«La ciencia primera y fundamental de un hombre es saber vivir con dignidad, esto es, ser independiente y dueño de sí mismo y poder hacer su santa voluntad sin darle cuenta a nadie».
ANGEL GANIVET
CAPÍTULO SIETE
Burkina Fasso,
el país de los hombres dignos
Llevo aún poco tiempo en esta parte del África negra, pero ya he visto cosas y he tenido suficientes impresiones como para hacerme una idea de cómo ira el trabajo y con qué tipo de culturas y gentes me encontraré en el camino. Pero de lo que no me he dado cuenta, como veré más adelante, es que el viaje y las sorpresas no han hecho más que empezar.
Paso unos días en mi centro de operaciones de Dakar, hasta que al fin consigo todos los permisos, visados, contactos y billetes para iniciar la segunda etapa de mi viaje.
A la mañana siguiente me encuentro en el aeropuerto de Dakar, tras pasar todos los controles de policía rutinarios, y tras abrirme los bultos, continuamente insisten en quedarse con algo, cosa que soluciono a base de pequeños pins (pequeñas chapas para la ropa), ya que el policía africano es un gran aficionado a este coleccionismo. Así que no es extraño ver a un policía con un motón de pins prendidos en su uniforme entre sus multicolores galones.
Voy a viajar a Ouagadogou, capital de Burkina Fasso en el corazón de África Occidental. Llevamos unas dos horas de retraso y presenciamos cómo un mecánico pasa todo el tiempo metido en uno de los motores de la aeronave que nos llevará a Burkina, armado de una simple llave inglesa como toda herramienta. Cuando éste abandona las tripas del motor, le veo desde la cristalera hacerle el signo de todo OK al piloto, e inmediatamente nos llaman para el embarque. ¡Esperemos que haya apretado todo en condiciones!
Tras un vuelo sin excesivas complicaciones, teniendo en cuenta donde estamos volando, tomamos tierra sin novedad en Ouaga.
Lo primero que me llama la atención es la amabilidad de la policía de la aduana. Me dicen que tengo que dejar el pasaporte en el aeropuerto un par de días para cerrar mi visado, lo cual me asusta, pues moverme por África sin identificación puede resultar terrorífico (a veces lo es con pasaporte incluido). Pero el policía me dice que no hay problema, aquí la gente es diferente, a la vez que me obsequia con una amable sonrisa.
Salgo a la calle y tomo un taxi que me lleva al único hotel «para extranjeros» de la ciudad. Costará unos 25 dólares americanos, pero me advierten de que si no quiero tener problemas debo ir allí, consejo que acepto de muy buen grado.
Burkina Fasso, ex Alto Volta, ha sido otro de los países a dividir en las conquistas imperialistas europeas. En su idioma, Burkina Faso quiere decir «el país de los hombres dignos». No he tardado en darme cuenta de ello, la amabilidad de sus gentes contrasta con los demás países de África occidental, aquí no hay resentimiento contra el blanco o las colonias. Es un país en donde conviven multitud de culturas y etnias sin molestarse unos a los otros. La mejor definición de toda esta forma de vida es que cada uno va a su rollo, y nadie se preocupa de los demás. Todo esto si tenemos en cuenta que se trata de un país con un producto interior bruto de cero, o sea, no producen nada y viven de las ayudas internacionales. Muy duro cuando me voy enterando de todas estas cosas, yo creía que este sistema de vida no podía existir, pero ahí los tienes, uno de los países más bonitos y con más variedad de culturas, que incluyen, como veremos las ceremonias mágicas más espectaculares. Pero siempre con una misma base, vive pero no molestes, que parece ser el mandamiento burkinabe. Lo único que no entienden es qué hace un blanco perdido en su mundo, ya que en muchos lugares a los que llegaré no habían sido visitados por un europeo jamás.
Una vez en el hotel lo primero que me piden es el pasaporte, que se quedó en el aeropuerto. Temiéndome lo peor, comienzo a intentar explicar al conserje mi problema, que no parece interesarle mucho, cortándome a mitad de explicación con un «está bien», para que me calle y no le hable más. Me da la llave de mi habitación y me despide con un amable «buenas noches, caballero».
La habitación, sin lujos, tiene todo lo necesario para poder dormir, sin llenarme de pulgas, (espero). El país me ha encantado desde un principio, lo único que pido es que todo siga así y que pueda realizar mi trabajo en uno de los países más multiétnicos del mundo, y en el único, sin duda, en que conviven montones de pueblos con religiones, culturas y magias diferentes sin problemas. El burkinabe es un hombre especial, empiezo a comprenderlo.
