Presley odiaba dejar a otras personas haciendo su trabajo. No quería sentirse en deuda ni con Riley ni con Aaron. Sobre todo con Aaron. Pero le aterraba que Aaron se relacionara con Wyatt y terminara sospechando la verdad. Si Aaron no hubiera tenido siempre tanto cuidado, o si hubieran tenido algún accidente, como la rotura de un preservativo, ya les habría hecho alguna pregunta a Cheyenne o a ella sobre las circunstancias de la concepción de Wyatt.
Afortunadamente, tenía esas dos cosas a su favor.
Había tomado la decisión correcta al no decirle nada, ¿verdad? Solo de vez en cuando, la asaltaba el pánico y se preguntaba si no habría sido una locura tomar aquella decisión. Pero no se había quedado embarazada a propósito; no había habido intenciones ocultas. Y no esperaba recibir apoyo para la manutención del niño ni ninguna otra cosa por parte de Aaron. De modo que, ¿qué daño iba a hacerle a Aaron el hecho de que le mantuviera al margen de su hijo?
Ninguno. Que ella supiera, Aaron nunca había manifestado ningún deseo de tener un hijo. De hecho, su diligencia en el apartado de métodos anticonceptivos indicaba que no quería tener ninguno. Algo que incluso había llegado a expresar cuando alguno de sus amigos se había casado o tenido un hijo. Eso significaba que le estaba haciendo un gran favor al ocultarle la verdad. De esa manera, le permitiría vivir la vida que él eligiera sin tener que luchar contra su conciencia.
Por supuesto, si lo averiguara, no había ninguna garantía de que se tomara la situación con tanta filosofía. Y eso era lo que la asustaba. Ni siquiera soportaba pensar en esa posibilidad.
Wyatt, feliz de poder moverse libremente por su casa, comenzó a vaciar su caja de juguetes.
–Eres un diablillo –bromeó Presley al ver el caos que estaba organizando.
Wyatt le sonrió, sin arrepentirse en absoluto, y ella se agachó para darle un beso en la frente. Después, se dejó caer en el tosco sofá que había comprado en la tienda de segunda mano en la que había trabajado en Fresno.
–Eres un seductor, ¿verdad? –le preguntó mientras el niño balbuceaba sin dejar de jugar–. Igual que tu padre. Y también un cabezota –añadió, pensando en lo tercos que podían llegar a ser los dos.
–¡Mamá!–exclamó Wyatt, y le fue entregando su colección de coches uno a uno.
A pesar de su larga lista de preocupaciones, Presley no pudo evitar sonreír cuando Wyatt comenzó a avanzar torpemente hacia ella, sin ningún coche ya, para plantarle un beso en la cara. Los besos de Wyatt eran húmedos y pegajosos, pero, para ella, representaban uno de los auténticos placeres de la vida. Adoraba a Wyatt y aquella era una de las razones por las que quería mantener en alto sus defensas en lo que a Aaron concernía, sin importarle lo decidido que parecía él a recuperar su amistad.
Sonó el teléfono móvil y se tensó, pensando que podrían ser Riley o Aaron para hacerle alguna pregunta, pero vio en la pantalla que era Cheyenne.
Con un bostezo, presionó el botón para hablar.
–¿Diga?
Wyatt la tiró del brazo.
–Téfono, mamá, téfono.
Presley sonrió ante su intento de decir «teléfono». Cada vez aprendía más palabras.
–Muy bien Wyatt, «teléfono».
–¿Presley? ¿Hola?
Advirtió cierta irritación en la voz de su hermana.
–Estoy aquí, ¿qué pasa?
–Acabo de pasarme por el estudio.
¡Dios santo! Cuando Cheyenne y Dylan habían aceptado ayudarla en el caso de que regresara al pueblo, habían dejado claro que la manera más rápida de perder su apoyo sería juntarse con quien no debía. Y ellos consideraban que Aaron y sus amigos estaban entre las personas con las que no debía relacionarse.
–No sé qué está haciendo allí, Cheyenne –dijo Presley, adelantándose a las quejas de su hermana.
–¡A mí me ha parecido que estaba pintando!
Presley se tapó los ojos con la mano, ahogando un gemido.
