Capítulo 27

 

Cheyenne esperó a que su hermana se fuera.

–Lo está haciendo muy bien.

Aaron le tendió a Wyatt mientras plegaba la sillita. Tenía un asiento para Wyatt en la camioneta, que era algo que Cheyenne jamás habría imaginado que llegaría a ver. La hacía sonreír cada vez que veía la sillita asomarse por la ventanilla.

–¿Te refieres a lo que está haciendo aquí, en Whiskey Creek?

–Me refiero a su vida en general.

Cuando Aaron entrecerró los ojos, Cheyenne comprendió que era consciente de que aquel era el anuncio de una conversación seria.

–Te estás poniendo muy filosófica.

–Simplemente, me alegro de que sea feliz –respondió ella, intentando dar marcha atrás.

–¿Y eso es todo? Dime la verdad –le pidió Aaron–. Estás pensando en algo más.

No estaba dispuesto a permitir que se marchara sin confesar lo que estaba pensando.

Cheyenne le miró entonces con el ceño fruncido.

–Aaron, lo único que necesito es saber que la quieres. Porque la quieres, ¿verdad?

–Ya te lo he dicho otras veces.

–¿Y aun así piensas irte a Reno y dejarla aquí?

La expresión de Aaron mostró una muy poco sutil advertencia.

–Déjalo. En eso no te metas.

Cheyenne no se atrevió a seguir presionando. Por lo menos estaba siendo un buen padre. En aquel sentido, no podía culparle de nada. Y también trataba muy bien a Presley. Era su falta de compromiso en aquella relación lo que la preocupaba. Sabía lo difícil que tenía que estar siendo para Presley.

Con un suspiro de frustración ante su dureza, le preguntó:

–¿Por lo menos podemos hablar del bebé?

Aaron volvió a taladrarla con la mirada.

–¿De qué bebé?

–Del mío –se llevó la mano al vientre–. Del que tú me has dado.

–No quiero volver a hablar nunca más de ese tema –le advirtió–. Por lo que a mí concierne, aquella noche y lo que allí pasó no han existido.

–Muy bien. Maravilloso. En ese caso, ya solo queda un problema.

Aaron esbozó una mueca, pero preguntó de todas formas:

–¿Cuál es?

–No quiero que me cueste mi relación contigo. Me importas, Aaron, porque eres mi cuñado. Y a Dylan le importas mucho más. Cuando tomé la decisión de pedirte ayuda, no te estaba cambiando conscientemente por lo que podías darme.

Afortunadamente, Aaron no dijo que aquella era una posibilidad en la que Cheyenne no había pensado en ningún momento. Podía haberla acusado de ello, haberle recordado lo desesperada que estaba. Pero comprendió que ella solo pretendía que todo volviera a la normalidad.

–No tiene por qué costarte nada, Cheyenne. Olvídalo, ¿de acuerdo?

–No puedo olvidarlo. Llevas días tratándome como si fuera una completa desconocida y eso me hace pensar que cometí un error al meterte en esto. No podemos ignorarnos indefinidamente, Aaron, ni siquiera podríamos aunque yo estuviera de acuerdo en hacerlo. Continuaremos viéndonos en reuniones familiares como la de esta noche, en la que vamos a conocer a la nueva señora Amos. Preferiría que no tuviéramos que sentirnos violentos en ese tipo de situaciones.

Después de mirar a su alrededor para asegurarse de que la costa estaba despejada, Aaron bajó la voz.

–Te trato de esa forma porque no quiero reconocer lo que ha pasado. No quiero que me des las gracias. No quiero tu gratitud. No quiero que cambie nada entre nosotros por culpa de ese secreto. La idea de que lo que hicimos pueda llegar a unirnos más no me gusta, ¿no lo entiendes? Lo único que tienes que hacer es ser feliz y hacer feliz a mi hermano y a vuestro hijo. Solo de esa manera podré sentirme cómodo en esta situación.

–Entonces, lo siento.

Cheyenne comprendió que aquella no era la respuesta que Aaron esperaba.

