La Compañía Fabril Editora de la Argentina acaba de editar El cementerio de elefantes, un libro de cuentos del escritor chileno Carlos Droguett. Con ese motivo, el narrador permaneció una semana en Buenos Aires, habló de su país, explicó el desdén con que siempre fue tratado, siendo –como es– un escritor de primera línea. “Mi novela Eloy me convirtió en una persona conocida y, en ese sentido, estoy agradecido a Seix Barral que la editó”, sostiene Droguett. Esta es la obra más conocida de las nuevas novelas que escribió: “Pasó de cajón en cajón de los asesores –relata–: cuando se publicó en Barcelona todavía estaba esperando turno en la editorial Zig-Zag de Santiago para ser considerada”.
Algunas actitudes de Droguett favorecieron el rechazo a que fue sometido: “Yo tengo temperamento de marginado: odio a la Sociedad de Escritores de Chile. Antes iba a votar una vez por año; ahora ni siquiera voy para eso”, explica. Contribuyeron además sus columnas sobre literatura en revistas y diarios chilenos. Una de las necrológicas que Droguett escribió comenzaba de esta manera: “El cretinismo literario está de duelo. Eduardo Marquina ha muerto”.
Laureles
El autor de Eloy admite que todo ha sido culpa suya y que lo sigue siendo. Ahora reincide en los anatemas desde Libertad bajo palabra, su columna en el diario Última Hora: “Es más depurada, tiene el veneno más diluido, pero con ella colecciono el odio de todo el mundo”, dice.
A pesar de todo, el año pasado le otorgaron el Premio Nacional de Literatura.
Este premio fue recibido por la mayoría de los colegas de Droguett con absoluta frialdad. Su respuesta a esta actitud fue (“tratando de ser fino”) la redacción de un artículo titulado “Felicitaciones especiales”. Allí aludía a su satisfacción por la repercusión que el hecho había tenido entre la gente que realmente le importaba: su peluquero, el vendedor de diarios, etcétera.
“Para mis colegas yo no tenía autoridad moral para recibir ese premio; además, el gremio no le perdona a nadie que tenga talento y que además sea insolente”. Ahora, de todas maneras, Droguett es requerido por la televisión y la prensa de su país que le piden colaboraciones. “Hasta hace poco yo estaba en el cementerio, no en el de los elefantes, y acabo de nacer casi a los 60 años, literariamente”, deduce.
En verdad este nacimiento comienza hace una década. Antes se sostenía con empleos públicos y privados y con su trabajo como periodista. Luego sus libros comenzaron a publicarse, a venderse, a ser traducidos a varios idiomas. “Actualmente vivo de lo que escribo; es decir, subsisto”, señala Droguett.
Saqueos
“El gobierno de Salvador Allende –prosigue el novelista– está nacionalizando nuestras riquezas fundamentales: cobre, carbón, banca. Esto significa, por ejemplo, terminar con la miseria absoluta y legendaria de los mineros”.
El presidente de los sindicatos de los mineros de Lola y Coronel, de la provincia de Concepción, invitó a Droguett a visitar las minas. Allí todo tiene el color del hollín y, en la pequeña plaza de la población, el narrador descubrió a uno de sus escritores preferidos: Baldomero Lillo, “el más grande escritor que ha aparecido en Chile y que era empleado de la compañía”.
Droguett descubrió también que el pequeño busto del escritor muerto hace casi 50 años estaba proscripto en los predios de esa compañía. Nunca pudo ser emplazado allí, porque Lillo contó lo que había visto.
Ahora, el autor de El cementerio de elefantes confía en que cierto tipo de literatura va a desaparecer porque los que la ejercen se van a quedar sin temas; sin conventillos, por ejemplo. “Chile ha sido saqueado desde la revolución que produjo la independencia política hasta ahora –afirma Droguett–. Este es el primer gobierno auténticamente popular que tuvimos en el país; los problemas económicos y sociales se están abarcando en su totalidad, se está dividiendo la tierra, haciendo una reforma agraria en profundidad y no una reforma agraria de macetero como era la de Frei”.
Habilidades
Aunque Droguett hubiese preferido que el gobierno actual de Chile apresurara más el proceso de socialización, cree que “como Allende es un político muy ducho y muy hábil, hace bien en dar respiro y otorgarse un plazo para producir reformas totales que hacen mucha falta. Pero la derecha, que es muy poderosa, los partidos tradicionales, los ex dueños de la banca, no van a perder oportunidad de organizar con la CIA una revolución con careta civilista y patriótica”.
En el plano cultural, uno de los primeros pasos dados por el gobierno de la Unidad Popular fue el de hacerse cargo de la editorial Zig-Zag, que se encontraba en estado de quiebra. Con su instrumental, echó las bases de una editorial oficial, Quimantú, que está haciendo “lo que no ha hecho ninguna editorial de América –excepto en Cuba– o de España”, señala Droguett. Ha comenzado a publicar libros con tiradas de 50 mil ejemplares de autores clásicos y también de escritores contemporáneos. Entre ellos Carlos Droguett.