Yoga
Leoplán n° 660, 7 de febrero de 1962

La palabra yoga tiene para algunos la misma raíz sánscrita que la inglesa yoke, que significa yugo, en el sentido de unir. Yoga es la unión con Dios y los medios para lograrla; o si se quiere, la unión del Yo inferior con el Yo superior. Al parecer, los verdaderos Yogas del vedantismo superior son una disciplina del espíritu para “encaminarse a la verdad por la senda recta”. Una suerte de “discurso del método” del muy occidental Descartes. La diferencia entre orientales y occidentales, en este terreno de la búsqueda de la verdad, estribaría en que para aquellos el espíritu no se limita a la inteligencia; además los actos son pensamientos y sólo los actos afirman el valor del pensamiento: “La religión no es sólo palabras y doctrina: es realización”, ha dicho el Swami Vivekananda en su Study of religion. Así, para el yogui la investigación de la verdad se confunde con la libertad. Ambos términos son idénticos. No ocurre lo mismo con nosotros, los occidentales, para quienes estos dos términos suponen dos mundos distintos: especulación y acción; razón pura y razón práctica. Sólo la mística cristiana del catolicismo, y el marxismo, tendrían que ver con esta identificación. Para el cristiano superior, la perfecta adhesión a la Verdad suprema proporciona la verdadera Libertad. A partir de Marx, el sentido de praxis mucho tiene que ver con esa identificación entre acción y pensamiento.

Grupos para la verdad

Así el yoga debe ser eficaz, o de lo contrario correrá el riesgo de convertirse en un mero juego del espíritu: necesita estar en condiciones de actuar sobre todos los hombres. Para ello los agrupa en tres tipos principales: activo, emotivo y reflexivo. También determina tres formas para que los hombres se encaminen a la Verdad: Trabajo o Karma, Amor o Bhakti y Conocimiento o Jñana. Estas formas se organizan mediante la “ciencia de las fuerzas interiores, conscientes, comprobadas y dominadas”: el Raja-yoga.

El debe y el haber

Vivekananda atribuye una enorme importancia al Evangelio del Trabajo, es decir al Karmayoga; para él los engranajes de este mundo tienden a dominarnos y perdernos, pero hay dos maneras que permiten sustraerse de estos peligros. Uno es negativo y tal vez imposible de realizar: Huir. El otro consiste “en penetrar en los secretos del trabajo”. “Trabajad, trabajad sin descanso, pero renunciad al apego al trabajo: Que vuestro espíritu sea libre”. Para el Karmayoga la idea corriente del Deber está en un plano inferior; admite que debemos cumplir con nuestros deberes, pero que estos suelen ser “causa de miseria”. Es más: “Ved esos pobres esclavos del Deber. El Deber no les deja siquiera tiempo para rezar ni para bañarse... El Deber los abruma constantemente. Van a trabajar. El Deber pesa sobre ellos. Vuelven a su casa y piensan en el deber del día siguiente. El Deber está sobre ellos. Vida de esclavos que, por último, caen en medio de la calle bajo sus arneses, como los caballos...”. “¡No, el único Deber cierto es el de no estar sometidos y trabajar como los seres libres!” Como se ve, este criterio del Deber difiere esencialmente con el criterio del Deber que nos hemos inventado los occidentales. También con respecto al trabajo hay diferencias: “Todo lo que tengáis que dar al mundo, dádselo sin reservas, pero no como un Deber”. “Si queréis recompensas, tenéis que recibir castigo”. “Trabajar libremente, trabajar por la libertad, trabajar como un amo y no como un esclavo”. Hacerlo es trabajar para los demás: “¿Son hombres esos que no se compadecen de los hombres?” Para Vivekananda el Karmayoga suponía un vasto “Taller de construcción en el cual se escalonan las formas y los distintos grados de trabajo asociado en la gran obra común”. Este escalonamiento, al parecer, no significaba diferenciación, para la gente que realiza los diversos trabajos.

