–¿Así que es verdad? –preguntó Riley–. Wyatt es hijo de Aaron.
Presley se obligó a tragar la ensalada que tenía en la boca. No tenía hambre. Había perdido el apetito desde que Aaron se había enfrentado a ella en el estudio. Pero Riley le había pedido a Cheyenne que se quedara una hora más con Wyatt para poder llevar a Presley a cenar y Cheyenne se había ofrecido encantada.
–Sí.
A juzgar por el rictus de su boca, a Riley no le hizo ninguna gracia la noticia. Y Presley comprendía por qué. Aaron continuaría formando parte de su vida y de la vida de cualquier hombre con el que se relacionara, sobre todo si el hombre en cuestión se convertía en una presencia permanente.
–¿Por qué no se lo dijiste cuando supiste que estabas embarazada? –le preguntó–. ¿No le creías capaz de ser un buen padre?
–Fui yo la que decidió tener el bebé y pensé que debería asumir la responsabilidad de criarle.
Se metió otro pedazo de lechuga en la boca. Habían estado manteniendo una conversación intrascendente hasta que les habían llevado la comida, evitando cuidadosamente el tema de Aaron, pero, al parecer, la parte más agradable de la conversación había terminado. Y Presley lo lamentaba. Después de la angustia y la preocupación que había experimentado desde que Aaron se había enterado de que era el padre de Wyatt, necesitaba relajarse. Pero iba a ser imposible. Se había corrido el rumor y todos los que la conocían tendrían una opinión al respecto, además de muchas preguntas.
Riley había pedido una hamburguesa con patatas fritas. Se limpió la boca con la servilleta.
–Hacen falta dos para engendrar un hijo, Presley.
Todo el mundo le decía lo mismo. Pero nadie comprendía los matices de su relación. La gratitud que le debía a Aaron por haberle ofrecido su amistad. Por haberse convertido en alguien tan valioso para ella que se había aferrado a él durante los años de soledad. Por la atención que le había prestado, por la diversión. Incluso por haber satisfecho sus necesidades sexuales de una forma tan experta y satisfactoria.
–Es difícil de explicar, pero lo del embarazo fue más culpa mía que suya.
Aquella lamentable explicación provocó otra mueca.
–Lo dices como si hubieras intentado quedarte embarazada.
–Puedes estar seguro de que no lo intenté –respondió con pesar–. No estaba en condiciones de criar un hijo y me aterraba fracasar como madre –al igual que había fracasado Anita–. Lo que quiero decir es que… sabía que Aaron no estaba enamorado de mí y, aun así, continuaba viéndole y acostándome con él. Supongo que podría decirse que me merecía lo que me pasó.
–Son muchas las personas que tienen relaciones asimétricas. Pero eso no libera a la parte más desinteresada de toda responsabilidad.
Presley no creía que ninguna de las relaciones a las que Riley se refería hubiera sido tan asimétrica como la suya.
–¿Eso fue lo que te pasó con la madre de Jacob?
Aquel tema debía de ser tan incómodo para Riley como lo era para Presley el de Aaron. Pero Riley no se mostró reacio a hablar sobre ello. A lo mejor ya esperaba que, en algún momento, Presley le preguntara por su propio pasado.
–Al principio, no. Phoenix era… diferente. Tenía un lado oscuro, algo que no había visto en ninguna de las chicas con las que había salido hasta entonces. Mis amigos pensaban que era una locura que me sintiera atraído por ella. No la entendían. Pero a mí me parecía una mujer misteriosa, intrigante.
De pronto, el hecho de que Riley, que siempre había sido una persona tan convencional, pudiera estar interesado en salir con alguien con un pasado difícil, no le parecía tan anormal.
–¿Como yo?
–A veces me recuerdas a ella. Un poco.
Presley añadió más aderezo a la ensalada.
–¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos?
–Unos tres meses.
–No es mucho tiempo.
–No. Y, aun así, la relación avanzó a gran velocidad, teniendo en cuenta que los dos éramos vírgenes cuando empezamos a salir.
Presley, que estaba a punto de beber un sorbo de agua en aquel momento, dejó el vaso en la mesa.
