Capítulo 10

 

Eran las tres en punto de la tarde del lunes. Aunque Presley había estado nerviosa, pensando que Aaron podría llamar mientras estaba comiendo con Cheyenne, o después, cuando Cheyenne y Eve habían ido a ver el estudio, no había tenido noticias de él. Probablemente, pensaba que se había dejado la cartera en algún otro lugar. O tenía tanto trabajo que no pensaría en ella hasta que volviera a casa y quisiera salir a tomar algo por la noche.

Llevaba todo el día consumida por la curiosidad, pero no se había permitido ceder a ella. Se negaba a curiosear lo que llevaba en el interior. Cada uno tenía su propia vida. Pero una vez dejó a Wyatt en el parque para echarse la siesta, se concedió unos minutos de descanso y la curiosidad se hizo todavía mayor. Si ninguno iba a formar parte de la vida del otro ¿qué importaba que supiera lo que guardaba en la cartera?

Al final, la abrió.

Llevaba cerca de quinientos dólares, la mitad de lo que ella pagaba de alquiler al mes. Aunque sintió envidia, en ningún momento se le ocurrió quitárselos. Afortunadamente, robar era un vicio al que nunca le había costado resistirse: sentía demasiada empatía por las víctimas. Y la situación económica de Aaron no jugaba ningún papel en sus sentimientos. Sabía que le querría igual si no tuviera trabajo y estuviera sin un céntimo.

–Soy un caso perdido –suspiró.

Invadir la intimidad de Aaron resultó ser una pérdida de tiempo. Lo que encontró no le dijo gran cosa sobre él. Guardaba las tarjetas de crédito y el carnet de conducir, por supuesto, pero no había ni fotografías, ni notas, ni números de teléfono. La gente solía guardar ese tipo de cosas en los smarthpones, así que no fue ninguna sorpresa.

Estaba a punto de cerrar la cartera para guardársela en el bolso cuando se fijó en un compartimento que no había visto. Estaba plano, así que asumió que estaría vacío. Pero no era así. Guardaba una fotografía, una fotografía de la madre de Aaron. Presley reconoció a Wynona porque había visto fotografías suyas sobre la cómoda de Aaron.

La señora Amos era una mujer muy guapa y sus dos hijos mayores se parecían mucho a ella. Presley se preguntó si Aaron sería muy diferente de no haber perdido a su madre siendo tan joven. Si la madre de Aaron no se hubiera quitado la vida, quizá su padre no habría caído en una depresión, ni habría terminado alcohólico. Y si J.T. no hubiera sido un alcohólico, no habría apuñalado a un hombre en un bar y no habría ido a prisión. Y si no hubiera ido a prisión, Dylan no habría tenido que convertirse en el cabeza de familia con apenas dieciocho años…

No eran muchas las personas que habían tenido una infancia menos convencional que la de los hermanos Amos. Ellos comprendían lo que era perder a alguien, pero, por lo menos, habían tenido a Dylan. Cheyenne y ella no habían tenido ningún salvador. Habían tenido que arreglárselas completamente solas.

Vibró su teléfono móvil. Lo había enmudecido cuando había conseguido dormir a Wyatt, pero aquella interrupción sirvió para recordarle que lo que estaba haciendo no estaba bien.

Guardó la fotografía en su lugar antes de sacar el teléfono del bolsillo. Temía que el que llamara fuera Aaron para preguntar por la cartera en la que acababa de estar fisgando, pero era Riley. No había contestado a su mensaje de texto. Al parecer, prefería hablar sobre ello.

–¿Diga?

Salió para poder hablar en un tono normal sin despertar a Wyatt. Como no había podido dormir lo suficiente la noche anterior, había estado malhumorado y cansado y no había conseguido conciliar el sueño tan rápido como a ella le habría gustado. No quería que nada pudiera despertarle. Aquella era su oportunidad para dar un empujón a la limpieza del estudio.

–¿Presley?

Presley se sentó en un banco de madera que había a unos metros de la entrada del local.

–Hola, Riley, ¿cómo estás?

–Un poco desilusionado, si quieres saber la verdad. Yo pensaba que teníamos una cita.

