Aaron localizó el que iba a ser el estudio de yoga de Presley por su proximidad con el estudio fotográfico de Callie. Había recordado la antigua tienda de antigüedades en cuanto Kyle y Riley la habían mencionado. Pero merecía la pena acercarse para ver si iba muy adelantado el proceso de apertura. Tenía curiosidad por todo lo que Presley estaba haciendo; no había sido capaz de dejar de pensar en ella desde que se la había encontrado el día anterior. De modo que se había dicho a sí mismo que se dejaría caer por allí de camino a Reno. Si estaba sola, a lo mejor incluso paraba para comentar algo, y para conseguir sacar de su pecho todo lo que estaba pensando y sintiendo. No le parecía justo que Presley pareciera tener de pronto tan mala opinión sobre él. No, cuando siempre había estado convencido de que ella era una de las únicas personas que verdaderamente le comprendía.
Pero en cuanto vio la camioneta de Riley Stinson allí aparcada, se desvió hacia el estudio, aunque era evidente que Presley no estaba sola. El negocio todavía no estaba abierto. De modo que, ¿qué estaba haciendo Riley allí?
Decidió averiguarlo.
El sonido agudo de una sierra eléctrica cortó el aire cuando cruzó la calle. A través de los enormes ventanales de la entrada vio una escalera de mano y unas lonas para pintar.
Habían dejado la puerta abierta para que pudiera ventilarse el local. Aaron permaneció un momento en el umbral, observando a Riley comprobar la medida de una tabla de madera que acababa de cortar. No se veía a Presley por allí. A lo mejor estaba en otra habitación. El saber que se alegraba de que Presley no pudiera oírle, de tener la oportunidad de enfrentarse a Riley a solas, le indicó que no debería estar allí. Desde que había coincidido con ella en la librería estaba de un pésimo humor. La pelea con Dylan no le había ayudado, ni tampoco la noche que había pasado sin dormir, intentando convencerse de que no le importaba si Presley quería o no que formara parte de su vida.
Al fin y al cabo, le había resultado fácil estar separado de ella durante dos años, ¿no?
En realidad, no le había resultado tan sencillo. Había pensado en ella constantemente, a las horas más extrañas, cuando ya era tarde y la casa estaba en silencio. La había echado de menos. Había echado de menos la diversión que compartían y la pasión que Presley había llevado a su cama. Pero el hecho de que la hubiera echado de menos no explicaba que estuviera tan furioso. Debería alegrarse de que hubiera sido capaz de continuar con su vida. Habían sido muchas las veces que había deseado que lo hiciera. Durante el tiempo que habían estado juntos, siempre había sabido que ella le quería más de lo que él la quería a ella, y ese tipo de relaciones nunca terminaba bien.
–¡Eh! –llamó.
Riley volvió bruscamente la cabeza. Después, desconectó la sierra y se quitó las gafas protectoras.
–¿Cómo va todo?
Seguía sin haber ninguna señal de Presley.
–¿Dónde está? –le preguntó Aaron.
Riley no preguntó quién. Era evidente.
–Ha ido a llevar al niño a casa. Ha pasado toda la noche levantada, arreglando las paredes, así que espero que también ella haya podido dormir. Pero, con lo cabezota que es, probablemente volverá.
Hablaba como si conociera bien a la nueva Presley, pero no la conocía. No la conocía de verdad. Nadie en Whiskey Creek, excepto Cheyenne, la conocía tan bien como él. Al igual que él, Presley siempre había sido una forastera, alguien a quien se miraba con desconfianza. A Aaron nunca le había importado mucho lo que pensaran los demás. No había permitido que su opinión le influyera. Pero Presley no tenía la piel tan gruesa.
–¿Entonces estás trabajando solo?
Utilizando una cinta métrica, Riley marcó la tabla en la que quería hacer el siguiente corte.
–De momento.
Aaron comenzó a dar pataditas a un clavo que había caído de una de las lonas para proteger el local de la pintura.
–No sabía que te había contratado para hacer las mejoras del local. No me dijiste nada en la librería.
–No sabía que lo iba a hacer.
Aaron se acercó a ver el trabajo de Riley.
–¿Es la recepción del local?
Riley se sopló el serrín de las manos y sacudió después la camiseta.
–Exacto.
–¿Y tiene dinero para pagar todo esto? –señaló el trabajo que había hecho Riley hasta entonces. Dylan le había dicho que Presley no estaba en una buena situación económica–. Es difícil ser una madre soltera.
–Dímelo a mí –musitó Riley.
Tanto él como Presley eran padres solteros, pero el parecido entre ellos terminaba allí.
–Tú siempre has contado con la ayuda de tus padres y has tenido la manera de ganarte la vida. Ella no ha tenido ninguna de las dos cosas.
Riley también había tenido muchas otras cosas de las que Presley había carecido, pero pensó que ya había dicho suficiente.