–¿Qué? ¿Por qué?

–Porque te estoy muy agradecida, jamás podré llegar a expresar cuánto. Y no volveré a mencionarlo nunca más ni delante de ti ni delante de nadie. ¿Pero cómo voy a olvidar que has sido tú el que ha hecho posible que Dylan y yo seamos padres?

A pesar de que tenía a Wyatt en brazos y Aaron llevaba la silla, se levantó para darle un abrazo.

–Y aprecio tu gratitud –farfulló Aaron mientras ella se apartaba–, pero no hace falta que digas nada más. No quiero más sonrisas de agradecimiento ni miradas con las que pareces estar preguntándome que si estamos bien, ¿de acuerdo?

Cheyenne se echó a reír.

–Entendido.

–¿Me lo prometes?

–Sí.

–Gracias a Dios –caminó a grandes zancadas hacia la camioneta y colocó la sillita de Wyatt en la parte de atrás.

–Solo una cosa más –añadió Cheyenne mientras le seguía.

Aaron se volvió hacia ella.

–Casi me da miedo preguntar qué es –dijo secamente.

–Si vuelves a hacerle daño a mi hermana, haré que te arrepientas de haber nacido –asintió en silencio como si aquel fuera el final, y Aaron pareció relajarse por fin.

–Me alegro de que hayamos vuelto a un terreno familiar –respondió mientras agarraba a su hijo en brazos.

 

 

Anya Sharp-Amos no era en absoluto como Aaron la había imaginado. Él pensaba que tenía que ser una mujer bien entrada en la madurez y poco atractiva para casarse con un hombre encarcelado. Pero no era ninguna de las dos cosas.

Debía de tener unos treinta y cinco años, tenía una excelente figura y hacía todo lo posible por presumir de ella, algo que no resultaba difícil cuando se llevaban unos pantalones cortos que apenas tapaban el trasero. Si a los pantalones se les sumaba el chaleco de cuero y las botas, parecía una auténtica motera. Los tatuajes en los brazos y las piernas y el hecho de que apestara a tabaco, completaban el estereotipo. Pero Aaron comprendió de pronto por qué su padre se había casado con una mujer a la que ni siquiera conocía. Después de haber pasado veinte años encerrado, la promesa de las visitas conyugales de una mujer como aquella podrían haberle tentado a hacer cualquier cosa. Pero para cualquier hombre normal, lo único que tenía que hacer Anya para arruinar todo su atractivo era abrir la boca. Era demasiado agresiva para el gusto de Aaron. Él mismo había podido experimentar hasta qué punto cuando no le había permitido postergar la cena.

–¡Mira cuántos hombres guapos! –Anya se levantó al ver entrar a los hermanos y después se acercó a una adolescente que aparentemente iba con ella, invitándola a mostrar algún entusiasmo.

Quienquiera que fuera aquella chica no parecía muy contenta al verse en aquella reunión. Elevó los ojos al cielo como si estuviera harta de su madre y les dirigió una mirada taciturna.

–Esta es mi hija, Natasha –anunció Anya.

Aaron ya se había imaginado al ver los ojos verdes y almendrados de la adolescente que había algún parentesco. Pero Anya no había mencionado en ningún momento a una niña cuando habían hablado por teléfono, de modo que aquel anuncio fue una sorpresa total.

–Como podéis ver, tiene algunos problemas de actitud –continuó Anya–. Necesita que sus hermanos mayores la enderecen y la vigilen. Porque es experta en buscarse problemas –añadió con una risa ronca de fumadora.

Habían quedado en el asador de Sutter Creek. Aaron había llamado a Anya en el último momento para cambiar de restaurante. Anya había protestado, decía que quería ver exactamente el lugar en el que vivían. Pero Aaron no tenía ganas de celebrar aquel encuentro en Just Like Mom’s, donde todo el pueblo estaría observándoles. En aquel momento, se alegró de haber insistido en reunirse allí, donde podían mantener un cierto grado de anonimato. Aquella prometía ser una interesante, y terrorífica, comida, y estaba convencido de que Natasha lo sabía mejor que él.

