Capítulo 19

 

Mientras Aaron permanecía ante la puerta de Dylan, preguntándole a su hermano que si tenía un momento para hablar, pudo ver a Cheyenne asomándose tras él, cerca de la cocina. No era difícil darse cuenta de que estaba nerviosa. Pero él no podía decir ni hacer nada para aliviar su ansiedad. Aunque comprendía que la lealtad hacia su hermana era más fuerte que la que le debía a él, aquel no era un asunto menor. Estaban hablando de un hijo. Su hijo. Cheyenne le había ocultado la paternidad de Wyatt durante dos años. Y, para colmo, había tenido el valor de llamarle pidiéndole ayuda, de decirle que confiaba en él más que en ninguna otra persona. ¿Cómo esperaba que se sintiera?

¿Utilizado? Porque aquella palabra resumía muy bien sus sentimientos.

–Claro –dijo Dylan–, pasa.

Aaron sacudió la cabeza.

–Preferiría que fuéramos a dar una vuelta, si no te importa.

Dylan parpadeó con extrañeza. Aaron jamás le había pedido que saliera de casa para hablar. Normalmente, si tenían algún tema que comentar, lo resolvían en el trabajo o por teléfono. Pero no vaciló.

–Ahora mismo vuelvo –le dijo a Cheyenne.

En cuanto estuvieron los dos en la camioneta, le preguntó a su hermano:

–¿Qué te pasa?

Aaron puso el motor en marcha, condujo dos manzanas más allá y aparcó. No tenían por qué ir muy lejos. Lo único que necesitaban era unos minutos de privacidad.

–Acabo de salir de casa de Presley.

Dylan se esforzó en mantener una expresión neutral.

–Ya dejaste muy claro que pensabas hacer lo que quisieras en lo que a Presley se refería, así que no entiendo por qué me lo estás contando.

–Porque no he ido allí por el motivo que piensas.

–¿Entonces por qué has ido?

Aaron tomó aire.

–He ido allí para ver a mi hijo.

La máscara de tranquilidad del semblante de Dylan se quebró.

–¿Tu hijo? ¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo?

–Wyatt es hijo mío.

–¿Y no has hecho una maldita cosa para apoyarle, o para apoyar a Presley?

–Me he enterado hoy.

–Mierda –Dylan se frotó la frente–. ¿Estás seguro?

–Pediré una prueba de paternidad para asegurarme. Pero no es difícil de creer, ¿no te parece?

–Ahora que lo dices, no, pero ya habíamos hablado de esto antes, cuando supimos que estaba embarazada. Tú me dijiste que el niño no podía ser tuyo, que siempre que habías estado con ella habías utilizado preservativo.

–Y es cierto.

Hasta donde él sabía, siempre había funcionado, al menos hasta que habían vuelto a encontrarse.

–¿Entonces cómo…?

Aaron se encogió de hombros.

–Ningún método es completamente seguro. Tú también recibiste clases de educación sexual cuando estabas en el instituto. Y ni siquiera la píldora es cien por cien segura en todas las situaciones.

–Pero tú creías que ella…

–Completamente. Y teniendo en cuenta lo que pasó cuando se fue de aquí, lo que vosotros mismos habíais insinuado y lo que ella decía sobre el padre del niño, lo acepté sin cuestionarlo.

Dylan apagó la radio. Aaron ni siquiera se había dado cuenta de que estaba encendida.

–De acuerdo, pero Presley ha pasado por una situación muy difícil. Ha habido meses en los que solo comía pasta para que Wyatt pudiera tener todo lo que necesitaba. ¿Por qué iba a mentir si podría haber contado con tu ayuda? Tú siempre has tenido más dinero que ella.

Aaron negó con la cabeza.

–Eso es lo que no comprendo. Dice que me estaba haciendo un favor. Que, de todas maneras, yo no habría querido el niño. ¿Pero por qué no me dio la oportunidad de decidir eso a mí?

–En aquel momento, no estaba en una situación fácil.

Aunque era cierto, a Aaron le costaba reconocerlo. Estaba demasiado enfadado.

