“El urbanismo de antes era otra cosa”, suele decirse hoy, pero no atribuyendo, como es costumbre, mejores excelencias a la cosa pretérita, sino todo lo contrario. Antes era un “arte”, en el peor sentido de la palabra. “El arte de las ciudades lindas”, comenta Marcos Winograd –arquitecto de 36 años, ha regresado recientemente de Francia, Italia e Inglaterra, donde estuvo un año becado para estudiar el tema–. Antes, las ciudades eran el punto de llegada o de partida, “el cruce entre dos caminos”, hasta que se produce la irrupción de la industria. El hecho, que se ha dado en llamar la “revolución industrial”, todo lo modifica. Así, en Inglaterra, que tenía su población distribuida en un 25% en las ciudades y un 75% en el campo, después de la eclosión invierte los términos. A la gente comienzan a ocurrirle las cosas en las ciudades. Allí se producen sus grandes alegrías, sus revoluciones, sus desdichas.
Dignidad
En 1933, un barco reúne a un grupo de arquitectos. En realidad, no se trata de un viaje de placer de las mejores cabezas de la arquitectura actual, sino de un congreso flotante del CIAM (Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna); de esta reunión saldría la famosa Carta de Atenas, que elaborarían principalmente Le Corbusier y Jeanne de Villeneuve. En el discurso liminar de este documento, Jean Giraudoux dice: “Pueden abundar los individuos audaces: la audacia del país retrocede; y bajo el pretexto de hacer pasar los derechos y las preocupaciones cívicas antes que los derechos urbanos, la peor desigualdad se ha creado, la de la dignidad humana”. La Carta señala que “La ciudad no es sino una parte de un conjunto económico, social y político que constituye la región”. De esta manera queda replanteado el problema, el urbanismo deja de estar regido por la belleza, para ser descubierto como un complejo problema de variadas facetas que recae directamente sobre la especie. Descuidar este enfoque puede producir la erección de ciudades muertas como Brasilia. O la desvitalización de ciudades con existencia propia, si de ellas son desplazados sus centros neurálgicos. O que sean convertidas en enormes dormideros.
Cinturones
Desde el momento en el cual la ciudad comienza a ser mirada con otros ojos, surge la necesidad de planificar, de integrarla con su realidad actual y futura. “La ciudad actual desborda”, dice Winograd, “y es más correcto pensar en regiones urbanas”. Siguiendo a Jean Gottmann, que en su libro Megalópolis propone considerar prácticamente como una misma ciudad a Boston, Washington, Filadelfia, Nueva York y Baltimore, propone que no se tome de otra manera la “región urbana” que influye a las ciudades del “frente del Plata” –Buenos Aires, La Plata, Avellaneda, etcétera, hasta Rosario y San Lorenzo–; sin prescindir de San Nicolás y las grandes y extendidas barriadas industriales. Para Winograd es fundamental institucionalizar estas regiones y adecuarlas, conformar un centro donde funcionen oficinas y servicios; ciudades grandes con todas sus necesidades cubiertas –“no un shopping center de Martínez”–; “lo ideal es vivir en Parque Pereyra y viajar a Buenos Aires por medio de buenas autopistas”. No se trata de crear una población ambulante, con sus largos viajes desde sus trabajos hasta los lugares periféricos de la ciudad, donde han sido desplazadas sus viviendas, sino de establecer verdaderos centros urbanos. Como detalle, observa que en nuestra ciudad es desplazada, en un primer momento, la población obrera que forma el cinturón proletario de Buenos Aires; posteriormente es desplazada la pequeña burguesía, que debe emigrar más lejos, al Gran Buenos Aires, detrás del “cinturón”.
Dificultades
Pero para concretar estos planes es necesario advertir que la ciudad actual difícilmente pueda ser modificada mientras mantenga su actual estructuración. “Mientras el suelo urbano sea producto de la especulación inmobiliaria”, mientras la tierra urbana mantenga estas características, difícilmente pueda pensarse en una solución esencial.
En este mundo se mueven los arquitectos que trabajan desintegrados con las otras realidades que hacen al país. “Los arquitectos hacemos un stand, dice Winograd, y mostramos simpáticamente qué grandes artistas somos: artículos de lujo que nos divertimos haciendo casitas lindas”. Para subsanar este estado de cosas sería necesario procurar la integración de técnica y política: “Hay que hacer algo más que construir. Hay que definir lo que hay que construir y ayudar a modificarlos. No es suficiente hacer edificios modernos y tremendamente caducos; la vivienda individual de Martínez o la propiedad horizontal”.
