Cuando Presley acabó por fin en el estudio y fue a buscar a Wyatt, ya eran más de las seis, pero Dylan todavía estaba trabajando. Encontrar a su hermana sola no era del todo bueno. Eso significaba que Cheyenne podría concentrarse en ella. Y eso fue precisamente lo que hizo.
–¿Qué tal te ha ido? –le preguntó mientras sostenía la puerta.
–Mucho mejor de lo que esperaba.
En cuanto Presley entró, Wyatt gritó y salió corriendo hacia ella.
Cheyenne esperó a que Presley le agarrara y le diera un beso en la mejilla regordeta.
–¿Cuánta gente ha ido?
–He perdido la cuenta –le levantó a su hijo la camiseta, le sopló en la barriguita y sonrió al oír aquella risa que adoraba.
–¿No puedes hacer un cálculo aproximado?
Era tan satisfactorio tener a su hijo en brazos… La solidez de su peso, la suavidad de su piel, incluso el olor a champú la hacía sentir como si el resto del mundo pudiera caerse en pedazos siempre y cuando pudiera tenerle cerca. Pero cuando Wyatt se levantó la camiseta para que le hiciera reír otra vez, Presley le abrazó con fuerza. Si seguían jugando, no podría hablar, y no le parecía bien tener a Cheyenne esperando.
–Por lo menos cuarenta, a juzgar por la cantidad de masajes que he hecho –le dijo–. Tengo las manos entumecidas.
–Y no todo el mundo se ha dado un masaje.
–Es cierto. Hay gente que se ha ido porque había demasiada cola.
Cheyenne aplaudió entusiasmada.
–¡Es muchísima gente! ¿Había suficiente comida?
–Casi. Tu amiga Callie ha venido después de que te fueras, y al ver que me había quedado sin ponche y que quedaba poco de todo lo demás, ha ido a comprar más. Y ni siquiera me ha dejado pagárselo.
–Callie es una mujer maravillosa. Así que ha merecido la pena el esfuerzo, ¿no? ¿Has concertado muchas citas?
–Sí, tengo toda una semana llena y algunas citas más. No es un mal comienzo.
–¿Y las clases de yoga?
–No han tenido tanto éxito, pero he repartido todos los folletos. Ya veremos cuánta gente aparece en la primera clase del lunes.
Cheyenne la abrazó, y también a Wyatt, puesto que Presley le tenía todavía en brazos.
–¡Es fantástico, Presley! Estoy emocionada.
–En gran parte os lo debo a Dylan y a ti. Os agradezco que me hayáis ayudado a correr la voz, y que hayáis conseguido que vengan todos vuestros amigos. Y gracias por cuidar a Wyatt. Habría sido muy difícil tenerle allí todo el día.
–No tienes nada que agradecerme. Quiero a este niño tanto como tú.
Ansiosa por volver a su casa, donde podría descansar y reflexionar sobre cómo había ido el día, Presley comenzó a recoger las cosas del niño. Por lo que a su negocio se refería, se sentía aliviada y emocionada, incluso. Pero se sentía menos cómoda respecto a su vida personal. Riley no se había quedado mucho tiempo después del masaje, pero la había invitado a cenar al día siguiente y ella no había sido capaz de negarse porque lo había hecho delante de sus amigos.
–¿Lo tienes todo?
Ante el cambio del tono de voz, Presley alzó la mirada. Por alguna razón, el entusiasmo de su hermana se había desvanecido.
–¿Qué te pasa?
–¿No vas a contármelo?
–¿Contarte qué?
–Que Aaron se ha presentado en la inauguración y ha montado una escena.
Presley reprimió un suspiro. Si Cheyenne la estaba poniendo a prueba, acababa de fallarle. Pero lo único que ella pretendía era evitar aquella conversación. Implicaba demasiada falsedad y cuando mentía, temía estar volviendo a ser la misma de antes, a pesar del esfuerzo que estaba haciendo para dejar el pasado detrás.
–¿Cómo te has enterado?
–Me ha llamado Riley.
–¿Estaba enfadado?
–Confundido. Dice que Aaron se comporta como si tuviera algún derecho sobre ti.
Y, en cierto modo, lo tenía. Habían pasado juntos la noche anterior, ¿no?
–Aaron no dijo nada, no fue para tanto.
–¿Que no fue para tanto? ¡Riley dice que han estado a punto de llegar a las manos!
A los pocos segundos de que Aaron se levantara, Presley había temido que le diera un puñetazo. Pero el incidente solo había quedado en un momento de tensión, así que podía minimizarlo. Y eso era precisamente lo que pretendía hacer.