–A lo mejor pensó que ibas a ser una fuente de problemas –dijo Dylan–. Que tendría que ir a los tribunales para obligarte a hacerte cargo del niño.

Aaron se rascó la mejilla.

–Pero yo era tan responsable como ella del embarazo, ¿por qué no iba a estar dispuesto a hacer lo que me tocaba?

–¿Y ahora?

–Todavía estoy dispuesto. Pero ella no quiere aceptar mi ayuda. Lo único que quiere es que renuncie a mis derechos como padre.

Los ojos de Dylan reflejaron el momento en el que creyó comprender lo que había pasado. Pero no reaccionó tal y como Aaron habría esperado.

–¡Ah! Ahora lo entiendo.

–¿Qué es lo que entiendes?

–No es que tuviera miedo de que no quisieras a Wyatt, sino de que le quisieras.

–¿Qué?

–Sabía que la ayudarías, Aaron. A lo mejor, nadie más se dio cuenta, pero yo estaba viviendo contigo. Me acuerdo de cómo la cuidabas. Seguro que, en parte, esa es una de las razones por las que se enamoró de ti. Pero piensa en ello… un hombre dispuesto a participar económicamente en la crianza de un niño, es muy probable que insista en involucrarse también en la vida de ese niño.

–¿Y no es eso lo que se supone que tendría que hacer? –preguntó Aaron–. ¿No es eso lo mejor para el niño? ¿Por qué involucrarme en la vida del niño podría ser malo?

–Esa no es la cuestión. Tú siempre has tenido más recursos que ella. A lo mejor, dos años atrás, no estabas en la situación en la que te encuentras ahora, pero aun así, tenías una vida mucho más estable que la de Presley. Tenías un trabajo, una casa y una familia. La madre de Presley acababa de morir. Cheyenne, su única hermana, estaba pensando casarse. Y tú no querías mantener con ella la misma relación que ella quería mantener contigo. Cuando se fue de aquí, no tenía nada, ni siquiera una manera de ganarse la vida.

Aaron se frotó las sienes. Dylan acababa de describir una imagen dramática. Pero Aaron se había preguntado por Presley y por lo que había pasado en aquel momento de su vida muchas veces. Se había atormentado pensando en cómo la había tratado, había deseado que volviera para poder ser más amable con ella. Pero, de alguna manera, Presley había sido capaz de superar todo aquello. Y de superar también lo que sentía por él. Últimamente, ni siquiera quería relacionarse con él. ¿Qué opciones le quedaban después de haberse enterado de lo de Wyatt?

–¿Entonces qué tengo que hacer?

Dylan tardó un momento en contestar.

–Wyatt es un gran niño, Aaron. Yo me lo pensaría mucho antes de renunciar a él.

–Si no renuncio a él, Presley y yo tendremos que encontrar la manera de compartirlo. Y no creo que le haga mucha gracia.

–Ahora tiene miedo, pero encontraréis la manera de manejar la situación de una manera justa.

Aaron se movió incómodo en su asiento.

–Yo pensaba que querías que me alejara de ella.

Dylan se pasó la mano por la barbilla, frotando su incipiente barba.

–Eso era antes.

–Hace solo unos días, sentías una gran lealtad hacia ella.

–Y continúo siendo leal a ella. Es mi cuñada. Pero tú eres mi hermano. Supongo que esa es la razón por la que Cheyenne no me lo dijo.

–¿Entonces eres consciente de que ella lo ha sabido durante todo este tiempo? ¿Y no estás enfadado con ella?

–No. Me alegro de que no me haya puesto en la situación de tener que elegir. Supongo que sabía que te lo diría.

Aaron sonrió. Por supuesto, Dylan se lo habría dicho. Él siempre había velado por su interés.

–Admito que fue duro ayudarme a salir adelante. Y que todavía chocamos de vez en cuando. A veces, no sé ni de dónde me sale tanta rabia. Pero…

Quería decirle a su hermano que apreciaba todo lo que había hecho por él, que le quería. Jamás había sido capaz de expresarlo abiertamente. Y había habido muchas veces en las que ni siquiera se lo había demostrado. Y, sin embargo, Dylan había estado allí durante todo aquel tiempo, dispuesto a interponerse entre él y cualquier amenaza.