Por la mañana, comienzo a buscar un vehículo de transporte, que pasará conmigo el próximo mes completo. Si consigo llevar a cabo mis planes, recorreré Burkina de norte a sur, viajando por sus aldeas y recopilando las ceremonias más espectaculares y milenarias, que muy pocas veces han sido vistas en la civilización. Una vez termine el recorrido por el país de los hombres dignos, pienso continuar por pistas hasta la República de Benín en el mismo coche, así que tengo que buscar un 4x4 en condiciones para que aguante los más de cuatro mil kilómetros que pienso recorrer en esta parte del mundo, todo por pistas, pues aquí no existen las carreteras y el viaje será tremendamente duro.
Hacia el mediodía, empieza a preocuparme el tema del coche, ya que por las calles sólo se ve algún viejo camión de la época colonial y todo el mundo circula en bicicleta y pequeñas motos, en el banco me han dicho que solamente hay dos todoterreno en la ciudad para alquilar y hay que mirar si están libres.
La primera dirección que me han dado resulta infructuosa pues ni el taxista que llevo es capaz de encontrar la calle. Nos dirigimos a la segunda dirección que es una agencia de viajes que organiza tours a los principales centros turísticos del país. Tienen poco trabajo debido a los pocos viajeros que vuelan hasta Burkina, no por falta de interés, si no porque Burkina no dispone de infraestructura hotelera ni turística para poder atender al turista normal, no hablo del mochilero, que viviendo con la casa a cuestas puede descubrir un país fascinante y maravilloso.
En la agencia me enseñan el famoso 4x4, un Toyota Land Cruise largo con doce años a sus espaldas y más de 200.000 km. No está en mal estado y creo que aguantará el recorrido por dos países, así que lo alquilo con conductor, que es lo más barato a la larga, pues conducir tú mismo por África puede ser un auténtico problema, entre otras cosas porque la policía te para en absolutamente todos los controles cuando ven a un blanco conduciendo. Si además le sumamos la dificultad de un país donde no existen las carreteras y mucho menos las señalizaciones de dirección en las pistas, o conoces a la perfección los caminos o aun estaría dando vueltas por el interior de Burkina, intentado encontrar la salida.
Al día siguiente iniciamos nuestro camino con mi chófer Marcel, del que no me separaría en mucho tiempo, y con el que esperaba llevarme bien. Esto no resultó muy difícil porque Marcel era un hombre de pocas palabras, pero amable y educado, dispuesto a llevar el coche a donde a mí se me antojase, no podía pedirle más.
A los pocos kilómetros de Ouagadougu desapareció la carretera asfaltada, que ya no volveríamos a ver en muchos días, y aparecieron las pistas de tierra a naranjada del Sahel, que aún hoy no he podido olvidar.
Nuestro compañero en las pistas africanas, tras miles de kilómetros, pinchazos y averías, fue el artífice de conseguir llevar a buen fin nuestro viaje
Viajar por estas pistas es especialmente duro, ya que debido al calor tienes que llevar la ventanilla abierta, y el polvo va cubriendo de una capa naranja tu piel, que no sale aunque te laves. Cuando parece que estás limpio después de sumergirte en agua, al mínimo sudor vuelve a salir el tono naranja de la piel, tienes el polvo metido dentro de los poros. Así que no quiero ni imaginar cómo estarán los pulmones al final del camino, a pesar de viajar como los bandidos, con la cara tapada con un pañuelo, que debemos remojar en cuanto es posible, pues se tapona por el polvo y nos impide respirar. No era éste mal principio para el camino que nos esperaba. De esta manera y tras un agotador viaje, llegamos a la ciudad sagrada de Bani, en el norte del país.
Bani, ciudad sagrada para los peuls, se encuentra en medio de la nada, está coronada por siete impresionantes mezquitas de adobe y es considerada por este pueblo la próxima Meca.
Sea como fuera su construcción o los motivos religiosos que se esconden tras ellas, son increíbles las mezquitas de Bani. Muy pocos monumentos en el mundo, construidos por el hombre y sin medios ni económicos ni humanos como este caso, tienen esta impresionante belleza
La primera visión de la mezquitas es impresionante. Ver estas moles construidas únicamente con adobe, en un pequeño pueblo, donde nadie sabe cuándo se empezaron a construir y menos aún quien las levantó, todo es un misterio, pero estas construcciones podrían estar dentro de las maravillas de el mundo. Pregunto por el líder religioso de la ciudad, para ver si me puede dar alguna explicación de estas enigmáticas construcciones. Me pasean caminando por estrechas calles, construidas del mismo material. Mientras Marcel se queda vigilando el vehículo, pues tiene muy claro que ésta es su labor principal, pues si le ocurre algo al coche nos quedaríamos perdidos en medio de la nada y a ver cómo volvía a su casa para explicarle al jefe que no había coche.