Presley desvió la mirada hacia el final la calle, mirando en la dirección del taller en el que Aaron debía estar trabajando, en el caso de que no estuviera buscando un solar para montar su propio taller en Reno. No podía ver el taller desde allí. No estaba en la calle principal, pero había ido tantas veces cuando salían juntos que podía imaginarse perfectamente hasta el último detalle. Incluso habían hecho el amor en la oficina en una ocasión, estando los dos colocados.

–Lo siento.

Se produjo una ligera vacilación.

–¿He hecho algo que no te haya gustado?

–No, es solo que… tengo la sensación de que no soy el tipo de mujer más adecuado para ti.

–¿No te gustó que fuéramos Jacob y yo a verte ayer?

–¡Claro que me gustó! No tiene nada que ver con eso.

–Entonces, ¿qué te pasa? ¿Te estás agobiando? ¿Una cita te parece un compromiso excesivo? ¿No es suficientemente informal como para que te sientas cómoda? ¿Qué te parece entonces si quedamos también con Cheyenne y con Dylan?

De ninguna manera. Tendría a su hermana analizando su conducta toda la noche y diciéndole que necesitaba mostrarse menos distante, ser más cariñosa y amable. Ella era como era, nunca sería como Cheyenne. Había cosas que no cambiaban nunca.

–No necesito que vayan también Dylan y Cheyenne. Pero me gustaría que comprendieras algo.

–¿Y ese algo es…?

Una parte de ella sentía que debería hablarle de Aaron. Su conciencia le pedía que lo hiciera. Pero tenía miedo de que se lo contara a Cheyenne.

–He hecho algunas cosas en mi vida que tú no aprobarías. No estoy orgullosa de mí.

–Creía que esto ya lo habíamos superado.

–¡No lo comprendes! Yo pensaba que estaba preparada para salir con alguien como tú. Que me había convertido en… en una persona mejor. Pero no es verdad.

No pretendía hablar con tanta franqueza ni revelar sus dudas, pero allí estaba: a lo mejor no era capaz de cambiar su vida hasta el extremo que ella esperaba.

–Presley, a mí me parece que estás haciendo un gran esfuerzo para ser una buena persona.

–Sí, y es cierto –se mostró de acuerdo.

Lo había intentado con todas sus fuerzas. Había renunciado a las drogas y al alcohol y, hasta que había aparecido Aaron la noche anterior, incluso al sexo. Tras la muerte de su madre, había abandonado el pueblo, había comenzado de cero, había reconstruido su vida paso a paso, sin ningún apoyo, salvo el que Cheyenne podía ofrecerle en la distancia. Por fin había organizado su trabajo, cuidaba lo que comía y tenía una vida sana y ordenada. Y, lo más importante, hacía todo lo que estaba en su mano para cuidar de su hijo. Pero no era capaz de resistirse a Aaron, por mucho que hubiera esperado que no fuera así cuando había decidido regresar. Y aquel era un defecto fundamental que podía interferir a la hora de salir con otros hombres.

–Entonces, no entiendo el problema –insistió Riley.

–Será mejor que busques a otra persona con la que salir –pulsó una tecla para poner fin a la llamada, pero Riley volvió a llamar.

–Eso son tonterías –le dijo–. Pasaré a recogerte el viernes a las seis, así que asegúrate de estar preparada.

Presley parpadeó sorprendida cuando desconectó el teléfono antes de que hubiera podido responder.

–Es la segunda vez que he intentado advertirte –musitó con un suspiro.

Pero solo sería una cena.

 

 

Cuando Aaron vio a Presley caminando con la sillita hacia él y vestida con una camisa blanca y unos vaqueros cortados, sintió que se le tensaba el pecho. Tenía un aspecto muy saludable, parecía tener bajo control todos los demonios que la habían derrotado en el pasado. No pudo evitar sentirse orgulloso de ella. Aquella transformación no podía haber sido fácil, pero Presley lo había conseguido en solo dos años. Y lo había hecho por el amor que sentía por otra persona, su hijo, algo que decía mucho de ella.