–¿Pero qué? –preguntó Dylan.

De alguna manera, las palabras parecían haberse quedado atascadas en la garganta de Aaron. No podía hablar sin derrumbarse, y, por supuesto, no estaba dispuesto a quebrarse. Tragó saliva, intentando dominar sus sentimientos antes de que los pusieran a ambos en una situación embarazosa. Pero en cuanto Dylan se dio cuenta de lo que estaba pasando, salió en su rescate.

–Tranquilo, lo sé –le dijo, y le dio un apretón en el hombro antes de salir.

–Volveré a casa andando.

Las lágrimas llegaron de todas formas, pero, por lo menos, estaba solo.

 

 

Cheyenne se movió nerviosa al oír que la puerta se abría y se cerraba. Dylan había vuelto, ¿pero estaría enfadado? Ella jamás le había ocultado nada, salvo la paternidad de Wyatt y, durante las últimas semanas, los planes de inseminación, así que no tenía la menor idea de cómo reaccionaría. Esperaba que no pensara que le había mentido por algún motivo extraño. O que no estaba enamorada de él.

–Lo siento, Dylan –le dijo en cuanto fue a buscarle al pasillo–. Lo siento mucho. Me enfadé contigo por no haberme dicho lo de la mujer de tu padre y ahora de pronto descubres que yo te he ocultado algo mucho más importante. Pero no sabía qué otra cosa hacer.

Dylan parecía más pensativo que enfadado, pero Cheyenne no le tocó. No estaba segura de cómo la recibiría. Sabiendo lo protector que era hacia sus hermanos, aquella podía ser su primera discusión seria. Había sido desleal, y para los hermanos Amos, la lealtad era más importante que el amor.

–¿Estás enfadado conmigo?

–No.

–¿Decepcionado? –preguntó con un gesto de dolor, porque para ella, sería incluso peor.

Dylan siempre la había hecho sentirse bien consigo misma, la aceptaba y la amaba tal y como era e hiciera lo que hiciera. Pero lo que había hecho podía hacer que perdiera algo muy preciado para Cheyenne.

–¿Crees que te traicioné al guardarle el secreto a Presley? –preguntó–. Yo te lo habría dicho, pero ella me suplicó que no lo hiciera. Y… yo no podía arriesgarme a que se echara todo a perder si Aaron lo descubría. No podía imaginarme cómo reaccionaría. Tú sabes cómo ha sido la vida de Presley. Y no solo eso, sino que la creí cuando me dijo que Aaron no querría al bebé. Tenía sentido teniendo en cuenta cómo estaba Aaron hace dos años, pero…

–¿Pero?

Cheyenne juntó las manos.

–A medida que iba pasando el tiempo e iba siendo consciente de que Aaron controlaba plenamente su vida, me resultaba más difícil mantener la boca cerrada. Así que he hecho algo que no está bien, pero tenía razones para ello. Lo he hecho por el bien de Presley. Espero que me creas. Es terrible sentirse tan desgarrada. He estado a punto de decírtelo millones de veces.

Siguió hablando sin parar, pero cuando terminó, Dylan estaba sonriendo.

–Shh –la tranquilizó y la atrajo hacia él–. No pasa nada.

Llena de alivio, Cheyenne le abrazó.

–¿De verdad, Dylan? ¿Lo comprendes? Porque tenía mucho miedo de cómo podrías reaccionar si te enterabas.

–¿Cómo vas a tener miedo de mí? –susurró Dylan contra su pelo.

–No de ti, sino de lo que podrías sentir hacia mí.

Dylan la apartó para mirarla a los ojos.

–Nada podría hacer que dejara de quererte.

–Pero sé lo que sientes por Aaron y por tus hermanos.

