Capítulo 8

 

Era domingo por la noche. Sin saber muy bien cómo, Presley había conseguido salir indemne del fin de semana. Apenas se lo podía creer. Después de haberse encontrado a Aaron en la firma de libros de Ted, y de haberle tenido en el estudio, había pensado tanto en él que no sabía si iba a conseguir llegar al lunes sin rendirse. Jamás había imaginado que fuera posible ansiar hasta ese punto la compañía de otra persona. Cada minuto había sido una batalla, pero había conseguido mantenerse fuerte. Podía respirar aliviada y darse una palmadita en la espalda.

–Debería ser más fácil –musitó en voz alta, aunque estaba sola.

El día anterior, Cheyenne había llamado para contarle el encuentro que había tenido con Aaron en Sutter Creek, de modo que, estaba convencida, Aaron debía de estar preocupado pensando en todo aquello. Si la suerte estaba del lado de Presley, la cuestión de la inseminación artificial le mantendría ocupado hasta que se marchara.

Afortunadamente, ella tenía otras cosas en las que concentrarse. Había pasado la mañana, hasta la hora de dormir de Wyatt, con Riley y con su hijo, ayudando a arreglar la zona de recepción. Cuando habían terminado, Riley y Jacob se habían pasado por su casa. Y aunque agradecía la ayuda que le estaba prestando, estar con Riley no era… tan mágico como estar con Aaron.

Pero su amistad apenas estaba empezando. No podía esperar fuegos artificiales desde el principio, ni siquiera con un tipo tan atractivo y excepcional como Riley. Lo importante era que había disfrutado. Habían reído y hablado juntos mientras Jacob jugaba con Wyatt. Y Riley la había halagado alabando efusivamente la tarta de manzana que había horneado para él.

Presley era capaz de imaginarse a sí misma manteniendo una relación con Riley. ¿Por qué no? Aquella vez, estaba decidida a elegir a un padre responsable, en vez de a un hombre con una vida tan complicada como la suya. Riley le había pedido que saliera a cenar con él el viernes, y ella había aceptado. Quería darle una oportunidad.

Meció a Wyatt para que se durmiera. Le encantaba poder disfrutar de unos minutos de tranquilidad junto a su bebé por las noches. Después, se puso una camiseta y unos pantalones cortos y se acurrucó en el sofá con una manta y el último libro de Ted; Intenso y apasionado, prometía ser su mejor trabajo. Pero apenas había leído sesenta páginas cuando alguien aporreó la puerta.

Sorprendida, miró el reloj que Riley la había ayudado a colgar: las diez y media. ¿Quién podía ser a aquella hora de la noche?

Con mucho cuidado, dejó el libro, se acercó a la puerta y miró por la mirilla.

La vista de Aaron en el porche con un par de vaqueros desgastados y la camiseta del taller, la golpeó con la fuerza de un desfibrilador. ¡Aaron! ¿Qué estaría haciendo allí?

Esperó en silencio, con la esperanza de que se fuera si no contestaba. No iba adecuadamente vestida como para recibir a nadie. Pero él la había visto así muchas veces, y cuando volvió a llamar, comprendió que no podía continuar ignorándolo, sobre todo, después de que le dijera:

–Presley, sé que estás ahí.

Presley abrió la puerta unos centímetros, pero bloqueó la apertura.

–¿Qué pasa?

Aaron deslizó sus ojos castaños sobre ella, haciéndola más consciente de que no llevaba sujetador. No sonrió, pero hubo algo en su expresión que le indicó a Presley que lo había notado. Probablemente, aquello le había recordado la confianza que tenían el uno en el otro en el pasado.

–¿Podemos hablar? –le preguntó.

Sonrió de tal manera que le cortó la respiración. En otra época de su vida, había vivido para esa sonrisa.

–Es tarde y Wyatt está dormido.

–No haré ruido.

Como Presley no se movió, arqueó las cejas, y Presley sintió que su fuerza de voluntad se debilitaba todavía más. ¡Maldito fuera! Continuaba teniendo mucho poder sobre ella.

–De acuerdo, pasa –gruñó, y se apartó.

–¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó en cuanto cerró la puerta.

