«Confiad en Dios muchachos y mantened la pólvora seca».
OLIVER CROMWELL
CAPÍTULO TRES
Enigma en la tierra del condor
Corría el 13 de mayo de 1531 cuando Francisco Pizarro desembarcaba en la ciudad de Tumbez, en el norte del Perú. Acompañado de un ejército de menos de 200 hombres desarrapados, se disponía a realizar lo que más tarde se vería como la más grande de las gestas de la conquista española en América. Aún no se había dado cuenta de que iba a pelear en un imperio milenario, que ocupaba los territorios que hoy en día van desde Colombia hasta Chile. Iba a descubrir una cultura ancestral, que en aquellos momentos tenían la religión del Inca, descendiente directo del sol, y era una mezcla de cultos naturistas, fetichismo, creencias animistas y ritos mágicos, con un ser supremo que lo dominaba todo en la figura del Inca dominante.
La conquista española comenzó con más corazón que razón, y como leemos en algunas crónicas de Indias con auténticos salvajismos. Pero pongámonos por un momento en la piel de aquellos españoles en viaje y conquista de lo inesperado, entre salvajes, que la mayoría de las veces les recibían con flechas, y a los que solamente podían hacer frente con su estrategia militar, ya que la proporción en las batallas muchas veces era de mil indígenas por español. No debemos descalificar a aquellos aguerridos hombres, porque hasta hoy en día, con equipos modernos, nos cuesta un sufrimiento avanzar en esas junglas. Solo por un momento pongámonos en el lugar de aquel combatiente extremeño, con armadura y casco, preso de mil enfermedades y bajo la ostigación del enemigo y que aún tenía ganas de seguir avanzando en la conquista de tierras y oro para su rey. Realmente eran héroes, de los cuales no debemos olvidar sus gestas o valor, y como dice Pérez-Reverte en su novela del capitán Alatriste cuando define al conquistador: «No era el más honrado, pero sin duda era un hombre valiente».
En el momento del desembarco, el imperio inca se encontraba sumido en una semiguerra civil. Los dos hermanos Atahualpa y Huascar luchaban por el poder absoluto en el imperio, cosa que supieron aprovechar muy bien los españoles con sus estrategias y pactos, en los cuales engañaban a ambas partes, e iban debilitando sus ejércitos. A pesar de esto, la conquista completa del imperio llevo más de medio siglo.
Los primeros incas eran nada más que una caravana de gentes nómadas, originarias de Tihuanaco, que a finales del siglo XII se asentaron al norte de su tierra en lo que sería la cuna del futuro imperio del sol. Mediante alianzas con otras tribus y muy inteligentemente fueron conquistando un imperio.
La llama, el caballo del altiplano andino, es un animal indispensable para la dura vida en estas montañas que fácilmente superan los cuatro mil metros de altura. El origen de los incas y su asentamiento en el valle sagrado de Cuzco tiene, como todo, una explicación lógica, a la vez que no deja de lado las leyendas milenarias
Alrededor de Manco Capac, primer inca y gobernante en Cuzco, se han forjado leyendas y mitos sobre un hombre que, durante su reinado, no paró de luchar con las tierras vecinas para mantener su hegemonía en el valle sagrado, sobre todo con los belicosos Chancas, que finalmente fueron vencidos y sometidos. El inca se encontró con un gran ejército y sin enemigo que le atacase. Así comenzó la época más importante para su imperio, la era del Tahuantisuyo, que le tocó iniciar al inca Pachacutec y que duró unos 100 años. Esta época, bajo el gobierno de los Incas Pachacutec, Tupac Yupanqui, Huayna Capac, Huascar y Atahualpa, significaría el esplendor y caída de un imperio. Un imperio que construyeron sobre el miedo y las leyendas, ya que hacían creer a los pueblos conquistados que eran descendientes directos del sol, y que éste les había creado en lago Tititaca, dando la orden de que salieran de la tierra y conquistaran el mundo. Todo esto continua aumentando su poder, hasta aproximadamente el año 1527 de nuestra era, cuando llegaron al gobierno los hermanos Huascar y Atahualpa, lo que significó el principio de la decadencia de un imperio. En aquellos años no quedaba prácticamente nada que conquistar, así que todo su trabajo quedaba resumido a intrigas y tejemanejes palaciegos, quedando cada uno de los hermanos gobernando una mitad (norte y sur) del imperio y manteniendo guerras entre ellos para conquistarse zonas el uno al otro. Todo esto coincidió con la llegada de Pizarro a Tumbez, donde los españoles derrotaron estrepitosamente a las tropas de Atahualpa, al que tomaron como prisionero en Cajamarca.