–Tú debes de ser Dylan –gritó Anya, fijándose inmediatamente en él–. Te he reconocido por la fotografía que me enseñó tu padre.

Aaron quiso preguntarle a qué fotografía se refería. Desde luego, ellos no le habían enviado ninguna fotografía reciente. Pero no tenía ni idea de lo que podían haber hecho Grady, Rod o Mack. Ellos tenían una relación mucho más cercana con J.T.

Dylan asintió y tuvo que soportar un abrazo entusiasta de Anya antes de conseguir librarse de ella y presentar a Cheyenne, que miraba fijamente a su suegra con estupefacta incredulidad.

–¡Dios mío, eres maravillosa! –Anya agarró después a Cheyenne–. ¡Mira qué guapa!

Su elevado tono de voz llamó la atención de otros clientes, pero ella no lo notó. O, a lo mejor, no le importó. Cheyenne no tuvo oportunidad de responder antes de que Anya se volviera hacia Aaron.

–¿Y tú? Dime cómo te llamas. No, espera. ¿Eres Aaron? Eres Aaron, ¿verdad?

–Sí, soy Aaron.

Aaron advirtió que Natasha se había sentado. Apoyaba la barbilla en la mano y parecía encerrada en sí misma, como si estuviera deseando hundirse en el olvido.

–Así que tú eres el hermano con el que llevo dos semanas hablando –dijo Anya–. He oído decir que eres un poco problemático. Tu padre me ha contado anécdotas muy divertidas sobre ti, como que una vez saltaste del tejado de tu casa porque creías que podías volar y estuviste a punto de romperte la espalda.

Aaron se alegró de tener a Wyatt en brazos. Así evitó que Anya se aplastara contra él como había hecho con Dylan. Anya agobió un poco a Aaron y después examinó a Presley con la mirada.

–Veo que te has emparejado con esta criatura tan espectacular. ¿Tú eres?

–Presley Christensen –contestó.

–Llevas el nombre del Rey. ¡Dios mío, qué suerte! ¡Y eres preciosa! –le dio tal codazo a su hija que a Natasha se le escapó la barbilla de la mano–. Bueno, Natasha, si te habías fijado en Aaron, mala suerte.

–¡Mamá!

La expresión de disgusto de Natasha mostraba que comprendía completamente lo inadecuado de la conducta de su madre.

–¿Cuántos años tienes? –le preguntó Presley, centrándose en la adolescente.

Natasha se cruzó de brazos y se reclinó en la silla.

–Dieciséis. Y también tengo dieciséis años menos que mi madre –sonrió con dulzura–, por si acaso te lo estás preguntando.

Aaron se lo había preguntado. Le había calculado unos treinta y cinco años. ¿De verdad tenía un año menos que él?

La situación era cada vez más extraña. En ninguna de las cartas que habían recibido de su padre, y en ninguna de las conversaciones telefónicas que había mantenido con Anya, se mencionaba a una hija, y, menos aún, a una hija que todavía estaba en el instituto.

Al menos, esperaba que estuviera escolarizada. Porque Natasha parecía dispuesta a mandar a todo el mundo a paseo, un sentimiento que podía identificar con su propia rabia de todos aquellos años, pero que no conducía a nada bueno. Así que a lo mejor había abandonado los estudios. Desde luego, si no hubiera sido por Dylan, él lo habría hecho.

Aaron presentó rápidamente a Rod, a Grady y a Mack para que Anya no tuviera oportunidad de obsequiarles con anécdotas de cada uno de ellos Después, tomaron asiento, pidieron la comida y comieron. La conversación fue muy forzada; ninguno de los hermanos tenía gran cosa que decir. Pero Anya no paraba de hablar de lo mucho que había cambiado su padre y de que estaba tan joven como ellos. Hasta que Dylan no pagó la cuenta, sin que hubiera por parte de Anya ninguna intención de hacerse cargo de su parte, esta no planteó el verdadero motivo por el que tenía tantas ganas de conocerles. Al parecer, había sido desalojada de la casa en la que vivía en Los Banos, no tenía medios para pagar otro alquiler y esperaba que la ayudaran a encontrar una casa en Whiskey Creek para así poder mudarse antes de que volviera J.T.

