Capítulo 22

 

Riley no había intentado besarla. Le había acompañado a buscar a Wyatt y les había llevado a los dos a su casa. Después, como Wyatt se había quedado dormido, le había metido en casa sin levantarlo de la silla. Pero Riley no había pedido quedarse. Le había dado un abrazo y le había deseado que durmiera bien.

Desde que se había ido, Presley había estado dando vueltas por la casa. Estaba tensa, nerviosa, aunque no tuviera ningún motivo en particular para ello. De otra manera, no habría estado despierta cuando recibió un mensaje de Aaron a las dos y media de la madrugada.

¿Estás bien?

¿Y a él qué le importaba? Presley suspiró y tecleó:

Sí.

¿Qué tal te ha ido?, fue la respuesta de Aaron.

Bien, Riley es un buen hombre.

Así que continúas pensándolo.

Era lo que siempre le decía, probablemente para ocultar el hecho de que no sentía la más mínima atracción física hacia él.

No contestó, pero eso no impidió que Aaron volviera a escribir.

Quiero verte.

–Es demasiado tarde para hablar de nada esta noche, Aaron.

–No quiero hablar.

Presley cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared. Sabía que no debería haber contestado al primer mensaje. ¿Por qué lo había hecho?

Porque quería estar con él. Lo deseaba terriblemente. Ansiaba su contacto. Pero no iba a sucumbir a aquella debilidad otra vez. Era más importante respetarse a sí misma y no perder el escaso poder que tenía en aquella relación.

–Te veré cuando pases a recoger a Wyatt, escribió, y colgó el teléfono.

Presley estaba recién duchada cuando Aaron apareció en su casa a las diez de la mañana siguiente. Aaron lo supo por su fragancia. Le encantaba aquel olor, que le recordaba todas las veces que había posado la nariz contra su pelo mientras hacía el amor con ella.

–Estás muy guapa –le dijo.

Jamás había intentado ganarse a nadie, pero en aquel momento, lo estaba intentando. No podía esperar que Presley anulara su cita con Riley y se fuera con él. Pero, aun así, estaba deseando recuperar la camaradería de la que en otra época habían disfrutado.

Y también estaba algo más que un poco nervioso al pensar que iba a tener que quedarse solo con aquel niño durante un período de tiempo tan largo. Su breve experiencia durante el día que había descubierto su paternidad no había ido demasiado bien. Jamás había visto, ni olido, nada peor que lo que había dentro del pañal que había tenido que cambiar.

Le bastaba recordarlo para sentir náuseas.

Presley no le agradeció el cumplido. Se alisó el vestido de algodón blanco y, una vez más, Aaron tuvo la impresión de que cualquier cosa halagadora que dijera sería descartada con la asunción de que, en realidad, no estaba siendo sincero.

Había enseñado a Presley a no esperar gran cosa de él, y ella lo había aprendido bien. Pero estaba realmente atractiva, muy ligeramente maquillada, como a él le gustaba, y mostrando gran parte de aquella piel morena. Sin embargo, también parecía cansada. Tenía oscuras ojeras bajo los ojos y se retorcía las manos con evidente nerviosismo cada vez que le tenía cerca.

–Te he preparado todo lo que puedes necesitar –le dijo Presley, y le entregó una bolsa que había dejado junto a la puerta–. Tienes la comida, algunas cosas para picar, una muda, pañales, toallitas, una pomada para evitar que se irrite con el pañal y un biberón de leche.

–Entendido –vio los juguetes que había en el suelo, pero no al niño–. ¿Dónde está Wyatt?

–En la trona. Ahora le traeré para enseñarte cómo se cambia el pañal.

–No hace falta ser ingeniero para cambiar un pañal –respondió Aaron mientras la seguía a la cocina.

Presley se volvió y le dirigió una mirada interrogante.

–¿Ah, no? Pues nadie lo diría, teniendo en cuenta cómo se lo pusiste la última vez.

