En cuanto llegaron al pueblo, Presley intentó ponerse en contacto con Aaron. No había podido localizarle y estaba preocupada. Sobre todo desde que había llegado a casa y no había sido capaz de hacer nada que la distrajera. Así que fue una suerte que Aaron le devolviera la llamada al rato.
–¿Por qué no contestabas? –le preguntó Presley.
–No he oído el teléfono. ¿Qué pasa?
–Quería saber cómo estabais.
–Todo va bien.
¿Bien? ¿Y eso era todo?
–¿Piensas traer a Wyatt pronto a casa?
–Pues no muy pronto. ¿No puedo quedarme con él durante un par de horas más?
–Creo que esto se está alargando demasiado para una primera visita. ¿Qué estáis haciendo?
–Comprar.
–No es fácil ir de compras con un bebé. ¿No preferirías que estuviera yo con él?
–Está dormido en la sillita que le acabo de comprar.
–¿Y por qué le has comprado una sillita si puede utilizar la mía?
–Esta es mucho más bonita –respondió Aaron–. Es una versión de un Cadillac. Te encantará.
–Pero las sillitas son muy caras.
Ella había comprado una de segunda mano. Y también eran de segunda mano el resto de los muebles de Wyatt y la mayor parte de su ropa.
–No ha sido para tanto. ¿Qué dices entonces? ¿Puedo quedarme con él un poco más? Le llevaré a casa dentro de una hora de todas formas. Me gustaría pasar por algún otro sitio mientras estemos aquí.
–¿Dónde es aquí?
–En Sacramento.
–¿Te has llevado a mi hijo a Sacramento?
–También es hijo mío, ¿no te acuerdas?
–¿Eso significa que ya te has hecho la prueba de ADN?
–He tomado las muestras y las he enviado al laboratorio, pero no tendremos los resultados hasta dentro de unas semanas.
–¿Por eso habéis ido a Sacramento?
–No, en Whiskey Creek no hay ningún Toys «R» Us.
Presley esperaba que Aaron acabara desbordado y desesperado por devolverle a Wyatt, pero no lo parecía en absoluto.
–Muy bien. Pues seguid allí hasta que terminéis con lo que quiera que estéis haciendo.
–A lo mejor puedes echarte un rato ahora que Wyatt no está en casa. Pareces cansada.
Estaba cansada. No había dormido lo suficiente. Combinar el trabajo con la maternidad y la obsesión por el hombre equivocado no era fácil. Si no la mantenía despierta una cosa, lo hacía la otra.
–Mmm. Es tentador. Pero tengo que hacer unas cuantas cosas en el estudio. Debería pasarme por allí ahora que tengo oportunidad.
–Duerme –insistió Aaron–. Te sentirás mejor si descansas. Wyatt está conmigo y le estoy cuidando bien.
–¡Nos estamos divirtiendo mucho! –gritó alguien de fondo.
Presley había dado por sentado que Aaron estaba solo.
–¿Quién ha dicho eso?
–Grady ha venido con nosotros.
–¿Y qué estáis comprando exactamente? Además de la sillita que habéis comprado ya.
–Más cosas para el niño, ¿qué otra cosa íbamos a estar comprando?
–Pero no tienes que comprar todo por duplicado. ¡Y ni siquiera sabes lo que tengo en casa!
–Ya he visto lo que tienes.
La insinuación sexual fue inconfundible. Estaba coqueteando con ella, y aquello también la pilló de sorpresa. Además, le indicó a Presley que estaba disfrutando con la situación y que no se sentía presionado ni estaba enfadado con ella.
–No me puedo creer que hayas dicho eso delante de Grady.
–Tú y yo tenemos un hijo, Presley. Estoy seguro de que mi hermano sabe que nos hemos acostado.
–¡Y pensará que continuamos haciéndolo!
En cuanto lo dijo, pensó que Aaron iba a recordarle que no había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo habían hecho. Pero Aaron no dijo nada. Cuando volvió a hablar, fue para preguntar:
–¿Qué tal ha ido el picnic?
No había sido particularmente divertido. Había pasado la mayor parte del tiempo pensando en lo mucho que deseaba estar con él y con Wyatt.
–Ha sido muy divertido –mintió.
Aaron bajó la voz de una manera que le indujo a pensar que se había girado para que Grady no pudiera oírle.
–¿Cómo de divertido?