–Ha sido Riley el que ha provocado todo.
–¿Cómo?
Presley deseó no haber contado tanto. Teniendo en cuenta la fama que tenía Aaron de conflictivo y la reputación de Riley como ciudadano ejemplar, dudaba de que nadie que hubiera visto lo sucedido tuviera la misma percepción que ella. Pero, definitivamente, Riley había intentado dejar constancia de su supremacía. ¿Por qué dejar entonces que Aaron asumiera toda la culpa?
–Es difícil de explicar.
Consciente de que su hermana pretendía evitar hablar sobre lo ocurrido, Cheyenne elevó los ojos al cielo.
–Inténtalo.
–Riley y yo solo hemos tenido una cita, pero… –se interrumpió mientras terminaba de recoger los juguetes de Wyatt y se sentaba al niño en la otra cadera–, pero se comporta como si estuviéramos juntos.
–¡Eso significa que le gustas!
–Riley ha exagerado nuestra relación.
–¿Y? ¿Qué tiene eso que ver con Aaron? ¿Por qué tiene que importarle que salgas con Riley o con cualquier otro?
–Estoy segura de que no le importa. En realidad no. Era solo una manera de señalar que Riley estaba intentando marcar su terreno delante de todo el mundo.
Cheyenne frunció el ceño.
–Así que tú crees que fue culpa de Riley.
–Fue culpa de los dos. Riley provocó a Aaron y Aaron estuvo a punto de darle una lección. Eso fue todo.
–Y fue más que suficiente –Cheyenne le ató a Wyatt el zapato que se había desatado.
–Tampoco hace falta exagerar lo ocurrido –dijo Presley.
Su hermana la miró con expresión dubitativa.
–Lo que no termino de entender es qué estaba haciendo Aaron en la inauguración.
–Apareció para ofrecerme su apoyo, como todo el mundo. No podemos actuar como si nunca hubiéramos sido amigos, Cheyenne.
–Eso es cierto, pero… podría salir con otras muchas mujeres. Preferiría que se olvidara de ti.
–Y se olvidó, durante dos años. Pero ahora que he vuelto y ve que Riley tiene interés en mí, supongo que quiere asegurarse de que no se está perdiendo nada. Con el tiempo, se dará cuenta de que sigo siendo la chica que él conocía y todo se tranquilizará.
Cheyenne torció los labios.
–¿Sabes lo que pienso? Que lo que no soporta es que no quieras saber nada de él. No está acostumbrado a que las mujeres se le resistan.
Tampoco había encontrado mucha resistencia con ella la noche anterior, razón por la cual Presley no era capaz de mirar a Cheyenne a la cara.
–Sí, probablemente eso también tenga algo que ver.
–Tenerlo merodeando me pone nerviosa. ¡Wyatt es la viva imagen de su padre!
Presley no debería haberse mudado hasta que Aaron se hubiera ido del pueblo, pero sentía tanta nostalgia, estaba tan sola y tenía tal desconfianza hacia aquellos que cuidaban a Wyatt, que no había aguantado más. Y por eso se encontraba en una situación tan complicada.
Tenía también otras preocupaciones, como el hecho de que la prueba de embarazo que se había hecho la noche anterior no fuera cien por cien segura. E, incluso en el caso de que lo fuera, Aaron y ella habían vuelto a hacer el amor. Habían utilizado preservativo, por supuesto, pero siempre había alguna posibilidad de que fallara, como había pasado el lunes anterior. Y también debía de haber habido algún tipo de fallo cuando se había quedado embarazada la primera vez. Estaba viviendo peligrosamente justo en un momento en el que estaba empezando a hacer algo con su vida, ¡era una estúpida!
–Como ya hemos dicho antes, pronto se irá.
–Afortunadamente.
Presley agarró la bolsa de los pañales y se dirigió hacia la puerta.
–¿Por qué tarda tanto Dylan en llegar del trabajo?
Cheyenne la ayudó a cargar la silla.
–Últimamente tienen mucho trabajo en el taller.
–Y, aun así, ha tenido el detalle de enviar a sus hermanos a la inauguración.
–No fue él el que envió a Aaron.
–Sí, él vino después.
–Lo sé. Sea como sea, Dylan te quiere tanto como yo.
–Tienes mucha suerte al contar con él.
–Tú también encontrarás a alguien –respondió Cheyenne–. Y, a lo mejor, ese alguien es Riley.