En esos días, las tropas de Atahualpa entraban en Cuzco, causando destrozos y saqueos, matando y mutilando a familiares y seguidores de Huascar, hasta hacer a éste prisionero, para posteriormente trocearle y tirarle al río Yanamayo, para evitar así su unión con los conquistadores. Atahualpa simuló una gran pena por la muerte de su hermano desde su cautiverio, pero los conquistadores no tardaron en saber que fue el propio Atahualpa quien ordenó la tortura y asesinato fraticida. Le condenaron a morir quemado en la hoguera, pena que le fue conmutada por el garrote vil, una vez recibido el sacramento del bautismo y adoptando la religión cristiana (fue bautizado con el nombre de Francisco, en honor a su padrino Pizarro).
Esto fue el final de una gloriosa época que, aunque con reductos de luchas. Debido a las escarpadas montañas y selvas que componían el imperio, los conquistadores tardaron años en recorrerlo. Se aliaron con numerosas tribus las cuales, creyendo la promesa de que les devolverían la independencia y libertad que les quitaron los incas, les prestaban su ayuda. Pero esta libertad nunca llegó, pues era una conquista colonial en toda regla y no una simple guerra la que estaban librando los profesionales soldados españoles.
No se puede hablar de enigmas y misterios incaicos sin caer en el mayor de todos ellos, la ciudad perdida de Machu Picchu, y eso es lo que me llevó realizar aquel vuelo Lima/Cuzco, en una madrugada, como todas en la capital, con la calima que la cubre. Era muy temprano, poco más de las seis de la mañana, pero debía aprovechar los vuelos de primerísima hora, pues ningún turista que llega al Perú se va sin visitar Machu Picchu. El cupo en los vuelos está lleno con días de antelación.
Tras mi salida con el consiguiente retraso y después de una hora y algo de vuelo, tomamos tierra en el aeropuerto internacional de Cuzco (el ombligo del imperio en quechua). Lo primero que se siente al abrir la puerta del avión es una falta de aire para llenar nuestros pulmones, nos encontramos a casi 4.000 metros de altura y a no ser que estés acostumbrado, es una sensación muy desagradable, la falta de oxígeno. Como todo en la vida es acostumbrarse y no realizar movimientos rápidos o esfuerzos en las primeras horas en la ciudad. Aunque «los expertos» recomiendan las infusiones o masticar las hojas de coca para contrarrestar el temido «soroche» o mal de altura. La cruda realidad es que esto no sirve de nada, a no ser que mastiquemos las hojas con un trozo de alcaloide, como hacen los autóctonos, provocando de esta manera la reacción química que nos sumirá en una tranquilidad que hará que olvidemos el mal. Aunque esto no es muy recomendable, pues el sabor de la hoja con la cal envuelta es tan repugnante que casi es mejor soportar el «soroche».
Una vez estuve ubicado en el pequeño hotel Excelsior, en una calle de las que llegan a la catedral y mucho más barato que los Internacionales que rodean la plaza, me dirigí a dar un paseo por sus intrincadas y empedradas callejuelas.
En Cuzco se respira un ambiente misterioso y distinto, las calles tienen las mismas piedras que en su día pisaron los incas. Contrasta el centro de la ciudad con edificios coloniales con balconadas y una impresionante catedral erigida por los españoles. Hoy en día es una ciudad preciosa muy cuidada, pues se trata de la joya turística del Perú, pero que a la vez han sabido mantener sin construcciones que rompan en demasía su estética.
Voy hasta la plaza de armas, donde están situadas las agencias de turismo más «serias» de la ciudad, pues mi intención es contratar un camino inca que me llevará durante cinco días caminando por las montañas y las antiguas rutas indígenas hasta la ciudad de Machu Picchu.
