–Después de haber estado esperando ansiosamente durante casi veinticuatro horas, el teléfono de Presley sonó a las siete cuarenta de la tarde siguiente y el identificador de llamadas mostró el número de Aaron. Presley no sabía cuándo iba a tener noticias suyas, pero había asumido que se pondría en contacto con ella en algún momento. Necesitaría un día o dos para asimilar el hecho de que era padre. Y, aparentemente, estaba ya dispuesto a hablar de la situación.
Ella prefería no abordar una cuestión tan delicada estando en el trabajo. En menos de diez minutos, tendría un cliente que esperaba recibir un largo masaje de una hora, así que no disponía de mucho tiempo. No sería muy profesional recibir a un cliente con los ojos rojos e hinchados. Y eso sería lo que pasaría si comenzaba a llorar durante la conversación con Aaron. Pero estaba tan ansiosa por conocer su destino y tenía tanto miedo de que cualquier error incrementara la hostilidad de Aaron que no pudo evitar contestar.
–¿Diga?
Al notar la cualidad quebradiza de su propia voz, se preguntó si Aaron estaría tan asustado como ella. Pero Aaron no dijo nada al respecto. De hecho, ni siquiera respondió.
–¿Diga? ¿Aaron?
–Sí, estoy aquí –contestó por fin en un tono duro y rotundo.
Presley se frotó los brazos. La voz de Aaron le había puesto de pronto la carne de gallina.
–¿Por qué no contestabas? ¿No me oías?
–Te oía perfectamente. Pero no estaba seguro de que quisiera mantener esta conversación.
–¿Todavía estás enfadado?
–¿No tengo derecho a estarlo?
–Claro que sí, pero… Hice lo que pensé que era lo mejor. Lo que pensaba que tú querías.
–Decidiste lo que tenías que hacer con nuestro hijo sin ni siquiera preguntármelo.
–En cuanto lo hubieras sabido, no habría habido vuelta atrás. ¡Te ahorré el tener que decidir! ¡Dejé que continuaras viviendo tu vida sin molestarte!
–¡Eso son tonterías! –le espetó–. No mantuviste lo de Wyatt en secreto por mi bien. Lo hiciste por ti.
Presley miró nerviosa hacia la puerta. No tenía tiempo, no podía permitir que aquella discusión estallara.
–Mira, lo siento, pero Wyatt ahora ya está aquí. Solo quiero que me digas lo que quieres hacer.
–¿Crees que puedo superar esto tan fácilmente? A lo mejor me resultaría más fácil si de verdad lo sintieras, pero no lo sientes. Lo único que lamentas es que lo haya averiguado. En realidad, no pensabas decírmelo.
¿Qué podía decir? En realidad, ya se lo esperaba. Algunos incluso dirían que se lo merecía. Pero estaba en una situación desesperada cuando se había enterado del embarazo, con su madre agonizando, ella misma dominada por su adicción y con la confianza por los suelos. Después de haber decidido tener a su hijo, le había parecido que solo había una manera de sobrevivir, y era marcharse definitivamente y comenzar de nuevo. Dudaba de que hubiera sido capaz de recuperarse si hubiera seguido en contacto con Aaron, aunque solo fuera para que él la ayudara con Wyatt. Era una tentación insuperable para ella.
–Probablemente no –le dijo.
–¡Y después te has acostado conmigo sabiendo que teníamos un hijo! –exclamó Aaron, dejando claro que aquello solo empeoraba las cosas–. Podría haberte vuelto a dejar embarazada.
–¿Te sorprende que de una relación sexual pueda salir un embarazo? Lo estás diciendo como si debiera eximirte de toda responsabilidad. «Ya tengo un hijo contigo, así que será mejor que te vayas». En primer lugar, ni siquiera recuerdo haberte invitado a mi casa. Todo ese encuentro fue un accidente, un desliz.
–Tú lo deseabas tanto como yo.
–Nos dejamos llevar por el deseo y por lo que sentíamos el uno por el otro en otro tiempo. Pero eso pertenece al pasado y no tiene nada que ver con esto.
–¿Y cómo puedo estar seguro? A lo mejor me mentiste cuando te hiciste la prueba del embarazo. No me dejaste entrar en ese maldito baño.