–¿Dejaste embarazada a la primera mujer con la que te acostaste? ¿Cómo se puede tener tan mala suerte?
Riley, que en aquel momento estaba masticando, se limitó a dirigirle una sonrisa irónica.
–¡Erais demasiado jóvenes! –exclamó Presley.
–Jóvenes y estúpidos –añadió Aaron cuando pudo hablar.
–¿Y fue la noticia del embarazo la que se interpuso entre vosotros? ¿Pensaste que tener un hijo podría suponer demasiada presión para vuestra relación?
–No fue exactamente eso. Yo no supe que ella estaba embarazada hasta después del… del incidente.
El incidente. Se refería a que Phoenix había arrollado a la siguiente novia de Riley con el coche de su madre. Pero Presley comprendía que no quisiera nombrarlo. La muerte de Lori Mansfield había sido trágica, terrible. Todavía quedaba en el pueblo el triste eco de lo ocurrido. La familia de Lori no estaba dispuesta a permitir que nadie lo olvidara. Cada año celebraban una vigilia con velas el día del aniversario de su muerte, y cada vez que Phoenix era candidata a salir en libertad condicional, reunían a toda la gente que podían antes de que la libertad se hiciera efectiva para luchar en contra de su liberación. Presley había leído artículos sobre el caso en la Gold Country Gazette, un periódico que había seguido religiosamente desde que se había ido del pueblo. Aparte de Cheyenne, aquel periódico era su único vínculo con su hogar.
–¿Entonces por qué rompiste con ella?
–Era una relación demasiado intensa para un adolescente de diecisiete años. Necesitaba estar con ella las veinticuatro horas del día. Mis notas y mis marcas deportivas estaban comenzando a verse afectadas y mis padres estaban aterrados. No querían que me casara en cuanto saliera del instituto, así que me dijeron que no podía tener una novia formal, que necesitaba salir con otras chicas.
Presley abrió los ojos como platos.
–¿Y les hiciste caso?
Riley se encogió de hombros.
–Sabía que tenían razón, que no podía continuar encerrado en una relación que no podría hacernos felices a no ser que fuéramos capaces de poner alguna distancia entre nosotros. Nos conocimos en el momento equivocado.
–Y supongo que tus padres no querían que te casaras con ella. Cheyenne y yo no somos las únicas que proceden de una familia pobre y desestructurada.
–Puede que sea injusto, pero es cierto –admitió Riley–. Intentaban decirme que no pretendían juzgarla. Y continúan diciéndolo. Según ellos, solo eran «realistas». Pero estoy convencido de que la situación y la familia de Phoenix jugaron un papel importante. No sé si te acuerdas de ella, pero su madre era casi tan terrible como la tuya.
–Sí, me acuerdo.
En cierto modo, Lizzie Fuller era peor que Anita. Si bien Anita había sido una mujer egoísta y negligente, y a menudo traspasaba las fronteras de la ley, sobre todo en lo referente a las drogas y la prostitución, la madre de Phoenix era una enferma mental y maltrataba físicamente a su hija. Sinceramente, Presley no podía decir que hubiera tenido una infancia más difícil que la suya.
–Los servicios sociales siempre estaban apareciendo por su casa –musitó Riley.
Por lo que Presley podía recordar, los Fuller vivían en una caravana aparcada en una zona llena de suciedad a varios kilómetros del pueblo.
–¿Dónde está ahora su madre? –le preguntó a Riley.
–En el mismo lugar.
–¿Y sus hijos?
–¿Quién sabe? Por lo que yo sé, ya no viven aquí y nunca vienen a visitarla.
–He oído hablar de ellos, pero creo que nunca llegué a conocerlos.
–Porque Cheyenne y tú vinisteis aquí cuando ellos se fueron. Los tres se fueron de casa en cuanto cumplieron dieciséis años. Uno de ellos incluso llegó a emanciparse a esa edad. Los otros dos, se fugaron. Y ahora Lizzie vive sola y, básicamente, encerrada.
Presley bebió otro sorbo de agua.
–Eso explica por qué no la he visto por el pueblo.
–No se mueve con facilidad. Pesa más de ciento cincuenta kilos.
–Lo siento por Phoenix.