Por supuesto, conservaba la pantera tatuada y aquel andar con el que parecía decir «he caminado sobre fuego y he vivido para contarlo», pero había tenido que ser dura para sobrevivir. Por lo que a él se refería, aquello la hacía todavía más sexy.

Aaron le había propuesto pasarse por su casa para ir a recoger la cartera, pero ella se había negado. A cambio, había sugerido que quedaran en el parque, al lado de la enorme estatua de un buscador de oro. Aaron tenía la impresión de que a Presley le daba miedo quedarse a solas con él.

Presley le dirigió una sonrisa tímida y se subió las gafas de sol mientras ponía el freno de la sillita y la rodeaba.

–Hola.

Aaron no pudo evitar mirarle las piernas. Presley no era muy alta, pero siempre había tenido unas piernas muy bien torneadas.

–Es agradable salir a estas horas, ¿verdad?

Aaron miró hacia el sol con los ojos entrecerrados.

–¡Por fin! Este año ha hecho un frío terrible.

–Ahora parece que fuera primavera, espero que dure. Creo que vendrá mucha más gente el día de la inauguración si hace buen tiempo.

Wyatt gritó y se retorció, intentando quitarse el cinturón que le ataba a la silla, pero Presley le dio uno de los juguetes de la bolsa que llevaba en la sillita para tranquilizarlo. Después, buscó en su bolso y sacó la cartera de Aaron.

–Te la he revisado –anunció mientras se la tendía.

Aaron se enderezó.

–¿Que tú qué?

El rubor tiñó las mejillas de Presley.

–Lo siento. No he podido evitarlo. Me ha podido la curiosidad.

–¿Sobre qué?

Se encogió de hombros.

–Quería saber lo que llevabas dentro.

A lo mejor debería haberse enfadado, pero Aaron se descubrió a sí mismo riéndose.

–¿Por qué lo has confesado tan rápidamente? Ni siquiera se me habría ocurrido pensar que podías haberla mirado.

–No quiero sentirme culpable por haberlo hecho. Lo siento –repitió.

Aquella falta de artificios era enternecedora, a pesar de aquella invasión a su intimidad.

–¿Y has encontrado algo interesante?

Presley vaciló un instante y después, negó con la cabeza.

–Solo lo habitual. Y no falta nada, por supuesto. Espero no haberte preocupado al decirte que te he mirado la cartera.

–No.

Aaron guardó la cartera en el bolsillo sin revisarla.

–Bueno, ya nos veremos –dijo Presley, con una sonrisa de despedida.

Comenzó a marcharse, pero él la llamó para que volviera.

–Acerca de lo de anoche…

Presley se detuvo en la acera y miró hacia derecha e izquierda para asegurarse de que no le oyeran.

–¿De verdad quieres hablar de lo que pasó anoche?

–Hay algo que no sabes. No quería decírtelo y… es posible que esté preocupado sin motivo. Pero creo que, por lo menos, deberías estar preparada.

–¿Para qué? ¿A qué viene todo esto?

–Al preservativo que utilizamos.

Presley se humedeció los labios, como si estuviera cohibida de pronto, o quizá nerviosa.

–¿Qué le pasaba?

–No estoy seguro de lo que pasó. En realidad, es algo que no me había pasado nunca, pero estaba…

–¿Cómo? –le urgió asustada y con los ojos abiertos como platos.

–Roto.

El color abandonó el rostro de Presley.

–Lo siento. Fuimos un poco más bruscos de lo habitual. A lo mejor fue por eso. O quizá estuviera defectuoso desde el principio.

Presley se tapó la boca con la mano, pero no dijo nada.

–¿Estás bien? –le preguntó Aaron.

–¡Dios mío!

–¿No lo notaste?

–No. No estaba pensando en nada, excepto en…

Se interrumpió, pero a Aaron le habría gustado oír el resto de la frase: «¿en ti?, ¿en lo que me hacías sentir?, ¿en el mejor orgasmo de mi vida?, ¿en echarte de mi casa?». ¿En qué habría estado pensando?

Apretó los dientes e intentó analizar la situación observando el lenguaje corporal de Presley.

–¿Debería estar preocupado?