MACHU PICCHU – «MONTAÑA VIEJA» y cuna de mitos y leyendas que permaneció oculto a los ojos de la humanidad hasta 1917. ¿Último bastión de los incas en la conquista española, ciudad perdida de las vírgenes del sol? Nunca sabremos la realidad de esta mágica ciudad oculta entre las montañas de la cordillera andina
Ya he realizado este camino en otras ocasiones y sé que no lo contrataré por menos de 100 dólares americanos, pues aquí los abusos con turistas son terribles, y esta ruta tiene tramos peligrosos que hay que conocer muy bien, sobre todo para no perderse.
Este camino por las alturas consta de unos ochenta kilómetros, divididos en etapas de unos 15/16 kilómetros diarios, desde las 6 de la mañana a las 6 de la tarde, que puede parecer mucho tiempo para tan corta distancia, pero os aseguro que en varias ocasiones se llega al campamento ya anochecido. Esa es la diferencia entre una buena organización y un mal camino. En el bueno, los porteadores te llevan la tienda de campaña, la comida y tu equipaje, o sea dos porteadores por persona. Cuando llegas al final de la etapa te encuentras el campamento montado. Luego está el camino barato, donde tú llevas la mayor parte de la carga y muchas veces, cuando llegas al campamento, éste no existe y los porteadores se han largado. Os lo cuento por experiencia, así que si intentáis realizar el «Inka Trail» gastaros algo más de 100 dólares, pues no os arrepentiréis de ello.
A la mañana siguiente de madrugada, ya estaba en la estación de tren que nos llevaría hasta Oyantaitambo, donde nos bajamos y comienza el camino a pie.
Los grupos de camino inca suelen ser reducidos, de unas cinco personas. En el mío iban dos matrimonios alemanes y yo. Los primeros tramos son los más duros, se deben de hacer lentos, ya que estamos a mucha altura (4.000 m.) y una cosa que veremos durante el camino y que nunca falla, es que si tenemos una cuesta abajo y nos animamos a bajar deprisa, será un craso error, pues en este camino a una cuesta abajo la sigue una tremenda cuesta arriba, como norma.
Los Chaskis o correos que comunicaban Cuzco, capital del gobierno Inca, con Machu Picchu, capital religiosa de su imperio, tardaban menos de un día en realizar este camino, y como los incas no conocían la escritura llevaban una especie de cuerdas con nudos (quipus en quechua) que traducidas eran los códigos de importantes mensajes.
Parece mentira que una cultura que no conocía la escritura ni la rueda, llegara a construir fastuosas ciudades y realizar enormes guerras de conquista, todo ello en menos de un siglo.
Estos misterios nos van asaltando en cuanto investigamos un poco este mundo de enigmas sin resolver que es Perú.
No se sabe a ciencia cierta cuál era el fin de la construcción de Machu Picchu ni su utilidad, quizás el último reducto inca en la conquista española, ¿quizas fue el primer asentamiento? Nada de lo que rodea esta zona tiene una clara explicación.
Oculta por la selva hasta el 24 de julio de 1911, cuando Hiram Bingham, en una expedición financiada por la universidad de Yale, descubrió los primeros vestigios de la ciudad. Unos campesinos le dijeron que allí arriba en la montaña había unas terrazas de piedra donde ellos cultivaban, no sabían que estaban ante uno de los mayores descubrimientos de la arqueología moderna.
En las primeras excavaciones dirigidas por el propio Binghan se encontraron poco más de una treintena de esqueletos en la ciudad, así como algunos utensilios de trabajo doméstico, lo que incrementa una de las hipótesis de que la ciudad fue abandonada antes de su extinción, ¿una plaga, la inminente llegada de los españoles? Nadie sabe lo que ocurrió en realidad.
Las pruebas realizadas recientemente con carbono catorce, nos indican que la ciudad no tiene más de 500 años de antigüedad. Las leyendas cuentan que esta urbe era el refugio de sacerdotisas y vírgenes que se escondieron allí tras la llegada de los españoles, y era una ciudad ceremonial. Debido a sus templos como se ha visto para adorar a la luna y al sol. Incluso con piedras de sacrificios, ya que los Incas también realizaban sacrificios humanos al dios Inti (el sol), pero sin llegar a las verdaderas carnicerías que hacían los Mayas o Aztecas, como veremos en capítulos posteriores.
Los huairuros o súper hombres que llevan las pesadas cargas durante el duro camino inca. Cuando tú no puedes caminar ni subir cuestas a casi cinco mil metros de altura y te falta el oxígeno, te pasa uno de estos pequeños hombres corriendo y con treinta kilos de carga a su espalda
El camino discurre entre paisajes impresionantes. Nuestros amigos alemanes parece que ya van más tranquilos. Esta ruta hay que tomarla como la vida, con tranquilidad, para disfrutarla.