–¡Ya basta! Hablas como si estuviera intentando tener hijos tuyos. Lo de Wyatt fue un accidente, Aaron. Fue igual que lo del preservativo que se nos rompió hace poco. Me quedé embarazada a pesar de estar utilizando un método de control, y, desde luego, no he estado llamando a tu puerta pidiendo un nuevo embarazo desde entonces. ¿Tú crees que me ha resultado fácil tener un hijo sola? Sabes perfectamente cómo empecé, lo poco que tenía para sobrevivir.
–¡Tú tienes la culpa! –casi gritó Aaron–. No hubiera sido tan duro si hubiera podido ayudarte.
Presley bajó la voz.
–Tú me habrías dicho que abortara.
Aaron no lo negó.
–Y, a lo mejor, no era eso lo que yo quería oír –continuó ella–. A lo mejor, decidí que, puesto que era bastante probable que yo fuera la única que quería tener ese niño, debía responsabilizarme de él.
–¡Eso es lo que me da rabia! ¿Cómo sabes lo que habría hecho yo? No me diste la oportunidad de decidir por mí mismo.
–¿Y me equivoco al pensar que habría sido esa tu reacción? ¿Te habrías emocionado? ¿Me habrías dicho que estabas dispuesto a convertirte en padre?
–Probablemente, no te habría dicho que estaba emocionado, pero no estaba menos dispuesto que tú, y tú has conseguido controlar la situación. No te habría obligado a abortar, así que deja de hablar como si no hubiera tenido tus sentimientos en cuenta.
–¡Querías que saliera definitivamente de tu vida! La noche que murió mi madre, me dijiste que volviera a casa y me cerraste la puerta en las narices a pesar de que yo estaba llorando. ¿Crees que iba a decirte que estaba embarazada después de eso? ¡Pues claro que no! Habrías pensado que estaba intentando atraparte, o que quería obligarte a formar parte de mi vida. Así que decidí no convertirme en una deuda, en una obligación. ¿Es que no lo comprendes?
–Lo que entiendo es que, como sabías que no te quería, decidiste dejarme sin mi hijo.
Aquellas palabras la golpearon como un puñetazo. Ella siempre había intuido que los sentimientos de Aaron no eran recíprocos, pero jamás lo había explicitado con tanta franqueza. Aturdida por el hecho de que aquel reconocimiento todavía pudiera hacerle tanto daño, abrió la boca para refutar la acusación. Aquello no tenía nada que ver con la razón por la que había decidido marcharse y criar sola a su hijo.
Pero no habló. Acababa de pedirle a Aaron que fuera sincero. A lo mejor ella debería hacer lo mismo. Quizá no fuera aquella la razón por la que se había ido, ¿pero qué había ocurrido desde entonces? ¿Qué podía decir de su regreso a Whiskey Creek? Desde que tenía a Wyatt y le quería con tanta fuerza, no quería ser la única a la que Aaron no fuera capaz de amar. Y tampoco quería competir con alguien como Aaron, una persona tan carismática, por el amor de su hijo.
–No fue así como comenzó todo –respondió en voz baja–. Pero supongo que esa es la razón por la que continué manteniendo el secreto.
El hecho de que hubiera dejado de protestar tan repentinamente y hubiera reconocido que podía tener razón pareció quitar fuego al enfado de Aaron.
–Espera, lo siento –se disculpó–. No pretendía ser tan brusco.
Presley vio a su cliente aparcando en la acera y comprendió que tendría que encontrar la fortaleza mental necesaria para llevar acabo su trabajo. Y no iba a conseguirlo si continuaba hablando con Aaron.
–Claro que lo pretendías. Pero ahora tengo que colgar. Si quieres tener derecho de visita, lo tendrás. Cuando quieras quedarte con Wyatt algún fin de semana, ponme un mensaje. De momento, preferiría que nos comunicáramos de esa forma.
Aaron tiró el teléfono en el sofá, se reclinó contra los cojines del respaldo y cerró los ojos. No estaba seguro de lo que acababa de hacer, pero sabía que no era bueno. Se sentía enfermo por dentro, como si le hubieran entregado algo hermoso y lo hubiera aplastado contra el suelo. Presley siempre había tenido problemas de autoestima. Y, cuando por fin había conseguido empezar a quererse, él no pretendía hundirla haciendo parecer absurdo que pudiera quererla. A lo largo de la vida de Presley, ya había habido suficiente gente dispuesta a destrozarla. Él se había enorgullecido de ser diferente, de ser capaz de reconocer a la mujer que realmente era. Aquella era la razón por la que la había abordado en el Sexy Sadie’s; y así era como había llegado a comprender que eran muchas las cosas dignas de admirar en ella. Le gustaba que fuera tan poco pretenciosa, lo mucho que agradecía cualquier gesto de amabilidad, lo flexible que era y lo fácil de complacer. Y también disfrutaba de su sentido del humor y su inteligencia. Entonces, ¿por qué había sido tan cortante con ella?