Hace menos de un mes, Winograd, secundado por Jean Peani, Juan Molina y Vedia y Josef Carni, y con la colaboración de un grupo de alumnos de la Facultad de Arquitectura, ha ganado la primera mención en un proyecto de planificación del área central de la ciudad israelita de Ashdod.
Planes
Hace casi treinta años, dos arquitectos argentinos recién egresados iniciaban un trabajo en París con uno de los más grandes arquitectos de nuestro tiempo: Le Corbusier. El tema: “Plan Director para Buenos Aires”; los arquitectos argentinos: Jorge Ferrari Hardoy y Juan Kurchan: ambos y el arquitecto Bonet obtuvieron popularidad entre nosotros con el sillón BFK, que lleva las iniciales de sus diseñadores.
Kurchan y Ferrari Hardoy explican el origen y el contenido de aquel trabajo: “En 1929, invitado a dar conferencias en la Argentina, Le Corbusier realiza un viaje recorriendo varios países de Sudamérica. En un momento de madura producción, de clara visión urbanística, el choque con esta realidad americana lo conmueve, le sugiere soluciones. En Buenos Aires, esboza rápidamente las principales proposiciones del Plan: las explica y las muestra en varias conferencias publicadas más tarde en el libro Precisions. En 1938, con nuestra colboración, se desarrollan estas ideas dentro de ciertos límites y se les da otra forma gráfica. En esta época se sitúa el Plan. Y es conveniente señalar la fecha para relacionarla en forma justa con la continua evolución de la ciudad, que ya ha acentuado ciertas direcciones que se adivinaban entonces y que a al vez permite darse cuenta de las sucesivas oportunidades que se pierden para su mejoramiento con el transcurso de los años. Así, en aquel momento, la diferenciación de los barrios norte y sur, realidad en la que se apoya una de las articulaciones más importantes del Plan, era aún más neta. Hoy el ‘centro’, es decir, las oficinas y el comercio, han desbordado la separación impuesta por la Avenida de Mayo y llega, por lo menos, hasta la calle Belgrano. Decimos oportunidades perdidas, porque los grandes edificios públicos que se hicieron en aquel momento podrían hoy estar ubicados más convenientemente para la ciudad, integrados en el Plan. Así, ni los Ministerios de Guerra y Hacienda (que pudieran formar la ‘zona de Gobierno’), ni las Facultades de Medicina y Derecho (que hubieran constituido la Ciudad Universitaria), ni la Caja de Ahorro Postal y el Banco de la Nación (que pudieron comenzar el ‘centro financiero’) existían entonces. Estas grandes construcciones públicas se realizaron en el período 1938-1947. Nuevamente hoy parece señalarse un momento oportuno, como lo fue aquel, para la adopción de las medidas convenientes. La necesidad imperiosa de locales de todo orden hará dar un nuevo salto al crecimiento de Buenos Aires, cuando la actual carestía y escasez de mano de obra y materiales termine y cuando se inicie el desarrollo de los planes de construcción que el estado del país exige. Es de gran urgencia la adopción del Plan Director”.
Estas consideraciones fueron publicadas en abril de 1947; pasaron cuatro períodos políticos desde entonces –peronismo; Revolución Libertadora; desarrollismo; radicalismo– y nada sustancial se ha modificado. El Plan sigue siendo un plan.
Las piedras del camino
El arquitecto Kurchan escribía el año pasado al ingeniero Francisco José Álvarez Lezama, secretario ejecutivo del comité organizador del V Congreso Internacional de Planificación realizado en México: “Las representaciones técnicas de los países y participantes deben ineludiblemente tender, frente a tantos planes y programas malogrados en toda América, al esclarecimiento de los numerosos puntos oscuros existentes en el campo del ‘cómo se hace’, cuya manifiesta incomprensión está sumamente extendida”.
Recomienda, para evitar frustraciones, que “el nacimiento del plan o programa deba nutrirse de las reales condiciones básicas de su medio, sin excepción, es decir, sin sobrevalorar, subestimar ni menospreciar aspecto alguno en el inventario sistemático y dinámico de los hechos del presente y de los diversos períodos o ciclos de la formación y el devenir nacional, regional, provincial o urbano, con el preciso avalúo de todos sus procesos, relaciones o interacciones”. Solo resta precisar si las “reales condiciones básicas de su medio” superan las condiciones mínimas para pensar en una tarea de este tipo.