Aaron comenzó a pasear por la habitación, examinando sus cosas, mientras ella esperaba apoyada contra la pared.

–¿Aaron?

–Has trabajado mucho.

–Este lugar estaba asqueroso, como tú mismo dijiste.

Ni siquiera después de tanto esfuerzo podía considerarse un lugar bonito. La casa que había alquilado en Fresno era mejor, a pesar del barrio, pero allí tenía un compañero de piso con el que podía compartir los gastos. Su casa de Whiskey Creek era limpia y segura. Teniendo en cuenta todos los desafíos a los que tenía que enfrentarse, era todo lo que podía pedir hasta que empezara a ganar dinero.

–Ya encontraré algo mejor cuando pueda.

Aaron señaló los libros que había apilados en una esquina.

–¿Son tuyos?

–Sí.

–¿Desde cuándo te has aficionado a la lectura?

Desde que había renunciado a todo lo demás.

–Desde que empecé a vivir en Fresno.

–Es una actividad para solitarios, ¿verdad?

En la época en la que la había conocido, ella apenas agarraba un libro. Por aquel entonces, su vida consistía en disfrutar con sus amigos. Pero una vez había renunciado a aquella forma de vida, los libros le habían proporcionado consuelo, a veces, habían sido su única compañía, y, a veces también, su única esperanza.

–Es un buen entretenimiento, y gratis, si utilizas la biblioteca.

–¿Novelas de suspense?

–Casi siempre.

No era capaz de leer novelas de amor sin pensar en él. Cuando había asumido que no iba a volver a Whiskey Creek, se había permitido el placer de recordar e imaginar. Pero sabía que era preferible no ceder a la imaginación una vez habían cambiado sus circunstancias y el objeto de su obsesión estaba tan cerca, tan a mano.

–¿Quieres sentarte?

–Si me dejas…

Presley ignoró aquella pulla con la que estaba resaltando su falta de hospitalidad y señaló el sofá.

–¿Qué puedo hacer por ti?

Aaron le dirigió una mirada que dejaba claro que no le gustaba la brusquedad de su tono.

–¿No podemos ser… normales el uno con el otro? ¿Es demasiado pedir?

Presley se sentó en su butaca naranja. Era cómoda. Pero eso era lo único bueno que podía decir de ella.

–¿Qué es lo que consideras normal?

–Éramos amigos, ¿no?

–A lo mejor tú lo has olvidado, puesto que para ti era algo que no tenía mayor importancia, pero éramos más bien amigos con derecho a roce.

–¡Vaya!

–La verdad duele. Estaba siempre disponible cuando necesitabas un desahogo sexual.

–Tú también me llamabas cuando necesitabas desahogarte sexualmente –replicó él.

Era cierto. Se dejaba caer por su casa cada vez que pensaba que podría tener suerte y encontrarle de buen humor, algo que no siempre era fácil con Aaron.

–No lo he olvidado.

–¿Por qué sigues pensando solamente en el aspecto físico de nuestra relación? Yo no tengo el mismo recuerdo que tú sobre nuestra relación… No veo nuestra relación como algo tan malo. Pero aunque tuviera una naturaleza tan sexual como tú crees, no he vuelto a pedirte que te acuestes conmigo desde que regresaste, así que… ¿dónde está el problema?

–¿No es eso lo que quieres? –le preguntó a bocajarro–. ¿No es esa la razón por la que estás aquí?

Aaron cambió de postura en el sofá y se encogió de hombros.

–No voy a decirte que no me gustaría. Pero estoy dispuesto a aceptar un no por respuesta. Si esa es la forma de conservar nuestra amistad, estoy dispuesto a pasar del sexo.

–¿Por eso has venido a verme? ¿Por el bien de nuestra amistad?

–Te he echado de menos.

El hecho de que pronunciara aquellas palabras casi a su pesar, en vez de minimizarlo, incrementó su impacto. A lo mejor estaba manejando la situación de forma equivocada. Si no podía eliminarle de su vida hasta que no estuviera de acuerdo en ser su amiga, lo mejor sería aceptar su amistad. De esa forma, él no tendría nada por lo que luchar, por lo menos si estaba siendo sincero sobre su buena disposición a conformarse con menos de lo que tenían anteriormente.

