Compromiso humanista en la nueva novela de Bernardo Verbitsky
La Opinión, 28 de septiembre de 1971

Etiquetas a los hombres es el libro número 17 de Bernardo Verbitsky. Se trata en su mayoría de novelas, aunque haya también volúmenes de cuentos, ensayos e, incluso, un inesperado –para el autor– libro de poemas: Megatón. Según este novelista, las etiquetas, los rótulos, sirven para pretextar la eliminación de los hombres: árabes o sionistas, fascistas o comunistas son los carteles que distraen, que encubren el hecho de que, detrás de cada una de estas etiquetas, hay un hombre que puede ser, por ejemplo, asesinado.

El tema de la novela más reciente de Verbitsky es la izquierda nacional y, además, el judaísmo. El protagonista viaja a Israel, buscando los rastros de su identidad; pero no pierde por esto su condición de argentino, preocupado por los problemas de su país y, consecuentemente, de América latina. Una especie de abanico de problemas se despliega con ese planteo narrativo, y en el asunto central se instalan hechos como el Cordobazo o el asesinato de Emilio Jáuregui.

Periodista desde hace varias décadas (inventor de la expresión “villa miseria” en una serie de notas que, además, le sirvieron de experiencia para su novela Villa miseria también es América), Verbitsky ha escrito su último libro utilizando un lenguaje “violentamente porteño”.

Pero un porteño que “no se caracteriza por el uso del lunfardo; utilizo el lenguaje coloquial porteño –explica– que es un lenguaje con una gran vida y riqueza, con una gran vitalidad en su conjunto”. Lenguaje y temática configuran así un testimonio, esa parte “más entrañable de la historia”.

“No da testimonio quien quiere –ha dicho Verbitsky– sino quien puede. Si Villa miseria también es América (seguramente su novela más difundida) es de veras una novela testimonial, no es porque yo haya fotografiado una realidad, sino porque he logrado construirla, hacerla vivir ante el lector”.

Verbitsky rechaza cualquier alternativa de reproducción de la realidad, a pesar de haber sido encuadrado dentro de esta línea. “La realidad no existe, existen datos inconexos de la realidad”. La función del artista, sería, precisamente, buscar un orden para ese caos.

Básicamente le interesa “la amplitud de una problemática y la defensa de la condición humana en medio de esa complejidad. Mi forma natural de expresión, y la más adecuada a mi propósito es la novela y no el ensayo; el ensayo puede expresar, mientras que en la novela es posible reflejar la incidencia de las ideas –y aún de la falta de ideas sobre el destino de seres humanos, que esos son o deben ser, los personajes de una novela”.

El crítico Juan Carlos Martini, que sitúa a Verbitsky en la llamada generación intermedia a la que también pertenece Arturo Cerretani, sostiene que “no hay en Verbitsky preocupaciones experimentales en cuanto a la novela ni actitudes de vanguardia, ni cierta preocupación selectiva o de síntesis prolija y menos especulación literaria en provecho de lo estrictamente literario y superfluo, y sin embargo ese relativo aspecto muchas veces de cronista y observador le confiere a sus personajes la vitalidad y la solvencia de pisar sobre la tierra, casi con lealtad, virtualmente, con el convencimiento inocente de que un molino de viento sólo puede ser un molino de viento en el último de los casos”.

El novelista Haroldo Conti, refiriéndose a Un hombre de papel, la extensa y penúltima novela editada de Verbitsky, opina: “A medida que la leo se me ocurren juicios y valoraciones que debiera ir anotando, pero en realidad esto no tiene demasiado sentido porque la lectura se convierte en una honda y sostenida reflexión”.

“No sé cómo irá la venta –sigue diciendo Conti–, ni que dirá la competencia, pero supongo que es la novela que muchos habrían querido escribir. No se resignaron a la soledad, el silencio y el trabajo. Tal vez no se resignen a su novela. Pero su novela, pese a ellos, sobrevivirá a sus héroes y sus tumbas”.

Verbitsky se ha referido ante La Opinión a otros colegas; también a las modas, a las verdaderas innovaciones. “Octavio Paz es contemporáneo de Rulfo, y entre nosotros, el ultraísta Borges lo es del grupo Boedo. ¿Qué es exactamente lo nuevo? Alejo Carpentier, uno de los escritores que prefiero en el grupo de la nueva novela latinoamericana, publicó hace ya quince años El acoso y su novela Ecué-Yamba-Ó es de 1933 y creo que aún tiene obra anterior”.

“Nuestro Leopoldo Marechal –sigue diciendo Verbitsky– ¿pertenece a la vieja novela latinoamericana? Su Adán Buenosayres, que considero obra impar de nuestro idioma, es de 1948. Sólo que en

1948 se desconocía la promoción en la magnitud social. El nombre de Juan Filloy, que sólo ahora empieza a difundirse en el público, fue sensacionalmente nuevo en 1935, pero eludió la publicidad y hasta la difusión, de tal modo que sólo era conocido sobre todo entre los escritores. Cortázar, ciertamente, le hace justicia al citarlo en uno de sus últimos libros”.

“Mientras Jorge Icaza, sin duda un meritorio precursor, repetía su esquema del gamonal que violaba a la chola en presencia de alguno de sus pequeños hijos, en Uruguay, un notable escritor, Felisberto Hernández, ensayaba otros enfoques de la realidad. Y antes, incluso nuestro Macedonio Fernández era, en silencio y sin alharacas, todo lo revolucionario que se puede ser en literatura”.

En 1958, Verbitsky, a los 50 años de edad, escribió los seis largos poemas de su libro Megatón. “Todo arte tiende hacia la poesía –dice–; la poesía es la tierra prometida de toda literatura. Entrevista, algunos la alcanzan y no pocos la ven. El territorio de la poesía es como una aspiración del ser humano. Por eso el grado más alto de humanidad lo consigue el gran poeta, aunque no sea diferenciable de los otros hombres”.