Presley no estaba segura de si debía expresar aquellos sentimientos. Sabía que no era políticamente correcto decir que compadecía a una asesina. Pero era cierto. Su propio pasado la movía a la compasión. Ella también se había equivocado muchas veces. No había nada que justificara el arrebatar una vida, pero un corazón roto, los celos, el miedo y las obsesiones eran emociones muy intensas que podían conducir a tomar decisiones pésimas. Al girar el volante de un coche en la dirección equivocada a los diecisiete años, Phoenix se había llevado por delante dos vidas, porque tampoco ella había vuelto a ser nunca la misma ni había tenido las mismas perspectivas de futuro.
Afortunadamente, Riley no se sintió ofendido.
–En cierto modo, yo también –le dijo–. La chica a la que yo conocía jamás le habría hecho ningún daño a nadie. Era una chica dura, una mujer con mucha fuerza, y eso formaba parte de su atractivo. Pero no era mala.
Presley comió un poco más de ensalada y apartó el plato. Aquello era mucho más interesante que hablar de sus problemas. Y también le permitía acceder a una parte de Riley que no había conocido hasta entonces.
–¿Por qué lo hizo? ¿Qué pudo pasar por su mente antes de hacer una cosa así?
–Tenía diecisiete años, estaba embarazada y no se atrevía a decírselo a nadie. Yo era el primer chico del que se había enamorado, y el primer chico que se había enamorado de ella. Y la dejé… de un día para otro –apretó los dientes y fijó la mirada en el plato–. Supongo que podría decirse que era el peor escenario posible.
–Es desgarrador.
Riley se metió una patata frita en la boca.
–Lo que me parece increíble es que ahora mismo, Jacob tiene prácticamente los mismos años que teníamos nosotros cuando todo esto ocurrió. Yo era demasiado joven. O, por lo menos, eso es lo que intento decirme. Pero, aun así, podría haber manejado mejor la situación. No hay un solo día en el que no desee haberlo hecho.
–Lo dices como si, en parte, te sintieras responsable.
–Así lo siento. Y no creo que haya manera de escapar a eso. No dejo de preguntarme si, en el caso de que yo hubiera sido más sensato, más amable, y hubiera estado dispuesto a conservar mi amistad con Phoenix, Lori seguiría viva.
–A posteriori, siempre sabemos lo que deberíamos haber hecho.
–Pronto saldrá de prisión.
–Pero los padres de Lori…
–No pueden mantenerla eternamente encarcelada. Fue un asesinato en segundo grado, no fue hecho con premeditación. Y, aunque intentaron enjuiciarla como a una adulta, solo tenía diecisiete años. Perdió la oportunidad de criar a su hijo, casi dieciséis años de vida y los amigos que tenía aquí.
Presley le miró con atención.
–No estoy segura de si estás diciendo que se merece una segunda oportunidad o que no.
–Phoenix ya ha pagado un precio muy alto por lo que hizo. Lo único que espero es que no vuelva aquí.
–¿Y adónde podría ir?
–Ese es el problema. Que no tiene ningún otro lugar al que ir.
A pesar de saber que no le convenían, Presley probó una de las patatas.
–¿Has tenido alguna noticia de ella durante todo este tiempo?
–Le envía a Jacob cartas y el poco dinero que consigue trabajando a diez céntimos la hora o lo que quiera que le paguen en la lavandería.
–¿Y no necesitará ella ese dinero cuando salga?
–Estoy seguro de que le vendría bien. Pero quiere poder darle algo a su hijo.
–¿Y Jacob contesta a sus cartas?
Riley no contestó; se quedó mirando el café con expresión pensativa.
–¿Riley?
–Nunca le he entregado sus cartas y el dinero que le manda, lo he ido ahorrando para cuando vaya a la universidad, aunque no puedo decir que sea mucho.
–¿Y por qué?
–No me atrevo a alimentar una relación entre ellos –parecía atormentado por aquella decisión, pero, al mismo tiempo, comprometido con ella–. Siendo Lizzie tal como es y teniendo en cuenta todo lo que ha tenido que pasar ella misma, Phoenix no puede ser una persona normal.