Aaron estuvo a punto de estallar en carcajadas cuando salió aquello a la luz. Por fin comprendía el sentido de todas aquellas llamadas y cumplidos.

Afortunadamente, Dylan se encargó de responder. Si Aaron hubiera tenido que hablar en aquel momento, le habría dicho a Anya que era exactamente lo que había temido que fuera: un parásito.

–¿Cuánto necesitas? –le preguntó Dylan.

–Solo unos dos mil dólares –contestó–. Vuestro padre me dijo que os lo pagará en cuanto pueda. Se preocupa mucho por vosotros.

–¿Mi padre dijo que nos lo devolvería él? –preguntó Dylan.

Aaron sabía lo que estaba pensando su hermano. J.T. no tenía dónde caerse muerto.

–Últimamente, hemos pasado una racha de mala suerte –se justificó Anya–. Pero, en cuanto nos mudemos, encontraré trabajo y todo irá bien.

¿Y si no encontraba trabajo? ¿Qué sucedería? ¿Pretendería que siguieran haciéndose cargo de ella? Aaron sospechaba que aquella era su intención.

–Lo siento, pero me temo que no podemos ayudarte –contestó Dylan.

Pero Anya no iba a renunciar tan fácilmente. Les había reunido allí por una buena razón y no pensaba volver a casa con las manos vacías.

–Mirad, si fuera solo por mí, no os lo pediría –insistió–. Pero tengo que pensar en Natasha. La pobre chica necesita una casa en la que vivir. Lo que quiero decir es que… si no podéis prestarnos dinero, a lo mejor podríamos ir a vivir con vosotros. J.T. dice que en vuestra casa hay sitio de sobra. De hecho, comentó que ahora que te has ido, a lo mejor podíamos quedarnos con tu dormitorio –añadió, mirando a Dylan.

Natasha había permanecido en silencio a lo largo de toda la comida. Solo había pedido una ensalada que apenas había probado y, por su forma de ruborizarse cuando su madre les había suplicado, Aaron tuvo la impresión de que sabía de antemano lo que iba a pasar y odiaba cada palabra. No se había mostrado nada amistosa y, sin embargo, era la única a la que Aaron compadecía. Le recordaba a él mismo, o a Presley y a Cheyenne, cuando eran más jóvenes y estaban a merced de una madre irresponsable.

–Me temo que no funcionaría –intervino Aaron para apoyar a Dylan–. Pero mi padre hará todo lo que pueda por ti cuando salga de prisión, estoy seguro.

–Para entonces, será demasiado tarde –gritó Anya, agarrando a Cheyenne–. ¿No puedes convencerles? Sé que esta no es la mejor manera de presentarse, pero ahora somos familia.

Cheyenne parecía sorprendida por el hecho de que Anya la hubiera elegido como intercesora, y a Dylan no le sentó nada bien que hubiera agarrado a su esposa.

–Siento que te parezca que no tenemos corazón, pero apenas te conocemos. Es mi padre el que tiene que hacerse cargo de vuestras necesidades.

Aaron rechinó los dientes. Serían unos estúpidos si se dejaran utilizar por aquella mujer. ¿Pero qué sería de aquella chica? Habían llegado con recelo a aquella cita, temiendo que Anya quisiera conseguir algo, pero no esperaban que la situación se complicara con la aparición de una persona inocente.

–J.T. saldrá de la cárcel en menos de tres meses –continuó Anya–. No estaríamos allí durante mucho tiempo. ¿Y qué son tres meses si a cambio puedes evitar que dos personas se queden sin casa?

Natasha parecía tan descorazonada que Aaron estuvo a punto de proponer que se quedara ella. Dylan estaba luchando contra esos mismos sentimientos; Aaron podía verlo en el rostro de su hermano. Pero, al final, fue Grady el que habló.

