucionaria va tomando”.
Viñas sostiene que tendrá que operarse ese pasaje, pero rescatando la testimonialidad de la novela burguesa: claro que esta testimonialidad deberá estar encuadrada en estructuras distintas. Los objetivos serán diferentes. Viñas también propone la escritura colectiva como salida. “En este momento en que el héroe es cuestionado –tanto en política como en literatura– se va a los colectivos de trabajo, y con algunas ventajas: en el trabajo colectivo no hay roles fijos, cristalizados: el que manda, rota”.
Y de la rotación de roles, supone que se desprende el ejercicio de todos los aspectos de la personalidad, es decir, de la riqueza humana. Viñas también se plantea el problema de las especificidades. Por ejemplo, en periodismo –testimonio directo, inmediatez– existen niveles de especificidad “pero también existe un continuo”. En periodismo y en novela –como en política y literatura– el continuo sería la palabra, “la manera de usar las palabras, la economía de textura, como dicen los pedantes”. Esto supone una decisión y una óptica.
Buscar el cambio en las formas, o en el reemplazo de géneros, sería cerrar el paso a los continuos, obturar los niveles de circulación. Cristalizar.
Según Carnevale, la decisión, el cambio de óptica, supone una literatura de combate, de recuperación política del proceso. “De combate y lucha ideológica, de performance hegemónicamente política y estratégicamente realizada, con respecto a las organizaciones revolucionarias”.