Pero Presley tampoco era «normal». ¿Acaso no se daba cuenta?
–Jacob tendrá que enfrentarse en algún momento a ella, Riley. Tú mismo has dicho que los padres de Lori no pueden mantenerla eternamente en prisión.
–Ella cree que saldrá este verano.
–Pero aunque la suelten, también es posible que no quiera volver a un pueblo en el que la odian, ni vivir con su madre, cuando estaría mucho mejor sin ella, ¿no crees?
–Como ya te he dicho, no tiene ningún otro lugar al que ir. E insiste en que lo único que quiere es conocer a Jacob.
–¿Tiene algún interés en volver a verte a ti?
–No.
–¿Cómo puedes estar seguro? A veces, las obsesiones se agudizan en vez de desaparecer. Y supongo que, estando en prisión, uno no tiene muchas cosas en las que pensar.
–Nunca ha dicho nada que me lleve a creer que todavía siente algo por mí. Las cartas están dirigidas exclusivamente a Jacob.
–Supongo que te pone nervioso pensar en el día en el que saldrá liberada.
Riley suspiró.
–Sí, admito que estoy preocupado.
Llegó en aquel momento la camarera para llevarse los platos. Presley pidió un café y Riley tarta de plátano y otra copa.
–Supongo que todos tenemos problemas –comentó Presley con una risa.
Riley se reclinó en la silla y estiró las piernas.
–¿Y qué piensas hacer tú con Aaron?
Después de que Riley hubiera confiado en ella, a Presley le resultaba más cómodo hablar de su propia situación.
–¿Qué puedo hacer? Es el padre biológico de Wyatt. Tiene derechos.
–Y también obligaciones.
–Estoy segura de que, en el aspecto económico, será justo, si es a eso a lo que te refieres. Aaron siempre ha sido muy generoso con el dinero.
Riley pareció estudiarla con atención.
–En ese caso, a lo mejor es una suerte que se haya descubierto la verdad.
–Sí, la verdad es que saber que cuento con ayuda económica me tranquiliza –contestó. ¿Pero ver a Aaron continuamente?–. Es una pena que no todo consista en eso.
–¿Tienes miedo de que te complique las cosas en otro sentido?
–En realidad, no estoy particularmente preocupada por Aaron –él podía ser muy terco, pero no podía hablar mal de él, y menos delante de Riley. Le parecía desleal–. Cuando se case, tendré que tratar también con otra mujer, una mujer a la que ni siquiera conozco. ¿Y qué pasará si los dos deciden que no estoy haciendo las cosas tal y como debería? ¿O si creen que Wyatt estaría mejor viviendo con ellos? –alisó la servilleta que tenía en el regazo–. En ese caso, podrían complicarse las cosas, sobre todo teniendo en cuenta que Aaron probablemente tendrá una situación económica mejor que la mía. Así que no sé. Eso es lo que me asusta, el no poder controlar la situación, los posibles conflictos…
–Las cosas podrían volverse a tu favor en el caso de que fueras tú la que se casara. Quizá seas tú la que tiene al final un mayor apoyo y una mejor situación económica.
Presley asintió y dejó pasar el tema. Ya le depararía el futuro lo que fuera: no quería más problemas. Pero aunque no encontrara un marido, dudaba de que alguna vez quisiera enfrentarse a Aaron.
Lo único que esperaba era que él no la obligara a ponerse en esa situación.
Sabiendo que Presley estaba fuera con Riley, a Aaron le estaba costando una eternidad quedarse dormido. Así que no le hizo ninguna gracia recibir una llamada de Cheyenne.
–Ya son más de las doce –gruñó cuando oyó su voz.
Sabía que era tan tarde porque había estado mirando la hora cada poco tiempo, intentando resistir las ganas de conducir hasta casa de Presley.
–Lo siento. He tenido que esperar a que Dylan se quedara dormido para poder levantarme. ¿Puedes quedar conmigo en el cementerio?
–¿En el cementerio? ¿No te parece un poco macabro a estas horas de la noche? ¿Qué te pasa?
–Solo quería hablar contigo.
Normalmente, Aaron evitaba el cementerio. Su madre estaba enterrada allí y él prefería no revisitar el pasado.
