Capítulo 16

 

La pista de baile no era muy grande, pero había espacio suficiente como para que Aaron y ella no tuvieran que bailar el uno al lado del otro. Presley solo podía pensar que Aaron la estaba atosigando a propósito.

Riley le ignoró por completo. Y Aaron y ella se dirigieron alguna mirada, pero no hablaron.

Al final, Presley cerró los ojos y posó la cabeza en el hombro de Riley. En respuesta, él tensó los brazos a su alrededor, pero la verdad era que Presley no le estaba enviando ninguna señal; solo estaba intentando evitar ver a Aaron con aquella morena voluptuosa que se aferraba a él como una boa constrictor. Recordaba con todo lujo de detalles lo que era estar en sus brazos, lo confiadamente que se movía Aaron con la música, recordaba su cuerpo contra el suyo como si estuvieran hechos el uno para el otro. Riley era muy buen bailarín. E incluso podía encontrarle atractivo. Pero no era lo mismo.

Durante un segundo, Presley incluso creyó estar aspirando la fragancia de Aaron, como si fuera él, y no Riley, el que la estaba abrazando. En ese momento, se separó de Riley y dijo que tenía que ir al cuarto de baño.

–No permitas que te obligue a marcharse.

Presley sonrió.

–No, ahora mismo vuelvo.

Riley no parecía muy convencido, pero aceptó la excusa sin protestar.

–Muy bien. Yo volveré a la mesa.

Con un asentimiento de cabeza, Presley corrió hacia el pasillo desierto que había detrás de la barra, donde tomó aire antes de correr a refugiarse en el cuarto de baño. Afortunadamente, estaba vacío; necesitaba tiempo para recomponerse.

Estaba apoyada en el lavabo, intentando tranquilizar su palpitante corazón, cuando se abrió la puerta. Alzó la mirada, esperando ver a una mujer dirigiéndose hacia alguno de los cubículos, pero vio a Aaron.

–¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó–. ¡No puedes entrar aquí!

–No me quedaré mucho tiempo. Yo solo… quería tener una oportunidad para decirte –buscó con esfuerzo las palabras más adecuadas–. Siento cómo me comporté el día de la inauguración. No pretendía arruinártela.

Presley se clavó las uñas en las palmas de las manos, temiendo tenderle los brazos. Si lo hacía, sería demasiado fácil dejarse llevar y terminar haciendo el amor en el cuarto de baño. Cuando aquel pensamiento cruzó su mente, sus ojos volaron hacia el cerrojo de la puerta y Aaron pareció tener un impulso similar.

Pero Presley jamás le haría algo así a nadie en una cita. Por lo menos, en aquella nueva etapa de su vida, gracias a Dios.

Haciendo un enorme esfuerzo, alzó la mano con el clásico gesto de stop.

–No la arruinaste. Además, sé que la culpa no la tuviste solo tú.

Aaron pareció aliviado.

–Pero todavía sigues saliendo con Riley. Así que te gusta, ¿no?

–Más o menos.

–¿Más o menos?

–Ahora mismo no sé ni qué ni quién me gusta –forzó una sonrisa–. Pero parece que tú has encontrado a una chica guapa.

–¿Quién?

Presley arqueó las cejas.

–¿No estabas bailando con alguien?

–¡Ah, Bobbi! Es una amiga de Mack.

–Parece estar deseando ser tu amiga también –¿no lo estaban todas? Ella lo había visto muchas veces.

Aaron se encogió de hombros.

–Es demasiado joven para mí.

–Aquí hay muchas más mujeres atractivas.

–No lo he notado.

–Tendrás que fijarte.

–¿Por qué molestarme? No soy capaz de apartar la mirada de ti.

Lorna Mae, una mujer que trabajaba en la panadería, entró antes de que Presley pudiera responder y estuvo a punto de golpear a Aaron con la puerta.

–¡Ay! –a aquella entrada le siguió una risa cargada de alcohol–. ¿Interrumpo algo?

Un músculo se tensó en la barbilla de Aaron. Presley comprendió que estaba frustrado por haber perdido la intimidad que hasta entonces tenían.

–No, de todas formas ya me iba –respondió Aaron y salió.

Cuando Presley volvió a la pista de baile, Aaron ya se había ido de la barra. Pero Riley estaba donde había dicho que estaría, esperándola en la mesa.

Se levantó al verla.

–¿Estás bien?

Presley asintió.

–¿Qué quería decirte Aaron? He visto que salía detrás de ti.