–Siempre ha tenido a Cheyenne a su lado. Y espero que tenga éxito con los masajes y el yoga. Pero no te lo discuto, está en una situación complicada, sobre todo teniendo un niño tan pequeño.
Aaron señaló la sierra con la cabeza.
–A lo mejor deberías dejarme terminar eso.
Riley se enderezó, prestándole a Aaron toda su atención.
–¿Perdón?
–No quedará tan bien como si lo haces tú, pero sé manejar el martillo y los clavos, y no le costará ni un centavo.
A lo mejor, esa era la forma de enmendar lo mal que se había portado el día de la muerte de su madre. A lo mejor por fin podía aliviar su conciencia.
Riley colocó la madera que acababa de cortar sobre unas borriquetas.
–No hace falta que te ocupes tú. No voy a cobrarle nada.
–¿Por qué no? –preguntó Aaron antes de que Riley volviera a conectar la sierra–. Es posible que esto no sea una gran obra, pero te llevará la mayor parte del fin de semana.
¿No era aquel un excesivo favor para un mero conocido?
Riley se encogió de hombros y volvió a colocarse las gafas.
–No me importa ayudarla.
Volvió a sonar la sierra, obligando a Aaron a hablar por encima de aquel chirriante sonido.
–¿Desde cuándo sois tan amigos? Cuando Presley se fue, apenas la conocías.
La sierra de Riley atravesó el tablón y el pedazo final cayó sobre los restos de los otros tablones.
–Claro que la conocía –dijo mientras un repentino silencio parecía atronarles los oídos–. Soy amigo de Cheyenne desde hace años.
Pero eso no significaba que le hubiera dedicado una sola mirada, o un solo pensamiento, a Presley.
–¿Y qué? ¿Estás haciendo una buena acción? –le miró a los ojos–. ¿O estás buscando la manera de ganártela?
Riley se volvió para enfrentarse a él, y volvió a quitarse las gafas.
–Estás siendo un poco posesivo, Aaron. Algo que no me esperaba. Según Cheyenne, lo que había entre Presley y tú cuando ella vivía aquí ya ha terminado. ¿Acaso se equivoca? ¿Hay algo entre vosotros que daba saber?
Aaron no podía decir que lo hubiera. Presley le había dicho, y con toda claridad, que no tenía ningún interés en volver a salir con él. Pero no entendía por qué eso tenía que significar que no podían ser amigos. Ella había necesitado su amistad en otro tiempo.
–Estoy seguro de que no hay nada que Cheyenne desee más que ver a su hermana con un tipo respetable. A eso viene todo esto, ¿verdad? ¿Está Cheyenne detrás de todo esto?
Riley frunció el ceño.
–Aaron, nunca ha habido problemas entre nosotros. ¿Por qué estás intentando que los haya ahora? Cheyenne no me está presionando para que salga con Presley.
–¿Entonces es que te llamó la atención cuando la viste en la librería?
–¿Y eso qué más da? Yo pensaba que tú ya tenías esto superado. Si no recuerdo mal, he oído decir que tienes algo que ver con Noelle Arlond.
Aaron había coincidido con Noelle en el Sexy Sadie’s en un par de ocasiones y la había llevado a su casa, pero solo porque ella le había hecho saber que quería acostarse con él y él no tenía nada mejor que hacer. En realidad, no le tenía mucho aprecio. Tampoco había estado nunca enamorado de Presley, pero le gustaba mucho más que Noelle. Por lo menos ella era real, una mujer pegada a la tierra. Noelle era la criatura más vana y superficial que había conocido jamás.
–Noelle y yo somos amigos, eso es todo.
Riley tomó otra tabla de madera y comenzó a examinarla.
–Me alegro de oírlo, por tu bien.
Sin lugar a dudas, Noelle era la persona más odiada del pueblo. Aquello solo servía para despertar la compasión de Aaron. Pero ella no parecía entender el motivo por el que provocaba aquel sentimiento, de modo que Aaron no podía hacer nada para ayudarla.
Aun así, no le gustó que Riley adoptara aquella actitud de superioridad. Aunque a lo mejor tenía derecho a hacerlo. Desde luego, Riley jamás había metido la pata tanto como él.
–No necesito tus advertencias. Pienso seguir saliendo con quien me apetezca.
–Muy bien. Disfruta de Noelle todo lo que puedas porque ya no eres lo que Presley quiere.
–¿Y tú sí? –le espetó.
Riley no tuvo oportunidad de responder. Una voz femenina, sorprendida y ligeramente indignada, les interrumpió.
–Aaron, ¿qué estás haciendo aquí?
Riley y Aaron estaban tan enfrascados en la conversación que ni siquiera la habían visto entrar. Caminó hacia ellos, agarrando de la mano a Wyatt, que se esforzaba en seguirle el paso. No llevaba maquillaje, pero al natural estaba magnífica. Con aquella piel del color del café con leche, los ojos castaños y el pelo tan corto, a Aaron le recordó a Halle Berry.