Como oí una vez a mi admirado Narciso Ibáñez Serrador: «en la adolescencia, la vida hay que beberla, en la madurez hay que comerla, y a partir de los sesenta hay que fumarla, para poder disfrutar de ella plenamente». Sabio consejo que se debe tomar en este tipo de trabajos, ya que de qué sirve realizar el esfuerzo de un camino a más de 4.000 metros de altura si vas mirando al suelo para no ver cuánto queda, como aconseja nuestro guía en un chapurreado inglés. La ruta está salpicada de ruinas, que a poco que dejemos correr nuestra imaginación nos lleva a ver correos chaskis por el muchas veces empedrado camino, una obra de ingeniería que dura hasta hoy. Durante el día, la temperatura es de unos 24 grados centígrados, pero en la noche fácilmente baja de cero grados; no me extraña que estas gentes adorasen al sol, fuente de vida.
El cuarto día de camino, hacemos noche dentro de unas ruinas en la ruta, acompañados de una luna llena que brilla en el cielo, y que parece se pueda tocar con la mano. Noche que junto a otra que pasé hace años atravesando el lago Victoria en Tanzania, durmiendo en la cubierta del trasbordador y viendo el abovedado cielo, fue una de las más maravillosas de mi vida. Mientras, mis compañeros germanos se quejaban de la cantidad de mosquitos que había en aquel lugar, distintas maneras de ver la vida.
La mañana del quinto día es una de las más duras del camino, ya que además de las cuestas de costumbre, empiezan las escaleras de piedra y el famoso puente roto. Hay que pasar pegado al borde una pared, mirando hacia dentro pues, como cuenta la tradición, si pasas mirando al vacío, éste te llama y te hace saltar. Pasamos la noche en un improvisado campamento, y a la mañana siguiente al amanecer veremos uno de los mayores espectáculos del mundo. Tras subir el último tramo de escaleras y atravesar la «inti Punku» o puerta del sol, entramos en el territorio de Machu Picchu. Si el día está despejado, podemos ver la ciudad a lo lejos, en todo su esplendor, incluso a uno de los dos cóndor que aún viven en esta zona sobrevolar el terreno. Nos queda una caminata de unos tres kilómetros hasta que llegamos a la ciudad sagrada, por un estrecho camino con un interminable precipicio al lado derecho, es la peor parte del viaje, si se sufre vértigo por supuesto, ya que de otra manera el camino es magnifico, con unas vistas increíbles.
Machu Picchu, una de las vistas más increíbles de este mágico planeta. A pesar de contemplar esta imagen en miles de fotos, estar ante Machu Picchu tiene algo especial que flota en el ambiente. Con razón se dice que junto a las sagradas montañas del Himalaya, son los dos focos energéticos más potentes del mundo
Cuando llegamos a la ciudad y tras sortear a mil guías indígenas que nos la quieren mostrar por un módico precio, conseguimos quedarnos solos ante la vista que tenemos frente a nosotros. Sentados sobre una roca podemos mirar Machu Picchu (montaña vieja, en quechua), la montaña más pequeña situada a la izquierda y que da nombre a la ciudad. A su derecha, la montaña grande Huaina-Picchu o montaña joven traducido a nuestro idioma. La ciudad tiene unos 300 metros de ancho por no más de 700 de largo. Nadie ha podido averiguar cómo se pudieron subir las enormes piedras para construir los templos y las casas. Estamos ante uno de los misterios más grandes de Sudamérica. Allí algo mágico flota en el ambiente y las energías que hay, a poco sensible que sea uno, las notas en tu cuerpo. Sin duda algo «especial» hay en esta parte del mundo, pues los expertos dicen que los centros energéticos mundiales están situados en el tibet y en Machu Picchu, ciudad que no fue construida por casualidad en este lugar, pues según cuentan las leyendas, para elegir esta ubicación, primó la conciencia de volcar en este lugar las ideas y creencias que estructuraban el orden del universo inca. Para ello intervinieron sabios, sacerdotes y hechiceros que planificaron el sagrado lugar, síntesis de todas las síntesis y centro energético del mundo conocido.