–Eso no es asunto tuyo –contestó, pero no pudo evitar sentir cierta satisfacción al ver que no le gustaba que estuviera con otro hombre.
–¿Ya se ha ido?
Parecía reacio a pronunciar el nombre de Riley.
–Sí.
–Muy bien. Ahora duerme un poco. Te veré dentro de unas horas.
Presley estaba ya tumbándose en la cama. Tenía la sensación de que había pasado una eternidad desde la última vez que había dispuesto de una tarde para sí misma, sin tener nada que la presionara, como el miedo a que Wyatt la despertara demasiado pronto, o el saber que tenía que ir a buscarle a casa de Cheyenne, o que tenía citado a un cliente para un masaje o que tenía por delante una clase de yoga. Hacía una agradable tarde de primavera, estaba sola y tenía la seguridad de que Wyatt estaba a salvo. De momento, todo iba a bien. Y se negaba a pensar en el futuro.
–Sí, eso es lo que voy a hacer –le dijo a Aaron.
Después, debió de quedarse inmediatamente dormida, porque no recordaba haberse despedido siquiera. Lo siguiente que supo fue que habían pasado tres horas y veinte minutos y alguien estaba llamando a la puerta.
–¡Eh, te has echado una buena siesta! –dijo Aaron cuando por fin abrió.
Mientras se esforzaba en recobrar sus facultades, Presley se tapó la boca para bostezar. Con el sol tras él, era difícil distinguir algo más que la silueta de Aaron, pero podía decir que llevaba a Wyatt, todavía sentado en la sillita del coche, en una mano y en la otra la bolsa de los pañales. Y no pudo evitar desear que a ella le resultara igual de fácil llevar a Wyatt y todas sus cosas.
–No pretendía dormir durante tanto tiempo –se inclinó para liberar a su hijo en cuanto Aaron la dejó en el suelo–. Pero tengo que admitir que me ha encantado.
–A lo mejor no es tan malo dejar que forme parte de la vida de Wyatt, ¿verdad?
Presley estaba deseando besar a Wyatt, pero tenía la cara muy pegajosa.
–¡Mamá! –exclamó, aplaudiendo hasta que le rodeó el cuello con los brazos.
–No, si siempre eres tan bueno como hoy –le dijo Presley a Aaron.
Aaron frunció el ceño de manera exagerada.
–¿Cuándo no he sido bueno contigo?
–Has tenido tus momentos.
–Ya me disculpé por haber sido tan miserable la noche que murió tu madre. Sabes que me siento muy mal.
–No estoy hablando de eso. En cualquier caso, el pasado, pasado está. Es el futuro lo que me preocupa. ¿Cómo serás después, cuando te cases y tengas una mujer a la que complacer?
–¿Eso es lo que te preocupa?
Presley palmeó la espalda de su hijo, que continuaba abrazándola.
–Por supuesto que sí. Eso es lo que más me asusta.
Aaron dejó la bolsa de los pañales encima de la sillita del bebé.
–Entonces, no es en mí en quien no confías.
–No, mientras estés solo, claro que confío en ti.
–Presley, jamás le he dicho a una mujer que la amaba. ¿Cómo estás tan segura de que lo haré alguna vez?
Presley tuvo la sensación de que no lo estaba diciendo a la ligera. Estaba buscando la confirmación por parte de alguien que le conocía bien. Pero Aaron no tenía nada que temer. Era un hombre que atraía a las mujeres y, antes o después, encontraría a alguien.
–Con la suerte que tengo, te enamorarás de una mujer que no pueda tener hijos y que se volverá loca con Wyatt.
Aaron la agarró del brazo.
–Jamás apartaría a Wyatt de tu lado.
–¿Eso es una promesa? –preguntó Presley, estudiando su rostro.
Aaron fijó la mirada en sus labios.
–Sí.
Presley sintió de pronto el corazón en la garganta. Aaron estaba demasiado cerca, y también los recuerdos de las noches que habían pasado juntos. Retrocedió.
–Espero que no –consiguió decir–. Este niño lo significa todo para mí.
Aunque ya no la estaba tocando, Aaron estaba suficientemente cerca de ella como para acariciarle a Wyatt la rodilla.
–Y puedo entender por qué.
–¡Papá! –exclamó Wyatt, señalando a su padre.
Presley parpadeó sorprendida.
–¿Ha dicho lo que creo que ha dicho?