–Ha venido esta mañana y se ha ofrecido a ayudar. No he sido yo la que se lo ha pedido.
–¡Pero podrías haberle dicho que no! Me dijiste que te mantendrías apartada de él. Si averigua… No hace falta que te diga que yo también tengo mucho que perder.
Cheyenne odiaba mentir a Dylan. Y tener a Aaron y a Presley tan cerca era una amenaza para las dos hermanas.
¡Pero Presley no pretendía que las cosas dieran ese giro! Ella había intentado hacer las cosas más fáciles para todo el mundo al mudarse al pueblo. En un principio, había pensado en quedarse en Fresno de manera indefinida, y lo habría hecho si no hubiera sido por lo que había ocurrido con el cuidador de Wyatt. Presley había presentado una queja, sabía que el cuidador estaba siendo investigado, pero aquellos días de dudas y sospechas habían minado su confianza.
–Lo intenté.
–Me dijiste que le habías dicho que no querías verle.
–¡Y lo hice!
–A lo mejor no fuiste suficientemente clara.
La mirada que le había dirigido a Aaron cuando había pasado por delante de él lo había dejado muy claro.
–Lo comprendió perfectamente.
–¿Entonces por qué te está pintando el estudio?
Presley era incapaz de comprenderlo, a no ser que…
–Lo único que se me ocurre es que el encontrar a Riley en el estudio ha activado sus ganas de competir…
No estaba acostumbrado a ser rechazado o ignorado. La mayor parte de las chicas jamás se lo presentarían a sus madres, ni esperarían que sus madres estuvieran complacidas con esa relación, pero las mujeres se sentían inexplicablemente atraídas por aquella aura de provocación y peligro que le rodeaba. Aaron se atrevía a enfrentarse a cualquier desafío. Eso, aunado a su aspecto, le hacía prácticamente irresistible. Aunque él no se tomaba muy en serio su atractivo, Presley había sido testigo de la atención femenina que recibía y en muchas ocasiones le había sorprendido ser ella la que terminara con él la velada.
–A lo mejor quiere ser él el que me rechace.
Presley siempre había sentido que ella era menos atractiva que él. ¿Y en cuanto a su personalidad? Aaron era capaz de seducir a cualquiera, o de alejarlo con una sola mirada. Seguramente, no estaba dispuesto a perder la posición de poder que siempre había mantenido con ella.
–¿No fue eso lo que pasó cuando murió mamá?
–Más o menos –musitó Presley.
Pero en realidad, Aaron no había dicho ni hecho nada que cambiara el estado de su relación. Si ella no hubiera estado embarazada y se hubiera quedado en el pueblo, probablemente habrían continuado como hasta entonces. Acostándose y divirtiéndose juntos, por lo menos hasta que hubiera aparecido una tercera persona. Pero Presley no se había sentido satisfecha en aquella relación. No podía ser feliz sabiendo que Aaron era un hombre inquieto y a la larga, la dejaría.
Y, en medio del dilema sobre lo que debería hacer para protegerse antes de salir herida, se había encontrado de pronto sin tiempo para decidir. Al enterarse de su embarazo, había comprendido que tenía que tomar rápidamente una decisión: abortar, que era lo que él preferiría, o criar sola a su hijo.
Miró a Wyatt. Estaba sentado en el suelo, jugando con un juguete con personajes de Barrio Sésamo. El rostro se le iluminó al notar que le estaba mirando y metió al Monstruo de las Galletas en su cubículo para demostrar a su madre lo que era capaz de hacer.
Había tomado la decisión correcta, decidió Presley. Wyatt era capaz de recibir todo el amor que ella podía darle, y también de devolvérselo.
–¿Entonces por qué sigue interesado en ti? –preguntó Cheyenne–. Tú siempre dijiste que, en realidad, no te quería. ¿Será que de pronto te ve como un desafío y eso le excita? ¿O a lo mejor está intentando guardar las apariencias? A lo mejor quiere demostrar que puede hacerte volver con él… ¿O será la manera de demostrarnos a Dylan y a mí que piensa hacer lo que le apetezca?
–Yo pensaba que Aaron te caía bien.
–Y me cae bien. Pero sabes perfectamente lo difícil que puede llegar a ser.