Tras perdernos todo el día entre las calles de la ciudad, pletórica de misterios en todas sus esquinas, decidimos bajar al pueblo de Aguas Calientes donde tomaremos el tren de vuelta a Cuzco. Eso sí, antes nos daremos un baño de aguas sulfurosas en las famosas pozas que existen en esta aldea, que nos recuerda a los antiguos poblados del oeste americano, con los bares en el borde de la vía del tren y el aparecer de la locomotora humeante acercándose al andén.
Tras un pesado viaje de más de cuatro horas para recorrer los escasos cien kilómetros que nos separan de Cuzco, llegamos nuevamente a la ciudad. Me dirijo al hotel, derrotado físicamente, pero con la satisfacción de lo vivido, algo que nada ni nadie nos puede quitar. Pues los últimos días han sido como un viaje en la máquina del tiempo, he viajado al pasado, a los mismos lugares que pisaban hace 500 años, una de las culturas indígenas y misteriosas más importantes del planeta.
Tras un par de días de descanso colocando las notas y disfrutando de la alegre y variopinta noche de Cuzco, vuelvo a mis andadas de estudiar y presenciar ceremonias mágicas. Para ello y como mejor idea tomo un taxi para ir a visitar las ruinas de Sacsauman, en la altura sobre la ciudad de Cuzco. Hace años en este lugar conocí a Héctor, el guardián de la ciudad, un hombre muy mayor, pero de aspecto totalmente inca, con una nariz que le bajaba casi hasta la barbilla y gesto hosco y dominante. Aunque su labor había quedado actualmente limitada a vigilar las ruinas de posibles expoliaciones, este hombre era un gran chamán, y te puede contar las historias más alucinantes del imperio inca.
Sacsauaman, que significa águila real en quechua, es una de las obras más grandiosas de los incas. Era el mayor punto defensivo del imperio y fue proyectada por Pachacutec, para defender su capital Cuzco, de la invasión de las gentes de la selva. Fue construida por más de treinta mil hombres que, con la única ayuda de sus músculos, colocaron piedras de más de 20 toneladas una sobre otras (aun hoy en día no cabe la hoja de un cuchillo entre ellas), consiguieron la perfección de encaje entre piedras lijándolas con cuero y tierra. Una labor increíble, ¿quizás les ayudo una cultura superior a construirla? Esta fortaleza vista desde el aire tiene la forma de un jaguar, al igual que Machu Picchu parece un cóndor, ¿cómo consiguieron los incas tener esta perspectiva? Aquí queda otro de los enigmas con difícil explicación racional.
La dura vida en el altiplano andino, cualquier cosa tiene un valor incalculable para venderse en los mercados
Cuando llego a las ruinas de la fortaleza, me acosan montones de muchachos para enseñarme la ciudad, y cuando pregunto por Héctor siempre obtengo la respuesta a la que ya me he acostumbrado en estas tierras. Preguntes por quien preguntes siempre te dicen lo mismo, ya no vive aquí o esta persona ya murió.
Sacsauaman, fortaleza defensora de Cuzco y donde se escribió uno de los episodios más sangrientos de la conquista española en el Perú. Las ciclópeas piedras que construyen esta fortaleza son otro de los grandes enigmas del pasado; aún con las máquinas de hoy en día, sería imposible colocar muchas de estas enormes piedras
Continuo tozudamente mi búsqueda caminando entre las enormes piedras y cuando ya me iba a dar por vencido, allí sobre una de las rocas, vi una silueta recortada contra el sol, sentada en la piedra y con la mirada perdida en el infinito. Aquel rostro a contraluz, podía haber sido del mismo Pachacutec, por lo que no dude que era él, Héctor. Trepo hasta allí y me acerco extendiéndole la mano, «Hola Héctor, ¿te acuerdas de mí?». Me contesta con un simple: «Claro, siéntate acá». Como si nos hubiésemos visto hace dos días. Comenzó la conversación, era algo maravilloso el poder hablar con este hombre y en este lugar, conoce todos los secretos de la ciudad y leyendas incas más increíbles.