–No estoy tomando la píldora, si es eso lo que te estás preguntando. No te mentí cuando te dije que no me había acostado con nadie desde hacía siglos.

Wyatt tiró su juguete al suelo y Aaron se lo devolvió.

–¿Así que tampoco llevas DIU o como sea que se llame eso?

Sabía que si no era una persona con una vida sexual activa, no lo llevaría, pero no pudo evitar preguntarlo.

Presley negó con la cabeza.

Aaron le dio una patada a un puñado de hierba antes de mirarla a los ojos.

–¿Estás preocupada?

Ella ya era madre. Aaron dudaba de que quisiera un segundo embarazo sorpresa. La posibilidad de que pudiera ser demasiado tarde le aterraba. Si Presley quería seguir adelante con el embarazo, él estaría al lado de cualquier niño que fuera de su responsabilidad, pero no era así como había planeado empezar a formar una familia, en el caso que quisiera hacerlo algún día.

–Por supuesto.

La ansiedad de Aaron se hizo mayor.

–Así que, ¿podrías estar en uno de los momentos fértiles del mes?

Presley bajó la voz todavía más.

–Para serte sincera, no tengo ni idea. Últimamente tengo una regla muy irregular, pero como no ha interferido en mi inexistente vida sexual, no le he prestado mucha atención.

Aaron soltó el aire que estaba conteniendo. Esperaba noticias más concretas.

–Siento que todo esto te afecte.

–Hacen falta dos para hacer lo que hicimos.

Agradeciendo que no le estuviera culpando a él, Aaron hundió las manos en los bolsillos.

–Me avisarás cuando… cuando despejes la duda, ¿de acuerdo?

Presley asintió en silencio, tomó la silla de Wyatt y se alejó en la misma dirección en la que había llegado.

Sintiéndose tan decepcionado e insatisfecho como la noche anterior cuando estaba sentado en la camioneta después de que Presley le hubiera echado de casa, Aaron comenzó a caminar tras ella. No podía comprender por qué su relación tenía que ser tan condenadamente tensa. Él la quería tanto como siempre. ¿Por qué no podían salir a cenar, como habrían hecho dos años atrás? ¿No disfrutaría Presley saliendo a cenar y viendo después una película?

No había dado dos pasos cuando oyó a otro tipo llamándola desde el final del parque, donde había un aparcamiento cerca de una zona comercial. Tardó unos segundos, pero al final reconoció a Kyle Houseman. Mientras se acercaba a ella para saludarla, Kyle debió de gastarle alguna broma, porque Presley le dio un golpe en el brazo y los dos se echaron a reír.

Inexplicablemente irritado por la sencillez y la sinceridad de aquel intercambio, Aaron caminó a grandes zancadas hacia su camioneta y se marchó.

 

 

Horas después de su llegada a casa desde el parque, Aaron permanecía sentado en la butaca que años atrás, cuando vivía con ellos, solía ocupar Dylan. Estaba viendo el canal deportivo con el mando a distancia en la mano. Grady y Rod estaban repantigados en el sofá. Parecían cansados después de un largo día de trabajo en el taller. El hermano más pequeño, Mack, que tenía veintitrés años, había salido con su novia. Dos equipos juveniles de baloncesto se estaban disputando un partido y Mack se lo estaba perdiendo. Pero tampoco Aaron estaba prestando demasiada atención. Le debía a Cheyenne una respuesta y tenía que averiguar cuál iba a ser.

–Estás muy callado esta noche –comentó Grady cuando el partido dio paso a los anuncios–. ¿Has encontrado ya un terreno para tu franquicia?

Tampoco había tomado ninguna decisión al respecto. Desde que se había enterado de que Presley había vuelto al pueblo, no había sido capaz de concentrarse. Primero, porque tenía ganas de verla y no paraba de pasar por su casa. Después, se había encontrado por fin con ella y la situación se había complicado mucho más de lo que esperaba.

–Todavía no –contestó.

–¿Y por qué estás tardando tanto? ¿Las opciones que tienes no son buenas?