–No creo que se haya puesto a trabajar tanto para conseguir que me acueste con él. Él es más de «tómame o déjame». Al menos, ese era el Aaron que yo conocía.
–Entonces, para no correr riesgos, ¿vas a volver a aclararle que no tienes ningún interés en él?
–Por supuesto –no le quedaba otra opción, teniendo en cuenta el secreto que guardaba.
–Espero que seas más eficaz que cuando le dijiste que no podía pintar el estudio –gruñó su hermana.
–Riley también estaba allí, ayudándome. No quería decirle a Aaron que él no podía. ¿Qué razón podía darle? ¿Por qué iba a aceptar la ayuda de Riley y no la de Aaron?
–Riley no es el padre de Aaron.
–Exactamente. Y no puedo permitir que lo imagine –le tiró una pelota a Wyatt–. Hablando de Riley, no parece haberte sorprendido encontrártelo en el estudio.
–Me sorprendió. Al principio.
Presley se reclinó en la silla.
–¿Y después?
–Me dijo que quería salir contigo y pensé que tenía sentido.
–¿Y estaba Aaron delante cuando te lo dijo?
–Estaba a unos tres metros de distancia. En realidad, tuve la impresión de que Riley estaba anunciando sus intenciones para que Aaron se enterara, para dejar claro lo que pretendía y ponerle sobre aviso.
–Pareces contenta.
–Lo estoy. Me encanta. ¿Tú no estás encantada, después de que Aaron haya dado siempre por sentado que siempre estarías disponible?
Suponía que le gustaba que otros hombres la quisieran y que Aaron fuera consciente de ello. Siempre había sufrido problemas de autoestima. No podía sentirse bien consigo misma cometiendo los errores que había cometido.
–¿Y cómo reaccionó Aaron?
–Se le cayó la brocha –contestó Cheyenne con una carcajada.
–¿Y ya está? ¿No dijo nada?
–Ni una palabra.
Por supuesto que no. ¿Por qué lo había preguntado siquiera? Aaron no se había sentido amenazado. Él solo se había hecho su amigo por compasión. Sabía lo que era sentirse solo y perdido; los dos lo sabían.
–Ahora entiendo por qué me está ayudando –dijo, cuando al final lo comprendió.
–¿Por qué?
–Se siente mal por cómo reaccionó la noche que murió mamá. Esta es su manera de disculparse.
–¿Tú crees?
–Eso es lo que me imagino. Aaron puede ser encantador. A veces.
También podía ser muy tierno, sobre todo a altas horas de la madrugada, después de hacer el amor. Esa era una de las razones por las que hacer el amor con él era más gratificante que hacerlo con la mayoría de los hombres. Solo pensar en la profunda satisfacción que podía proporcionarle, la hacía sentirse vacía sin él.
«No pienses en eso. Aaron es como el humo. No hay forma de atraparlo durante más de unos minutos. Es imposible mantenerle cerca…».
–¿Y cómo podrías hacer que se sintiera libre de culpa para que pueda continuar con su vida?
–Aceptando sus disculpas y asegurándole que no le guardo ningún rencor.
–Fabuloso. Hazlo inmediatamente.
Wyatt estaba comenzando a tener sueño. Presley lo sabía por cómo se frotaba los ojos. Gracias a Dios. Ella también necesitaba dormir.
–Si te quedas un rato con Wyatt esta tarde, me acercaré al estudio, le daré las gracias a Aaron por su ayuda y le aseguraré que no tengo nada contra él. Con eso debería bastar.
–¿Y si Riley todavía está allí?
–Le pediré a Aaron que salga.
–Perfecto. Por supuesto, me quedaré con el niño.
Cheyenne no preguntó por qué no quería llevar a Wyatt; entendía que Presley tuviera miedo de que Aaron y el niño estuvieran cerca. Había visto fotografías de Aaron cuando era niño. Tanto ella como su hermana pensaban que Wyatt se parecía mucho a él.
–¿Cuánto le vas a pagar por pintar el local?
–Nada.
–¿Y a Riley?
–Él tampoco quiere cobrarme nada.
–Estás de broma.
–No. ¿No te parece increíble? Los dos están trabajando gratis para mí.