–Y esa es exactamente la razón por la que has hecho lo que debías. No me gustaría haberme visto en tu lugar, sabiendo la verdad y no pudiendo decírtela. Me has ahorrado el tener que estar en esa difícil posición, el tener que decidir si traiciono a uno o a otro.

Cheyenne apoyó la cabeza en su hombro y respiró aquella fragancia tan familiar y tranquilizadora.

–Así ha sido. No podía ser sincera con los dos, y me ha resultado muy difícil, porque yo también quiero mucho a Aaron.

Dylan le acarició delicadamente la espalda.

–Lo sé.

Cuando por fin podía pensar más allá de cómo podría haber afectado aquel secreto a su matrimonio, los pensamientos de Cheyenne giraron de nuevo hacia Aaron y las consecuencias que su reacción podría tener para su hermana y su sobrino.

–¿Cómo se ha tomado Aaron la noticia?

–Como cabría esperar, se siente engañado. Le llevará algún tiempo asimilar la situación.

–¿Pero tienes idea de si quiere formar parte o no de la vida de Wyatt?

–Todavía no.

–Si renuncia a sus derechos, Presley no le reclamará nunca nada.

–Creo que eso ella ya se lo ha dejado claro.

–¿Y?

–Ha sido un duro golpe.

Cheyenne le condujo al cuarto de estar para que pudieran sentarse.

–¿Qué significa eso?

–Ha herido sus sentimientos, Cheyenne. El hecho de que no haya querido casarse con Presley no significa que no le importe. La quiere, pero de una manera diferente. Y el que Presley rechace su participación en la vida de su hijo le duele. Parecía muy afectado.

–Lo siento. Soy consciente de que a pesar de toda su bravuconería, Aaron es un hombre muy sensible.

–Y particularmente sensible con esta cuestión porque, a todos los efectos, perdimos a nuestros padres siendo muy jóvenes. Él jamás abandonaría a un hijo suyo.

Un escalofrío recorrió la espalda de Cheyenne.

–Si no es capaz de querer a Presley, a lo mejor es preferible que el niño sea solo para ella.

–No estoy del todo convencido.

–¿No entiendes lo difícil que sería para Presley tener que ver regularmente a Aaron? Todavía está enamorada de él.

–Y lo siento mucho por ella, pero, en este momento, de quien tenemos que preocuparnos es de Wyatt. Si tiene un padre que está dispuesto a formar parte de su vida, se merece el poder disfrutarlo.

–En otras palabras, los adultos tendrán que arreglárselas como puedan.

–Exactamente.

–¿Y tú crees que Aaron querrá formar parte de la vida de su hijo?

–No conozco a mi hermano tan bien como pienso si de verdad está dispuesto a renunciar a su hijo.

–Tú le conoces bien –Cheyenne dejó escapar un largo suspiro–. ¡Pobre Presley! Espero que mi hermana sea capaz de enfrentarse a ello.

–Haré todo lo que pueda para ofrecerle a Presley el apoyo que necesita. A lo mejor, al final, esto resulta siendo lo mejor para todos.

Presley sonrió a pesar de su preocupación.

–No me puedo creer que me haya casado con un hombre tan sabio.

Dylan se inclinó para darle un beso en los labios.

–En algún momento tenía que llegar tu suerte.

Dylan estaba bromeando, pero ella hablaba en serio cuando respondió:

–Estaría dispuesta a pasar diez infancias como la mía si al final pudiera alcanzar la felicidad que he alcanzado contigo.

Dylan posó la mano en el vientre de su esposa.

–Ahora solo nos esperan cosas buenas.

Una renovada dosis de culpabilidad echó aquel momento a perder. Dylan se había tomado la noticia sobre la paternidad de Wyatt con mucha calma. Había comprendido el dilema al que ella se había enfrentado como solo él podía comprenderlo. Debería haber tenido más fe en él.

¿Y debería revelar el resto de sus mentiras? ¿Decirle que había ido al médico para que analizaran su semen? Podría explicarle que ya había investigado sobre las posibilidades de la inseminación artificial, ofrecérselo como una alternativa. Pero Presley le había dicho que no sabía si Aaron seguía dispuesto a ayudarla. No podría culparle si había cambiado de opinión.