–La culpa no fue mía. Tuvo un escape. Y después no quería que le cambiara. No paró de llorar y retorcerse y yo no sabía cuánta fuerza podía hacer para sujetarle. No quería hacerle daño.

–Algo que te agradezco –musitó Presley.

–Sabes que nunca le haría daño, ¿verdad?

Presley asintió.

–Sí, lo sé.

Aquel reconocimiento le hizo sentirse ligeramente mejor, pero su forma de tratarle dejaba mucho que desear.

–En cualquier caso, no fue la mejor forma de empezar –dijo–. Había caca por todas partes. Encima de la mesa, encima de mí, y encima del otro pañal que tuve que quitarle.

Cuando Presley soltó una carcajada, Aaron sonrió, esperando llegar al corazón de la mujer que tan bien conocía. Pero del rostro de Presley desapareció toda calidez en el instante en el que la miró a los ojos. Se volvió.

–En cualquier caso, ahora vamos a cambiarle para que pueda sentir que he cumplido con mis deberes de madre.

Mientras la seguía por el pasillo para llegar al dormitorio de Wyatt, Aaron miró hacia el de Presley. No estaba seguro de lo que esperaba encontrar. Recordó la noche que había dormido allí y se preguntó qué sentiría al ser de nuevo bien recibido en aquella cama, especialmente en un momento en el que se encontraba frente a una seria encrucijada. Acababa de decidir que se mudaría a Reno cuando había explotado todo aquello. ¿Debería cambiar de planes? ¿Debería quedarse en Whiskey Creek para criar a su hijo? ¿O ir a verle cuando pudiera conseguir a alguien que le sustituyera en el taller?

Quería disfrutar de aquella familia, y deseaba a Presley. Pero, al mirar su dormitorio, temió reconocer alguna señal de que Riley ya había ocupado su lugar en la cama.

–Cuando le cambies, puedes distraerle con alguno de sus juguetes –le recomendó Presley.

También Aaron necesitaba a alguien que le distrajera.

Mientras Presley le hacía una rápida demostración, él permaneció tras ella, resistiendo a duras penas las ganas de deslizar las manos por su cintura y alzarlas después hacia sus senos.

–¿Has visto qué fácil es?

–Apenas estaba mojado.

Presley elevó los ojos al cielo.

–Con la práctica, lo harás perfectamente.

–¿Y cuándo tengo que darle de comer? ¿A las doce? ¿O acaba de desayunar?

–Se ha despertado a las siete y ha desayunado a las siete y media.

No le extrañaba entonces que estuviera cansada. No había dormido mucho.

–Cuando he llegado, estaba en la trona.

–Comiendo un tentempié. Puedes darle de comer a la una y media. Pero cuando tenga hambre, ya se encargará él de que te des cuenta.

–Entendido.

Permanecieron en la habitación de Wyatt, mirándose a los ojos durante varios segundos. Después, Presley le dio un beso en la mejilla a su hijo y se lo tendió a Aaron con evidente desgana.

–Le he puesto sus dos juguetes favoritos. Y si tienes algún problema, llámame. No vaciles. No pensaré nada malo sobre ti si quieres devolvérmelo dentro de una hora.

–Vamos, Presley, no soy tan débil.

–Es precisamente contra ese tipo de ideas contra el que quiero prevenirte. No intentes quedártelo más tiempo para demostrarme nada.

–No lo haré. Pero tampoco quiero interrumpirte el picnic.

Presley le miró con los ojos entrecerrados.

–Pues con ese tono, parece que te encantaría hacerlo.

–Odio la idea de que estés con Riley –admitió–. No entiendo por qué no quieres quedar conmigo.

–Ya hemos hablado de esto.

–Me estás tratando como si fuera el malo de la película y dándole a Riley una ventaja injusta.

Pensó que Presley iba a protestar, pero no lo hizo.

–Riley nunca me ha rechazado, con él no tengo nada que temer.

–¿Así que estás siendo una cobarde?