–Bueno, no del todo –respondió Cheyenne–. Riley quiere salir contigo. Y eso me lleva a preguntarme por las intenciones de Aaron. ¿De verdad crees que lo único que quiere es que le perdones? ¿O estará buscando algo que implica algo menos de ropa y un poco más de piel?
Presley no contestó a aquella pregunta. Ni siquiera podía pensar en ella sin que sus pensamientos vagaran hacia lugares que socavaban su resolución.
–¿Cuándo se irá del pueblo?
–Todavía no ha puesto una fecha.
Era una lástima. Le facilitaría mucho las cosas el poder fijar una fecha en el calendario, trazarse un objetivo. Estaba a punto de decirlo cuando Cheyenne cambió de tema.
–¿Sabes… sabes cuándo te quedaste embarazada de Wyatt?
Su hijo gritó al encontrar la tecla con la que aparecía Paco Pico.
–¿Qué? –preguntó Presley, prestando de nuevo atención a la conversación.
–La noche en la que te quedaste embarazada.
–¿Qué noche pudo ser? Aaron y yo siempre utilizábamos algún método de control, así que no sé cuándo pude quedarme embarazada exactamente.
–Fuera la noche que fuera, ¿te quedaste embarazada a pesar de estar utilizando un preservativo?
¿Adónde pretendía llegar su hermana con todo aquello?
–Sí. Los preservativos no son cien por cien efectivos, no sé por qué pareces tan sorprendida. No estarás sugiriendo que intenté quedarme embarazada…
–¡Por supuesto que no!
Presley siempre había temido que pudieran acusarla de intentar atrapar a Aaron, puesto que todo el mundo sabía que ella quería a Aaron más de lo que él la quería a ella. Pero había mantenido la relación entre Wyatt y Aaron en secreto, de modo que aquel argumento era irrelevante. Aun así, tampoco quería que nadie pensara que le había utilizado para tener un hijo.
–¿Entonces de qué estás hablando?
–Es evidente que Aaron es capaz de engendrar un hijo.
–¿Por qué iba a pensar nadie lo contrario?
–Nadie tiene por qué pensar nada, pero el caso es que te quedaste embarazada a pesar de que estabas intentando evitarlo. Eso implica que él tiene… digamos, unos nadadores muy competentes.
–¿Estás analizando la calidad de su esperma?
Presley se arrepintió de su tono de estupefacción cuando Cheyenne comenzó a retractarse.
–No, no importa. Olvídalo.
Presley se sentó.
–¿Por qué te interesa la calidad del semen de Aaron?
–¡Porque tiene los mismos genes que Dylan! –respondió su hermana exasperada–. ¿Por qué otro motivo podría importarme?
–El resto de los hermanos Amos también tiene esos genes.
–Pero, probablemente, Aaron sería el más dispuesto a colaborar en algo… poco ortodoxo. Y, seguramente, el que menos ganas tendría de contárselo a Dylan.
¿Algo poco ortodoxo? Presley no estaba segura de que le gustara cómo sonaba aquello. Se cambió el teléfono de mano y comenzó a caminar.
–¿Estás considerando la posibilidad de inseminarte de manera artificial?
–A lo mejor.
–¿Con Aaron como donante?
Se produjo un breve silencio, tras el cual, su hermana dijo:
–Estoy desesperada, Presley. Todo esto está afectando a nuestro matrimonio. No soporto que Dylan se sienta tan mal consigo mismo.
–¿Cómo sabes que Dylan es estéril? Podrías tener tú el problema, ¿no crees?
Se hizo un silencio todavía más largo.
–¿Cheyenne?
–No –contestó–. No soy yo. Ya me han hecho las pruebas.
Presley contuvo la respiración. A pesar de lo mucho que hablaban, y de que ella pensaba que lo compartían todo, Cheyenne no había mencionado ninguna visita al médico.
–¿Dylan fue contigo? –no podía evitar preguntarse cómo se habría tomado la noticia.
–No, no le he contado nada. Y creo que no lo haré.
Por eso había fijado la cita en secreto y había viajado sola hasta Sacramento. ¿Por qué no le había pedido a Presley que la acompañara? Cheyenne siempre había sido demasiado reservada cuando tenía que enfrentarse a alguna dificultad. Solo se abría cuando no le quedaba otra opción, lo que le indicó a Presley lo preocupada que estaba por aquella cuestión.