–¿Sobre la inseminación?
–Y sobre algunas otras cosas, ¿puedes venir?
Aaron tomó aire y se frotó la cara, intentando despejarse.
–Muy bien, estaré allí dentro de quince minutos.
Colgó sin despedirse y Aaron dio media vuelta en la cama para levantarse y vestirse.
Para cuando agarró las llaves de la camioneta, ya casi se sentía de nuevo humano. Solo esperaba que Cheyenne no tuviera más sorpresas para él. Con haber aceptado convertirse en el padre de su hijo para después enterarse de que ya era el padre del hijo de Presley ya había tenido suficientes emociones.
Salió de casa, deseando sentir el frescor de la brisa. Pero el viento soplaba con fuerza y llovía. Frunció el ceño mirando hacia el cielo mientras ponía la camioneta en marcha. Lo inestable del viento y las nubes oscuras que cubrían la luna harían más escalofriante la visita al cementerio. ¡Menudo lugar para quedar!
Sin embargo, estaba cerca de casa de Cheyenne y allí encontrarían la privacidad que buscaban.
Cheyenne ya estaba esperándole cuando llegó. La vio sentada en un banco, bajo un viejo roble situado no muy lejos del lugar en el que Anita estaba enterrada. Aaron se preguntó qué sentiría por ella después de todo lo pasado. Cheyenne apenas hablaba de ella.
Cuando, en una ocasión le había preguntado, le había contestado que era un tema complicado y Dylan le había dirigido una mirada que sugería que era mejor no presionar.
–¿No te da miedo estar sentada aquí sola? –le preguntó cuando se acercó–. A muchas personas les aterraría venir a estas horas.
–A mí me da tranquilidad –respondió, encogiéndose de hombros.
Aaron se sintió entonces ligeramente avergonzado por el hecho de que a él no le gustara.
–Anita me ató en una ocasión a este árbol como castigo por llegar tarde a casa –le explicó Cheyenne–. Me hizo pasar aquí toda la noche, hasta que los padres de Eve me rescataron a la mañana siguiente. Al principio, estaba muerta de miedo, pero aquellas horas me obligaron a reconciliarme con este lugar, a darme cuenta de que aquí no hay nada que pueda hacerme daño.
Cuando estuvo a su lado, Aaron se dio cuenta de que estaba más cerca de la tumba de la pequeña Mary que de la de Anita. Aquella niña de seis años había vivido siglos atrás en la casa de estilo victoriano que estaba junto al cementerio, la misma que se había convertido en el hostal de Eve Harmon en el que trabajaban tanto Eve como Cheyenne. Mary fue asesinada en el sótano de aquella casa en 1800, no mucho después de que se fundara Whiskey Creek. No se había descubierto nunca al asesino y se decía que, desde entonces, podía verse allí el fantasma de la niña.
–Jamás dejarán de sorprenderme las historias que me cuentan sobre la mujer que os crio a Presley y a ti.
Cheyenne se bajó las mangas de la sudadera cuando un golpe de viento le revolvió el pelo.
–Supongo que no te parece una madre muy normal.
–No –respondió, y se sentó a su lado–. Dime, ¿por qué estamos aquí?
Cheyenne le miró a la cara, pero desvió rápidamente la mirada.
–En primer lugar, quería pedirte disculpas. Ayer por la noche, cuando viniste a hablar con Dylan, no tuve oportunidad de hacerlo.
–¿Por haberle guardado el secreto a Presley?
–Entiendes por qué lo hice, ¿verdad? –preguntó Cheyenne en tono implorante.
Aaron se inclinó hacia delante y apoyó las manos en las rodillas, evitando mirar hacia la tumba de su madre.
–Más o menos.
–Me sentí fatal desde el primer momento, Aaron. Pero Wyatt era lo único que tenía mi hermana, lo único que la mantenía alejada de las drogas y la ayudaba a continuar en la dirección correcta. Supongo que te acuerdas de cómo se fue de aquí hace dos años.
–Claro que me acuerdo.
–¿Le has preguntado dónde estuvo durante aquellos días en los que… no podíamos encontrarla?
–¿No estuvo en Arizona?