Caminando con un calor asfixiante, al fin llegamos a la casa donde vive el líder religioso. Paso dentro y en el patio, a la sombra, me presentan a un hombre que se encuentra sentado en el suelo, extremadamente viejo y delgado. A primera vista me parece un Ganhdi de piel oscura, tiene la misma cara de bondad con una pequeña barba en su mentón y los ojos vidriosos por el exceso de luz y sobre todo las cosas que ha debido ver en su vida. Me siento a su lado y con su yerno de intérprete que habla algo de francés, comenzamos una agradable conversación. Me cuenta que la ciudad sagrada de Bani fue construida en el principio de los tiempos por orden directa de Mahoma, el profeta, que ordenó a todos los habitantes de la ciudad construir a través de los siglos siete mezquitas y que cuando estuviesen terminadas él volvería para proclamar la urbe como la nueva Meca. En esto momentos, las siete mezquitas están ya construidas y el pueblo se dedica a ampliarlas y cuidar su manutención, a la espera de que sus ancianos ojos vean la llegada del profeta antes de morir.
Adobe. Religión y fanatismo construyeron estas maravillas, las mezquitas de Bani. Sólo falta la venida de Mahoma que, según la profecía, volverá cuando estén construidas las 7 mezquitas. En este año terminan la construcción de la última
En mitad del desierto nos sorprenden las magníficas mezquitas de Bani. Nadie sabe el cómo o el porqué de la existencia de estas mezquitas en el centro del desierto africano, pero el fanatismo religioso no tiene límites
Una leyenda africana preciosa, más aún si tenemos en cuenta lo impresionantes que son estas mezquitas, por ejemplo, las más grande de ellas tiene capacidad para miles de personas, todo esto levantado en un pequeño pueblo en el borde del desierto de Sahel.
Me invitan a pasar la noche en el patio de su casa, pues me dicen que se aproxima una tormenta. «¿Una tormenta en el desierto?» pregunto, mientras el viejo sonríe y me señala al cielo. A lo lejos se ve un manto marrón que avanza cubriendo el azul de cielo, como si de una plaga de langosta se tratara, pero no es eso, es una tormenta de arena suspendida en el aire.
La luz va desapareciendo mientras se acerca la tormenta. Al cabo de una hora parece que la noche ha caído de golpe y un fuerte viento nos hace refugiarnos dentro de las casas de adobe. Tras el viento viene la arena que parece un granizo muy fino que se mete por todos lados; no quiero ni pensar lo que sería encontrarse con esto en mitad del desierto y sin refugio.
Al poco tiempo, la situación vuelve a la normalidad y empiezo a montar mi tienda de campaña en el patio, que está lleno de gente viendo lo que el loco blanco está haciendo en esos momentos. Cuando llega la noche, traen té para que tomemos todos juntos mientras charlamos y me hacen preguntas de lo más inverosímiles. Como uno de ellos, que me consulta por qué los blancos no tenemos casa (sólo han visto las tiendas de campaña) y venimos a ver las suyas. Una noche de luna llena en la ciudad sagrada de Bani, una ciudad en medio de la nada, donde se respira magia y misterio por sus cuatro costados. Cuando el líder religioso cree oportuno que debemos retirarnos, solamente levanta una mano y todo el pueblo abandona el patio inmediatamente, indicándome con una reverencia que se retira a descansar.
Yo aprovecho el momento para pedirle a su yerno que si puede acompañarme a la gran mezquita, pues en la soledad de la noche quiero realizar una psicofonía dentro de la mezquita islámica. Acompañados de una pequeña luz de petróleo nos dirigimos a través de la calles vacías al recinto de la mezquita. El aspecto del poblado de noche y las sombras del farol verdaderamente asustan, pero ya que he llegado aquí, hay que terminar el trabajo. Cuando llegamos a la puerta de la gran mezquita me dicen que por la noche ellos no pasan, si quiero puedo entrar solo con el farol. Lo que me faltaba, como empiezo a dudar en entrar, tomo el farol y de un salto me introduzco en la mezquita; en la vida hay cosas que si las piensas dos veces no las haces, lo sé por propia experiencia.
