La garrafa de gas llegará a todas partes
Leoplán n° 647, 15 de julio de 1961

Nuestras abuelas cocinaban muy bien, pero las pobres debieron lidiar con serias dificultades: hacer un postre no era tarea fácil cuando el fuego estaba producido por el carbón; tampoco era fácil prender ese fuego. El kerosene facilitó las cosas, pero era sucio y a veces no se conseguía. Luego vino la cocina eléctrica, pero la electricidad se puso cara, y prender una cocina de esas en la actualidad –si es que la tensión lo permite– es un lujo de potentados. Entonces apareció la cocina de gas, y también el calefón de gas, que a su vez reemplazaría a la caldera de leña, al calefón eléctrico y de kerosene, a la ducha de alcohol; con estos artefactos desaparecieron también las previsibles coartadas que habitualmente eran esgrimidas para eludir un buen baño.

Pero las comodidades que el gas impuso sólo podían ser disfrutadas en muy pocas ciudades de nuestro país. La mayoría debió olvidar esos adelantos de la civilización, esos aportes, y seguir trajinando con el kerosene, con el carbón, con la leña. El gas licuado, o envasado, o supergás, amplió el número de gente beneficiada: viviendo en cualquier parte del país, era posible obtener este combustible, siempre que se reunieran algunos requisitos. Pero, ¡ay de aquellos que tuvieran la desgracia de vivir en una calle de tierra, o de no tener veredas frente a su casa, o de no disponer de un lugar cercano a la puerta de entrada, y al aire libre, para colocar los tubos de supergás! Ese desdichado vería de lejos, sería el espectador de las ventajas que eran gozadas por sus semejantes con vereda, o con asfalto, o con jardín en su casa. Por otra parte, el gas licuado no abundaba y esta era una razón importante para limitar su uso.

Al modificar el envase de gas licuado, reemplazando el tradicional cilindro por la garrafa, se ha dado un apreciable paso que ya está beneficiando a muchos de aquellos desdichados y que modificará en alguna medida sus formas de vida. Así la garrafa será uno de los aportes que enriquecen la vida de la gente. El poliducto Campo Durán– Buenos Aires allanará la carencia de combustible, utilizando entre otras cosas un gas que hasta ahora se desperdicia lamentablemente.

Son buenas las razones que han producido esta especie de milagro que protagoniza la garrafa: un tubo de supergás pesa demasiado para ser movido por una ama de casa, por más robusta que sea; en cambio, la garrafa pesa entre 13 y 15 kilos y por lo tanto es muy fácil de mover; además, tiene su válvula protegida, cosa que no ocurre con el envase tradicional, y es más difícil que se rompa, también puede estar en un ambiente cerrado, ya que al tener menos kilos, tiene también menos presión y, consecuentemente, menos posibilidades de estallar. El tubo cilíndrico y su considerable presión no puede estar expuesto a la mayor temperatura y accidentes propios de un ambiente cerrado; esto supone un peligro que, pienso, nadie debe estar dispuesto a correr y que motivó las precauciones conocidas (lugar adecuado al aire libre, vereda para entrar los tubos, etc.) y también las consiguientes limitaciones de uso. En cambio la garrafa puede ser conectada directamente al artefacto que se va a usar y no requiere una instalación de cañerías engorrosa y cara. Estas ventajas hacen posible que a bordo de una lancha, en medio de una chacra o en un cohete interplanetario, cocinar no sea un problema demasiado penoso; tampoco iluminarse, o tener una heladera o un calefón.