–Para ti es fácil decirlo. ¡No es tu corazón el que está en juego!

–Esta vez tendré más cuidado con él.

Estaba siendo absolutamente sincero, pero Presley no parecía tomarse más en serio sus promesas que sus cumplidos.

–¡Es inútil! Yo no tengo lo que necesitas para enamorarte de mí y yo no quiero que salgas conmigo solo porque existe Wyatt o porque somos compatibles en la cama. No hace falta enredarlo todo justo ahora que estamos encontrando la manera de aclararlo.

–Voy a estar aquí durante muy poco tiempo –o lo estaría, si se atenía a su plan–. ¡Lo único que te estoy pidiendo son seis semanas! No creo que tu situación pueda empeorar en tan poco tiempo.

Presley le fulminó con la mirada, pero Aaron estaba seguro de que no estaba realmente enfadada. Tuvo la impresión de que estaba mostrando su faceta más dura con la esperanza de que dejara de presionar antes de que ella cediera.

–¡Vamos! –le suplicó, agarrándola de la mano–. ¿Por qué no me das otra oportunidad?

Por un instante, estuvo convencido de que iba a aceptar. Pero Presley cuadró los hombros, alzó la barbilla y se negó tajantemente.

–No, pero gracias por hacer el esfuerzo.

Cuando Aaron soltó una maldición, Presley pareció un poco sorprendida.

–¿Qué te pasa? –le preguntó.

–¿Te estás divirtiendo haciendo cambiar las tornas?

–¡Ojalá! –y salió con paso firme a buscar la bolsa de los pañales.

Unos minutos después, y por primera vez en su vida, Aaron se descubrió sentado en la camioneta con un niño en el asiento de atrás.

 

 

–¡Vaya! Así que te ha dejado traerle a casa –dijo Mack.

Aaron llevaba a Wyatt, todavía sentado en la sillita del coche, en una mano, y la bolsa de los pañales en la otra.

–Exacto.

Mack le observó mientras dejaba ambas cosas en el suelo y soltaba a Wyatt, que comenzó a gritar emocionado en cuanto vio a los perros.

–¡Guau! –gritó, y los señaló mientras Aaron le levantaba en brazos.

Mack comenzó a reír.

–¡Mira qué cara! Es guapísimo.

–Sí, es todo alegría y diversión hasta que tienes que cambiarle el pañal –gruñó Aaron.

–Sí, pero eso te toca a ti, hermano.

–¿Qué clase de tío piensas ser?

Mack no contestó. Wyatt estaba retorciéndose para que le dejara en el suelo, algo que sorprendió a Aaron. Pensaba que tendría miedo de Shady y de Kikosan, un labrador de color chocolate y un golden retriever, ambos mucho más grandes que el niño.

–Déjale –le pidió Mack–. Vamos a ver lo que hace.

Aaron dejó al niño en el suelo y ambos empezaron a reírse mientras Wyatt zapateaba y gritaba entusiasmado porque los perros le lamían la cara.

Mack puso los brazos en jarras.

–Me parece increíble que no les tenga miedo.

Aaron le dirigió una mirada de suficiencia.

–Un hijo mío jamás puede tener miedo de un perro que está moviendo la cola –replicó.

Pero, en realidad, también a él le había sorprendido.

–Estoy seguro de que ha estado con muchos perros.

–Desde luego, sabe lo que son.

Ambos observaron a Wyatt, que comenzaba a tirar de la cola a los perros. Y volvieron a reír cuando el niño cayó al suelo sobre su pañal en el momento en el que los perros se dieron la vuelta para ver lo que estaba pasando.

–¡Guau! –repitió Wyatt, señalando a los animales.

–No les tiene ningún miedo –dijo Aaron maravillado.

–Es alucinante –Mack se agachó a su lado–. ¡Eh, hombrecito! –intentó levantarle en brazos, pero Wyatt no estaba dispuesto a permitirlo.