Parte del problema era que abrir una franquicia en Reno sonaba mejor en la teoría que en la práctica. Si se marchaba de Whiskey Creek, dejaría de trabajar con sus hermanos. Y tampoco podría vivir con ellos. No tenía sentido ir y volver a diario desde tan lejos. De modo que, aunque tenía la sensación de que dejar Whiskey Creek y el negocio que había ayudado a levantar desde que era un adolescente aliviaría la tensión que había entre Dylan y él, la perspectiva de comenzar un nuevo taller estaba comenzando a resultarle cada vez menos apetecible y más triste y solitaria. Ninguno de sus hermanos quería dejar la zona. Y, sin su familia, lo único que tendría sería su trabajo. Mucho, si tenía éxito, y si pasaba suficiente tiempo en el taller como para sacarlo adelante.

–Hay algunas opciones –farfulló, haciendo un gesto con el mando a distancia–. Pero todavía no me he decidido por ninguna.

Su hermano bebió un sorbo de cerveza.

–¿Quieres enseñarme las últimas tres opciones esta semana? A lo mejor podemos decidir juntos.

Aaron agradeció el ofrecimiento, pero si llegaban hasta allí, quizá tuviera que elegir y dar el siguiente paso, que sería comprometerse económicamente. Una vez firmado el contrato y pagado el cheque, sería demasiado tarde para dar marcha atrás.

–A lo mejor, tendría más sentido limitarme a… ampliar el negocio.

–¿Aquí? –Rod y Grady se volvieron hacia él.

–¿Por qué no? –preguntó–. Tenemos más trabajo del que somos capaces de asumir. Podríamos añadir dos plataformas de pintura más y preparar a algunos mecánicos…

Grady le apoyó.

–A mí me parece bien. Nunca me ha gustado la idea de que te fueras.

–A mí tampoco –Rod le dirigió una sonrisa–. ¿Qué harías tú sin nosotros?

Aaron sabía que estaba a punto de tomarle el pelo.

–¿Perdón?

–¿Quién va a estar cerca de ti para ayudarte cuando te metas en líos?

–Me has metido en muchas más peleas de las que me has ayudado a salir.

Pero, teniendo en cuenta que él era la oveja negra de la familia, lo contrario también era cierto. Había sido una auténtica pesadilla. Todos sus hermanos deberían estar deseando deshacerse de él.

–No tantas –respondió Grady–. Pero tengo que reconocer que, si alguna vez me encuentro en una situación difícil, eres el único al que querría ver detrás de mí.

–Supongo que te referirás a Dylan, él es el profesional.

–Sí, es posible que Dylan haya sido un gran luchador, pero últimamente, está demasiado blando como para golpear a nadie.

Rod se echó a reír.

–¡Es verdad! Cheyenne le tiene tan amaestrado que antes tendría que pedir permiso.

Bromearon sin piedad sobre lo domesticado que estaba Dylan, pero, en el fondo, todos envidiaban la paz que había encontrado y, por supuesto, ninguno deseaba que la perdiera.

–Sí, pero que el cielo ayude al hombre al que se le ocurra amenazarla –añadió Aaron–. Le desgarraría miembro a miembro.

–Con nosotros también era así –señaló Rod con cierta nostalgia.

Grady aplastó la lata de cerveza vacía.

–Pero ya no necesitamos que libre nuestras batallas. Y estaría a nuestro lado si le necesitáramos.

–¿Y piensas mencionarle la idea de la ampliación a Dylan? –preguntó Rod–. ¿O quieres que se lo diga yo?

–Yo hablaré con él, si al final decido que es eso lo que quiero hacer.

No estaba seguro de que a Dylan fuera a gustarle que se quedara. A lo mejor, para él era un alivio pensar que no iban a tener que volver a trabajar juntos, al menos tan de cerca. Se pasarían clientes, aumentarían su capacidad de compra y compartirían contactos relacionados con el negocio. Era algo que ya habían acordado. Pero no sería lo mismo. Y quizá fuera mejor. Si al final él iba a ser el donante de semen de Cheyenne, quizá lo mejor para todos los involucrados en la situación fuera que se largara.