Los amantes

Otra vía que conduce a la Verdad (o Libertad) es la del corazón: El Bhaktiyoga es la religión del Amor. Es la marcha por las diversas etapas del Amor hacia el Amor Supremo. Para llegar es necesario haber pasado por los “pequeños amorcillos”, en los cuales equivocadamente solemos suponer que allí reside el “verdadero objeto de amor”; ellos nos engañan, pero también nos empujan a la cumbre de nuestro destino. “El amante ha traspasado la línea de las recompensas o del castigo, del temor o de la duda, de las pruebas científicas o de cualquier clase”, ama. Ha llegado a la cima del amor “del cual es el universo todo, una manifestación más”. “Yo soy vos y vos sois yo”. La comunicación ha obtenido la unidad, o su comprensión.

Ateos y charlatanes

Jñanayoga es el Yoga racionalista y filosófico. Es el método de la alta inteligencia, aquella que se origina y crece en la experiencia: “la experiencia es la única fuente de conocimiento”; sin ella el espíritu puede ser engañado, “cogido en la red sin fin de la argumentación vana”. Pero “ningún yoga –afirma Vivekananda– renuncia a la razón, ninguno os pide que os abandonéis en manos de un sacerdote cualquiera. Cada yoga os aconseja que os aferréis a vuestra razón y os mantengáis en ella firmemente”. “Más vale que la humanidad se vuelva atea –comenta– para hacer caso a su razón, que no crea ciegamente en doscientos millones de dioses, bajo la palabra de cualquiera”.

Instrumentos

El Rajayoga es el rajá de los yogas, el soberano; su realeza se manifiesta en el hecho de que es frecuente que baste la palabra “yoga”, sin aditamentos, para mencionarlo. El Rajayoga es el método experimental psicofisiológico para lograr la unión directa entre el sujeto y el objeto de supremo conocimiento. Tiende a obtener el instrumento más perfecto de Conocimiento: la Concentración Absoluta, el dominio del espíritu. Esto no es fácil y no se llega en una primera etapa; es más; se requiere cumplir previamente con cinco condiciones indispensables: 1° El ahimsa, “No más ofensa, no más hacer daño a los seres vivientes; como se recordará, Gandhi extremó este voto. 2° La verdad absoluta, en actos, en palabras. 3° La perfecta castidad (brahmacharya), 4° La absoluta carencia de codicia. 5° La pureza de alma y el absoluto desinterés.

Hay tres etapas psicológicas de la concentración del espíritu: la Pratyahara, que aparta los órganos de los sentidos, de las cosas exteriores y los encamina hacia las impresiones mentales; la Dharana, que obliga al espíritu a fijarse en un punto especial designado. “Los libros son innumerables, dice Vivekananda, y el tiempo es corto; por lo tanto, el secreto del conocimiento consiste en saber elegir lo que es esencial”; la Dhyana o mediación propiamente dicha, en la cual el espíritu preparado por ejercicios anteriores, ha adquirido el poder de “fluir una corriente no interrumpida hacia el punto elegido por él”. “No es fácil –reconoce Vivekananda– dominar el espíritu, ese mono enloquecido. Constantemente activo por naturaleza, se embriaga de deseos, le punza la envidia y le hostiga el orgullo”.

Decadencia y renuncia

“El primer paso, el paso preliminar, se llama Kriya Yoga”. Significa obrar para alcanzar el yoga, es templarse en la paciencia extrema que este exige. Concluido su período de controversia y de dudas, pasada la etapa argumentativa, el yogui habrá llegado a una conclusión que será tan “firme como la roca de las montañas”. Ahora “lo único que desea es intensificar esta conclusión”. Debe luchar contra oleadas opuestas como el amor y la cólera; debe llegar a trascenderlas, ver, merced a su poder de discernimiento, a través de las diversas cosas que se llaman placer y dolor; descubrirá que “los hombres van durante toda su vida tras un fuego fatuo y que jamás consiguen colmar sus deseos: jamás hubo un amor en este mundo que no conociera la decadencia y la disminución”... “La decadencia comprende a todas las cosas de esta vida”. Admitido esto se reconoce también el único camino: la renunciación.