–Muy bien, seremos amigos.

Aaron la miró con los ojos entrecerrados.

–Una respuesta demasiado fácil como para que sea sincera.

Presley comenzó a juguetear con un mechón de pelo.

–¿Y tú estás siendo sincero? Me has echado tanto de menos que ni siquiera intentaste ponerte en contacto conmigo.

–Perdona, pero le pedí tu número de teléfono a Cheyenne varias veces.

–Si de verdad hubieras querido verme, habrías averiguado la manera de hacerlo, Aaron. Fresno está solo a dos horas en coche.

–Debería haber hecho más esfuerzos –admitió–. Pero tú también podías haberte puesto en contacto conmigo. ¿Por qué no lo hiciste?

–Sabes perfectamente por qué no lo hice. Estaba empezando una nueva vida. Así que, ahora que ya lo he conseguido, no entiendo por qué estamos manteniendo esta conversación. ¿Es porque he adelgazado? ¿O porque de pronto te sientes rechazado?

Aaron esbozó una mueca.

–Teniendo en cuenta lo mucho que te gustaba, ahora no tienes una gran opinión sobre mí.

Presley era tan consciente de sus cosas buenas como de sus debilidades, pero no podía concentrarse en ellas.

–Eres un gran tipo en muchos sentidos, Aaron. No conozco a nadie que sea más amable y más generoso con los desafortunados. Pero…

–Ahora viene –musitó Aaron.

–Ahora tengo un hijo. Tengo que tomarme la vida en serio, tengo que protegerme de la clase de hombre que no sería buena para mi hijo.

–¿Y ahí entro yo?

Presley también había tenido algunos amigos en el casino en el que trabajaba como crupier, pero esos amigos vivían fuera de Whiskey Creek. Aaron había sido su única relación estable en el pueblo, de modo que comprendía su sorpresa.

–¿Tienes algún interés en casarte y formar una familia?

–¿Esa es la nueva condición?

–Sí.

Aaron parecía tener ganas de continuar discutiendo, pero decidió dejarlo pasar y cambió de tema.

–Hoy he quedado con Cheyenne.

Presley se preguntó si no habría estado demasiado a la defensiva. A lo mejor Aaron había ido a hablarle de la inseminación artificial. Por supuesto, no era un tema del que pudiera hablar con cualquiera. Se sintió un poco estúpida por haber pensado que podría querer otra cosa.

–Sí, me lo mencionó –respondió–. ¿Y qué piensas de su propuesta?

–No estoy seguro. Por una parte, no veo ningún motivo para no ayudarla.

–¿Pero por otra?

Aaron se rascó la cabeza.

–¿No te parece que es un gran problema el que Dylan no lo sepa?

Presley encogió las rodillas. De esa forma podía hacer algo con las manos y esconder su pecho a la mirada de Aaron al mismo tiempo.

–¿No preferirías que no lo supiera?

–Para serte sincero, sí. Pero odio sentirme como si… como si estuviera haciendo algo a su espalda. Es mi hermano. Mi lealtad hacia él hace que sea una decisión difícil.

Presley estudió su rostro.

–¿Aunque le estés dando exactamente lo que quiere?

–Yo odiaría enterarme al cabo de unos años de que el hijo que he estado criando, un hijo al que consideraba mío, en realidad, es hijo de mi hermano. No sé si eso puede considerarse una ayuda.

El hecho de que mantener su paternidad en secreto supusiera para Aaron un obstáculo, la hizo sentirse culpable por estar guardando también ella su propio secreto. Aquella noche había sido muy dura con Aaron, pero tampoco ella estaba libre de culpa.

–¿Y por qué iba a tener que averiguarlo? Mientras lo ignore, todo irá bien.

Esperaba que pudiera aplicarse el mismo razonamiento para la paternidad de Aaron. Ella había intentado convencerse de ello en múltiples ocasiones.

–Nunca se puede confiar en que un secreto permanezca oculto –replicó–. Cheyenne y él podrían divorciarse algún día. Si terminan librando una batalla por la custodia de ese niño, una batalla que Cheyenne podría temer perder, ¿qué iba a impedirle utilizar la verdadera paternidad del hijo de Dylan?