Así que me decido a entrar sin darle más vueltas. El aspecto del interior es espeluznante, es una inmensa construcción de barro con cientos de columnas repartidas por toda la superficie que la sustentan. No se oye ningún ruido, el silencio y la oscuridad es absoluta. Me veo allí y pienso que tampoco puedo dejar la grabadora allí mismo y salir corriendo, tengo que llegar al centro, que en teoría es el lugar más sagrado, y dejarla allí. Haciendo de tripas corazón, recorro los más de 300 metros que me separan del centro y dejo allí la grabadora, cerciorándome de que el micrófono está encendido y de que la capacidad de las baterías está al máximo para garantizar su funcionamiento. Me doy la vuelta y como alma que lleva el diablo corro hasta la puerta, donde paso charlando con mis compañeros aproximadamente media hora, mientras me armo de valor para entrar nuevamente a por el grabador.
Una vez recuperado el aparato no puedo volver al pueblo sin escuchar la grabación.
Los primeros sonidos que se oyen son como de un antiguo teléfono con dial marcando y volviendo a su posición, hasta aquí sonido extraño sin más. Detrás de esto se escuchan a niños riendo y cantando versículos del Corán. Todavía ahora cuando lo recuerdo se me eriza el vello. Estaba escuchando esto en la puerta de una mezquita, que nadie sabe cuándo ni quién construyó, en una noche de luna llena y aquellos extraños niños cantando. De verdad, empecé a creer que algo mágico ocurría en aquel remoto lugar del planeta.
A la mañana siguiente pregunté a su hombre sagrado qué podían ser los ruidos que había grabado. Su respuesta quedó muy lejos de tranquilizarme, ya que me dijo: «Eso que oíste es el espíritu de los niños que mueren antes de la pubertad y se encuentran en el mundo de Alá, son felices y por eso les oyes reír». Sin duda bonito pero intranquilizador.
La historia del pueblo peul está llena de leyendas y misterios. El primero de ellos es la procedencia de esta gente, ya que nadie la conoce con exactitud. Durante las campañas de expansión del Islam, tomaros esta cultura y esta religión como propia. Pero aún hoy los peuls no pertenecen a ningún país y mucho menos quieren hacerlo, manteniendo ritos ancestrales, mezclados con el Islam, pero con un culto a la belleza y al ser humano, y un mundo natural todopoderoso, incluso por encima del Islam.
Así era la vida en el Volta hasta la llegada francesa en 1894, que tras mil luchas y muertes consiguieron conquistar en 1901. A partir de aquí han tenido montones de cambios, dependiendo de quien dibujaba los planos y se repartía el mundo en lujosos salones de Londres, París o Berlín. Hasta que en 1983 consigue la independencia y se convierte en Burkina Faso, gracias al mítico presidente Sankara; esta independencia costó la vida a este hombre a manos del servicio de inteligencia francés años más tarde.
Al día siguiente y tras agradecer a estas gentes la noche mágica, pasada en uno de los lugares más fantásticos del planeta, de nuevo nos ponemos en camino.
El calor es terrible, el suelo está extremadamente seco y el polvo nos ahoga. Pregunto a Marcel si podemos cerrar las ventanillas, prefiero morir asado que asfixiado. Marcel me mira y esbozando una pequeña sonrisa me señala el suelo trasero del coche. La chapa tiene montones de agujeros igual que el escape, así que si cerramos las ventanas lo que nos matará es el humo negro de la combustión. Lo tenemos claro, pienso mientras devuelvo la sonrisa a mi amable conductor y me ajusto el pañuelo tapándome la boca y la nariz completamente.
El camino es largo, pues estamos recorriendo casi 700 kilómetros diarios por estas pistas. Pasamos los últimos pueblos habitados que encontraremos, aprovechando para comer una tortilla en ellos con cualquier cosa dentro que no me atrevo a preguntar, pero que al fin y al cabo está bueno.
Así llegamos al mercado tuareg de Marakoe, cerca de las fronteras de Nigeria y Malí que, como hemos comentado en otros capítulos, es donde viven estos hombres actualmente. Deambulan por las fronteras pero no pertenecen a ningún país, así si se sienten hostigados en algún lugar o han cometido algún delito, fácilmente pueden pasar la frontera del país limítrofe.
A Marakoe bajan una vez al mes para reunirse y cambiar sus productos, e inmediatamente volver a sus casas en ninguna parte. En este lugar se ven las auténticas características del tuareg, altivo y guerrero. Van vestidos impolutos, a pesar de que muchas veces estén en la miseria, como demuestra que muchos de ellos estén vendiendo lo más preciado que tienen, su espada.