–Nada en especial. ¿Qué ha hecho cuando ha vuelto?

–Susurrarle algo a su hermano. Después, se han levantado todos y se han ido.

–Riley, lo siento –le dijo–. Debería haber sido más sincera contigo respecto a Aaron. Pero, después de dos años, pensaba que para mí no sería ningún problema verle de vez en cuando. Que podría mantener la distancia y que no tendríamos mucho contacto. Pero desde que he vuelto, yo… Las cosas no han ido como me imaginaba.

Riley frunció el ceño.

–Porque no para de rondarte, haciendo ver que tiene algún interés en ti. Pero podría salir con otras muchas mujeres, mujeres que no tienen tanto que perder como tú. No dejes que te utilice, Presley.

–Aaron no es un hombre que utilice a la gente, Riley. Es demasiado sensible para hacer algo así, demasiado independiente.

Lo único que consiguió con aquella declaración fue que Riley la mirara con expresión escéptica.

–Es posible que no te lo creas –añadió–, pero cuando nos acostábamos, no era porque él me insistiera. Era yo la que le instigaba.

–¿Te estaba haciendo un favor?

Advirtió el deje de ironía en la voz de Riley. Él nunca lo comprendería porque no conocía a Aaron tan bien como ella. Pero le estaba diciendo la verdad. Ambos estaban desesperados cuando ella se había aferrado a Aaron. Su amistad había nacido de la bondad del corazón de Aaron, que después le había permitido presionar más de lo que habría debido para que aquella amistad siguiera adelante. Presley no era tan tonta como para pensar que él no disfrutaba del placer físico. Eso era incuestionable. Sobre todo porque ambos habían aprendido a satisfacer plenamente las necesidades del otro. Pero aquello no cambiaba el hecho de que había sido ella la que había provocado la relación sexual. Había sido ella en el primer momento y también había sido ella la que la había continuado. Cuando se había presentado en su casa el día de la muerte de su madre, Aaron había perdido la paciencia y, por esa razón, ella había abandonado Whiskey Creek. Siempre había temido que algún día la abandonara.

–Él me aprecia –le explicó a Riley–. Pero no quiere lo mismo que yo.

Y, en esa clase de relación tan obsesiva, se terminaba perdiendo el respeto por uno mismo.

–No estoy intentando menospreciarle, Presley. ¿Pero qué más te da que te aprecie? Es obvio que con eso no basta, si no, tu situación sería diferente.

–Quieres decir que querría casarse conmigo.

–¿Por qué no? ¿Por qué no iba a querer pasar el resto de su vida contigo? ¿Ser el padre de tu hijo?

Él era el padre de su hijo, de hecho, razón por la cual le resultaba todavía más difícil distanciarse de él.

–Dylan también era así –arguyó Presley–. Huía de todo tipo de compromisos, hasta que conoció a Cheyenne. Pero eso no significa que fuera una mala persona.

–No, no lo era. Yo tampoco he querido casarme nunca con ninguna de las mujeres con las que he salido. Estoy seguro de que Aaron terminará enamorándose algún día, cuando encuentre a la mujer adecuada. Si es que la encuentra. Pero…

Se interrumpió un instante y Presley imaginó que era porque temía haber llevado su sinceridad demasiado lejos.

–Pero si esa mujer fuera yo, a estas alturas ya lo sabría –terminó Presley por él.

Riley suspiró.

–Eso es lo que creo. Y lo creen también Dylan y tu hermana.

–¿Cheyenne te advirtió de que… de que era posible que todavía sintiera algo por Aaron?

Los imaginó hablando de su situación por teléfono y aquello le dolió. Su hermana era su confidente. No quería tener la sensación de que Cheyenne le estaba pasando información a Riley.

–Sí –admitió Riley–. No me he metido en esto a ciegas, así que por eso no tienes que preocuparte. Si lo único que puedes ofrecerme es amistad, me conformo con eso. A lo mejor, nuestra relación progresa algún día, o a lo mejor no. No voy a presionarte. Pero, antes o después, tendrás que olvidar a Aaron –le guiñó el ojo–. Por lo que a mí concierne, preferiría que fuera antes.

–A veces tengo miedo de no llegar a superarlo nunca –confesó.

Riley le tomó la mano.

–Quizá no sea yo, pero seguro que encontrarás a alguien que pueda llenar ese vacío. Así que… –se levantó–, ¿quieres que volvamos a la pista de baile?

Presley deslizó los dedos entre los suyos y asintió.