Le encantó el orgullo que reflejó el rostro de Aaron. El hecho de que pareciera tan feliz la hacía feliz también a ella. Tanto si estaba con ella como si no, por lo menos estaba haciendo las cosas bien. Y le gustaba verlo, y poder creer en ello. Ambos habían recorrido un largo camino para llegar hasta allí.
–Se lo hemos enseñado Grady y yo.
–¿Cómo?
Aaron curvó los labios con una adorable sonrisa.
–Le dábamos una pastilla de chocolate cada vez que lo decía bien.
Presley le miró boquiabierta.
–¿Le habéis dado azúcar?
Aaron alzó la mano para tranquilizarla.
–Solo un poco. Sabíamos que no deberíamos, pero… –volvió a aparecer aquella sonrisa traviesa–. ¡Dios mío, era muy difícil parar! No sabes cuánto le gustaban.
De vez en cuando, ella también se sentía presa de la alegría que le causaban a Wyatt algunos caprichos, de modo que no podía enfadarse con Aaron. No le costaba nada imaginar el placer que había sentido al oír que Wyatt le llamaba «papá» por primera vez.
–No pasa nada. Come azúcar de vez en cuando, como cuando empieza a alborotar y necesito que esté tranquilo en el coche. Pero si los dos le damos demasiados caprichos, no le irá nada bien.
–Yo creo que todo va a salir bien. Has hecho un gran trabajo con él, Presley. Es un niño feliz y muy equilibrado. Grady, Mack y yo no nos podíamos creer lo poco miedoso que es.
Presley no esperaba aquel cumplido.
Aaron pasó la mano de la rodilla de Aaron a la barbilla de Presley y bajó la cabeza. Iba a besarla. Presley sabía lo que iba a pasar y, aun así, no tuvo suficiente fuerza de voluntad como para detenerle.
Cuando sus labios se encontraron, la descarga eléctrica fue tal que se quedó sin respiración. Sintió en él la misma tensión, pero Aaron no fue más allá de un mero roce de labios. Después, posó la frente en la suya.
–Sal conmigo –musitó–. No presionaré para que nos acostemos, te lo prometo. Si volvemos a hacer el amor o no, dependerá de ti. Lo único que quiero es que salgamos a divertirnos.
–Aaron… –intentó retroceder, pero Aaron la agarró del brazo.
–No digas que no –le pidió–. Déjame formar parte de tu vida hasta que me vaya. Son solo seis semanas.
Pero si perdía todo el terreno que había ganado, ¿sería capaz de recuperarlo cuando él se fuera?
Como vio que Presley continuaba vacilando, Aaron añadió:
–Piensa en lo mucho que podríamos divertirnos con Wyatt.
–¿Y Riley?
Verdaderamente, Riley no era ningún motivo para negarse. Le apreciaba como amigo, nada más, y él lo comprendía. Pero Aaron no, y Presley estaba desesperada por encontrar algo, o alguien, que pudiera interponerse entre ellos.
Aaron esbozó una mueca.
–También puedes salir con él si quieres. Ya te lo he dicho en otras ocasiones. Lo único que quiero es que dejes de estar a la defensiva cada vez que aparezco.
Wyatt comenzó a retorcerse para que le bajaran. Presley se agachó para dejarle en el suelo jugando con sus juguetes y tuvo así algunos segundos para pensar. Pero aquel tiempo extra no supuso para ella ninguna diferencia. Sabía que estaba siendo derrotada.
–Muy bien. Supongo que podemos salir a cenar un par de veces antes de que te vayas.
Al ver que había conseguido su objetivo, la expresión de Aaron se iluminó.
–¿Tienes hambre? Si quieres, puedo llevarte ahora mismo a cenar. Wyatt puede venir con nosotros.
Presley se pasó la mano por el pelo.
–No, acabo de despertarme, estoy hecha un desastre.
–A mí me parece que estás genial.
Sí, claro. Presley elevó los ojos al cielo, preguntándose si podría mejorar rápidamente su aspecto.
–Nunca me crees cuando te digo lo guapa que estás –se quejó Aaron.
Porque no podía creerle. Aaron había buscado su amistad por compasión. Apenas había sido capaz de soportar su cariño. Y no se había comportado como si la hubiera echado mucho de menos. Si de verdad la considerara guapa, a esas alturas, ella ya lo sabría. Además, sus andanzas durante sus primeros treinta años de vida la habían hecho sentirse cualquier cosa menos guapa. Cheyenne sí que era una mujer bellísima. Presley siempre se había sentido eclipsada a su lado.