Hombre tuareg en el mercado de Marakoe. Aquí bajan una vez al mes a cambiar sus miserias cotidianas, además de vender sus últimas espadas, incluso con el «hecho en Toledo» que llevan grabadas muchas en sus hojas
Imágenes de tuareg, dificilísimas de obtener. Son auténticos hombres libres del desierto y el final de una raza de cazadores de esclavos que actuaban de mercenarios en cualquier enfrentamiento tribal del norte de África
Pero no se les ve nunca vencidos, te miran por encima del hombro, aunque muchos de estos hombres no han visto nunca a un blanco. Ellos no tienen por qué respetar a ninguna persona que no sea de su raza, da lo mismo blancos que negros si no eres tuareg. Vemos que muchos de los tuareg tienen los ojos casi transparentes, como de felino, son los descendientes de los Vela-Vela, procedentes del Egipto faraónico y que en un principio fueron sus esclavos para terminar mezclándose con ellos y contribuir a dar a esta extraña raza un aspecto aún más diferente y diabólico.
En Marakoe se cambia ganado, compran los víveres necesarios y desaparecen igual que vinieron. Les ves pasar tras una duna, pero cuando van a atravesar la siguiente, ya no están, han desaparecido tragados por el desierto, que sólo ellos conocen, como lo que realmente son, fantasmas del pasado en el siglo XXI.
Mercado en Marakoe, uno de los pocos lugares del planeta donde se puede convivir con los últimos tuareg. Gentes altivas, pero que viven sus últimos momentos de libertad, resistiéndose a la globalización del planeta y al cambio del mundo místico y mágico que conocemos.
A partir de este punto, ya no existe ni la pista, el camino se va complicando y debemos parar en cuanto vemos alguna persona para preguntar dónde esta el país Gumarche, la zona más desconocida de Burkina.
Llega un momento en que es imposible orientarnos, Marcel no ha venido nunca por esta zona, vamos cruzando arroyos y perdiéndonos en lo que creemos pistas. Finalmente le digo que lo mejor es tomar a alguien que nos guie y luego le traeremos nuevamente a su casa. Encontrar a esta persona resultó harto difícil, pues, como ya hemos visto, al burkinabe no le mueven los intereses económicos con en otros países africanos, aquí todos van a su rollo y lo que no quieren son complicaciones. Hasta que un muchacho de unos 20 años accede a guiarnos, más que nada por curiosidad de lo que estamos haciendo que por la recompensa que le prometemos.
Con la ayuda de este muchacho vamos avanzando en nuestro camino, no sin dificultades, pues muchas veces nuestro guía tiene que bajarse del coche para orientarse. Estamos llegando a la cuna del animismo burkinabe, donde con ceremonias mágicas y bailes de mascaras consiguen todos sus fines, y ese será mi reto, conseguir que saquen a bailar las mascaras y realicen una ceremonia, sin que exista un funeral o una petición al todopoderoso.
Finalmente y con una tremenda costra de polvo, llegamos al poblado, donde gracias nuevamente a nuestro guía podemos entendernos, ya que aquí nadie habla francés ni ninguno de los dialectos que Marcel conoce. Expongo mi petición al jefe, que asintiendo con la cabeza escucha toda la traducción de nuestro guía. Del que tampoco me fío de lo que le estará diciendo, pues entre mi corto francés y el suyo puede salir cualquier cosa. El jefe me mira y me indica que espere bajo un árbol. «Va a consultar con el hechicero», me traduce nuestro guía. Las horas van pasando bajo el árbol, esto es lo normal en un acuerdo africano, aquí el tiempo no importa y se repetirán una y mil veces el trato antes de aceptarlo o no. Al cabo de tres horas, aparece nuevamente el jefe y me dice que si no voy a pedir nada el hechicero no entiende para qué voy a querer ver el ritual. ¿Para esto han sido necesarias tres horas? Intento no perder los nervios y estropearlo todo, así que le digo que en mi país me han dicho que sus brujos son los más poderosos, mucho más que los míos y por eso quiero verlos trabajando. Nuevamente asiente con la cabeza y se dirige al interior de la aldea. Las horas y el calor van pasando, hasta que nuevamente aparece el jefe. He intentado entrar en el ego del brujo, ya que esto siempre funciona, pero aquí no se sabe. El jefe me dice que acepta, pero que debo pagarle con una cabra al hechicero y otra para el pueblo, y que si consigo los animales mañana al amanecer tendré la ceremonia, y sin más se dirige a su casa para poder tumbarse a la sombra, después del duro día de negociaciones que le he dado.