–¿Cuándo has ido al médico?
–Hace un mes.
–¿Y Dylan?
–Todavía no le han examinado, por lo menos de manera oficial.
–¿Es que hay una forma no oficial de hacerlo?
–Puedes comprar las pruebas por Internet.
–¿En serio?
–Ahora mismo, en Internet se puede comprar de todo.
–¡Vaya! ¿Y se ha hecho alguna prueba?
–Se la he hecho yo sin que él lo supiera. No quería que lo supiera… por si acaso. Pero ahora está hablando de ir al médico. Lo comentó ayer por la noche. Eso significa que averiguará que es infértil aunque no se lo diga yo. Yo preferiría quedarme embarazada, si tengo la manera de conseguirlo, y que él crea que el hijo es suyo. Como si él no tuviera ningún problema…
Cheyenne quería mucho a Dylan. Haría cualquier cosa para protegerlo, incluso tejer un plan como aquel. Pero no era una persona mentirosa. Mantener en secreto la paternidad de Wyatt ya era suficiente carga para ella. ¿Cómo iba a poder afrontar un secreto mucho más personal?
–Dylan ya ha pasado por mucho, Cheyenne. Y siempre ha sabido arreglárselas. Esto también sabrá cómo manejarlo. Creo que no le estás valorando lo suficiente.
–¡No es eso en absoluto! La cuestión es, ¿por qué va a tener que manejarlo? ¿Por qué no puedo ser su ángel de la guarda para variar? Él me ha dado mucha felicidad y quiero devolverle el favor. Si Aaron, pudiera ser mi donante de semen, Dylan jamás tendría que sentirse menos válido. No se sentirá en deuda con nadie, ni celoso o desilusionado. Él también se merece un descanso, ¿no? ¿Acaso conoces a alguien que se lo merezca más que él?
–¿Y la solución es utilizar a Aaron como padre biológico?
–¿Por qué no?
–Para empezar, Dylan y él se están peleando todo el día.
–Eso no importa. Aaron jamás dirá una sola palabra. Sé que no lo hará. Quiere a Dylan tanto como yo. Sería capaz de hacer cualquier cosa para asegurar la felicidad de su hermano, sobre todo si comprende lo que está pasando Dylan en este momento, lo castrante que es todo esto para él.
Presley no pudo menos que estar de acuerdo. Aaron tenía sus cosas, pero era leal hasta la médula y, tanto si quería admitirlo como si no, admiraba a Dylan más que ninguna otra persona sobre la tierra.
Pero había tantas razones para rechazar la idea de Cheyenne como para considerarla.
–¿Estás segura de que este es el momento para recurrir a un tratamiento de fertilidad? Solo han pasado un par de años. A lo mejor crece la proporción de espermatozoides.
–Es bastante improbable.
–¿Cómo lo sabes?
–He hablado con mi médica.
–¿Y?
–Dice que siempre hay alguna posibilidad de embarazo, pero, en nuestro caso, es bastante remota. Por eso ha sugerido que busquemos alternativas.
–¿Y hay algún remedio para que aumenten las probabilidades?
–Ya hemos hecho todo lo que hemos podido. Empezamos a intentarlo casi cuando nos casamos. Y durante estos últimos seis meses, he estado tomándome la temperatura y comprobando los días de la ovulación. Y nunca he tomado la píldora. Era virgen hasta que me acosté con él, ¿no te acuerdas? Así que no podemos culpar del retraso a los métodos anticonceptivos. Si pudiéramos concebir un hijo, a estas alturas, ya lo habríamos conseguido.
–A lo mejor no…
–Ya no tengo tiempo. Esto le está afectando mucho a Dylan. Yo también quiero tener un hijo, por supuesto. No sabes cuánto lo deseo. Pero él está empezando a pensar que ha sido un error el casarse conmigo.
Presley le acercó los juguetes a Wyatt con el pie.
–Lo siento, pero cuando se utiliza a un donante conocido, siempre se corren muchos riesgos –pensó a toda velocidad en todos ellos–. Me refiero a que, en cierto modo, me parece sensato utilizar a Aaron. El bebé estaría directamente emparentado con Dylan, se parecería a él y todo eso, de modo que las probabilidades de que se enterara serían menores.