Porque estaba enfadado y frustrado y se había dejado llevar por el genio. Una vez más.
–¡Mierda!
–¿Qué te pasa?
Aaron abrió los ojos y vio que Grady había entrado.
–Nada.
–¿Es por lo que hablamos ayer? ¿Por lo de Wyatt?
Aaron le había acorralado a primera hora de la mañana en el taller para preguntarle si los rumores sobre Wyatt eran ciertos. Él todavía no lo había admitido. Después, había tenido noticias del resto de sus hermanos, que estaban sorprendidos, pero también emocionados. Dylan era el único que no le había dado demasiada importancia a su recién descubierta paternidad. Comprendía que necesitaba espacio para asimilar aquella bomba.
–Sí.
–¿Y no te deja verle?
No era eso. Presley le había ofrecido derechos de visita. Y le había pedido que le pusiera un mensaje de texto si quería ver a Wyatt. Pero aquello era tan irritante como todo lo demás. Presley acababa de dar otro paso de gigante para alejarse de él.
–Ya veremos. Voy a preguntarle que si puedo quedármelo mañana.
–¿Y crees que estará de acuerdo?
–¿Por qué no iba a estarlo? Mañana no trabajo. Y ella le ha tenido durante dieciocho meses, así que supongo que debería tener la oportunidad de conocerle.
Grady se frotó las manos con entusiasmo.
–¡Eso significa que nosotros también vamos a conocerle! Estoy deseándolo. Dylan dice que es encantador.
–¿No le conoces?
–No, todavía no.
–Pues, definitivamente, es un encanto.
Su hermano dijo algo más, pero Aaron no le oyó y tampoco se detuvo para averiguar lo que era. Agarró las llaves del coche que había dejado en el mostrador y corrió a la camioneta con intención de dirigirse a casa de Presley. ¡Al diablo con los mensajes de texto! Vivían en el mismo pueblo.
No le abrieron la puerta cuando llamó, así que decidió probar en el estudio.
Presley estaba en medio de un masaje cuando entró. Había un papel en la puerta que decía que estaba dando un masaje y un reloj de papel debajo, indicando el momento en el que estaría disponible. Las nueve, leyó.
Miró el reloj. Tendría que esperar cuarenta y cinco minutos, pero no estaba dispuesto a marcharse. No quería perder aquella oportunidad. Era muy probable que después del trabajo, Presley fuera a buscar a Cheyenne que, seguramente, se habría quedado con Wyatt. Y una vez estuviera Presley en casa de su hermana, tendría que esperar todavía más para poder hablar en privado con ella. Así que se sentó en la zona de recepción hasta que oyó que la puerta se abría. Después, se levantó.
En cuanto Presley lo vio, se tensó. Parecía que había estado llorando y eso le hizo sentirse incluso peor.
–Tengo un cliente –susurró.
Lo decía como si tuviera miedo de que fuera a montarle una escena antes de que se quedaran a solas.
Esperando aliviar su ansiedad, Aaron asintió y se sentó de nuevo. Y no pasó mucho tiempo antes de que Joe DeMarco, propietario de la gasolinera Gas-N-Go junto a su padre, apareciera. Aunque Aaron no le conocía mucho, se habían visto en numerosas ocasiones por el pueblo.
Joe le saludó antes de pagar a Presley. Después, le dio las gracias por el masaje y salió.
En cuanto se fue, Aaron intentó acercarse a ella otra vez.
–Lo siento –comenzó a decir–. No pretendía ser tan estúpido por teléfono.
Aaron intentó acercarla a él, tranquilizarla para poder aliviar el daño causado, pero ella se apartó bruscamente, como si lo que pretendiera fuera darle un puñetazo.
–No pasa nada –le dijo–. Como ya te dije, es probable que hubiera algo de verdad en lo que me dijiste. Nunca he sabido exactamente qué me hace hacer lo que hago. En cualquier caso, ya no puedo cambiar el pasado. Así que voy a concentrarme en construir el futuro.