Aprovecho las últimas luces para ir al último poblado que hemos pasado y compro las dos cabras, que pernoctaran atadas al parachoques del coche, mientras nosotros tres pasaremos la noche en el interior, pero al menos tengo la ceremonia asegurada mañana.
Con los primeros claros de luz y en cuanto Marcel me dice que ya tenemos suficiente luz para orientarnos, iniciamos el camino.
Llegamos al pueblo, el jefe nos está esperando. «Sabía que volverías blanco», me dice mientras toma las dos cabras y me traduce nuestro intérprete.
Comienza la preparación de la ceremonia, todo el pueblo esta participando; saben que saldrán las mascaras que para ellos son los dioses y que quizás hace años que no los ven.
Empiezan a sonar los tambores y cuando menos lo espero tras una cabaña aparecen unos muñecos de paja y lana con humanos dentro; deben tener más de dos metros y medio de altura. Se mueven como si el pesado traje y el calor no les afectara. Bailan al rítmico son de los tambores. Entonces aparece el hechicero vestido con una túnica azul celeste y el pelo a lo «rasta»; ya sabemos de donde llego esta costumbre a las Antillas. La cara del hechicero está cruzada por numerosas cicatrices, son las marcas de su tribu. Estas marcas se les hacen a todos los niños para diferenciar la etnia a la que pertenecen, echándoles azufre en las heridas para que éstas no cicatricen y queden más resaltados los cortes y símbolos que les graban. Sobre todo en estas zonas apartadas donde nos movemos se ven estos rituales de marca humana.
El hechicero lleva a los tres bailarines hasta el altar en el suelo, debe pedir permiso a las fuerzas del universo para iniciar el ritual. Les hace arrodillarse y agachar la cabeza, en ese momento y con cánticos arcaicos, rocía la parte superior del muñeco con cerveza de mijo y leche, símbolos de la fertilidad.
Continua tomando un pollo negro al que le corta el cuello con un cuchillo que sería la mejor joya de un subástero de Sotheby’s. La sangre del pollo corre por encima de las cabezas de los bailarines, el hechicero grita y los tambores suenan sin cesar: el ritual está servido. Los muñecos se incorporan y comienzan a bailar poseídos, es impresionante verles mover esa mole de lana y paja cuando a nosotros nos cuesta respirar por el calor. No quiero ni pensar la temperatura en el interior. Todo el pueblo acompaña a los tambores con palmas.
Llega el momento que los bailarines se arrodillan frente al jefe de la tribu, rindiendo pleitesía, ya que las máscaras son el espíritu de los fallecidos de la aldea, que desde el más allá cumplen lo que les pide el brujo para solucionar sus problemas.
Una ceremonia magnífica, al igual que se hacía en el principio de los tiempos. Estos pueblos han evolucionado en miles de años sólo lo justo, ya que no necesitan mucho más para vivir que lo que tenían sus antepasados, simplemente quieren mantener sus magias y creencias, y sobre todo que les dejen en paz.
Estas historias pasan de padres a hijos por vía oral, ya que en África occidental, aunque millones de personas hablen un dialecto, ninguno se escribe, quedando así la sabiduría de un pueblo en los más ancianos, venerados y cuidados como foco de cultura que son.
Este ritual no fue nunca antes grabado ni fotografiado por el hombre blanco en el país Gumarche, en el centro de Burkina Faso. Los dioses se convierten en materiales dentro de estos muñecos para dar al pueblo la cosecha que necesita para vivir
Por eso hay un dicho africano que tiene su origen en el principio de la vida y que reza lo siguiente: «Cuando en África muere un anciano, muere una biblioteca».
Continuamos en la pista, cada vez adentrándonos en las zonas más desconocidas de Burkina Faso. En nuestras próximas paradas visitaremos los países Burunsi, Lobi y Mosi, lo que nos sigue confirmando la cantidad de etnias diferentes que viven en Burkina. Todos conviven en paz, un ejemplo para cualquier país africano o del mundo (léase Yugoslavia, por ejemplo).
En estos países viajaremos hasta el corazón de las ceremonias animistas.
Llegamos al lago sagrado de Sabu, en el país Mosi. El lago está habitado por cientos de cocodrilos que, según la leyenda, sólo permiten bañarse en sus aguas a los hombres de la etnia mossi y éstos a cambio deben de alimentarles. Costumbre ancestral que se continua manteniendo a lo largo de los siglos, y a la que podemos asistir cuando los cuidadores de los cocodrilos les echan pollos vivos –que muchas veces no comen ni ellos– para alimentar a los animales.