Rod iba a la cocina unos cuantos segundos después cuando la puerta se abrió de golpe. Aaron se volvió, esperando ver a Mack, pero era Dylan. Dylan había vivido con ellos durante tanto tiempo que ni siquiera se molestaba en llamar. Su nombre todavía aparecía en las escrituras de la casa.

–¡Hola Dylan! –le saludó Grady–. Estábamos hablando de ti.

–¿Y qué estabais diciendo? –preguntó mientras se acercaba al sofá.

Grady le dirigió una mirada desafiante.

–Que últimamente estás muy blando.

Dylan le dio una palmada en la cabeza.

–Sal conmigo, hermanito, y te demostraré lo mucho que me he ablandado.

Grady no era tan estúpido como para darle a su hermano esa oportunidad. Se echó a reír mientras Rod, que volvía en aquel momento con dos cervezas de la cocina, saludaba a su hermano. Ambos animaron a Dylan a sentarse a ver el partido.

Aaron permaneció en silencio durante la conversación, con los ojos fijos en la pantalla. Había estado en el taller aquel día, pero había conseguido evitar a Dylan. De hecho, no había vuelto a hablar directamente con él desde que Dylan había hecho un agujero de un puñetazo en la pared el viernes por la noche.

–No puedo quedarme –dijo Dylan–. Cheyenne está en casa. Está hablando por teléfono con Eve, pero cuando cuelgue, querrá verme allí.

Grady le dio un codazo a Rod.

–¿Ves lo que te he dicho?

–¿Qué le has dicho?

A los labios de Rodney asomó una sonrisa irónica, pero no volvió a aguijonear a Dylan.

–Tampoco es que la vayas a dejar sola para siempre. ¿A qué has venido?

–Quería hablar un momento con Aaron –enderezó el respaldo de la butaca en la que Aaron estaba sentado–. ¿Tienes un momento?

A Aaron le entraron ganas de decirle que se fuera al infierno. Pero ahogó un suspiro, le tendió a Grady el mando a distancia y siguió a Dylan hacia el patio trasero, que daba al río. No era que Aaron no quisiera arreglar las cosas. Él quería a Dylan incluso más que al resto de sus hermanos. En cierto modo, le quería como a un padre. Sencillamente, no siempre se llevaban bien. Y, para empeorar la situación, se sentía culpable por haber hecho exactamente lo que Dylan había temido que hiciera. Desde luego, Presley no estaba mejor después de su visita. Incluso era posible que estuviera embarazada.

Se rascó el cuello.

–Si esto es por lo de la otra noche…

–Lo del viernes estuvo completamente fuera de lugar, Aaron. Lo siento.

Dylan era un hombre orgulloso. Rara vez se disculpaba. Aaron apreció el esfuerzo que estaba haciendo al admitir que también él había reaccionado de forma exagerada, especialmente sabiendo que, en realidad, su hermano había hecho bien en preocuparse.

–No pasa nada. Entiendo que estés preocupado por Presley.

–No fue solo por eso.

Los pensamientos de Aaron giraron inmediatamente hacia la imposibilidad de Dylan para engendrar hijos. Pero debería haberse imaginado que Dylan jamás hablaría de algo tan íntimo. Para él, ser infértil debía de ser tan terrible como ser impotente.

–El miércoles recibí una carta de papá –anunció Dylan.

Aaron estudió el rostro de su hermano, pero, como era habitual, no expresaba gran cosa. En lo referente a J.T, los sentimientos de Dylan eran complejos. Y también los de Aaron. Solo sus hermanos más pequeños parecían capaces de mantener relación con él. Tampoco podía decirse que tuvieran mucha. Le escribían una carta de vez en cuando y en raras ocasiones iban a verle a Soledad.

–¿Qué quería? ¿Sigue pensando que saldrá este verano?

J.T. debería haber sido liberado el año anterior, pero unos meses antes, su compañero de celda le había delatado por guardar una navaja escondida bajo el colchón y le habían aumentado en doce meses la condena por posesión de arma mortal.

–Sí, y tiene intención de regresar aquí, quedarse en la casa y trabajar en el taller hasta que pueda mantenerse por sí mismo.

Se acercaron al río, que pronto crecería con el agua del deshielo procedente de las montañas de Sierra Nevada.