En aquel momento, los únicos que le importaban eran sus nuevos amigos de cuatro patas. Así que Mack renunció y dejaron que siguiera jugando durante casi una hora mientras ellos veían al mismo tiempo un partido de rugby. Al cabo de un rato, entraron Grady y Rod.

–¡Anda, mira quién está aquí –exclamó Grady al ver a Wyatt.

A esas alturas, Wyatt ya estaba dispuesto a fijarse en algo que no fueran Shady y Kikosan, que estaban cansados de ser maltratados y se alejaban cada vez que Wyatt intentaba acercarse a ellos.

–¡Es genial! –Rod se sentó a su lado–. Tienes un hijo, no me lo puedo creer.

–Yo tampoco –respondió Aaron.

–¿Y qué hace?

–¿Cómo que qué hace?

–Supongo que no puede jugar al béisbol. Y no parece muy interesado tampoco en el partido. Así que, ¿qué se puede hacer con un niño de esta edad?

Era una buena pregunta. Aaron también se lo había estado preguntando. No parecían tener muchas opciones.

–A mí no me lo preguntes. Yo soy nuevo en esto.

–Le gusta jugar con los perros –terció Mack.

–Y lleva pañal –Aaron esperaba no tener que soportar otra experiencia como la anterior–. Pero todo mejorará con el tiempo.

–¿No sería genial que se convirtiera en un jugador de béisbol profesional? –preguntó Grady.

–¡Eh, tendríamos entradas gratis! –a Mack le encantó la idea.

–A lo mejor no es un chico deportista –intervino Rod.

Aaron le miró con el ceño fruncido.

–¡Claro que será un chico deportista!

–Lo que quiero decir es que podría ser más intelectual. Por ejemplo, un neurocirujano.

Las posibilidades que se desplegaban ante ellos eran emocionantes. Aaron estaba seguro de que Wyatt disfrutaría de una infancia mejor que la que Presley y él habían soportado. Se aseguraría de ello y agradeció que Presley hubiera puesto tanto empeño en distanciarse del pasado.

–Vas a ser un deportista y muy inteligente, ¿verdad, Wyatt? –sonrió a sus hermanos–. Y, por supuesto, muy guapo.

Cuando Aaron pronunció su nombre, Wyatt caminó torpemente hacia él y dejó que le sentara en su regazo. Aaron sospechaba que Rod, Mack y Grady, que estaban pendientes de cómo interactuaban, se estaban preguntando si Wyatt lo consentiría. Pero el niño parecía completamente satisfecho, como si realmente quisiera que Aaron le tuviera en brazos.

Después, pasó algo extraordinario, algo que Aaron pensaba que tardaría mucho más tiempo en experimentar. La visión, el contacto con aquel niño, o alguna cualidad mágica, alguna química especial entre padre e hijo conjuró un sentimiento desconocido y enternecedor. Fue algo tan repentino que pilló a Aaron completamente desprevenido.

–Uf –musitó mientras fijaba la mirada en Wyatt y el niño le miraba sin pestañear.

Grady, que estaba sentado en una butaca a su izquierda, preguntó:

–¿Uf qué?

Aaron no era consciente de que había hablado en voz alta. Miró hacia sus hermanos, pero desvió de nuevo la mirada hacia Wyatt.

–Ha sido muy fácil.

–No tenemos la menor idea de a qué te refieres –se quejó Mack.

Por supuesto que no. Y Aaron no fue capaz de encontrar las palabras que necesitaba para explicarlo. O quizá fue que no quería admitir cómo, en el fondo, había tenido miedo de no ser capaz de querer a su hijo. Miedo de que, al no haber formado parte de su vida desde el primer momento, le hubiera sido arrebatado lo que otros padres sentían de una manera completamente natural.

Pero supo en aquel momento que sus miedos eran infundados. Conocía a su hijo desde hacía solamente unos días y el contacto con él desde entonces había sido mínimo. Pero aquel hombrecito ya había conseguido robarle un pedazo de corazón.

