Durante nuestra infancia solían impresionarnos con el implacable hombre que se llevaba a los niños malos o desobedientes. Cuando fuimos creciendo, dejamos de temer a ese personaje legendario, pero otro hombre de la bolsa vino a deslumbrarnos con distintos argumentos. Nuestro hombre pertenece al grupo de gente segura de sí, que se mueve en la vida sin titubeos. Nunca pierde; suele, inclusive, abochornarnos con sus éxitos; es muy parecido a nosotros; es un hombre de carne y hueso, un semejante. Sin embargo, se distingue de los demás porque a él las cosas le andan bien. Algunos resentidos lo repudian, otros le brindan alabanzas. Muchos tratan de emularlo y lo muestran como ejemplo, o por el contrario, tratan de olvidarlo. A veces nos halaga pensar que podemos llegar a ser como él, y con esa idea nos sentimos blandos y buenos. A lo mejor felices.
Propiedad privada
Pero este hombre no es un semidiós y tampoco nace por generación espontánea: es producto de toda una concepción del mundo que lo hace posible y verosímil. Su tipo de existencia corresponde a una filosofía; es la que defiende la iniciativa privada, la libre empresa. En ella ve la clave del “desarrollo económico y de los más altos ideales de la nacionalidad”. El individuo juega un papel importante en esta concepción y su libertad es permanentemente proclamada. Cada uno es responsable e individualmente deberá construir el bien común; se demanda de cada uno lo que ha sido llamado “el esfuerzo en libertad”. Sostiene esta tesis que cualquier planteo económico desemboca en un último fin que siempre será el hombre, el individuo.
Capitalismos
Por cierto, en oposición a esta tesis individualista, librecambista, se opone lo que se conoce por el otro capitalismo, el capitalismo de Estado. Este sostiene que “la capitalización de la economía, es decir la inversión de los ahorros, para que llegue con sus beneficios a toda la población, debe ser realizada por intermedio del Estado”. Sus detractores aseguran que para lograrlo se apelan a medios coercitivos “a fin de que el pueblo entregue la parte de sus ingresos que no consume”, y que sólo ofrecen en cambio “lo necesario para cubrir las necesidades primarias de la comunidad, respondiendo a un orden de prioridades preestablecido”. La idea básica de esta concepción estatista sería que “la posesión de las empresas por el Estado, hace que los bienes de producción sean de la comunidad y que, por tanto, su producido y utilidad se va a revertir sobre ella”. La otra concepción económica confiere la posesión de la empresa a la propiedad privada, al empresario: es decir, a nuestro hombre. Este, indignado, rebate al estatismo sosteniendo que es una falacia afirmar que bien del Estado sea sinónimo de bien del pueblo.
Empresarios
El hombre de empresa recibe un estímulo que el Estado no puede recibir; sus utilidades y sus pérdidas, sus éxitos y sus fracasos, premiarían o castigarían la medida del esfuerzo realizado; estos esfuerzos individuales se transformarían en bienestar para todos, sin haber transgredido la libre determinación de los individuos, ni coercionado a los empresarios o a la comunidad para que adopten tal o cual camino económico. En la concepción estatal, es precisamente el Estado quien dirige la producción y que, por tanto, establece los consumos del individuo. En la otra concepción, la capitalista, es la empresa quien se ocupa de estos menesteres: el individuo, en este caso, decidirá en su carácter de consumidor. Se ha dicho que “las funciones del empresario son básicas en un planteo capitalista. De su iniciativa, capacidad, pujanza y potencialidad, va a depender la salud económica del país”. En una palabra, reemplaza al Estado y ante este hecho los defensores del estatismo sostienen conturbados que es una falacia afirmar que el bien de la comunidad es el mismo que el bien de los sectores empresarios.
Los inversores
El empresario afronta riesgos que la competencia de un mercado libre configura. Nadie puede asegurar su producción y, por tanto, sus utilidades, pero tampoco nadie puede imponerle desigualdades o limitaciones en su tarea. Estas son las características, las condiciones en que nuestro hombre se mueve. ¿Pero cómo se llega a ser un hombre de empresa, cómo se constituye o amplía una empresa? Nuestro hombre generalmente apela a sus propios recursos o a los recursos de aquellos que los poseen; estos felices poseedores, al incorporar sus recursos a una empresa, se convertirán en algo muy parecido al hombre de empresa; se convertirá en un inversor.
La bolsa y la vida
Para que los inversores puedan actuar con libertad, disponiendo de sus recursos, de acuerdo con sus propios intereses, se han creado las sociedades anónimas. En ellas, distintos inversores adquieren acciones, que rendirán intereses y les permitirán ser parte de la empresa: es decir, ser empresarios. Y también hombres de Bolsa, porque las acciones se venden o se compran en la Bolsa de comercio. Allí un hombre con recursos podrá convertirse en inversor, teniendo en su mano todas las cotizaciones de las distintas empresas del país. En una palabra, podrá hacer su operación disponiendo de todos los elementos de juicio necesarios. Cuando la inversión que ha hecho deja de satisfacerle, o no le interesa más, o prefiere cambiarla, podrá vender en la Bolsa sus acciones al precio que en ese momento se cotice. Para evitar malas operaciones bursátiles, para vender en el precio adecuado; es decir, en un precio que no perjudique, es necesario estudiar previamente qué compra conviene hacer, la situación patrimonial y financiera de la empresa que emite las acciones y, entre la enorme cantidad de factores variables, analizar también la capacidad e idoneidad de las personas que dirigen las empresas. Esta es la utilidad que prestan los mercados de valores; es decir, la Bolsa: facilitar el mercado de las acciones entre los dueños de ellas, enfrentar a las empresas con los inversores, brindar la oportunidad al inversor de ser parte de ese proceso.