Como la de Manko Inka Yupanqui, que en 1536 se sublevó contra el poder de los españoles y al ser derrotado huyo a la región de los belicosos Antis, en plena jungla amazónica; se llevó consigo las reliquias y tesoros del templo del sol. Acompañado de guerreros y esclavos, según la leyenda construyeron en la selva la mítica ciudad de Paititi, en plena jungla del río Madre de Dios. Paititi, nombre mítico que hace años me tiene embrujado, la búsqueda de la ciudad perdida, que me ha hecho viajar un montón de veces al Madre de Dios, dónde he encontrado ruinas en mitad de la selva y vestigios y costumbres incas entre sus pobladores. Esa zona es una de las más salvajes y menos exploradas de la Amazonia, pues son ríos con mucha corriente y en la selva puedes encontrar indios belicosos, descendientes de los Antis. Héctor no sabía nada, pero éste era mi próximo proyecto, la expedición en busca de la ciudad perdida. Y él me habla de ello, casualidad o quizás tenga el poder del que tanto se habla y escapa a nuestro raciocinio y nos encontramos ante una de esas «causalidades» que dan sentido a este mundo mágico. Viendo que hay confianza y entendimiento con el maestro, le pregunto directamente: «Héctor, sé que tú conoces las técnicas chamánicas acá en la montaña y la gente que las trabaja, ¿dónde puedo encontrar un hechicero que trabaje el mal?». «Mira hermano» me contesta, «yo dejé estos trabajos hace años por un enfrentamiento con un brujo, que me costó una enfermedad muy dolorosa en los huesos, y llegue a un acuerdo con él, yo me retiraba de la hechicería y él me dejaba en paz. Si se enterara que realizo algún trabajo, me mataría directamente». «¿Dónde vive ese hombre?», le increpé. Vi la cara de Héctor, con síntomas de preocupación, siempre había estado impertérrito, incluso con muchas de mis impertinentes, y necesarias preguntas, pero esta vez le había tocado su orgullo. «Si quieres y con tu destino en la mano», me contestó, «viaja al pueblo de Huasar, está a pocos kilómetros de aquí y es la cuna de toda la hechicería Andina; pero te digo una cosa, allá solo viven los malos, los reyes de lo oscuro y los bajos espíritus». «Está bien Héctor, iré allí, dame el nombre de algún brujo, para llegarme hasta él», le dije. Por primera vez vi una pequeña y sarcástica sonrisa en su rostro, a la vez que me decía, «tú llégate al pueblo y tu destino te dirigirá al peor de los brujos, ya que es lo que estás buscando». Tras despedirme con un simple apretón de manos, como si fuésemos a vernos al día siguiente, o quizás nunca, partí rumbo al hotel para preparar el viaje a Huasar, entre preocupado e impaciente, por las explicaciones de Héctor.
Huasar, el pueblo de los brujos
Al día siguiente amanece nublado en Cuzco, con un frío intenso, pues en cuanto no está el sol presente, se notan los 3.800 metros de altura a la que nos encontramos. Lo primero que hago es dirigirme a la agencia de Augusto, en la plaza de armas, que se dedica a realizar transfer al aeropuerto durante el día, por lo que en la tarde, al no haber vuelos, están parados y puedo conseguir un buen precio para viajar a Huasar y para que espere allí hasta que todo termine.
Una vez en la agencia, y como esperaba, Augusto parece encantado con la idea y, es más, se ofrece a ser el chófer que me lleve al pueblo, quedando en recogerme a las 5 en mi hotel. Al parecer todo va funcionando y sale como lo esperaba, pero como me dijo una vez un viejo chamán, «en esta vida nada ocurre por casualidad». Quizás sus culturas milenarias me estaban permitiendo investigar en ellas, siempre que mantuviese el respeto mínimo, que no debía perder, pues me estaba moviendo en ambientes oscuros, justo en el filo del cuchillo del bien y el mal y que podría llevarme definitivamente a uno de los lados sin salida alguna.
Extrañamente a las cinco en punto, cuando bajé a la calle, Augusto se encontraba con la pequeña furgoneta esperando en la puerta. «Vaya», pensé, «éste tiene más ganas que yo de ver al hechicero», y no me equivocaba, como vería más tarde.