Intenciones
Hace cerca de seis años, una ordenanza de la Municipalidad porteña creaba la Organización del Plan Regulador de la ciudad de Buenos Aires. Previamente hubo “direcciones de urbanismo” y de “arquitectura”, en esta y otras municipalidades, que encararon el problema de urbanización con buen o mal criterio, según las posibilidades del titular de turno; también los hubo buenos. Actualmente, la Organización del Plan Regulador está presidida por dos consejeros ejecutivos: los arquitectos Eduardo J. Sarrailh y por Francisco García Vázquez; en verdad se trata de un equipo directivo que inicialmente integran los doctores Leopoldo Portnoy, Carlos F. Pérez Crespo, Carlos Mouchet y Alberto J. Zanetta, y los arquitectos Eduardo Sarrailh, Odilia Suárez, Clorindo Testa, Itala Fulvia Villa, Jorge Goldemberg y el ingeniero Ricardo M. Ortiz. Para este equipo, “urbanismo –o planeamiento urbano– puede ser definido como la ciencia cuyo objeto es planear las actividades y las formas urbanas”. Para un análisis de la ciudad, no cuenta para ellos “solamente lo edilicio, ni la verificación de ciertas actividades en su compleja diversidad, sino que de la conciencia de ambos requisitos surge el hecho urbano pleno: la ciudad”.
“Para el caso de nuestra ciudad, agrega, podemos sintetizar que hoy Buenos Aires se presenta a grandes rasgos como capital de la República; puerto principal del país; ciudad industrial, financiera y cultural más importante de la Argentina; conglomerado del mayor número de habitantes y terminal de sistemas ferroviarios y viales. Juntamente con el Gran Buenos Aires, centraliza la máxima actividad del país”. Las aspiraciones del equipo se concretarían así: “...los motivos válidos por los que surgió el urbanismo como una disciplina moderna tienen una raíz más profunda que la limitada al ámbito municipal. La investigación en escala nacional acusa un desorden formal, y este desorden es claro trasunto de graves desarreglos estructurales. La Argentina es un país grande y complejo; su evolución está llena de imprevistos, a veces progresando a saltos, otras aparentemente detenida; despertando de pronto toda una región dormida durante siglos”. Para los “reguladores” el planeamiento debe contribuir “al esclarecimiento de una estructura nacional. De la colaboración de todos surgirá no un país heterogéneo, masificado, indiscriminado o arbitrariamente centralista, sino que será posible identificar cada una de las partes en lo que de más auténtico tienen, verificar las unidades locales, las regiones coherentes”. Lamentablemente, no siempre la buena voluntad y los deseos pueden coronar tan bellas aspiraciones.
Escalas
A “escala regional”, el Plan propone, entre otras cosas: sanear el área regional mediante un plan que comprenda obras hidráulicas básicas, bonificación de las tierras bajas, imposibilitar los parcelamientos arbitrarios y especulativos que anulan las condiciones potenciales del suelo, aumentar el rendimiento agropecuario del área, fortalecer los centros de intercambio regionales de economía agropecuaria, “configurar el desarrollo lineal en la franja que va desde San Nicolás hasta La Plata”.
En la “escala metropolitana” se busca obtener un equilibrio y un orden; hacia el Norte: deteniendo la expansión e impidiendo la ocupación de los terrenos inundables de la zona del Delta del Paraná; hacia el Oeste: fijando límites a una expansión indefinida sobre terrenos altos, estructurándola en una sólida columna vial y ferroviaria; hacia el Noreste y Suroeste: definiendo las áreas rurales a fin de evitar crecimientos intermedios desvinculados de las columnas de transporte; hacia el Sureste: recuperando tierras bajas próximas al río, fomentando una expansión ordenada. El Plan ha concretado varios trabajos: la urbanización de la franja que va desde Córdoba a San Martín, entre las avenidas Madero y Leandro Alem
–Catalinas Norte–. Este proyecto incluye la construcción de un hotel internacional; la licitación ha quedado abierta en las capitales más importantes del mundo. Otro proyecto es el llamado Parque Almirante Brown, que encara la recuperación de la zona –ex bañado de Flores– y su zonificación básica, urbanización y desarrollo. En este proyecto se incluye el entubamiento del arroyo Cildáñez, obra bastante adelantada.
También la liberación de terrenos de la ex Penitenciaría Nacional para la construcción de viviendas –monobloques–; un conjunto integral de viviendas en los ex terrenos ferroviarios que ocupara la Casa Amarilla, vecina al parque Lezama –Catalinas Sur–; la liberación de los terrenos que pertenecieron al ex arsenal, en Garay y Pichincha, destinándolos a viviendas y otras necesidades urbanas. Además, el conjunto de viviendas en Pozos y Constitución y otras series de realizaciones menos importantes. Toda nueva gran obra debe encararse integrándola en el Plan. Hoy ya no se puede perder más tiempo.