–Eso es muy retorcido, Aaron.

–Tengo que considerar todas las posibilidades y decidir si estoy preparado para enfrentarme a lo peor.

–Cheyenne jamás te pondría en una situación tan difícil. Además, se quieren tanto el uno al otro que no creo que vayan a divorciarse nunca.

–Eso nunca se sabe –insistió Aaron–. Y tú sabes mejor que nadie las vueltas que puede dar la vida. Aunque no se separen, ¿qué pasaría si el niño necesitara de pronto un transplante de médula? ¿Qué ocurriría si tuvieran que hacerle a Dylan las pruebas de compatibilidad y descubrieran la verdad? ¿O si Cheyenne necesitara que yo me involucrara en el proceso?

–Sería terrible.

–Exactamente –fijó la mirada en sus manos con expresión pensativa–. Y si Dylan descubriera la verdad, jamás me perdonaría, aun sabiendo que solo lo he hecho para ayudar. Hay demasiada rivalidad entre nosotros. Siempre la ha habido.

–Os parecéis mucho –se mostró de acuerdo Presley–, pero esa es la razón por la que Cheyenne pensó en ti. Quiere que el bebé sea lo más parecido posible al que habría tenido con Dylan.

–Grady, Rod y Mack tienen genes parecidos.

–Pero jamás se atreverían a hacer una cosa así sin decírselo a tu hermano.

–¿Entonces crees que debería hacerlo?

–Me encantaría que Cheyenne y Dylan consiguieran lo que quieren. Pero no puedo decirte que sí, sabiendo lo difícil que es tomar esa decisión.

La expresión de Aaron pareció iluminarse de pronto.

–¡Qué demonios! –exclamó–. ¿Qué puede tener de malo? Debería hacerlo sin más.

–Solo si estás seguro de que vas a estar de acuerdo con los resultados. ¿Crees que te molestará ver a su hijo y saber que, en realidad, es tuyo?

¿Y qué diría Aaron si se enterara de que el de Cheyenne no era su único hijo? Se sentía fatal al saber que había ido a verla para que le ayudara a tomar esa decisión. Ella era la última persona en la que debería confiar.

–¿Cómo puedo imaginármelo siquiera? –contestó–. Jamás me había imaginado un escenario parecido.

–Tienes que estar seguro. El material genético no es algo que puedas recuperar.

Aaron suspiró y miró nervioso alrededor de la habitación.

–Es difícil.

–Sí, es difícil.

Ella misma se estaba enfrentando a un dilema similar. Quería hablarle de Wyatt, pero no se atrevía. De modo que, cuando Aaron abordó el tema de su hijo, volvió a ponerse nerviosa.

–Tienes un hijo precioso. Lo vi en casa de Dylan el viernes.

–Gracias. Y, por cierto, la casa que tenía en Fresno era más bonita que esta –añadió, esperando desviar su atención antes de que pudiera pensar en el parecido que ella apreciaba cada vez que miraba a su hijo.

–Esta casa está bien.

–Teniendo en cuenta todo lo que necesito para comenzar en el estudio, pensé que debería ser prudente con los gastos.

Aaron señaló con la cabeza la camilla de masaje que estaba doblada en una esquina.

–Eso debe de ser caro.

–Lo es.

Había sido una camilla cara para una persona con su nivel de ingresos, pero la necesitaba, y Cheyenne y Dylan la habían ayudado con algo de dinero como parte de su regalo de Navidad.

–¿Eres buena?

–¿Dando masajes? –le miró a los ojos–. Creo que sí.

–¿Por qué no me lo demuestras?

Presley percibió el desafío que encerraban sus palabras.

–¿Ahora mismo?

–¿Por qué no? No tiene por qué ser nada especial. E incluso te pagaré por ello.

¿No se había felicitado a sí misma por guardar las distancias con Aaron?

–Esta noche, no.

No, ya no. Estaba demasiado asustada. ¿Pero qué daño podía hacerle? Aaron había pintado para ella, y negarse significaría dar importancia a algo que no debería tenerla. Al fin y al cabo, estaba comenzando a trabajar como masajista.