Sin aliento

“La enfermedad, la pereza mental, la duda, la calma, la suspensión, la falsa percepción, el no poder conseguir la concentración y el perder este estado una vez que se ha conseguido, son las distracciones obstructoras”. Prana hará posible superar paulatinamente estas obstrucciones. El Prana no es exactamente el aliento. “Es el nombre dado a la energía que existe en el Universo. Todo lo que veis en el Universo se mueve y obra y tiene vida, es una manifestación de Prana”. Así Prana no es aliento, la respiración, sino “la causa del movimiento de aliento”. Por el proceso de respiración es posible dominar “todos los diversos movimientos del cuerpo, así como las varias corrientes nerviosas que circulan a través del mismo”. Para ello recomiendan progresivos y metódicos ejercicios de respiración a través de los cuales obtienen progresos notorios, el aliciente de “ciertas peculiares experiencias psíquicas, como por ejemplo, la de oír o ver a la distancia”.

Gurú

Vivekananda vivió a fines del siglo pasado; fue discípulo de Ramakrishna y su preocupación por los desposeídos lo llevó a desplazarse por el mundo con sus prédicas y en procura de acciones concretas que eliminan la injusticia. Por muchos fue considerado un Gurú, es decir, un instructor y maestro. El Mahatma Gandhi le conoció siendo joven y, según confiesa en su autobiografía, sintió por él un enorme respeto; hay quienes encuentran en Vivekananda el antecedente más directo de Gandhi. Hombres como ellos han permitido la liberación de la India y la expansión de su pensamiento. Vivekananda mismo predicó durante largo tiempo en los EEUU. No siempre la difusión de estas ideas obedecen a la indiscutible riqueza que contienen; muchas veces el motivo de adopción es el snobismo, o la moda. De todas formas, este pensamiento se adapta a la cultura a la que ha sido trasladado. Siempre se produce este fenómeno cuando un pensamiento perfectamente vertebrado a una cultura, es trasladado a otra. Así nuestros yoguis criollos difieren bastante de los yoguis hindúes; estrafalarios para los espíritus burlones; tremendamente míticos para los devotos e impresionantes para los sugestionables; en verdad, totalmente coherentes con la modalidad, el pensamiento, en definitiva la cultura, que ellos mismos han ayudado a elaborar.

Yoguis occidentales

“Sobre la base de la gimnasia yogui hemos obtenido una gimnasia mímica o expresiva”, aclara la señora Susana de Milderman, que tiene a su cargo la experiencia de gimnasia rítmica yogui. Ella ha sido elaborada a lo largo de 15 años de trabajo. En los primeros cinco años se formó un grupo de tres personas; actualmente el grupo es de treinta y tres, que constituye el grupo de instructores que conducen las clases para más de 500 personas. Los instructores practican el Hathayoga, que es “la ciencia –según Vivekananda– que enseña a dominar el cuerpo y la mente, pero sin proponerse ningún fin espiritual; su objeto se limita únicamente a conseguir la perfección corporal”. La señora Milderman explica que el único Yoga que puede ser aplicado en Occidente es el Kriyayoga que, como ya se señaló, es, también para Vivekananda, “el yoga preliminar, o práctica de los ejercicios preparatorios”. Advierten los yoguis occidentales, que es “traducir a nuestro idioma”, una experiencia netamente oriental. Es decir, adecuada a nuestras costumbres, a nuestras formas de vida, a nuestra cultura.

Amplitud

Se dictan cinco cursos: para actores, para bailarines, para niños, para adolescentes y para adultos. Entre estos últimos hay quienes llegan a los setenta años de edad. Las clases se apoyan en variaciones de ritmo, concordantes con las necesidades psíquicas del grupo. Se busca “destrabar las personalidades, para que ellas se manifiesten y no permanezcan ahogadas en estereotipos y otros mecanismos represivos con los que el individuo habitualmente trata, infructuosamente, de defenderse”; “buscar la superación del individuo para obtener su elevación espiritual”. Esto encuadra dentro de los fines del Kriyayoga, pero también se vincula indirectamente con el propósito de toda psicoterapia: aliviar y curar perturbaciones y enfermedades de la mente. Ellas, cuando sólo configuran una neurosis, se manifiestan en los pacientes con los impedimentos que estos tienen de trabajar, de recordar, de hablar, es decir, de conectarse con el mundo presente y pasado. La señora Milderman, si bien admite la vinculación que pueda existir entre gimnasia yogui y algunas formas de psicoterapia, reconoce que ella sólo puede servir en caso de afecciones que aún no se han delineado en un individuo como complemento. No obstante esta labor complementaria, la gimnasia ayuda, según la señora Milderman, a que “las personas se sientan ubicadas ante los problemas que los circundan; puedan enfrentarlos y ante ellos tienen menos vehemencias, pero más seguridades”. Recelosos psicoanalistas, al ser consultados, no participaron de esta optimista afirmación. Sin embargo, los responsables de esta experiencia yogui afirman que la gimnasia actúa sobre el individuo naturalmente, y en absoluto forzándolos; de esta manera aunque llegara a ser inútil también sería inofensiva. La señora Milderman opina que es extraordinario y necesario el psicoanálisis, pero también la psiquiatría se coloca de esta manera en la singular o beatífica situación de no tomar partido por ninguna de estas dos tendencias, generalmente inconciliables para sus defensores; el psicoanálisis y la lobotomía, explica, y “todo método que se impone, es necesario para la humanidad”. En otro orden de cosas, la señora Milderman confiesa tener un temperamento intuitivo y dificultades para hacer trabajos de memorización.