Fingiendo no haber oído la última parte, Presley se despidió de ella y llevó a Wyatt a casa. Después, en cuanto tuvo al niño acostado, llamó a Riley y canceló la cena. Aunque él se disculpó por el incidente del estudio, ella le explicó que no era aquella la razón. Le dijo que no iba a aceptar citas durante una temporada. Tenía que concentrarse en su hijo y en su negocio.
A pesar de lo mucho que había disfrutado de la velada del viernes, experimentó una extraña sensación de liberación tras colgar el teléfono, y el alivio fue mayor cuando, esa misma noche, comenzó a tener el período.
Aaron no oyó nada sobre Presley durante casi dos semanas. Tampoco la vio. Pero pensaba mucho en ella y, a menudo, sentía la tentación de llamarla. Quería saber cómo le iba el negocio. ¿Tendría bastantes alumnos en las clases de yoga? ¿Estaría dando suficientes masajes?
Tendría que comprobarlo. Sabía lo mucho que se estaba esforzando para salir adelante y estaba preocupado por ella. Pero después de haberse dejado llevar por los celos en aquella ridícula competición con Riley Stinson el día de la inauguración, había decidido que le haría un favor a Presley manteniéndose al margen. Si ella no quería su amistad, tenía que dejarle espacio para que encontrara algo que la llenara, aunque le entraran ganas de darle un puñetazo a Riley en pleno rostro cada vez que se acordaba del beso que le había dado a Presley en el estudio.
Afortunadamente, estaba suficientemente ocupado con su propia vida. Todavía dudaba sobre si debería o no abrir una franquicia. Estaba preocupado por la carta que Dylan y él le habían enviado a su padre, temía que no fuera suficiente para convencer a J.T. de que se fuera a otra parte. Y cuando no estaba pensando en alguno de aquellos asuntos, estaba intentando averiguar cómo conseguir que Cheyenne se quedara embarazada sin hacer nada que pudiera hacerles sentirse incómodos en el proceso.
Hasta el momento, Cheyenne no había conseguido encontrar una clínica que le permitiera ser inseminada de manera artificial sin la autorización de su marido. Le había pedido que se hiciera pasar por su pareja, pero él no estaba dispuesto a llegar tan lejos. Temía que el médico, o alguna enfermera, le invitaran a ser testigo del proceso y terminara viendo partes del cuerpo de su cuñada que nunca había pretendido conocer. Estaba dispuesto a ayudarla, pero no quería que aquellas imágenes se le quedaran grabadas en el cerebro. Aunque estaba intentando abordar aquel tema de una manera práctica e impersonal, aquello le parecía excesivamente intrusivo e irrespetuoso hacia Dylan.
Como alternativa, habían considerado la posibilidad de que Cheyenne dijera ser una mujer soltera, pero ya había consultado con todas las clínicas de la zona y tenía miedo de que relacionaran la nueva consulta con la anterior. Todavía había mucha gente que recelaba de que una mujer soltera pudiera ser inseminada de manera artificial, razón por la cual Cheyenne había reconocido desde el primer momento que estaba casada.
La última vez que había hablado con Cheyenne, todavía estaban preguntándose por el camino a seguir. Ella había dicho que seguiría investigando. Por eso, cuando Dylan llamó a todos los hermanos para que se reunieran en la parte de delante del taller durante una tarde de primeros de abril y les recibió con una sonrisa ancha y una botella de champán, Aaron no tenía ni idea de por qué estaba tan contento.
–¿Qué pasa? –preguntó Grady.
Aaron esperó junto al resto de sus hermanos la respuesta, pero Dylan no dijo nada. En cambio, les tendió a cada uno de ellos un vaso y sirvió ceremoniosamente el champán.
Al parecer, los mejores recipientes que Rod había podido encontrar eran los vasos de cartón rojo del dispensador de agua fría.
–¿Vas a decirnos lo que estamos celebrando?
El último en reunirse con ellos, Mack, se quitó las gafas protectoras y se abrió paso entre sus hermanos.
–¡No me digas que papá va a salir pronto de prisión!
Aaron y Dylan intercambiaron una mirada que evidenciaba que no estarían brindando con champán si fuera ese el caso, pero Dylan contestó:
–No es tan emocionante.
Al advertir el sarcasmo en su voz, Marck saltó:
–No comprendo por qué no queréis verle ni hablar con él. Ya han pasado casi veinte años, ha pagado por sus errores. ¿Por qué no podemos darle otra oportunidad?
–El mejor indicador de la conducta del futuro es la conducta del pasado –respondió Dylan–. Pero podemos hablar de papá más tarde. Por favor, no me estropees este momento, hermanito.
–¿Te ha tocado la lotería? –preguntó Rod.