–Supongo que podría –se levantó de la butaca para preparar la mesa. Cuando Aaron fue a ayudarla, dejó que fuera él el que terminara de prepararla–. Ahora mismo vuelvo, necesito una sábana para cubrir la camilla, algo de crema y una cataplasma caliente.

En cuanto estuvo en el dormitorio, se apoyó contra la puerta, deseando poder volver al cuarto de estar y enviar a Aaron a su casa.

Pero la idea de quitarle la ropa y acariciar su cuerpo, aunque solo fuera una vez más, la espoleaba como una picana. A lo mejor aquella era la manera más segura de arreglar sus problemas con Aaron.

No les llevaría a ninguna parte, se prometió, y se puso el sujetador y una de las batas de trabajo para demostrar que sería algo estrictamente profesional.

–Te lo estás tomando en serio –comentó Aaron cuando regresó y vio que se había cambiado.

–Absolutamente. Es mi trabajo.

Pero nunca había empezado un masaje con el corazón latiéndole con tanta fuerza que pensó que iba a romperle las costillas. Encendió unas velas con esencia de lavanda, después, apagó la lámpara con la que había estado leyendo y puso música celta. Habría hecho lo mismo con cualquier otro cliente. Los masajes había que hacerlos en un ambiente tranquilo y relajado. Pero aquella noche, todo le parecía marcadamente sensual. Quizá porque había soñado en hacerle un masaje a Aaron miles de veces.

–Desnúdate y colócate debajo de la sábana boca arriba. Cuando estés preparado, avísame.

–¿Boca arriba? –repitió Aaron.

–Empezaré por el cuero cabelludo mientras la crema se va calentando.

Oyó el susurro de sus ropas mientras se las quitaba y las dejaba caer al suelo.

–Ya está –anunció Aaron un par de minutos después.

Presley se acercó a él, pero lo que transmitieron sus miradas en el momento en el que sus ojos volvieron a encontrarse debería habérselo desaconsejado. La tensión crepitaba en el ambiente, pero Presley estaba demasiado entregada, demasiado entusiasmada por poder posar sus manos sobre él como para cambiar el curso de lo que estaba pasando.

«En cuanto se coloque boca abajo, ya no habrá ningún riesgo».

Había dado masajes a mucha gente desde que había comenzado a estudiar. Aquel no tenía por qué ser diferente, se aseguró a sí misma.

Aaron cerró los ojos cuando Presley hundió los dedos en su pelo. Se sintió menos tensa al saber que no la estaba mirando, que ya no podía analizar hasta el último matiz de su expresión. Pero cuando comenzó a acariciarle el cuero cabelludo y él gimió, demostrando así lo mucho que estaba disfrutando, el sentimiento de incomodidad regresó. Prácticamente al primer contacto, se había excitado y había comenzado a ser extremadamente consciente de cada detalle: el olor a lavanda de las velas, la luz vacilante, el pecho desnudo de Aaron elevándose y descendiendo bajo la sábana… Y la reacción de Aaron parecía haber sido similar, porque pronto notó que la sábana se tensaba como una tienda de campaña.

Aaron ya no tenía los ojos cerrados: la estaba observando atentamente. Sabía hacia dónde estaba mirando y posiblemente, también lo que estaba sintiendo.

–La fuerza del hábito –dijo con una sonrisa traviesa.

–Ocurre a veces –Presley desvió la mirada hacia su pecho, que parecía un lugar mucho más seguro que otras zonas más bajas.

–¿Quieres decir que les pasa a otros hombres a los que has dado masajes?

–A veces. Ya puedes darte la vuelta.

Habían pasado ya los diez primeros minutos. Presley había conseguido convertir los masajes en una rutina, sabía exactamente cuánto debía concentrarse en cada zona. La crema tendría ya la temperatura perfecta. Pero, a pesar de la cantidad de veces que había hecho aquello mismo, jamás había dado un masaje durante el que le resultara tan difícil respirar.

–Te enseñaron bien en la escuela –la alabó Aaron mientras ella extendía la crema por la espalda y comenzaba a masajearle el hombro–. Pero siempre se te han dado bien este tipo de cosas.