A lo mejor Grady, Rod o Mack estarían dispuestos a ayudar si Dylan lo supiera y estuviera de acuerdo con ello…

Si se lo decía, tendría que admitir también que en realidad no estaba embarazada, pero ya no tenía más ganas de secretos.

–¿Dylan?

Acababa de llegarle al teléfono un mensaje de Grady y estaba leyéndolo.

–¿Qué pasa?

–¿Cancelaste la cita que tenías con el médico?

–Por supuesto, ¿por qué iba a mantenerla si ya estamos embarazados?

Cheyenne cerró los ojos.

–Yo solo… me lo preguntaba.

¿Cómo podía decirle lo que le tenía que decir? No era capaz de pensar en las palabras adecuadas.

Decidió lanzarse abiertamente, pero en cuanto terminó con el teléfono, Dylan la estrechó contra él.

–No sabes lo contento que estoy con el bebé –le dijo–. Es posible que nos esperen unos días muy difíciles con Aaron y con Presley, pero nosotros estamos disfrutando de un momento muy especial. Y cuando pienso en que hay un hijo mío creciendo dentro de ti, no hay nada que pueda afectarme.

Las palabras que Cheyenne estaba a punto de decir, la explicación sobre cómo, si él no podía ser padre biológico, podrían intentar otras opciones, quedaron atrapadas en su garganta. Intentó hablar de todas formas. Si pensaba decírselo, aquel era el momento. Una vez llevaran a cabo el procedimiento, en el improbable caso de que Aaron todavía estuviera dispuesto a participar, pasarían a un punto de no retorno.

Pero entonces él dijo.

–A lo mejor hemos sufrido unas infancias terribles, pero hemos conseguido salir adelante. Nos tenemos el uno al otro y pronto tendremos un hijo.

Después de aquello, Cheyenne no podía destrozar su felicidad.

–El futuro será todo lo que tú quieras que sea.

 

 

–¿Entonces qué piensa hacer Aaron? –Presley había llamado ya dos veces a Cheyenne, pero hasta la tercera llamada, su hermana no contestó.

–No lo sabemos, Presley, no se lo ha dicho a Dylan. Solo está intentando asimilarlo, ¿no es cierto, Dylan?

Presley se agarró con fuerza las piernas que tenía apoyadas contra el pecho mientras oía a Dylan murmurando algo de fondo. Después de dejar a Wyatt en la cama, se había sentado en el sofá y era incapaz de moverse. No había comido ni cenado, pero no tenía hambre. Necesitaba dormir, más que comer, aunque solo podría hacerlo si era capaz de relajarse. Y como no se atrevía a llamar a Aaron, pretendía que Cheyenne y Dylan la ayudaran a tranquilizarse.

–Déjame hablar con Dylan –le pidió a Cheyenne.

–Un segundo.

El teléfono cambió de manos y su cuñado se puso al otro lado del teléfono.

–No me extraña que ese niño sea tan guapo –bromeó Dylan–, tiene mi sangre.

Presley agradeció que no estuviera enfadado con ella. Cheyenne ya se lo había dicho, pero sentía que le debía una disculpa.

–Espero que no me odies, Dylan. Tendría que habértelo dicho, pero tenía miedo de que se lo contaras a Aaron.

–Es mi hermano.

–¿Entonces entiendes por qué pensé que lo mejor era mantenerlo en secreto?

–No sé si estoy de acuerdo en que sea lo mejor, pero tú no estabas en tu mejor momento emocional, y por eso lo entiendo.

–Pero estás diciendo que no lo apruebas.

–Siendo hombre, y viendo las cosas desde la perspectiva de un hombre, me temo que no puedo aprobarlo.

Presley se apretó las rodillas con más fuerza.

–¿Pero me puedes perdonar?

–Por supuesto.

–¿Está muy afectado? –le preguntó, pensando inmediatamente en Aaron–. Lo que quiero decir es… ¿será razonable, verdad?

–¿Me estás preguntando que si renunciará a su hijo? Porque lo dudo, y yo tampoco voy a animarle a que lo haga.