Gimnasia que fue amor

Los participantes de una de las clases, la destinada a actores, realizan los primeros ejercicios utilizando la clásica barra de baile, que rodea el perímetro de la pared; este primer período de trabajo de la clase, es de mero ablandamiento físico y mental y está complementado por una vibrante música brasileña. La instructora pasa de uno a otro ejercicio, sin explicar previamente cómo será el que sigue, sino ejecutándolo directamente. En general, durante toda la clase, las indicaciones formuladas verbalmente serán muy pocas, casi ninguna. En el primer período de ablandamiento, los ejercicios son simples y duran hasta que la instructora considera que se ha entrado en clima; entonces se pasa a la parte “expresiva” de la clase. En este período, el movimiento pasará a ser consecuencia de la expresión –ademanes, palabras–; en aquellos cursos que no están destinados a actores, el proceso es inverso: la expresión resulta de los movimientos físicos que se realizan. La parte expresiva de la clase se inicia por sorpresa: la instructora se abalanza hacia el centro del salón con gesto agresivo y con paso firme. Los alumnos hacen lo propio, y la música abandona el trópico y adopta ritmos marciales. Esta marcialidad es tomada por los alumnos que, arrogantes, entonan cantos heroicos. Los rostros, algo wagnerianos, expresan rabia o suficiencia y hacen pensar si no será este un desquite de las humillaciones que ellos, como todo el mundo, habrán sufrido al menos alguna vez en su vida; si no tratan de derrotar las intimidaciones que pudieron padecer, sacar afuera la rabia que seguramente habrán masticado en distintos incidentes. La agresividad que entonces no pudieron manifestar.

Odios

Después del furor llega el alivio, y los alumnos ríen. Ríen sin trabas, a voz en cuello, sin temer excederse, sin reprimirse: se ríen de buena gana. Es justo reconocer que siempre no podemos o no nos animamos a reírnos de esta manera. Ahora los alumnos corren, se atacan, o claman por alguna divinidad que a lo mejor representa las huellas del desamparo que dejó en la niñez alguna madre desaprensiva; entonces se pasa a la autocompasión. A las quejas, a las protestas. Una misma frase como “siempre dice lo mismo”, que los alumnos reiteran o “por qué siempre lo mismo”, están cargadas de distintas significaciones que, seguramente, corresponden a la personalidad de cada uno o al tipo de dificultades que entorpecen su expresión frente al mundo. Así, a veces, estas o cualquier frase desliza desprecio, o exaltación, o desenfado; los alumnos se encaprichan como niños, patean el suelo, y tal vez la memoria los arrastre hasta aquel momento en que una necesidad no fue admitida. Así, viviendo todo sin restricciones, es más fácil el coraje, es posible gritar: “A ver si se anima”. Entre exaltaciones y abandonos transcurre la clase hasta que termina en el momento justo en que por algún motivo se ha obtenido suficiente entusiasmo: de esta manera se evita con sagacidad que los alumnos se sientan alejados, rechazados, como niños que han cesado la lactancia.

Al salir, el alivio, tal vez efímero de los alumnos, nos recuerda nuevamente a Vivekananda: “Ciencia y religión son dos tentativas paralelas para ayudarnos a salir de la servidumbre. Pero la religión es la más antigua y tenemos la superstición de que es la más santa”.