Aquel recuerdo no ayudó. Habían intercambiado masajes anteriormente. Muchas veces. Pero nunca había disfrutado tanto como aquella noche. Había pasado demasiado tiempo desde que había estado con Aaron. Mucho tiempo desde la última vez que había estado con nadie. Aunque había salido con algunos hombres cuando estaba en Fresno, todas habían sido relaciones fugaces. Ninguno de los hombres con los que había estado le parecía suficiente buen padre para Wyatt, así que no se había acostado con ninguno de ellos.

Intentando canalizar los sentimientos hacia sus manos, puesto que no podía expresarlos de ninguna otra manera, se concentró en la música. Estaba haciendo el amor con Aaron sin necesidad de hacerlo de verdad, y aquello representó para ella un profundo alivio. De alguna manera, había conseguido cruzar el desierto de los últimos dos años y estaba llegando con éxito al otro lado.

Pero el alivio no duró mucho. La tensión comenzó a crecer en vez de disiparse. El contacto con Aaron le resultaba tan familiar que con un masaje no tenía suficiente. Mientras trabajaba los músculos que rodeaban la columna vertebral y descendían hasta las caderas, tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para no cerrar las manos alrededor de sus nalgas.

–Me gusta –musitó Aaron.

Presley intentó ignorar la ligera ronquera de su voz, pero no le resultó fácil. ¡Ojalá pudiera darle la vuelta y hacer un buen uso de aquella erección! Le había dicho que no quería tener nada que ver con él, pero apenas era capaz de resistir las ganas de colocarse sobre él y demostrar exactamente lo contrario.

Cuando aquella imagen pasó por su mente, por lo menos la décima vez y en cada ocasión con más urgencia, se apartó.

–No deberíamos haber empezado esto –dijo.

Aaron se tumbó entonces de lado.

–¿Por qué no? Es lo mismo que le haces a todo el mundo, ¿no?

–No, no es lo mismo.

–¿Por qué no?

–A lo mejor es porque nos hemos acostado juntos en el pasado.

–No creo que esto tenga nada que ver con el pasado –se burló Aaron–. Creo que esto tiene que ver con lo que queremos los dos ahora mismo.

Presley se secó las manos en una toalla.

–No, yo no te deseo –insistió.

Pero no fue una mentira muy convincente. Supo que no se la había creído cuando Aaron la agarró por la cintura y se sentó.

–Demuéstramelo –le pidió, posando sus manos en su pecho–. Tócame ahora que yo también puedo participar de esto. Ahora que puedo demostrarte lo que me haces sentir y devolverte las caricias.

La sábana quedó arrollada en su cintura, permitiéndole conservar cierto pudor, pero no era difícil recordar la forma y el tamaño de lo que ocultaba.

Aquel era el padre de su hijo, el hombre que veía su mente cada vez que miraba a Wyatt. Había echado tanto de menos a Aaron…

–No –susurró, pero no intentó apartarse.

Aaron le enmarcó la mejilla con la mano y le acarició el labio inferior con el pulgar.

–¿No qué?

«No me hagas temblar. No me destroces. No me recuerdes lo que era sentir que soy el centro de toda tu atención».

–Deja de fingir que me deseas –le pidió.

–Claro que te deseo.

Le rodeó la cintura con el brazo y la atrajo hacia él. Pero no la sujetó con excesiva fuerza. Ella sabía que no quería forzarla. Que prefería seducirla. Y tampoco iba a necesitar forzarla. Presley había perdido aquella batalla cuando había aceptado darle un masaje.

La precaución de Presley se desvaneció en parte en el momento en el que presionó los labios con los suyos y deslizó la lengua en el interior de su boca. Comprendió entonces que ya la tenía. Aaron la abrazó con fuerza, con la confianza con la que lo hacía en el pasado.

La sábana cayó al suelo en el instante en el que Aaron se levantó. Todavía se limitaba a besarla, pero era cada vez más agresivo. Cruzó por la cabeza de Presley una última advertencia. Tenía que detenerle. Pero el poder para actuar se esfumó antes de que tuviera oportunidad de atraparlo. La necesidad de poseerle, y de que él la poseyera, era demasiado fuerte. De modo que, cuando Aaron deslizó las manos por el interior de su camisa, a ambos les sorprendió que Presley retrocediera de un salto.