Democratización del capital
Por cierto, no todo el mundo está en condiciones de convertirse en inversor o en hombre de empresa, sencillamente porque no todo el mundo dispone de recursos mínimos. Hasta hace poco esta posibilidad sólo era manejada entre sectores generalmente reducidos. Pero con los tiempos cambian también las situaciones. Se habla de que “hay que dar oportunidad al pueblo, de tener una mayor participación en los capitales de las empresas, en su gobierno y en los beneficios que generan”; se habla de un “proceso de evidente democratización y popularidad de la economía”. Hay empresas que han comenzado costosas campañas publicitarias para informar sobre sus actividades, y con la intención de ampliar sus núcleos de inversores. “La propiedad de los bienes de producción por el pueblo, a través de la posesión de acciones de sociedades anónimas, fácilmente negociables, no es una utopía y se convierte en cambio en la manera de evitar estériles luchas ideológicas”. No hacerlo es arriesgarse a que ocurra lo que ha pasado en Cuba, dice preocupado el tesorero de la Bolsa de Comercio, doctor Alberto G. Servente, funcionario que por otra parte afirma que “ya no son los obreros, los empleados, sino el público en general quien clama para que se les dé participación o se les permita llegar a ser propietarios”.
Cursos para futuros magnates
Para obtener esta expansión de la empresa, esta ampliación del sector de inversiones, la Bolsa de Comercio de Buenos Aires decidió dictar un curso de formación para futuros o probables inversores. Se trata de enseñar cuáles son las operaciones más convenientes; de qué manera se debe decidir si es o no oportuna y ventajosa. Este año ya han comenzado a dictarse los cursos que incluyen diversos temas. El doctor Miguel Bombichil desarrollará “Sociedades anónimas y acciones”; el doctor Alfredo Lisdero, “Análisis e interpretación de balances”; el doctor Mario Segré, “Análisis e interpretación de los hechos económicos”; el doctor Wenceslao Urdapilleta, “Ahorro e inversión, fondos comunes de inversión”; el doctor Luis María Guastavino, “Régimen impositivo de las rentas de acciones y otros valores mobiliarios”; el doctor Juan E. Alemann, “Técnica de la inversión bursátil”; el doctor Manuel J. Gambin, “Mercado de valores, su función, características y operaciones que se realizan en él”. Dirige estos cursos, que tienden a formar al futuro inversor, el doctor Alberto G. Servente.
Nuevos empresarios
Actualmente este curso, que comenzó en Buenos Aires en el año 1959 y siguió en Buenos Aires, Rosario y Santa Fe en 1960, se dicta en diez ciudades del país: Mar del Plata, Córdoba, Rosario, Santa Fe, Buenos Aires, Resistencia, Corrientes, Paraná, San Juan y Mendoza. Este año se han inscripto en Buenos Aires 3.500 personas, que representan alrededor del 0,1% de la población de la Capital Federal. De ellas, un 30% son empleados, un 19% son profesionales, un 17% son corredores marinos, martilleros, militares, constructores, etc., un 12% son comerciantes, un 7% son directivos, industriales y hacendados, un 7% son estudiantes y el resto está repartido entre rentistas, amas de casa, profesores, maestros, etcétera.
Soluciones
“Se trata –dice el doctor Servente– de que todos sean dueños de las empresas. Kaiser, por ejemplo, es prácticamente de todos; lo mismo ocurre con Siam”. De cumplirse esta aspiración, la Bolsa estará dentro de poco colmada de colegas; es decir, de hombres de empresa, que sin resquemores y sin envidias se saludarán respetuosamente, de igual a igual. “Hay que obtener, según la Bolsa de Comercio, una aproximación del pueblo a la empresa y de la empresa al pueblo”. Y va mucho más lejos: “las condiciones estructurales de la economía argentina podrán ser superadas sólo mediante recursos mayores y no simplemente por una distribución en el empleo o aplicación de los existentes”. Esta variante de la concepción capitalista de la economía no es nueva y tiene sus raíces en experiencias que se vienen realizando en los Estados Unidos. En este país se han obtenido 10.000.000 de inversores que sólo representan el 7% de la población del país; por otra parte, la estadística no establece proporciones de la distribución de las acciones entre este porcentaje. Sin embargo, se esperan grandes resultados de este sistema y, sobre todo, consolidar una concepción económica que permanentemente se trata de modificar. Si las cosas andan de la manera que se viene previendo, desaparecerán los débiles y todos seremos poderosos y dejaremos de admirar al hombre de empresa, de deslumbrarnos con sus posibilidades.