–Para que me tocara la lotería, tendría que jugar –respondió Dylan.
–¿Entonces qué es?
Aquella pregunta la hizo Mack, que estaba ya suficientemente intrigado como para dejar pasar el asunto de su padre.
–Cheyenne está embarazada –Dylan sonrió de nuevo, como si, sencillamente no fuera capaz de dominarse–. ¿No os parece increíble? ¡Vamos a tener un hijo!
Aaron cerró la boca antes de que la barbilla le golpeara el suelo. ¿De qué demonios estaban hablando? La última noticia que tenía era que Cheyenne todavía estaba buscando una clínica. ¿Qué habría cambiado? ¿Al final no le necesitaba?
Quería sentir alivio. Pero crepitaba en su interior una cierta inquietud. El hecho de que se hubiera quedado embarazada y no le hubiera puesto ni siquiera un mensaje era, como poco, extraño.
–Yo ya me estaba preguntando cuándo pensabais empezar –Rod alzó su vaso–. ¡Felicidades!
Dylan le miró con el pecho henchido de orgullo.
–Estoy tan contento que podría morir aquí mismo.
Eso, dicho por el estoico de su hermano, era mucho decir.
Como Aaron, demasiado asombrado como para reaccionar, no elevó su vaso, Grady le dio un codazo.
–¿Y a ti qué te pasa?
Se aclaró la garganta.
–Nada. No me pasa nada. Es solo… que, estoy emocionado por Dylan –alzó su vaso de cartón–. Salud.
–Vamos a ser tíos –dijo Mack.
Rod le palmeó la espalda a su hermano.
–¿Tú qué prefieres, un niño o una niña?
–Cualquiera de las dos cosas. Lo único que quiero es que sea un niño saludable –Dylan bajó su vaso–. Pero si me dieran a elegir, creo que ya hay suficientes hombres en la familia. Me gustaría más tener una hija.
–¿Cuándo nacerá? –preguntó Grady.
–Todavía no lo sé –respondió Dylan–. En realidad, la noticia no es oficial. Cheyenne tiene que ir al médico. Pero esta mañana se ha hecho la prueba y ha salido positiva.
«Todavía no es oficial», Aaron fijó la mirada en su bebida. ¿Habría algún motivo para ello?
–¿Y esas pruebas son fiables? –preguntó.
Dylan se encogió de hombros, pero era evidente que estaba más al tanto de lo que aquel gesto hacía parecer.
–Se supone que sí.
Desde luego, Aaron esperaba que lo fueran. Él confiaba en el resultado de la que se había hecho Presley. Y estaría encantado de poder abandonar su compromiso con Cheyenne.
¿Pero sería cierto?
–Por la chica que le robará el corazón a Dylan –Mack alzó su copa.
Aaron se unió al brindis y fingió disfrutar del momento. Pero en cuanto se acabó el champán y se pusieron todos a trabajar, se escapó para llamar a Cheyenne.
–¿Es verdad? ¿De verdad estás embarazada? –le preguntó en cuanto contestó.
Rezó para que dijera que sí, pero la vacilación de su respuesta tensó todavía más los nudos que tenía en el estómago.
–¿Cheyenne?
–No, pero tenía que decirle a Dylan que lo estaba. Pensaba ir al médico el lunes. Me lo comentó ayer por la noche, lo mencionó como de pasada. Me he pasado la noche dando vueltas en la cama, intentando imaginar qué podía hacer. Tenía que darle algún motivo para anular la visita al médico antes de que fuera demasiado tarde.
–¡Mierda! –Aaron se apretó el puente de la nariz.–. Vas a acabar conmigo.
Ya no había manera de dar marcha atrás. Tampoco es que pensara hacerlo, pero, hasta entonces, por lo menos era una opción. Y lo peor de todo era que cada vez estaban más presionados por la falta de tiempo. Tenía que ayudar a Cheyenne a quedarse embarazada, y tenía que hacerlo antes de que tuviera la siguiente regla para evitar que su hermano terminara devastado.
–Lo siento, Aaron –dijo Presley–. No quería mentirle, pero… Sentí que no tenía otro remedio.
Aaron dio una patada a una piedra que había sobre la grava de la zona que servía como área de estacionamiento.
–Cheyenne, creo que deberías contarle lo que estamos haciendo. Mira, todavía no has encontrado la clínica.
Y no había ninguna garantía de que lo hiciera. Sobre todo teniendo que hacerlo todo tan rápidamente.