 

 

Presley estaba intentando disfrutar del picnic con Riley. Las laderas de Sierra Nevada estaban maravillosas en aquella época del año, de modo que, por lo menos, debería haber sido capaz de disfrutar del paisaje. Pero estaba muy preocupada pensando en Aaron y en Wyatt. No era capaz de imaginarse lo que estaban haciendo. Nunca había visto a Aaron con un niño. Tampoco le había oído hablar nunca de niños, salvo para decir que no los quería. Y después estaba el incidente del pañal, que había remarcado su falta de experiencia.

Miró disimuladamente la hora en el teléfono. Creyó que Riley no se había dado cuenta, pues estaba ocupado colocando las cosas en la cesta de picnic. Pero cuando Presley alzó la mirada, vio que la estaba mirando con el ceño fruncido.

–¿Estás preocupada?

«Preocupada» no era la palabra, por lo menos, no exactamente. A lo mejor arrepentida, puesto que no estaba donde realmente le apetecía estar. Aunque su cerebro insistía en que había tomado la decisión correcta al rechazar a Aaron, su corazón y su cuerpo no estaban tan seguros. Se sentía como si hubiera perdido una maravillosa oportunidad de estar con las dos personas a las que más quería.

–Aaron nunca ha tratado con niños.

–Pero confías en que sea bueno con él.

–¡Por supuesto! Jamás le haría ningún daño a Wyatt de manera intencionada. Es solo que, me lo imagino como un pez fuera del agua.

–¿Quieres llamar para comprobarlo?

Presley estuvo a punto de decir que no, pero después, cedió. ¿Por qué no intentar tranquilizarse?

–Aquí no tenemos muy buena cobertura –comentó.

–Estamos a punto de volver. Espera a que lleguemos al pueblo.

No hablaron mucho durante el camino. ¿Habría comprendido ya Riley, de una vez por todas, que su relación jamás entrañaría nada más de lo que habían compartido hasta entonces? A lo mejor era capaz de analizar la situación de manera práctica: se había sentido atraído por ella, había investigado su potencial y había eliminado la posibilidad de una relación sentimental. Ya podía seguir buscando.

–Siento haber estado tan callada –se disculpó Presley.

Riley ajustó el volumen de la radio.

–Con todo lo que ha pasado hoy, es comprensible.

–Aaron me ha dicho que quiere verme.

–¿Cuándo?

–Quiero decir que me ha pedido que salga con él.

Riley arqueó las cejas.

–¿Y estás pensándotelo?

–Solo estará aquí seis semanas más.

–¿Y después?

–Y después se irá y no tendré que verle tan a menudo. A lo mejor entonces puedo superarlo.

Riley se frotó la barbilla.

–Seguirás teniendo contacto con él. Ahora que sabe que es el padre de Wyatt, seguirás teniendo relación con él, por lo menos hasta que Wyatt cumpla dieciocho años.

–Pero no le tendré aquí, tan cerca.

–¿Y eso supondrá alguna diferencia?

Presley se encogió de hombros.

–Está desesperado porque estoy saliendo contigo.

–En ese caso, deberías desconfiar de su interés. Si todo es por pura competitividad, no durará mucho. No dejes que te engañe.

–Gracias por el consejo.

A Riley no le pasó desapercibido su sarcasmo.

–¿Qué te pasa?

–¿Tan imposible te resulta pensar que pueda quererme?

–Tienes que enfrentarte a la verdad, si no lo haces, nunca lo superarás.

No era lo que Presley quería oír en aquel momento, pero Riley tenía razón. Su hermana le habría dicho lo mismo y aquella era precisamente la razón por la que Presley no había querido abordar el tema. Y, tratándose de Cheyenne, no podía atribuir ese tipo de reflexión a un problema de competitividad entre hombres. Cheyenne adoraba a Aaron y, aun así, le había advertido que se mantuviera a distancia.

–Tienes razón –le dijo.

Si tropezaba dos veces con la misma piedra, ella sería la única culpable.