No le hacía mucha gracia que hubiera oído la conversación. Pero lo único que podía hacer era encogerse de hombros y comportarse como si no le importara. La indiferencia podía salvar cualquier situación incómoda. Si a uno no le importaba, dejaba inmediatamente de serlo.
–Me he pasado por aquí para ver cómo van las obras.
Se miraron a los ojos. Aaron se preguntó si Presley podría adivinar que no estaba tan emocionalmente distanciado de ella como había fingido. Pero ella desvió la mirada antes de que él hubiera podido descifrar sus pensamientos.
–Van bien.
Aaron miró a su alrededor.
–Parece que necesitas ayuda.
–Ya la tiene –Riley le miró con el ceño fruncido.
Ya no sujetaba ningún tablón de madera ni ninguna otra herramienta. Tenía las manos libres. ¿Sería por si acaso surgía una pelea?
–Ya tienes la zona de recepción bajo control –dijo Aaron–. Pero todavía queda la pintura. Si yo te ayudara, todo iría mucho más rápido. Me pasaré por la tienda de pinturas. ¿Qué color quieres?
Presley entreabrió los labios sorprendida.
–Es sábado. ¿No tienes que abrir el taller?
–Hasta el lunes no.
En realidad, tenía tanto tiempo porque había concertado una cita con un agente inmobiliario en Reno, pero podía cancelarla. Ya había visto todo lo que tenía que ver. Lo único que le quedaba por hacer era decidirse.
–No creo que quieras pasar tu tiempo libre haciendo… esto.
¿De verdad le resultaba tan inconcebible que estuviera dispuesto a sacrificarse por ella?
Una parte de él sentía que tenía que largarse cuanto antes de allí. Sabía que él no era lo que Presley estaba buscando. Pero otra parte se negaba a permitir que se deshiciera de él tan fácilmente. Aaron no había pretendido hacerle ningún daño dos años atrás. ¿Quién se había portado mejor con ella? Desde luego, no había sido Riley. Los amigos de Cheyenne habían ignorado su existencia. Seguramente, podría perdonarle que no hubiera sido capaz de enfrentarse a su dolor porque aquello le habría obligado a enfrentarse a la inmensidad de su propio sufrimiento, ¿verdad?
–Claro, ¿por qué no? –dijo.
Si Presley quería deshacerse de él, iba a tener que decírselo. Pero no pensaba que fuera capaz. Tenía un corazón demasiado blando. Y si Riley intentaba forzar la situación, se arrepentiría de haber metido las narices en los asuntos de Presley.
Afortunadamente, Riley no reaccionó como Aaron esperaba.
–Sí, ¿por qué no? –dijo–. Con un par de manos más, todo irá más rápido.
Presley pareció sorprendida por aquella capitulación.
–Pero… ¡No tengo dinero para pagaros a ninguno de los dos! Y no quiero sentirme como si me estuviera aprovechando de vosotros. Puedo hacer esto yo sola. De verdad. Preferiría hacerlo sola, de hecho.
Se había convertido en una mujer recelosa desde que se había marchado de Whiskey Creek, y eso hizo que Aaron se sintiera todavía más culpable por haberle dado la espalda aquella lejana noche.
–No tienes por qué hacerlo sola –Riley ensanchó su sonrisa–. Estamos encantados de ayudarte, ¿verdad, Aaron?
Riley estaba dejando muy claro que no consideraba a Aaron una amenaza. «Tú ya no eres lo que quiere Presley», le había dicho. ¿Y era tan arrogante como para creer que podía demostrarlo?
Pero Aaron no era capaz de resistirse a un desafío.
–Desde luego. No pienso dejar que hagas esto sola.
Presley podría haber seguido discutiendo, pero Wyatt estaba intentando escapar para poder jugar con el serrín y los restos de madera.
–Wyatt, te vas a hacer daño –musitó Presley mientras se esforzaba en retenerlo.
Parecía cansada. Aaron sintió la tentación de agarrar al niño por ella, pero Presley se estaba mostrando tan distante con él que no se atrevió, y menos delante de Riley.
–¿Por qué no te lo llevas a casa para que pueda jugar en un lugar seguro? –sugirió Aaron–. Nosotros nos ocuparemos de esto.
Presley miró alternativamente a Riley y a Aaron.
–Pero…
–¿Qué vas a poder hacer aquí con él? –preguntó Riley, apoyando la sugerencia de Aaron.
–Podría dejarle jugando en el parque –comenzó a decir.
–Pero allí solo durará un rato –replicó Aaron.
Riley hizo un gesto, invitándola a marcharse.
–Haré todo lo que pueda para compensaros –les prometió ella.
Después, a pesar de los llantos y los movimientos del niño, consiguió sacar una muestra de pintura y algo de dinero del bolso.
–Aquí dejo el color que he elegido. Si no hay suficiente dinero para pagarlo, luego te lo daré, Aaron.