–Sí, pero cuando por fin me llamó, estaba en una clínica abortiva. Me ahorraré toda esa parte. Y también todo lo relativo al tipo que la había llevado hasta allí y que pensaba llevársela a casa después. Deberías haber visto lo que le hizo, los cortes, los moratones…
Aaron ni siquiera quería pensar en ello.
–Decidir tener ese hijo fue lo que la motivó para cambiar su vida –continuó Cheyenne–. Eso es fácil de decir, por supuesto. Pero si yo no hubiera ido a esa clínica, si no hubiera visto lo cerca que había estado de perder a mi hermana para siempre, jamás habría estado de acuerdo con ocultar tu paternidad. Sé que no puedo esperar que me creas, pero es la verdad, Aaron. Ni siquiera se lo conté a Dylan, y tú sabes lo mucho que le quiero.
Aaron dejó que las manos colgaran entre sus piernas.
–No hacía falta que me hicieras venir en medio de la noche para decirme eso. Y siento que Presley lo haya pasado tan mal. Incluso admito que, en parte, me siento culpable.
–Ella no te culpa.
–Lo sé.
Presley siempre estaba dispuesta a perdonar. Y jamás le había culpado de nada. Nunca había esperado nada de él. Sencillamente, le había amado.
Cheyenne buscó en el bolso y sacó una fotografía de Wyatt.
–Te he traído esto. Presley probablemente te dará alguna y, a partir de ahora, podrás hacerle tú mismo fotografías, pero he pensado que te gustaría tener una mientras estás intentando tomar una decisión.
Aaron, al que todavía le costaba creer que fuera el padre de Wyatt, fijó la mirada en aquel pequeño con aspecto de querubín. Cuando al final la desvió, alzó la cabeza y miró a Cheyenne a los ojos.
–No comprendo por qué me das esto ahora si lo que querías era que renunciara a él.
Cheyenne le pasó los brazos por los hombros y apoyó la cabeza en su hombro.
–Estoy segura de que le vendría muy bien tener un padre. Y también de que tú podrías serlo.
Aaron sintió una oleada de esperanza, pero no pudo dejar de recordar lo que Presley había dejado tan claro.
–No creo que tu hermana quiera animarme a ello. Tengo la impresión de que está esperando que renuncie a Wyatt.
–Es posible, pero espero que sea porque está minusvalorando su capacidad para adaptarse a la nueva situación. Es lo único que me atrevo a esperar en este momento.
Aaron no pudo evitar sonreír.
–Gracias.
Se levantó dispuesto a marcharse, pero Cheyenne todavía no había terminado.
–También quería decirte que… que no tienes que preocuparte por lo de la inseminación artificial. Ahora mismo, estás pasando por demasiadas cosas como para tener que tomar una decisión sobre algo tan… trascendente. Has sido muy bueno al haberte mostrado dispuesto a hacerlo, pero… después de todo esto, no me sentiría bien.
Así que por eso le había llamado en medio de la noche. Todo lo demás podía habérselo dicho delante de Dylan.
–Si no seguimos adelante con todo el proceso, Dylan va a sufrir una gran decepción cuando descubra que no estás embarazada.
–Y no sabes cuánto lo siento. Desde luego, lo último que yo quería era llegar a esto –sacudió la cabeza–. Este momento está siendo terrible. No es solo lo de Wyatt, aunque con eso ya tendríamos suficiente. Sé que estás preocupado por la próxima liberación de tu padre y por el hecho de que haya vuelto a casarse y, sobre todo, por lo que eso puede significar para vuestras vidas. Ahora mismo están ocurriendo demasiadas cosas.
Aaron la invitó a levantarse.
–Cheyenne, no he cambiado de opinión.
Cheyenne le miró con expresión dubitativa.
–No puedes estar hablando en serio.
–Sí, sí puedo. Vamos a hacerlo.
Cheyenne arqueó las cejas.
–¿A pesar de todo lo que ha pasado?
El recuerdo de Dylan apretándole el hombro antes de abandonar la camioneta la noche anterior convenció a Aaron de que no podía negarse. Le debía demasiadas cosas a su hermano.
–Es lo menos que puedo hacer por él.