–¿Y si nos quedamos con Natasha? ¿Tú no tienes ninguna amiga con la que puedas irte a vivir hasta que salga mi padre?

Anya se revolvió, evidentemente ofendida porque habían intentado excluirla.

–¡No puedo dejar a una hija adolescente en una casa llena de hombres sin que esté yo allí para protegerla!

–No sería una casa llena de hombres –señaló Aaron–. Sería una casa llena de hermanos que estarían a su lado para enderezarla y protegerla, ¿recuerdas?

Anya apretó los labios ante su sarcasmo, pero fue Natasha la que respondió.

–No necesito a nadie. Sé cuidarme yo sola –arrojó la servilleta sobre la mesa, se levantó y salió del restaurante.

Anya no la siguió.

–No le hagáis caso. No tenemos ningún otro lugar al que ir –les suplicó–. Si estáis dispuestos a quedaros con Natasha, podéis dejarme vivir allí también, ¿no? ¿Por qué queréis separarla de su madre?

Aaron estaba dispuesto a apostar que no había nada que Natasha deseara más que separarse de Anya. También estaba convencido de que Natasha no podía arreglárselas sola de ninguna manera, que no tenía ninguna otra opción. De lo contrario, no habría acompañado a su madre.

Cuando Presley le apretó la mano, imaginó que ella pensaba lo mismo.

–A lo mejor podrían quedarse las dos solo unos meses –propuso Ros–. Siempre y cuando compartan una habitación, como ella ha dicho.

–Sí, podríamos hacer eso –saltó Anya inmediatamente–. Sería perfecto. Y pensad lo bueno que sería para vosotros tener una mujer cerca. Esperad a ver cómo cocino. Y hay otras muchas cosas que también se me dan bien.

No explicó cuáles y Aaron temió preguntar.

–Grady, Rod… –comenzó a decir Dylan, pero no pudo decir nada más.

Aunque debieron notar el tono de advertencia, Grady suspiró y se encogió de hombros.

–Todo el mundo necesita un respiro de vez en cuando, Dylan –le dijo–. Y esto supondría un gran descanso en la vida de papá. También a él le daría un respiro, puesto que, estando en la cárcel, no puede ayudarlas. Pero solo puedo hablar por mí mismo. Rod ya ha dicho lo que piensa. ¿Y tú, Mack?

Todos los ojos se volvieron hacia él. Mack vaciló. Era raro que no se pusiera de parte de Dylan. Pero, al final, asintió. ¿Qué otra cosa podía hacer? Él era el que estaba más emocionado, pensando en la vuelta de su padre. Pero había muchas probabilidades de que T.J. antepusiera los intereses de aquella mujer a los de sus hijos y Mack terminara sin nada, como siempre.

Aaron miró a Presley. Sabía que a Anya le había sorprendido no haber sido capaz de conseguir un recibimiento más cálido, pero no iba a permitir que lo que ellos pensaran o sintieran se interpusiera en su camino.

–Ya veréis que no es difícil vivir con nosotras –les aseguró, y, rápidamente, lo organizó todo para irse a vivir a su casa al día siguiente.

–Mierda –musitó Aaron, todavía impactado, mientras iban dirigiéndose hacia la salida después de que Anya se marchara–. Sabía que esto no iba a salir bien, pero no creo que pudiera haber salido peor.

Presley llevaba en brazos a Wyatt, pero se lo colocó a un lado y le pasó el otro brazo por los hombros a Aaron.

–Di la verdad. Natasha te da tanta pena como a todos nosotros.

–Por supuesto –admitió–. Anya tenía un arma secreta. Nos ha desarmado por completo, tal y como pretendía.

Se detuvieron a la sombra del voladizo y observaron como se alejaban madre e hija en un coche destartalado.

–Creo que vamos a terminar teniendo problemas –dijo Grady.

Desde luego. Pero Aaron no iba a permitir que su padre volviera a arruinarle la vida. Si alguna vez había tenido dudas sobre su marcha a Reno, desde luego, desaparecieron en aquel momento.