–Sabíamos que en algún momento tendríamos que enfrentarnos a ello. ¿A qué otro lugar va a ir? Y no solo eso, él cree que esta casa le pertenece. Fue él el que empezó a comprarla, y el que montó el negocio.

Dylan seleccionó una piedra plana y la hizo botar sobre el agua.

–Puso las dos cosas a mi nombre cuando le encerraron.

–Pero solo para que tuvieras oportunidad de conservar la casa y cuidar de nosotros.

–Cualquier padre habría intentado proporcionar un hogar a sus hijos, pero él habla como si nos hubiera hecho un gran favor. Siempre está diciendo que habría hecho mucho mejor vendiendo la casa a una agencia y sacando algo de dinero.

–¡Qué generoso! –Aaron también lanzó una piedra–. Pero se olvida de que cuando él fue a prisión, todavía no era propietario de la casa. Y después de la muerte de mamá, dejó que el negocio se hundiera.

–No creo que se merezca regresar aquí y hacerse cargo del negocio ahora que hemos convertido Amos Auto Body en un negocio de éxito.

Dylan estaba siendo muy amable al hablar en plural. Aaron no sentía que pudiera atribuirse ningún mérito por el taller, por lo menos en los años anteriores. Había sido Dylan el que había salvado el taller de la bancarrota al tiempo que intentaba mantener a todos sus hermanos en el colegio. Había conseguido sacarlo a flote aumentando las fuentes de ingresos, trabajando como luchador profesional durante los fines de semana.

Aaron miró el cobertizo. Allí guardaban las pesas y otros aparatos de gimnasia. Pero, años atrás, estaba pasando la noche allí con un amigo cuando su padre había apuñalado a Mel Hafer en un local por decir que había hecho un trabajo pésimo en su coche. Mel también le había dicho a J.T. que su pobre esposa se llevaría un gran disgusto si viera en lo que se había convertido.

–¿Papá cree que va a llegar y se va a hacer cargo de todo?

–No, el tono de la carta no es tan contundente. Es una carta humilde, conciliadora. Dice que espera que podamos encontrar la manera de incluirle. Cosas de ese tipo. Pero es un hombre que el año pasado escondió un arma mortal debajo de su colchón. ¿Cómo será dentro de unos meses, cuando haya recuperado la confianza en sí mismo? Ahora mismo es un hombre al que ni siquiera conocemos –Dylan maldijo para sí–. Y hay otro problema –añadió.

–¿Todavía puede empeorar la situación?

–Está casado, Aaron.

Aaron dejó caer la piedra que tenía en la mano.

–¿Qué? ¿Con quién?

–Con una mujer a la que conoció en una web para ponerse en contacto con reclusos.

–¿Estás de broma? ¿Qué clase de mujer se mete en una web de prisioneros para encontrar pareja?

–¿De verdad quieres que te responda?

–No –podía imaginárselo.

–Una mujer llamada Anya Sharp ha estado escribiéndole y visitándole desde hace meses. Se casaron hace tres semanas y, según papá, están deseando que le suelten para así poder empezar a vivir juntos.

–¿Aquí? –¿su padre no podía dejarles en paz? ¿Acaso no había hecho ya suficiente?–. ¿Y por qué no nos había dicho que se había casado?

Dylan lanzó otra piedra al río.

–La falta de comunicación no es solo culpa suya. Tampoco los demás hemos hecho nada para mantenernos en contacto con él.

–Grady, Rod y Mack se han estado escribiendo con él. Podría habérselo dicho a ellos.

–¿Conociendo a papá? Supongo que pensó que eso no le haría parecer tan indefenso y pisoteado por la vida como le gusta aparentar. Les está pidiendo constantemente que le ingresen dinero. Si supieran que hay una mujer que ha estado haciendo lo mismo y que ha estado disfrutando de sus visitas, dejarían de estar tan preocupados por su padre.

Aaron sacudió la cabeza. Su padre llevaba casi veinte años en prisión. Por supuesto, había sentido su pérdida cuando se había marchado, pero en aquel momento de su vida, ya no le necesitaba.