Lo único que se ha modificado son las características del envase, que facilita el uso y la distribución; el combustible de un tubo tradicional y el de una garrafa es el mismo. El supergás o gas licuado es la denominación corriente del propano y del butano, o de la mezcla de ambos. El propano y el butano son conocidos hidrocarburos saturados, capaces de brindar uno 22.000 calorías y el otro 27.000. El gas natural o metano sólo ofrece la modesta cantidad de 9.300 calorías por metro cúbico. De todas formas, una hornalla de gas, alimentada por gas natural o por gas licuado, ofrece la misma cantidad de calorías para cocinar. Pero el gas natural, para ponerse a tono con el gas licuado, deberá ser empleado en mayor cantidad. Así resulta menos económico que el gas licuado, ya que este, con un consumo menor, dispondrá del mismo número de calorías.

Los gases propano y butano se encuentran contenidos en el seno del gas natural de los yacimientos gasíferos o petrolíferos. También se los encuentra en el gas de refinería que se produce por destilación primaria o destructiva del petróleo –cracking–. Estos gases presentan la enorme ventaja sobre el gas natural de pasar al estado líquido bajo cierto régimen de presión, y de reducir, de esta manera, su volumen en 250 veces. Es decir, que un litro de propano líquido corresponde a 272 litros del mismo combustible gasificado.

Comparado el gas licuado con el kerosene, 10 kilos de aquel equivalen a 40 litros de este; cuestan los 10 kilos 180 pesos y los 40 kilos 140 pesos. Los precios, de todas formas, son análogos si se suma al precio del kerosene el precio del alcohol de quemar necesario para prenderlo. Por otra parte, el precio del kerosene es ficticio, ya que tiene una subvención del gobierno que, de no existir, lo elevaría a 50 pesos los diez litros. En cambio, el precio del gas licuado de importación es de 120 pesos los 10 litros, e irá a 4 pesos cuando el poliducto Campo Durán–Buenos Aires comience a enviar gas natural, y este pueda ser transformado en gas licuado.

Actualmente se obtiene el gas licuado de distintas destilerías del país, como Luján de Cuyo y Tupungato, en Mendoza, San Lorenzo; Aguaray y Chachapoyas, en Salta; Comodoro Rivadavia; La Plata; Campana; Ingeniero White, cerca de Bahía Blanca. Pero la producción de estas destilerías sólo cubre el 50 por ciento de 530.000 usuarios de este servicio; el resto se importa de Chile, Venezuela, los Estados Unidos y Dinamarca; cuando se habilite el poliducto, cosa que al parecer es inminente, la importación será innecesaria y el país estará en condiciones de autoabastecerse de este producto.

Justamente el incremento del consumo de los gases licuados es consecuencia de la construcción del poliducto Campo Durán-Buenos Aires; ante la producción de gas que será posible aprovechar con la construcción del poliducto, se cubrirían las imperiosas demandas de vastos sectores del país. Ante esta alternativa, las autoridades pudieron esperar tranquilamente a que el poliducto comenzara a mandar gas, aunque en tanto la población debiera seguir aguantando un tiempo más; pero, para evitarlo, comenzó a importarse gas licuado y de esta manera se cubría una necesidad imperiosa y aseguraba e incrementaba el mercado de consumidores; cuando comenzara a llegar el comestible por el poliducto, ya tendría un destinatario seguro.

A fines de 1957 y principios de 1958 se realizaron los primeros estudios, que fueron reiniciados a principios de 1959, culminando después de esa interrupción con un viaje a Italia, Francia y Dinamarca, donde los técnicos pudieron comprobar que para obtener un incremento del consumo interno de gas, lo más adecuado sería el uso de un nuevo envase, la garrafa, que era usada con éxito en estos países y que permitía un uso amplio y una distribución eficaz del combustible.