Los principios
Le Corbusier, en la introducción que escribiera al Plan de Buenos Aires realizado con Kurchan y Ferrari Hardoy, decía: “De ahora en adelante, la opinión podrá ser captada. La autoridad, informada. La grandeza de Buenos Aires está en juego. El Plan responde al provenir, da las soluciones sucesivas, las etapas, los medios de comenzar”. Ya en esos años, el “estado actual” de la ciudad: la vivienda, las oficinas, la zonificación, la circulación, situación geográfica y política, sus explicaciones históricas, exigían las reformas. Concentrar la ciudad; lograr su transformación molecular, despertar el Sur y, básicamente, una legislación adecuada que permitiera la obra. En síntesis, realizaba un análisis, elaboraba un diagnóstico y proponía proyecciones: el Plan Regulador. Pero el arquitecto Kurchan ha manifestado con cierta melancolía: “Los planes no se aplican”.
El mismo Kurchan es coautor, entre otros, del Planeamiento de la provincia de Misiones –actúa en ese momento con el grupo Urbis– y nos ha brindado algunos antecedentes sobre la evolución del planeamiento. “El nos dio –se refería a Carlos M. Della Paolera– las primeras nociones sobre el fundamental proceso acaecido en los comienzos del siglo XIX en Europa, durante el cual se modificaron los fundamentos de la sociedad en la misma medida en que se producía este desarrollo. Fue Della Paolera quien nos hizo conocer las bases preparadas en 1874 para el concurso público destinado a la extensión de la ciudad de Edimburgo y la transformación de los procesos manufactureros hacia la gran industria moderna de hoy”. Además, familiarizó a los técnicos argentinos con todos los precursores del urbanismo actual. ¿Quién era Della Paolera? Un ingeniero argentino preocupado por estos problemas, que “inventó” el día del urbanismo (más tarde fue reconocido internacionalmente, el 8 de noviembre) y que, además, agitó en nuestro país este tipo de problemática. Pero hubo otros antecedentes de esta acción; el equipo del Plan señala: “Ya en 1906 encontramos el antecedente remoto de un encargo hecho por la Municipalidad de Buenos Aires al arquitecto Bouvard: la confección de un ‘plano’ para la ciudad”. Entre 1923 y 1925, la Comisión de Estética Edilicia de la Comuna Metropolitana formuló su Proyecto Orgánico de Urbanización del Municipio: Plano regulador y de Reforma de la Capital Federal. Y desde entonces, proyectos no faltaron... Claro que en su mayoría tendían al embellecimiento edilicio, con poca conciencia de la realidad urbanística tal cual se la plantea hoy.
En síntesis, a nuestro país no le faltan orígenes ni gentes preocupadas y aptas, sólo sus condiciones actuales en este y otros terrenos provocan sucesivas y simultáneas frustraciones. Y en el terreno específico del urbanismo no habría que olvidar unas palabras de Kurchan: “Creo profundamente que un individuo crece, se vuelve adulto, toma dimensión ciudadana en la medida en que se encariña con su propio terruño y se integra con la totalidad de su país”.
No obstante, cuando Angel Zúñiga, redactor de La Vanguardia de Barcelona, me oyó cantar:
Yes, we have no bananas
We have no bananas today...
dijo que nunca había visto unos ojos tan vivos como los míos. Tenía dieciséis años, y me pronosticó que llegaría muy alto: más tarde, en 1931, al verme otra vez en el Palace, de la Rue Saint Honoré, en París, escribió: “Volví a encontrar a Gloria Guzmán, la estrella que había llegado a donde yo pensé que llegaría... y siempre regalando vida”. Creo que un artista debe hacer esto, entregarse a su público, dar vida.
En el escenario soy muy decidida, aunque otra cosa bien diferente abajo. Soy dos personas. No quiero compararme con un genio, pero a Chaplin le pasa lo mismo, es tímido. Yo con mis amigos desbordo, y entre desconocidos quisiera que la tierra me tragara. Esta indecisión me ha traído disgustos: pude rematar mis triunfos de París haciendo en Londres una comedia musical de Noël Coward, pero no me animé. Siempre me falta algo para atreverme; todo anda sobre ruedas y, a último momento, tengo miedo, o vaya uno a saber qué pasa.