–Y estás haciéndolo muy bien. Te admiro por todos los cambios que has hecho en tu vida.
Presley no pareció tomarse aquel cumplido como si fuera sincero. Por lo menos, no le dio las gracias. A lo mejor, pensaba que estaba intentando ser amable para compensar la brusquedad de su última conversación.
–Me queda un largo camino por recorrer, pero, por lo menos, ya he empezado. Hay que ir haciendo las cosas poco a poco, ¿verdad?
–Eso es lo que todo el mundo intenta.
–Bueno, volvamos de nuevo a Wyatt –le dijo Presley–. Haremos una prueba de paternidad. No me gustaría seguir adelante con esto sin pruebas, como supongo que te pasa a ti también. Pero después tendrás que tomar una decisión, así que, supongo que podrías ir pensando en ello. Al igual que la mayoría de los padres en esta situación, puedes elegir entre pagar la pensión del niño y visitarle de vez en cuando o renunciar a tus derechos como padre y no volver a saber nada de nosotros nunca más.
Aaron sintió que volvía a enfadarse.
–¿Todavía vas a seguir con eso?
–Sería una opción atractiva. Por supuesto, no puedo garantizarte que Wyatt no vaya a intentar ponerse en contacto contigo cuando sea mayor. Pero puedo dar algunos pasos para que eso sea improbable.
Aaron ya sabía que no tenía ningún interés en desaparecer de escena. Sin embargo, tenía curiosidad por lo que acababa de decir.
–¿Y esos pasos supondrían…?
–Tener cuidado con no revelar tu nombre ni ningún otro detalle sobre ti.
–¡Dios mío! –musitó.
Presley alzó la barbilla.
–Lo único que estoy diciendo es que depende de ti. Nunca he intentado forzarte a nada y tampoco voy a hacerlo ahora.
–Pero está muy claro lo que prefieres.
–Estoy intentando mirar hacia delante, intentando imaginar cómo sería el futuro cuando los dos seamos los padres de Wyatt. Si es que llegamos a serlo… –añadió.
A Aaron no le gustó lo que Presley acababa de decirle. Tampoco le gustaba que se mostrara tan distante. Su respuesta le había asustado. Le estaba demostrando que ya no tenía ningún poder sobre ella. Y Presley tenía a su hijo.
–Sé que has sido muy generosa con tu amor y tu amabilidad desde el principio, Presley. Tú siempre has sido así. También sé que no te quedaste embarazada a propósito. Me duele que hayas tenido que pasar tú sola por todo esto. Es posible que yo haya reaccionado movido por el sentimiento de culpabilidad, más que por ninguna otra cosa. Jamás debería haber dejado que nuestra relación acabara como acabó –suspiró–. Todo el mundo parece pensar que te estaba utilizando. Jamás fue esa mi intención, pero… a lo mejor lo estaba haciendo y me justificaba diciendo que te estaba dando lo que tú querías.
Presley rio sin alegría.
–Me estabas dando lo que yo quería. Sobre eso no hay ninguna duda.
Y, aun así, Presley ya no parecía tener ningún interés en él. De alguna manera, Aaron había dado por sentado que siempre que quisiera tenerla, la tendría.
–Hubo muchas cosas buenas en nuestra relación que, supongo, he dejado pasar.
–Es comprensible, al fin y al cabo, siempre te puse las cosas muy fáciles.
Presley era capaz de enfrentarse a la cruda verdad sin pestañear. Otro rasgo que Aaron admiraba de ella.
–Pero no debería haber sido tan indiferente durante aquellas últimas semanas –confesó–. Básicamente, decidí ignorar todo lo que estaba pasando con tu madre. Y después, cuando me enteré de que estabas embarazada, debería haberme cuestionado a mí mismo más de lo que lo hice. Si no hubiéramos tenido tanto cuidado siempre, supongo que lo habría hecho.
Presley unió las manos detrás de la espalda.
–Supongo que sabes, o, probablemente, te lo habrás imaginado a partir de lo poco que hayas oído a Dylan y Cheyenne sobre lo mal que lo pasé, que tuve algunos problemas con otros hombres después de marcharme, aunque en ningún momento hayas sabido los detalles –le exculpó, e, inmediatamente, esbozó una mueca, como si quisiera escapar de los recuerdos que acababa de evocar–. La diferencia fue únicamente de un mes, y supongo que no estabas tachando los días durante mi embarazo en un calendario.