–Le van a soltar justo a tiempo de que nos hagamos cargo de él y, desde luego, eso es lo que pretende que hagamos.

–Él todavía es capaz de trabajar –repuso Dylan.

–¿Durante cuánto tiempo? De todas formas, ¿qué piensas decirle?

–Supongo que debería intentar sobornarle y pedirle que se fuera a alguna otra parte. No creo que tenerle viviendo en Whiskey Creek pueda ayudarnos en nada. Y ahora que tiene una esposa, a lo mejor se va tranquilamente si le damos algo de dinero.

–Me parece una buena idea.

–He pensado que podría serlo. Pero estoy preocupado por Mack. Siempre se pone a la defensiva cuando hablamos de papá.

–Porque cree que deberíamos perdonarle. Pero papá hizo las cosas de la peor manera posible y en el momento en el que más le necesitábamos. Por lo que a mí concierne, no le debemos nada. El taller no valía nada cuando te hiciste cargo de él. Ahora lo vale, pero han hecho falta casi veinte años de trabajo duro para levantarlo, y el trabajo ha sido nuestro, no suyo.

–¿Y la casa?

–A lo mejor podría haberla vendido. Pero también es posible que el banco hubiera terminado quedándose con ella. ¿Quién sabe? Lo único que sabemos es que has sido tú el que la ha pagado. Estamos aquí gracias a ti, no a él. Así que no tenemos por qué darle gran cosa, solo lo suficiente como para que empiece una nueva vida. Pero no permitiré que se aproveche de nosotros.

Dylan parecía indeciso.

–No creo que podamos deshacernos de él, a no ser que considere que económicamente le merece la pena.

–Y deshacernos de él es importante –concurrió Aaron–. No tanto para ti y para mí, que sabemos que no podemos confiar en él. ¿Pero Mack y los otros? Cuando leo las cartas que les manda me entran ganas de vomitar. Siempre se está lamentando por algo y pidiendo más dinero.

Dylan fue palpando el suelo con la punta del pie, buscando otra piedra.

–¿Y si le damos el dinero y se lo gasta? ¿No volverá de todas formas a pedir ayuda?

–Lo que haga con ese dinero será cosa de él.

Aaron miró hacia la casa en la que Presley vivía dos años atrás y pensó en lo que había pasado en ella cuando su madre se estaba muriendo de cáncer. Era mucho lo que habían pasado Presley y él cuando eran vecinos. Se habían apoyado el uno al otro, habían forjado un vínculo. A lo mejor era esa la razón por la que no podía olvidarla.

–Supongo que tienes razón.

–¿Y qué piensa Cheyenne? –preguntó Aaron.

La expresión de Dylan se hizo más inescrutable todavía. Se estaba comportando como si hubiera revelado algo, pero se estuviera reservando parte de la información. Él siempre intentaba cargar con la parte más pesada de los problemas a los que se enfrentaba. Aaron odiaba aquella tendencia tanto como la admiraba. Le hacía sentirse en deuda con él.

–Todavía no hemos hablado de ello.

–¿Por qué no? –presionó Aaron–. Ahora es parte de la familia, ¿no debería tener algo que decir?

–No creo que tenga ningún sentido preocuparla. Ya tiene suficiente con su propia vida en este momento.

–Te refieres a la vuelta de Presley.

Dylan arrancó unas malas hierbas que habían quedado cuando habían estado trabajando en el jardín el fin de semana anterior.

–Eso entre otras cosas.

¿Como el querer un hijo y no poder quedarse embarazada? ¿Como tener que enfrentarse a su propia decepción y, al mismo tiempo, vivir preocupada porque no sabía cómo podría tomarse su marido la noticia de que él era la razón?

Aaron clavó la mirada en el río que saltaba sobre las piedras. Dylan ya había tenido que enfrentarse a demasiadas cosas en la vida. Por lo menos, una que podría tener una gran importancia para él debería resultarle fácil. Y eso podría ocurrir si él estuviera de acuerdo en ir a la clínica que Cheyenne había mencionado.

–Eso entre otras cosas –repitió–. Yo solo quiero que sea feliz.

«Y lo será», pensó Aaron.