–Y conozco el historial médico de Aaron. Sé que es un hombre saludable. A menos que pienses en las drogas que consumía en el pasado…
–No. Él fumaba marihuana de vez en cuando, pero nunca fue un adicto al crack como yo. Está perfectamente. ¿Pero qué crees que podría sentir Aaron al mirar a su hijo sabiendo que es tuyo? ¿Crees que sería capaz de manejar esa situación?
–¿Por el bien de Dylan? Claro que lo creo. Aaron es un hombre duro. En cuanto toma una decisión, nunca la cambia. Jamás incumpliría su palabra.
Pero también era un hombre sensible. Eso era algo que mucha gente no comprendía, que su dureza protegía un corazón extremadamente blando.
–Podría arrepentirse.
–¿Por qué iba a arrepentirse de hacer feliz a su hermano? Cuidaríamos maravillosamente a ese niño. Y él puede tener todos los hijos que quiera.
Presley había conseguido que mantener en secreto la paternidad de Aaron pareciera fácil. Ella ni siquiera pretendía quedarse embarazada y allí estaba con Wyatt. Comprendía muy bien lo que estaba pasando por la cabeza de su hermana.
–Sería el plan perfecto si hubiera alguna manera de conseguir el semen de Aaron sin que él lo supiera –reflexionó–. Que fuera algo como lo que me pasó a mí, algo accidental. ¿Pero cómo podríamos conseguir algo así?
–No podemos. Él tendría que ir a una clínica y a un banco de semen y yo tendría que ir después.
–¿Sin decírselo a Dylan?
–Sin decirle nada a Dylan.
–¿Y en la clínica lo consentirían?
–Afortunadamente, vivimos en el estado más liberal del país en lo que se refiere a ese tipo de cuestiones. Consulté a una doctora por Internet, en una de esas webs en las que los expertos dan consejos sobre diferentes temas. Según ella, no hay ninguna ley que obligue al marido a dar su consentimiento. También me dijo que algunas clínicas podrían pedirlo, pero yo puedo averiguar en cuáles no es necesario.
–¿Y si no encuentras ninguna?
–Aaron tiene el mismo apellido que Dylan.
–¿Le harías hacerse pasar por tu pareja?
–¿Por qué no? Lo único que necesito es ir a una clínica o a un médico que no tenga ninguna relación con el hospital en el que vaya a dar a luz. Si no, el proceso de fertilización artificial aparecería en mi historial y a cualquier enfermera podría escapársele algún comentario al respecto.
–Ya veo que has pensado mucho en ello. Pero eso me lleva a otra cuestión. ¿Y si Dylan lo averigua? Si no es ahora, más adelante. Dentro de cinco o diez años. ¿Cómo se sentiría entonces?
Cuando Cheyenne volvió a hablar, lo hizo con voz menos enérgica, como si se estuviera dando por vencida.
–¿Qué estoy haciendo? Tienes razón. ¡Sería terrible! No, esto no funcionará.
–Pero aun así, no puedes evitar pensar en esa posibilidad.
–Sería la solución perfecta –insistió–. Utilizar el semen de Aaron en vez del de Dylan parece algo… lógico. Para mí no supondría ninguna diferencia tener un hijo de Aaron. Los quiero a los dos. Se parece mucho a Dylan, y Dylan adoraría a ese niño. Ya has visto cómo se porta con Wyatt.
–Será un buen padre –de eso no había ninguna duda–. Pero, ¿por qué no adoptar?
–La adopción implica muchos riesgos.
–Es verdad, pero…
–En cualquier caso, no me opongo a esa opción. Podría planteármela en algún momento. Lo único que necesito es que Dylan crea que me ha dado un hijo.
–¿Para salvaguardar su orgullo viril?
–Él es así –replicó Cheyenne a la defensiva–. Y yo no lo cambiaría aunque pudiera. El orgullo es una de las cosas que le ha ayudado a superar los momentos difíciles y le ha dado la determinación que necesitaba para seguir adelante. Es…
–Así que quieres hacerlo –la interrumpió Presley, yendo directamente al fondo de la cuestión.