–Dame un minuto para peinarme.
–¿No vas a comentar nada sobre lo que te he dicho?
Presley le dejó esperando en el cuarto de estar mientras corría hacia el pasillo.
–Tú vigila a Wyatt, ¿de acuerdo?
Cuando regresó del dormitorio, encontró a Aaron cargando una caja muy pesada. Y había otras cajas por todo el salón.
–¿Qué es todo eso?
–Mobiliario infantil.
–¿Has comprado una cuna?
–He pensado que podría llevarme la cuna vieja a mi casa y tú quedarte con esta –giró la caja más grande para que viera la fotografía–. También le he comprado una cama para cuando se le quede pequeña la cuna.
–Sí, ya veo.
Presley fue mirando de caja en caja. Además de los muebles, que incluían una cajonera y una mesa que podía cambiar de tamaño, había un columpio, un soporte de bateo y…
–¿Eso es una cama elástica?
Aaron hundió los pulgares en los bolsillos.
–Sí, es muy divertido, ¿no te parece?
–Pero… Wyatt todavía no tiene edad suficiente para usarla. Hace solo cuatro meses que aprendió a andar.
–Tiene una red a su alrededor para protegerle. Y ya crecerá.
Presley miró por la ventana el diminuto patio de la casa en la que vivía.
–No creo que tenga sitio para algo así.
–En ese caso, la dejaré en mi casa. Con dos hectáreas de terreno, hay espacio más que de sobra. Y puedo dejarla en el establo.
Presley abrió otra bolsa que contenía más equipos deportivos. Todo completamente nuevo, lo mejor que el dinero podía comprar.
–¿Cuánto te has gastado? –le preguntó estupefacta.
Aquello sí que había sido una compra compulsiva. ¡Todo aquello debía de haberle costado más de lo que pagaba ella por un mes de alquiler!
–No lo sé –Aaron se encogió de hombros–. No lo he sumado.
Lo que significaba que no tenía que preocuparse por lo que gastaba.
Como Presley no parecía particularmente contenta, Aaron le dirigió una mirada interrogante.
–¿Qué pasa?
Aaron le podía proporcionar a su hijo muchas más cosas que ella. ¿Cómo iba a poder competir con él cuando Wyatt creciera?
–Nada –contestó, y forzó una sonrisa–. Vamos.
–¿Estás enfadada? –preguntó Aaron.
Presley jugueteaba con la lechuga de la ensalada mientras estaban sentados en el Just Like Mom’s.
–No, ¿por qué?
Aaron apartó algunos de los condimentos, intentando dejar más espacio en la mesa.
–Estás muy callada. Pensaba que te pondrías muy contenta al ver todas las cosas que he comprado.
–Sí, has comprado cosas muy bonitas.
Aaron se inclinó sobre la mesa y posó un dedo en la barbilla de Presley para obligarla a mirarle.
–Puedes quedarte todo lo que quieras. ¿Crees que lo he comprado solo para presumir? Pensé que te haría feliz.
Presley sabía que estaba intentando animarla, pero el que le comprara a Wyatt todas las cosas que ella no podía permitirse no ayudaba. Sentía celos de todo lo que podía ofrecerle a su hijo. Aaron y Wyatt ya estaban completamente enamorados el uno del otro. Ella esperaba que, a la larga, terminara ocurriendo, nadie podía resistirse ni a Aaron ni a Wyatt. Pero también esperaba poder seguir siendo el centro del universo de su hijo durante algo más de tiempo… ¡Wyatt y su padre solo habían estado juntos una tarde!
–Ya tengo suficientes muebles y juguetes –replicó–. No necesito nada.
Aaron detuvo el tenedor que había estado a punto de llevarse a la boca.
–Estás de broma, ¿verdad? Lo que he comprado es mucho mejor que lo que tienes.
–Sí, estoy segura.
–¡Papá!
Wyatt estaba intentando llamar la atención de su padre. Pero su forma de disfrutar con aquella palabra recién aprendida y lo que aquella palabra significaba hicieron que Presley se sintiera todavía peor.
Cuando Aaron miró al niño, Wyatt abrió la boca, esperando otra cucharada de sopa de tomate.
Aaron obedeció y utilizó después su propia servilleta para limpiarle al niño la barbilla, como si hubiera estado dando de comer a Wyatt desde que este podía comer sólido.