 

 

–¡Vaya! Desde luego, esta noche has estado de lo más divertido –le reprochó Mack a Aaron al salir de casa de Lana, adonde habían ido después de estar en el Sexy Sadie’s–. Y no has querido salir durante más de, ¿cuánto? ¿Una hora y cuarenta minutos?

Aaron miró malhumorado a su hermano.

–Estoy cansado, ¿vale?

Mack apoyó el brazo en el volante.

–¡Ni siquiera has hablado con Bobbi!

–¡Todavía está estudiando! ¿Qué se supone que tenía que preguntarle? ¿Qué quieres ser de mayor?

–A ella no le importa que seas mayor que ella. Dice que estás muy bueno.

–Diez años son muchos –respondió Aaron secamente.

–¿Desde cuándo eres tan exigente a la hora de salir de fiesta? Bobbi no pretende casarse contigo. Solo quería pasar un buen rato.

Aaron se aflojó el cinturón de seguridad.

–Supongo que ya he pasado la etapa de las aventuras de una noche.

Mack se detuvo ante un semáforo.

–¿Eso quiere decir que estás pensando en una relación seria? ¿Tú? ¿El más juerguista de la familia?

Aaron evitó la primera pregunta, pero contestó a la segunda.

–Por si no lo has notado, ya no salgo tanto como lo hacía antes.

–Porque…

–Porque al cabo de un tiempo, todo comienza a parecer… repetitivo. Tienes la sensación de que estás en la misma fiesta una y otra vez.

–Genial. Muy esperanzador.

Mack ya estaría casado para cuando llegara a los veinticinco años. Siempre había tenido novia.

–A todos nos pasa –dijo Aaron.

Su hermano lo miró con el ceño fruncido.

–¿Pero tienes que haber elegido precisamente esta noche para madurar?

Aaron sabía que Mack estaba disgustado porque no había sido capaz de ser más agradable durante la velada, pero no pudo evitar una carcajada.

–Mejor tarde que nunca.

Cuando el semáforo se puso en verde, Mack pisó el acelerador y condujo en silencio durante el resto del trayecto. No volvió a decir nada hasta que llegaron al camino de entrada a la casa.

–¿Por eso todavía hablas de marcharte? –le preguntó–. ¿Estás aburrido y necesitas nuevas experiencias, nuevos desafíos?

–A lo mejor.

Tenía que admitir que estaba buscando… algo. Lo que quisiera que pudiera llegar a su vida.

–No sé qué puedes encontrar en Reno que mejore lo que tienes en Whiskey Creek, sobre todo cuando nosotros estamos aquí.

Mack se había opuesto a la idea de que Aaron se marchara desde el principio. Él se aferraba a todos aquellos a los que quería. Pero también era el hermano favorito de Dylan y, en otra época, eso había sido motivo de celos para Aaron. Aaron siempre había estado de más. Por supuesto, jamás había utilizado aquello en contra de Mack. No podía. Le quería demasiado. Pero no podía esperar que su hermano lo comprendiera.

–No es muy probable, no –admitió Aaron–. Pero he decidido cambiar. Tengo ganas de intentar vivir solo.

–¿Por qué?

–Ya es hora.

Por fin había tomado una decisión, comprendió. Se habían acabado las dudas. Sabiendo que su padre estaba a punto de volver y que había una madrastra dándole la lata a Dylan, pidiéndole una oportunidad de ser bienvenida a la familia, prefería retirarse y evitarse problemas.

Mack le miró con el ceño fruncido.

–No me hace ninguna gracia.

–No me iré muy lejos.

–Estar a tres horas de aquí tampoco es estar cerca. Todo va a cambiar.

Mack ni siquiera sabía que iba a tener una madrastra. Aquello sí que iba a representar un cambio. Pero Dylan y él todavía no habían contado nada a nadie. Esperaban poder retrasar el encuentro de Anya lo suficiente como para que J.T. estuviera fuera de prisión la primera vez que se reunieran con ella. En realidad, esperaban que J.T. se divorciara antes de que llegara ese momento, pero si no lo conseguían…

Por supuesto, había alguna ligera probabilidad de que Anya pudiera mejorar a J.T. Aquel sería el mejor de los escenarios posibles, pero, saber cómo se habían conocido, o, mejor dicho, el hecho de que, en realidad, no se hubieran conocido, no animaba a concebir demasiadas esperanzas.

Mack echó el freno de mano y apagó el motor.

–¿Cuánto tiempo piensas seguir aquí?

Aaron abrió la puerta.

–Alrededor de dos meses.