–Eso es verdad. Es posible que haya una manera de superar ese obstáculo, pero…
Fue aquel «pero» el que le puso nervioso. Cuando Cheyenne se interrumpió, supuso que estaba intentando reunir valor para decir lo que pretendía.
–¿Qué te parecería si hiciéramos la inseminación nosotros mismos?
Aaron enderezó la espalda.
–¿Qué? ¿Cómo? ¿Dónde?
–No te asustes. Es, básicamente, lo mismo. No tiene por qué participar un médico. Podríamos hacerlo esta misma noche en casa de Presley.
–¿Estás considerando la posibilidad de recoger mi semen e inseminarte tú misma?
–Sí. Lo llaman auto inseminación con jeringuilla, por razones obvias.
Aaron intentó olvidar la imagen que aquellas palabras evocaban.
–Supongo que preferiría no oír los detalles.
–Entendido –respondió Cheyenne con una risa nerviosa–. Lo siento. Pero… tendría muchas ventajas. Para empezar, es gratis. Y si no funciona, no es difícil repetir el proceso. No tendríamos que esperar hasta que nos dieran otra cita. ¿Qué me dices?
Aaron se frotó las sienes. ¿Cómo habría podido meterse en ese lío?
–¿Qué alternativas tengo?
–Podemos seguir buscando una clínica con la esperanza de llegar a encontrarla. Pero si tardamos demasiado tiempo…
–Tendrías que decirle a Dylan que no estás embarazada.
–Sí.
Aaron recordó a su hermano caminando orgulloso por el taller y sirviendo champán y supo que, si eso ocurriera, no podría soportarlo. Mierda.
–¿Entonces qué me dices? –le urgió Cheyenne.
La primera vez que le había mencionado aquel último recurso, Aaron había pensado que se opondría. Pero, por incómodo que le hiciera sentirse aquella propuesta, en cierto sentido, también era un alivio. ¿Por qué no acabar con todo aquel asunto cuanto antes? Pasar unos minutos en una casa en vez de tener que meterse en una clínica, donde tendría que enfrentarse a un montón de papeleo y a toda suerte de preguntas incómodas le parecía estupendo. A lo mejor, tenían suerte y aquella auto inseminación casera funcionaba a la primera. Así podría zanjar todo aquel asunto. Y, lo mejor de todo, nadie lo sabría, excepto ellos tres. Lo que iban a hacer no figuraría en ningún informe médico, de modo que la posibilidad de descubrirlo sería mucho más remota. Era un método más seguro. Y menos caro para Cheyenne. Una casa particular resultaba mucho más fácil y conveniente para todos.
Maldita fuera, si de verdad fuera tan fácil como sonaba, sería él el que llevaría el champán al trabajo. Además, si aceptaba inseminarse en casa de Presley, podría volver a verla. Estaba tan cerca y, al mismo tiempo, tan ausente de su vida, que le estaba volviendo loco.
–Hecho. ¿A qué hora?
–Todavía no le he preguntado a Presley si podemos utilizar su casa, pero no creo que le importe.
Aaron tenía que volver al trabajo antes de que sus hermanos comenzaran a buscarle.
–Ponme un mensaje diciéndome si sí o si no y si quieres que vaya, dime a qué hora.
–Lo haré. Hoy la última clase de yoga empieza a las siete, así que supongo que Presley podrá estar en casa a las ocho y media.
Aaron estaba ya a punto de colgar, pero vaciló.
–Dylan también estará en casa a esa hora, ¿qué le dirás?
–Le diré que Presley necesita que vaya a cuidar a Wyatt durante una hora mientras ella da el último masaje.
–¿Y si te dice que lleves a Wyatt a vuestra casa?
–Le convenceré de que el niño está más contento en su propia casa.
–Es posible que quiera acompañarte.
–En ese caso, tendremos que suspender la cita e intentarlo otra vez mañana o pasado mañana.
Siempre podía enviarle un mensaje en el último momento. Eso no supondría ningún problema. Lo último que quería era que Dylan apareciera cuando estaban en medio de todo aquel lío.
–Muy bien.
–Gracias, Aaron. No sabes cuánto te lo agradezco.
Aaron miró hacia el sol con los ojos entrecerrados. El frente frío que había llegado en marzo parecía haber desaparecido para siempre. Aquel parecía que iba a ser un día muy cálido.
–Sabes que ha traído champán al trabajo, ¿verdad?
Se produjo un incómodo silencio. Al final, Cheyenne contestó:
–Sí, intenté convencerle de que esperara hasta que el médico confirmara el embarazo, pero estaba demasiado emocionado.
Aaron suspiró.
–Espero que pueda seguir estándolo.