–No me puedo creer que le guste esa sopa –musitó Presley.
Aaron soltó una carcajada cuando Wyatt comenzó a golpear la bandeja.
–Le encanta.
–Sí, ya lo veo.
Mientras observaba a Aaron dándole de comer a su hijo, Presley se sintió como si Wyatt ya estuviera abandonándola. Y aquello no era nada comparado con lo que había sentido unos minutos antes, cuando habían entrado andando en el restaurante y Wyatt se había apoyado en Aaron para que le levantara en brazos, Aquello sí que la había pillado completamente por sorpresa, y había alimentado sus peores temores. Una vez más, estaba siendo empujada al frío. A la oscuridad.
Dejó el tenedor en el plato.
–Casi no has tocado la ensalada –señaló Aaron.
Presley empujó el plato hacia él. Siempre se terminaba lo que ella dejaba. De hecho, Presley solía reservar parte de su comida para él, porque sabía lo mucho que le gustaba comer.
–No tengo hambre.
–¿Quieres que te dé un masaje? –se ofreció Aaron–. Ya sé que eres una profesional, pero eso significa que, probablemente, tú nunca los recibes. Si quieres, puedo darte un masaje esta noche, mientras vemos una película.
–Tengo una clase mañana a primera hora. Me gustaría volver pronto a casa.
Aaron la miró como si no fuera capaz de entender lo que le pasaba. Pero justo en ese momento, llegó la camarera con la cuenta.
La semana de trabajo pasó con una lentitud agonizante para Aaron. A lo mejor, porque no quería estar en el taller. Y tampoco tenía ganas de organizar el traspaso a Reno y hacer todo lo necesario para abrir el nuevo negocio. Por fin había encontrado un solar que le gustaba y estaba negociando el alquiler, pero él prefería pasar el tiempo con Wyatt. En cuanto salía por la noche, corría a casa a ducharse, conducía hasta casa de Presley y allí se quedaba, cuidando a Wyatt mientras ella estaba en el trabajo o jugando con él cuando ella estaba en casa.
Wyatt se había familiarizado con él. Por lo menos, lo suficiente como para que saliera corriendo a su encuentro en cuanto oía su voz. Aquello era particularmente gratificante. Pero Presley estaba tomando el rumbo contrario. Cada vez se mostraba más distante. A veces, la descubría mirándole en el pasillo mientras él corría con Wyatt a su espalda o le tiraba al aire, pero cuando la invitaba a unirse a ellos, le decía que tenía que limpiar la cocina o el baño o pagar alguna cuenta.
Una noche, estando allí Aaron, apareció Riley. Aaron iba a quedarse cuidando a Wyatt mientras Presley y Riley salían. Eso fue un jueves. Aaron pensaba que estaba llevando muy bien la situación hasta que Wyatt se durmió. Las tres horas siguientes las pasó cruzando una y otra vez el cuarto de estar, preguntándose cuándo volvería Presley. Entre semana, no había muchos sitios a los que ir en Whiskey Creek, aparte del Sexy Sadie’s, que estuvieran abiertos después de las once.
Cuando por fin oyó voces en la puerta, corrió rápidamente a abrir. No quería que Riley besara a Presley en la puerta de su casa. Ni en ningún otro lugar, por cierto. Pero en el último momento, se arrepintió y regresó al sofá.
–¿Qué tal te ha ido? –preguntó cuando Presley entró, afortunadamente, sola.
–Bien. Siento haber llegado tan tarde. Sé que tienes que levantarte pronto.
–No me importa ayudar.
–Te lo agradezco.
Evidentemente, esperaba que se fuera, pero Aaron estaba cansado de aquella tensión. Había hecho todo lo posible para recuperar su amistad. Incluso le había pedido que salieran juntos el viernes o el sábado, pero ella se había negado, arguyendo que, probablemente, tendría que trabajar los dos días hasta tarde. Después, Aaron le había recordado que se suponía que tenían que hacer el proceso de inseminación aquel fin de semana, siempre y cuando los pronósticos de Cheyenne fueran acertados. Y Presley había dicho que estaría disponible, lo que le hacía pensar que solo eran excusas.
–Seguro que le ha gustado ese vestido.
Presley bajó la mirada hacia el vestido como si no pudiera acordarse de lo que se había puesto.
–¡Ah! Lo tengo desde hace tiempo. Me costó cuatro dólares en una tienda de segunda mano.
–Pues te queda muy bien.