En abril de 1959 se disponía de 400 metros cúbicos de gas licuado por día. Con ellos se atendía a unos 300.000 clientes, obtenidos a lo largo de 25 años. Habilitado el poliducto, existiría una disponibilidad de 1.800 metros cúbicos por día: había que hacer clientes. 150.000 familias que esperaban una conexión del gas recibieron la imprevisible sorpresa de obtenerla; además se hicieron 100.000 clientes nuevos, que en un año elevaron la cantidad de consumidores de gas envasado a 550.000. Para poder atender a estos nuevos consumidores, hasta tanto se habilitara el poliducto, se comenzaron a importar 200 metros cúbicos de este combustible por día. Pero era necesario incrementarlo para tener el mercado adecuado para los 1.800 metros cúbicos diarios que está capacitado para proveer el poliducto. Para ello se tomaron una serie de medidas: se autorizó el uso de estufas, hasta ese momento prohibidas, y se introdujo la garrafa. Era fácil prever que este nuevo envase hiciera 300.000 clientes nuevos, elevando la cantidad de consumidores a 800.000.

Cuando se habilite el poliducto Campo Durán–Buenos Aires, será necesario disponer de una red de distribución adecuada para abastecer al país en toda su extensión. Pero antes que la red, será necesario tener lugares de concentración del producto para su almacenaje y posterior distribución. Gas del Estado compró para ello 35 tanques esféricos para instalar cerca de los grandes centros poblados; para lugares con menor densidad de población, adquirió 50 tanques cilíndricos. Estos tanques ya han sido distribuidos en Buenos Aires, Córdoba, Tucumán, Aguaray; también es inminente que comiencen a funcionar los depósitos de Rosario, San Nicolás, Rufino, Tandil y Bragado. Estos depósitos constituyen el primer cinturón, al cual se le sumarán otros que también bordeen paralelamente el itinerario del poliducto. De allí a los grandes centros de almacenaje, el gas será transportado por medio de vagones–tanque del ferrocarril, y de estos lugares a los pequeños centros de almacenaje, y de estos a cada uno de los lugares donde sea requerido, por intermedio de camiones. Para poner en funcionamiento este sistema se han comprado 30 camiones, 40 vagones y 40 están en fabricación. También se ha adquirido un barco para el transporte fluvial.

La eminencia gris de estas modificaciones y planificaciones es el ingeniero Esteban Ramón Pérez, que tiene a su cargo la conducción de Gas del Estado. Según lo que nos ha informado este dinámico funcionario, curiosamente parecido a Jack Dempsey, ahora la empresa se propone conquistar el campo. Para ello recorrerá el interior con 500 equipos compuestos de cocina, calefón, dos estufas, heladera y tres o cuatro lámparas, que serán sorteados en distintos lugares y luego regalados para ir despertando el interés en esas zonas alejadas de los centros urbanos y sus adelantos. También se ha adquirido, con la misma intención, un aparato a gas llamado turbocalentador, que sirve para combatir las heladas tardías que generalmente estropean las cosechas. La fabricación de este aparato es sumamente provechosa para el agro, ya que su función es levantar la temperatura de 6 grados bajo cero, a 6 sobre cero.

Es conveniente, para tener una medida aproximada del aporte que significará la introducción de la garrafa en nuestro medio, imaginar qué va a ocurrir cuando por ejemplo una familia, que tiene un puesto de cabras en plena cordillera de los Andes, pueda cocinar, iluminarse y calentarse con gas. Y sin ir tan lejos, qué pasará cuando un “cosmopolita” papero de Balcarce pueda hacer lo mismo. Las costumbres de estas familias se modificarán sustancialmente; dispondrán de más tiempo para cocinar, de buena luz para quedarse conversando o leyendo; no será necesario irse a la cama por el frío cuando el brasero se apaga, porque ya no habrá brasero, sino una potente estufa de gas. La comida se conservará durante días, la sed podrá ser calmada con algo fresco, las comidas podrán ser distintas y más variadas, ya que costará menos trabajo hacerlas. En una palabra, la posibilidad de que el gas llegue a muchas partes merced a una buena distribución y a un recipiente apto para esa distribución, es un aporte cultural, porque modificará fundamentalmente las costumbres de mucha gente y, al modificar sus costumbres, modificará también su tipo de cultura, su capacidad de realización y de comunicación en el mundo.