–Si de esa forma Dylan se va a sentir mejor, sí. Quiero hacerlo. Pero también estoy asustada.
Una vez superado el impacto inicial, Presley intentó considerar la cuestión con la mente más abierta. En realidad, sería solamente un mero tecnicismo el hecho de que no fuera el semen de Dylan. Ella también querría ahorrarle a su marido la humillación y la angustia si tuviera un marido como Dylan y ese marido tuviera un hermano como Aaron.
–Supongo que no serás la primera persona que utiliza como donante a un conocido.
–La gente lo hace continuamente.
¿Otra información que había sacado de Internet?
–¿Sin el consentimiento de su pareja? Sigo pensando que eso puede causarte problemas.
–No pretendo acostarme con Aaron. No voy a engañar a mi pareja. ¿De verdad es tan terrible utilizar, con el permiso de un donante, un ADN que es muy parecido al de mi marido? Si Dylan no se entera, no le hará ningún daño.
Presley se sentó en el borde del sofá y se frotó la frente. Ella había utilizado la misma lógica. Que la condujo a la misma conclusión.
–A no ser que lo averigüe.
–No lo hará –replicó Cheyenne–. ¿Quién se lo va a decir? ¿Tú? ¿Yo? ¿Aaron? ¡Ninguno de nosotros se lo dirá! No tiene por qué tener ninguna importancia, a no ser que nosotras se la demos.
–Si al final haces eso, las dos tendremos un hijo de Aaron –rio, aunque aquello no tenía ninguna gracia.
–A lo mejor ya es hora de decirle lo de Wyatt, puesto que eso podría influir en su decisión.
–¡No! ¡Absolutamente no!
Cheyenne quería acabar con la ansiedad que le generaba mantener aquel secreto. Pero Presley no estaba preparada, no quería liberarse de aquella ansiedad a cambio de lo que podría pasar en el caso de que Aaron lo averiguara.
–Todavía no.
–¿Estás segura?
–Completamente. Wyatt es demasiado pequeño. A lo mejor se lo digo cuando tenga unos años más, cuando sea capaz de tomar sus propias decisiones.
–De acuerdo, pero… si le hablo a Aaron de esto de la donación… ¿Crees que me exigirá que se lo diga a Dylan?
–¿Sabes lo que yo creo? Que preferirá que Dylan no lo sepa. De esa forma, la situación será más cómoda entre ellos.
El Aaron que ella conocía no quería ni necesitaba que le reconocieran ningún mérito. Él era así. Un hombre de gran corazón, magnánimo y sensible al delicado equilibro que le permitía continuar manteniendo una buena relación con Dylan. Había gente que acogía en su casa perros o gatos abandonados. Aaron recogía a personas abandonadas. Presley tenía la sensación de que había iniciado su amistad con ella porque sabía que vivía aislada del resto de Whiskey Creek. La noche que se había acercado a ella en el Sexy Sadie’s, ella estaba sentada sola en una esquina. Él se había acercado y le había comentado que era su vecino antes de invitarla a su mesa.
–¿Entonces debería hablar con él? –preguntó Cheyenne.
–Sí, si de verdad estás convencida de que eso es lo mejor para Dylan.
–¿Y no te importaría que tuviera un hijo con Aaron?
–¿De verdad crees que tienes que preguntármelo?
–Por Wyatt, he pensado que debería hacerlo.
–No tengo nada que reclamar a Aaron –Wyatt y su hijo serían medio hermanos en vez de primos, ¿pero qué importaba?–. Nuestros hijos pueden crecer juntos en Whiskey Creek.
–Y disfrutarán de una infancia mucho más bonita que la nuestra.
–Desde luego –se mostró de acuerdo Presley con una risa.
Lo sentía especialmente por Cheyenne. Su vida podría haber sido muy diferente si Anita no la hubiera secuestrado. Por lo menos Anita era su verdadera madre.
–¿Entonces, cuándo piensas hablar con él?
–Tengo que hacerlo pronto, antes de que Dylan reúna valor para ir al médico. Si no, no tendrá sentido.
Presley intentó imaginar a su hermana pidiéndole a Aaron que le donara semen.
–Desde luego, va a ser una conversación interesante.