El pueblo mossi procede de la parte alta del río Volta y su lengua es llamada por ellos el more o lengua de muaaga (textualmente, el que conserva las costumbres).
El espectáculo es impresionante cuando el cocodrilo de más de 300 kg sale del agua respondiendo a la llamada de la persona que los alimenta, pasa por mi lado sin inmutarse y va directamente a por el pollo que su cuidador sostiene colgado de una cuerda, arrancándolo con una seca dentellada y corriendo nuevamente al agua.
En el lago sagrado de Sabu, los cocodrilos son sagrados y portan el alma de las personas muertas en los poblados ribereños. El alma de los fallecidos en las cercanías del lago vaga en el interior de estos animales, que se encargan de proteger a todos los pueblos adyacentes
Sabu, magia y poder animista en estado puro. Sólo los creyentes pueden bañarse en esta agua sin que les ataquen los cocodrilos, de lo que fuimos testigos
El cocodrilo es uno de los principales animales sagrados para los animistas, ya que se cree que cuando muere alguien importante, se reencarna en cocodrilo, con el fin de vengarse de la gente que le hizo mal durante su vida, o para proteger a sus familiares desde el reino de las aguas. Una bonita leyenda más del mundo Mágico Africano
Los mossis son agricultores, pero sus tierras no son nada fértiles, solamente durante la época de lluvias, unos pocos meses al año. Tienen la base de su alimentación en el sorgo y el mijo, como casi todos los pueblos poco evolucionados. La historia cuenta que los mossis proceden del Sudán y viajaron creando varios reinos, y viviendo de los asaltos en los alrededores de Tombuctú.
Sobre el siglo XV bajan al sur y se mezclan con los gurunsi, samo, gumarche etc., hasta que en el siglo XVIII fundan la base del reino mossi, Ouagadougo, capital de Burkina. Debilitados por las guerras de los últimos siglos, son una presa fácil para la colonización, y el presidente Naaba Sigri firma el tratado de «protección» con Francia.
Nuestra siguiente parada será el país Lobi, un pueblo que vive entre Costa de Marfil, Ghana y la propia Burkina. Viven en los alrededores del río Muhum (el Volta Negro), se dedican a la agricultura y los animales que poseen los dedican a los sacrificios rituales.
Los lobis han sido uno de los pueblos que más se ha resistido a las influencias extranjeras, y aún hoy en día siguen conservando todas sus creencias y rituales intactos. Intentaron arrebatárselas con el protectorado francés, pero fue inútil, ya que los lobi preferían morir a perder cualquiera de sus amuletos mágicos.
Lo primero que se nota al ver una casa lobi es que parece un castillo de adobe, lo que nos demuestra el espíritu guerrero e indomable de este pueblo. La puerta de la casa se encuentra en el tejado, para facilitar la defensa de la zona e impedir el ataque enemigo. En la parte delantera de la casa se encuentran los fetiches, grandes muñecos de barro con formas semihumanas y con ojos de conchas de mar o cauris. La serpiente aparece dibujada por todas partes en los muros de la casa, ya que, como en muchas otras diferentes culturas, es el animal de poder para este pueblo.
En sus obras artesanales destacan las famosas escaleras lobi que, a pesar de ser únicamente una orquilla de madera con los escalones tallados burdamente con un machete, en manos de un decorador europeo pueden alcanzar precios astronómicos. Pero el gran problema que se encuentran estos tratantes de arte cuando viajan a este país para realizar sus compras es que el dinero que ofrecen por la compra de una escalera o una puerta, nunca es suficiente, no porque el lobi quiera más dinero, si no por que a él la escalera le hace un servicio y si la venden tendrían que fabricarse otra. La vida es mucho más sencilla que lo que piensa un anticuario.
El sacerdote o brujo del pueblo lobi es a la vez la persona más querida y odiada de su pueblo, pues tiene el poder y conoce los rituales animistas para curar o hacer daño a partes iguales.
Tras las presentaciones pertinentes con el hechicero, éste accede a realizarnos un trabajo, pero como siempre en estos rituales reales, no puede hacer una simulación, así que le toca a nuestro guía pedir un deseo para que el brujo pueda trabajar. De esta manera y bajo esa condición, nos dirigimos a una pequeña choza de adobe, el lugar donde se realizan los trabajos. La choza no tiene más de metro y medio de alto por otro tanto de ancho, está totalmente cerrada, excepto por una pequeña puerta, y al abrirla sale un olor nauseabundo del interior. Veo que tiene el suelo cubierto de despojos de animales y en el centro un pequeño cuenco de barro con plumas y sangre de los anteriores trabajos. Reconozco este lugar, y sus adornos de cuernos de cabra colgados en las paredes del chamizo, y me doy cuenta inmediatamente de que aquí se trabaja el mal y por eso es tan temido nuestro interlocutor. Estamos ante un brujo que conoce los secretos ocultos durante siglos del mundo oscuro.