Tras aproximadamente una hora de camino, llegamos a nuestro destino, Huasar, situado al borde de la carretera. Entramos por sus calles, que son todo un río de barro y desechos, parece mentira lo cerca que están del centro mundial del turismo y la pinta de suciedad y descuido que tiene este poblado. Comienza a caer la noche, tomando todo un aspecto siniestro. Sólo un par de bombillas alumbran el lodazal donde nos encontramos. Las gentes son tan oscuras como el lugar, te miran de refilón al pasar, y si intentas parar para preguntar a alguien, se oculta dentro de su casa o se pierde en la oscuridad de las calles. Augusto me pregunta qué hacemos, nadie parece querer darnos razón de nada. Me vienen por un momento las palabras de Héctor a la cabeza, así que le digo: «Sigue recto, ya nos encontrará el destino». Aparecemos en lo que parece la plaza mayor del pueblo, con una iglesia que con su campanario y cruz superior, entre las tinieblas del anochecer, dan un aspecto mucho más tétrico al lugar. «Para por aquí y espérame en el coche por si hay que salir con prisas, pues con la gente tan huraña de los Andes, no se sabe nunca como pueden responder (como me ocurrió una vez en la Puna –desierto de altura– en un poblado similar y tuvimos que salir corriendo antes de que nos lapidaran). Voy a ver qué encuentro). Camino un par de minutos intentando no terminar rebozado en el barro, con la única compañía de los cochinos que campan a sus anchas por este lugar que parece un paraíso hecho a la medida para ellos.
Hasta que veo una sombra sentada en el pollete de la entrada a una casa y me acerco a ella, pues es la única persona que he visto desde que bajé del coche. Cuando llego a su altura y consigo distinguir su rostro, entre el ambiente del pueblo y lo que vi, me costó no salir corriendo y abandonar aquel siniestro paraje.
La mujer tenía entre la cara desencajada y un ojo muerto, un aspecto que no mejoró cuando miré hacia abajo; la pierna derecha estaba arqueada, seguramente de una rotura de juventud mal soldada, que unido a su aspecto de suciedad era realmente impresionante. Así que aguantando como pude su mirada, le hice directamente la pregunta del millón, esperando que su respuesta fuese negativa y abandonar el pueblo. «¿Señora, por favor, estoy buscando un hechicero, conoce usted alguno acá?». No me respondió. Entró en casa indicándome que la siguiera y entre la oscuridad absoluta, apareció un hombre de mediana edad, muy sucio y con barba de varios días al que me señalaba la mujer. Era su marido el hechicero, mi destino le tenía esperándome.
Imagen de una bruja o hechicera del pueblo de Huasao, cercar del ombligo del mundo, el Cuzco. Los brujos andinos son temidos en toda la cordillera y muchas veces como aquí en Huasao, viven todos juntos, en el mismo pueblo, enviándose conjuros y maleficios, pero viviendo lejos de los seres terrenales que les temen
Una vez se encendió la luz pude ver el techo de la cabaña, lleno de pequeños paquetes atados al techo. No había duda, ya he visto muchas veces este tipo de empaquetados, son los trabajos que realizan los hechiceros y que quedan colgados para que cumplan su fin. En la habitación solo había una pequeña mesa que sirve de altar, y una nevera oxidada de los años cincuenta.
Me siento para hablar con Manuel, así se llama el hechicero, de lo que he venido a buscar. Le comento por qué estoy aquí: quiero que me realice un trabajo del mal tal y como lo realiza él y sus antepasados desde hace miles de años. Manuel me dice que no tiene ningún problema en hacerlo, pero que él no puede fingir la realización del trabajo, que tiene que ser un trabajo y un encargo real. «Hay que dañar a alguien», me dice finalmente. En ese momento entra Augusto, que me había seguido, a pesar de pedirle que me esperase en el coche y había escuchado la conversación tras la puerta. «Sr. Juan», habló dirigiéndose a mí, «quiero pedirle un favor, ya que el hechicero necesita un caso real, yo tenía pensado pedirle un favor cuando terminase su investigación, pero si no le ofende podemos ver cómo trabaja mientras lleva a cabo mi encargo, e incluso no le cobraré a usted nada por el transporte». La verdad es que más real no podía ser la ceremonia de esa manera que Augusto me ofrecía. Había utilizado su picardía –que les enseñamos los españoles hace ya 500 años– para conseguir sus fines. Así que le conteste a los dos que de acuerdo, podían empezar cuando creyeran oportuno.
Manuel se vistió con un chuyo o gorro inca de lana y fuertes coloridos, y un poncho de los mismos colores, a pesar de la porquería que cubría ambas cosas.