–Los dos hemos cometido errores. Pero me gustaría que olvidáramos el pasado e intentáramos concentrarnos ahora en lo que es mejor para Wyatt. ¿Crees que podrás hacerlo?
Presley consiguió esbozar una sonrisa.
–Claro que sí. Entonces, ¿quieres que me entere de cómo pueden hacerte una prueba de paternidad?
–Ya lo averiguaré. Pero, aun así, estoy convencido de que Wyatt es hijo mío y quiero formar parte de su vida. Por muy tentadora que hayas intentado hacer sonar la posibilidad de que me quite de en medio, jamás le dejaría.
Por un instante, Presley se quedó como si acabara de pegarle un tiro. Después, pareció recuperarse, pero Aaron era consciente de que le estaba costando mantener el control.
–De acuerdo.
Y le molestaba que quisiera sacarlo de su vida para siempre. Él estaba intentando rectificar y hacer las cosas bien, y ella se comportaba como si acabaran de confirmarse sus peores temores.
–¿Para ti es una desilusión?
–Estoy segura de que podremos encontrar la manera de hacer las cosas de manera justa para los dos.
Eran palabras medidas y educadas, no tenían nada que ver con la mujer impulsiva y apasionada que Aaron había conocido, una mujer con los sentimientos siempre a flor de piel. Odiaba aquella transformación. Pero estaba decidido a no provocar ninguna discusión cuando por fin parecían estar llegando a una solución amistosa.
–Genial –dijo con un asentimiento de cabeza–. ¿Y crees que podríamos empezar dejando que me lleve a Wyatt durante unas horas? Mañana no trabajo y… me gustaría tener la oportunidad de que nos conozcamos un poco mejor.
Presley evitó su mirada.
–Sí, supongo que estaría bien.
–Si te preocupa dejarle conmigo, podríais venir los dos.
Esperaba que dijera que sí. Sabía que, de esa manera, sería mucho más divertido. Seguramente, se relajaría en cuanto comenzaran a pasar tiempo juntos y él podría recuperar de nuevo a su amiga.
Pero el timbre de la puerta sonó antes de que Presley pudiera contestar. Ambos se volvieron y vieron entrar a Riley.
Riley reparó inmediatamente en los ojos hinchados de Presley y corrió a su lado.
–¿Estás bien?
A Aaron volvieron a entrarle ganas de darle un puñetazo. Riley se estaba comportando como si él fuera una especie de matón, como si Presley necesitara su protección.
–Sí, estoy estupendamente –respondió–. Estamos… estamos intentando concretar algunos detalles. ¿Podrías esperarme en el coche? Solo tardaré un momento. Después te lo contaré todo.
–¿Estás segura? –preguntó Riley.
Y Aaron apenas pudo dominar las ganas de demostrarle lo poco que necesitaban su presencia.
Presley asintió.
–Sí, estoy segura.
Tras dirigirle una última mirada a Aaron, Riley salió.
Aaron dio un paso hacia Presley y bajó la voz.
–No puedes ir en serio con ese tipo.
–Déjalo, Aaron –respondió ella–. Creo que deberíamos decidir en este mismo instante que ninguno de los dos se entrometerá en la vida sentimental del otro.
–¿Vida sentimental? ¡No te estarás acostando con Riley!
–Aaron…
Aaron alzó la mano.
–Lo siento, tienes razón. Eso está fuera de lugar.
–Gracias.
–Entonces, ¿qué hacemos mañana?
–Puedes venir a buscar a Wyatt a las diez. Pero antes de que te lo lleves a ninguna parte, tendré que enseñarte a cambiarle los pañales.
–¿No vas a venir con nosotros?
–No.
Aaron frunció el ceño.
–¿Por qué no?
–Riley va a llevarme de picnic.
Aaron respiró por la nariz y dejó salir el aire por la boca.
–Muy bien. En ese caso, nos veremos mañana.
–Adiós.
Definitivamente, había llegado el momento de marcharse. Pero la situación era tan surrealista que no era capaz de mover los pies. Presley siempre había estado completamente entregada a él. Y cuando de pronto descubría que era la madre de su hijo y que iban a tener que seguir tratándose el uno al otro durante dos décadas por lo menos, estaba decidida a evitar que él le gustara siquiera.
–¿Adónde vas con Riley esta noche? –le preguntó.
–A cenar.
¿Y después, qué?
Sabía que era mejor no preguntarlo.