–¿Qué te pasa? –musitó Aaron–. ¿Estás bien?

Presley rio temblorosa y asintió.

–El problema es que estoy muy sensible. Hacía mucho tiempo que no me tocaban.

–¿Cuánto?

–Dos años.

–¿Llevas dos años de celibato?

Presley asintió. Lo había hecho pensando que aquella era una manera de reforzar su nuevo estilo de vida, que había sido una mejor persona durante esos meses de abstinencia. Pero no pudo menos que preguntarse si sus buenas intenciones no la habrían puesto en una posición de debilidad en el momento en el que tenía que enfrentarse a su mayor desafío.

–¿Por qué? –le preguntó Aaron.

–No he conocido al hombre indicado.

Tampoco él lo había sido. Su propia vida se lo había demostrado. Pero que el cielo la ayudara…

–En ese caso, tendremos que recuperar el tiempo perdido.

Sí, le dejaría borrar el tiempo perdido. Todos aquellos días, todas aquellas horas durante las que le había echado de menos. Si iba a caer, mejor hacerlo envuelta en llamas.

Cuando Aaron comenzó a acariciarle los pezones con los pulgares, echó la cabeza hacia atrás.

–Dios mío, sé que voy a arrepentirme de esto.

No fue consciente de que lo había dicho en voz alta hasta que Aaron se quedó paralizado. Abrió entonces los ojos y le descubrió mirándola fijamente. No podía decir lo que estaba pensando, pero ella comenzó a luchar contra las hormonas que estaban interfiriendo en su propia capacidad de pensamiento. Agarró a Aaron de las muñecas para poder apartarle las manos, pero la desilusión que vio en su rostro la hizo vacilar. Aaron la besó después, y ya fue demasiado tarde.

–No pretendías decir eso, ¿verdad? –susurró Aaron contra su boca–. ¿De qué te vas a arrepentir? Soy yo, Presley. Hemos estado juntos montones de veces.

A lo mejor tenía razón. Hacer el amor con él una vez más no supondría ninguna amenaza para Wyatt. Aaron era un hombre libre. Después, continuaría viviendo su propia vida. Quizá incluso podría ayudarla porque, en cuanto cumpliera su objetivo, no tendría ningún motivo para volver a pensar en ella.

Aaron le desató la bata y el resto de la ropa desapareció poco después. Pero Presley ya no estaba asustada, había dejado de resistirse. Aunque odiaba admitirlo, Aaron era para ella su puerto seguro más que su talón de Aquiles. Después de haber pasado la mayor parte de su vida sin un hogar, se había aferrado a él, figurativa y literalmente hablando, y no podía obligarse a renunciar.

–No hay nadie que me haga sentirme como tú –susurró mientras le rodeaba el cuello con los brazos.

–Esa es mi chica.

«Su chica». Aunque deseaba que no fuera cierto, no podía discutírselo. Pero, por lo menos, aquella vez, él parecía igualmente entregado. Aquello lo hacía todo más excitante que nunca. Presley quería hacer el amor inmediatamente. No podía esperar ni un segundo más después de haber esperado durante tanto tiempo.

Afortunadamente, no tuvo que hacerlo. Él sentía la misma urgencia. O quizá temía que pudiera echarse para atrás si tenía oportunidad. De modo que sacó un preservativo de la cartera, alzó después a Presley contra la pared y la tomó con fuerza y rapidez.

–Sí –gimió ella–, sí, así.

Aaron esbozó una sonrisa de satisfacción, mostrando el blanco resplandor de sus dientes.

–¿Te gusta? –le preguntó mientras embestía con más fuerza.

Presley se aferró a él mientras Aaron continuaba moviéndose dentro de ella.

–Sí.

–¿Cuánto?

–Mucho, demasiado –casi inmediatamente, comenzó a crecer la presión–. Hagas lo que hagas, no pares –oía la desesperación en su propia voz. Estaba ya muy cerca…

–No voy a dejarte colgada…

Le temblaban los músculos por la tensión, pero cumplió con su palabra. Cuando la oyó gritar, pareció aliviado. Después, comenzó a respirar con dificultad y él también se dejó llevar.