–Gracias –metió las llaves en el bolso.
–Lo digo en serio –insistió Aaron.
Presley siempre había tenido un cuerpo bonito, pero había regresado a Whiskey Creek con una silueta capaz de parar el tráfico. Aunque ella no parecía notarlo ni confiar en la atención extra que suscitaba.
–Te lo agradezco –respondió. Pero aquellas palabras estaban tan faltas de convicción como sus primeras «gracias»–. ¿Qué tal ha estado Wyatt esta noche?
–Ha venido también Grady un rato. Le hemos enseñado a decir «tío».
Wyatt era un tema del que deberían ser capaces de hablar. Aquel niño había supuesto una incorporación increíble a su vida, le había dado una motivación que hasta entonces le faltaba. Pero en vez de acercarle a Presley, cualquier mención al niño, a lo mucho que se divertían o a las cosas que le había enseñado, parecía distanciarla todavía más.
–Me encanta que de pronto haya tantos hombres en su vida –dijo Presley.
Aaron se levantó.
–¿De verdad?
Sin mirar a Aaron, Presley dejó el bolso sobre la mesita del café.
–Por supuesto.
–Pues no tengo la impresión de que lo sientas así.
Presley le había pedido que se llevara a su casa prácticamente todo lo que había comprado.
–¿A qué te refieres? –le preguntó–. Te he dejado ver a Wyatt todos los días. Y no he puesto ninguna restricción al tiempo que pasas con él. Ninguna.
–Y yo te lo agradezco, pero… sé que te pasa algo.
–No. Soy consciente de que te quedan… ¿cuánto? ¿Cinco semanas? Estoy intentando que pases con el niño todo el tiempo que puedas.
–¡No estoy hablando de Wyatt, maldita sea!
Presley abrió los ojos como platos.
–¿Entonces de qué te quejas? ¿Acaso te debo algo más?
Sin estar muy seguro de cómo iba a poder explicar su frustración, Aaron avanzó hacia ella.
–No me debes nada. Y no quiero que me debas nada. Es solo que, a veces, me miras como si… como si todavía me desearas. Pero en el instante en el que intento responder, haces todo lo posible para evitarme.
–Eso no es verdad.
–Es absolutamente cierto. Cuando salimos la otra noche, no me dejaste acercarme ni a un metro.
Presley desvió la mirada hacia la butaca. Pero, para sentarse allí, tenía que pasar por delante de Aaron.
–No quiero que nadie se lleve una idea equivocada.
–¿Una idea equivocada sobre qué?
–¡No quiero que piensen que estamos saliendo juntos!
–¡Pues yo pensaba que estábamos saliendo!
–Pero no de esa forma.
–Quieres decir que no nos estamos acostando. Pero ese fue nuestro acuerdo. Te estoy dando lo que pensaba que querías, algo formal y respetable.
–¿Formal? –se burló Presley–. Tú jamás has tenido una cita formal.
–Siempre hay una primera vez para todo.
–¿Y por qué esa primera vez tiene que ser conmigo?
–A lo mejor no quieres reconocerlo, pero… todavía hay muchos sentimientos entre nosotros.
Presley retrocedió cuando Aaron se acercó a ella.
–Aaron, por tu parte, nunca ha habido ningún tipo de sentimiento hacia mí.
–¿Cómo lo sabes?
–Confía en mí, lo sé.
–¿Entonces por qué me vuelvo loco cuando sales con Riley?
Presley se quedó boquiabierta. Evidentemente, estaba sorprendida por la furia que reflejaba su voz. Pero no fue capaz de moverse.
–No sé qué quieres de mí –le dijo.
–Sí, si lo sabes.
Había prometido que no la tocaría a no ser que ella se lo pidiera, pero la echaba de menos, la echaba de menos más que nunca desde que la veía todos los días.
Deslizó las manos por su cintura y la alzó para besarla en la boca. Esperaba que le empujara, pero en el momento en el que sus bocas se fundieron, Presley emitió un sonido de sumisión y el cuerpo de Aaron reaccionó al instante.
–¿Lo ves, Presley? Déjame acariciarte –susurró–. Me muero por acariciarte.
Aaron no estaba seguro de que fuera a creerle. Presley parecía sospechar de todo lo que hacía o decía, pero cuando se desabrochó la camisa y se la quitó, supo que Presley iba a darle lo que él quería, y eso significaba que también él conseguiría lo que tanto deseaba.