–Hace dos años, él no habría querido tener un hijo.

–Las cosas cambian. La gente cambia. Tanto tú como él lo habéis demostrado.

–Pero creo que deberíamos ser coherentes con lo que ambos queríamos cuando tomé esa decisión. Y Aaron me decía muy a menudo que él no quería tener hijos.

–¿Y qué me dices de Wyatt? –replicó Dylan.

–¿Qué pasa con Wyatt? Yo me estoy ocupando de él. Y algún día le encontraré un buen padre.

–Wyatt ya tiene un padre, si permites que Aaron juegue ese papel en su vida.

Presley sintió que sus esperanzas se derrumbaban.

–Aaron no puede formar parte de mi vida. ¿Cómo voy a poder superar lo que siento por él? ¿Cómo voy a continuar con mi vida si él va a estar ahí, recordándomelo constantemente? ¿Y cómo puede beneficiar una situación así a Wyatt?

–Hay gente que se enfrenta continuamente a ese tipo de situaciones.

En ese caso, había gente más inteligente y más fuerte que ella. A lo mejor los genes estaban volviendo a interponerse en su camino una vez más.

–No se puede esperar gran cosa de una hija de Anita –dijo con amargura.

–No tienes por qué ser como tu madre si no quieres –replicó Dylan–. Tú tienes un pleno control sobre tu vida. Mira todo lo que has sido capaz de hacer en estos veinticuatro meses. Imagínate lo que serás capaz de hacer a medida que vaya pasando el tiempo.

Pero renunciar a Aaron había sido más difícil que renunciar a las drogas.

–¡Hemos vuelto a acostarnos desde que he vuelto! –estalló–. No había estado con nadie desde que estuve en Arizona. Pero cuando volví a Whiskey Creek, no fui capaz de aguantar ni una semana.

Dylan no respondió inmediatamente.

–¿Dylan?

Después de soltar una maldición, Dylan dijo:

–Jamás había visto a nadie tan dependiente de otra persona. Y no puedo evitar enfadarme con él.

–Él no pretende hacerme daño. Es solo que… no sé. Es como si sexualmente fuéramos adictos el uno al otro.

–En ese caso, Aaron tendrá que intentar reprimirse.

–Los dos tenemos que hacerlo. Yo he intentado mantenerme alejada de él, pero mi terco corazón no me lo permite.

–Sí, «terco» es la palabra indicada –respondió–. ¿Cheyenne sabe algo de lo vuestro?

–No.

–Bien. No se lo diré.

Presley oyó a Cheyenne quejándose de fondo.

–Será mi venganza –bromeó Dylan.

Presley no tenía ninguna gana de reír.

–Me gustaría que me dijeras cómo puedo superarlo.

–Lo único que tienes que hacer es tomar una decisión, hermanita. Tienes que exigir que cualquier hombre que esté contigo te entregue todo su corazón. Y si no lo hace, es que no se merece estar contigo.

–No creo que tenga tanta confianza en mí misma –admitió.

–El que está hablando ahora es tu pasado –replicó Dylan–. No le hagas caso. Ya te ha mentido antes. Tú te mereces a cualquier hombre.

Su hermana volvió a ponerse al teléfono.

–¿Qué le has dicho? –preguntó.

Se oyó un poco de alboroto, como si se estuvieran peleando por agarrar el teléfono. Pero Presley no les estaba prestando demasiada atención.

«Toma una decisión…».

De alguna manera, había permitido que todas sus dudas e inseguridades volvieran a apoderarse de ella. Había ocurrido de manera tan sutil y a tal velocidad que ni siquiera lo había notado.

–Tienes razón –dijo.

–¿Quién tiene razón? –preguntó Cheyenne.

–Dylan.

–¿Sobre qué?

Presley se levantó.

–Tengo posibilidad de elegir.

–No lo comprendo.

–Puedo elegir lo que estoy dispuesta a aceptar y lo que no.

A continuación, se oyó la voz de Dylan.

–Ahora lo has entendido –dijo.