En la parte andina la vida es muy diferente y sobre todo en cuanto a higiene se refiere, un ejemplo de ello es que entre la gente del pueblo en la época del imperio, había una norma que se debía cumplir a rajatabla. «A los incas nos lavan dos veces en nuestra vida, al nacer y en el momento de nuestra muerte», sin ningún lavado intermedio. Costumbre que hoy en día y en las zonas apartadas se sigue manteniendo.
El hechicero llama a su mujer tullida para que le acompañe, sentada a su lado durante la ceremonia. Lo que me demuestra que la bruja es ella, y necesita sacar el poder de la mujer para trabajar. Comienza la ceremonia cantando e invocando al espíritu del sol para que le ayude a conseguir sus fines; en ese momento le pregunta a mi chofer Augusto que trabajo quiere que realice. Responde el conductor que tiene una enamorada en Cuzco, pero que está casada, y pide a Manuel que acabe con el amor de su marido y le deje el camino libre para vivir con la mujer. Desde luego esta gente no perdona.
Manuel no parece extrañado, no debe de ser la primera vez –ni la última– que le piden estas cosas. Continua su trabajo, coloca sobre la mesa un papel sobre el que va poniendo varias cosas. Comienza con hojas de coca, sagradas para los andinos, luego coloca un poco de algodón, que deja caer con palabras rituales mágicas. Todo muy serio y mirando cómo la persona que tiene en su poder el mando que dirige los designios del mundo. Toma una concha marina vacía y negra de estar rebozada por el suelo y echa cerveza dentro de ella. Entonces se la ofrece a su mujer para que beba, y ésta al beber no traga el líquido y lo escupe sobre el paquete que prepara. No me equivocaba en mi pensamiento, la que tiene el poder para realizar el mal es ella; quién sabe si todas sus deformidades físicas son debidas a peleas con otros brujos. Después de la escupida de la mujer, Manuel cierra el paquete y cantando se dirige al patio de la casa, donde arde una inmensa hoguera, y por primera vez se dirige a nosotros en castellano, ya que desde que comenzó la ceremonia hablaba en quechua. «Para que el amor muera y este hombre abandone a su mujer y no vuelva más a la ciudad de Cuzco, el trabajo que he realizado, también debe morir»; diciendo estas palabras, echó el paquete al fuego para cumplir su sentencia.
Ceremonia de hechicería en las montañas andinas. Las ceremonias rituales de hechicería en la montaña son mucho más oscuras que en la selva, todo es más duro y negro en el ambiente. Pocas veces se trabaja la magia blanca. Además los brujos andinos son unos adivinadores terriblemente efectivos, por propia experiencia
Como hemos visto aquí todo el mundo cree en la hechicería, si no veamos a nuestro chofer Augusto. No era una persona inculta, acostumbrado al mundo occidental y a tratar con extranjeros, pero cree en la brujería y si él no ha venido antes para hablar con el hechicero, ha sido por miedo. Temía que le sentase mal su petición y actuase contra él. Sin embargo, aprovechó la ocasión de venir conmigo para realizar su deseo. Pensaba que un brujo no se atrevería a dañarle acompañado de un blanco, no por que no pudiera, si no por que el blanco significaba dinero y no lo iba a estropear por hacerle daño. La dura realidad es que el pueblo de Huasar y los brujos que lo habitan lo conoce todo el mundo en la zona, pero muy pocos son los que se atreven a venir. Pude comprobar que la hechicería andina es mucho más oscura que en la selva. Hasta el carácter de la gente es mucho más cerrado y oscuro. Todos temen abrirse al extranjero y el brujo es temido hasta por sus clientes. Éstas son las conclusiones a las que llegué mientras disfrutaba junto a Augusto de un «cuy» guisado en la picantería «la Chola», la más famosa de Cuzco y que aún conserva el sabor entrañable de las cocinas llenas de pulgas y las grandes perolas cociendo la bebida de alta graduación alcohólica que toman estas gentes desde épocas anteriores a los incas, «la chicha».
Un par de meses más tarde, y como siempre dejo mi dirección a todas las gentes con las que trato –ahora el e-mail–, recibí carta de Augusto. El marido de su enamorada enfermó gravemente del pulmón y viajó a Lima para mirarse en los médicos y se quedo allí a vivir, dejando a su mujer viviendo en Cuzco y en los brazos de nuestro chofer ¿?.