Entramos en la casa el hechicero, su ayudante, mi guía y yo, intentando contener las nauseas, me propongo ser testigo del ritual. El guía hace su petición: a él le gusta la hija del jefe de su poblado, pero el padre no quiere que emparente con la pobre familia del muchacho. El hechicero no duda en decirle que no hay problema, el padre desaparecerá antes de que cambie la luna y tendrá vía libre para su amor. No me he equivocado al pensar que se trata de un trabajador del mal. La ceremonia comienza con un polluelo blanco que el ayudante extrae de una cesta de mimbre y al que le corta el cuello sin más miramientos. Lo lanza al aire, y dependiendo de la forma en que caiga el animal, estaremos en el día propicio para realizar el maleficio. Parece que los augurios son buenos y el ritual continúa, esta vez ya con una gallina grande a la cual sacrifica y echa su sangre y las plumas en el cuenco del centro, mientras repite continuamente unos conjuros en su dialecto, que no se si serán ciertos pero crea un ambiente dentro que puede cortarse con un cuchillo, como sólo puede hacerlo un autentico hechicero.
En el país lobi el hechicero encima del fetiche le pide el poder tras el sacrificio. Como siempre, tras el ritual sangriento viene el contacto con los mundos de poder invisible
Salimos sin que ninguno no hayamos atrevido a abrir la boca ante el ritual. El muchacho está convencido de que funcionará. No sé si por fe, convencimiento o magia, cuando volvimos al pueblo de nuestro guía dos semanas después y dejamos allí al muchacho, al arrancar vi que corría detrás del coche. Le dije a Marcel que parara, pues creía que el chico había olvidado algo. Simplemente quería decirnos que el padre de su novia salió de caza hace tres días y aún no había vuelto…
Continuamos nuestro camino. Ahora debemos bajar de la remota zona norte del país, y pasaremos una noche en Ouagadougu, para poder seguir nuestro camino hacia el sur y la mítica República de Benín.
Ouagadougu, capital del país y con 850.000 habitantes, con unas calles que son puro bullicio, tanto de día como de noche, con centenares de chiringuitos que pueblan todas sus avenidas. Existen mercados como el de Roodwoko donde podemos encontrar cualquier cosa imaginable, todo el mundo vende lo que sea, pero nunca se ve comprar a nadie. Averiguar cómo sobrevive un continente con su nulo comercio y movimiento de dinero sí que es la auténtica «magia africana». Un mundo donde todos venden y nadie compra sus miserias cotidianas.
Paso la noche en la ciudad preparando todo para las largas etapas que nos esperan.
Al día siguiente, deseoso de seguir, nos ponemos nuevamente en camino. No hay que dejar que se enfríen los ánimos, pues si me meto en la cama ahora, puedo estar una semana recuperando el cansancio acumulado y el tiempo corre.
Atravesamos el país Mossi completo, el Kombirisi y Nobere todo ello dentro de Burkina Fasso, y observamos la multitud de etnias y pueblos que conviven en este pequeño gran país.
Llegamos al increíble país Gurunsi, dentro de Burkina, una nueva y espectacular etnia.
Ésta no tiene nada que ver con las anteriormente visitadas. Sus casas están pegadas unas a otras y pintadas con llamativos colores y símbolos geométricos de significado mágico, como todas las manifestaciones artísticas o culturales en el continente.
Esto nos lleva por un mundo que sigue conservándose hoy en día, gracias a que las colonias no consideraron el interior del país interesante, y su posterior inestabilidad política dio como resultado un turismo casi inexistente. Quizás todos estos factores, constituyan el secreto de la supervivencia de estas culturas.
En el país Gurunsi contactamos con un hechicero que forzado por el jefe del poblado debió realizar una ceremonia animista de sacrifico, pues él no quería realizarla. Cuando terminó, su cara cambió notablemente. Había salido mal y la forma de morir el animal presagiaba problemas en la aldea, por lo que decidió quemar el animal y comerlo para que no quedara ningún rastro del sacrificio. Sobre todo, los niños deben bailar y jugar para que el mal no se dé cuenta de que el pueblo está temeroso y se marche. Éstos son los errores que puede tener la magia negra, si sale mal todo el mundo teme y como creen a pies juntillas lo que ocurrirá, todos obedecen al brujo. Temerosos de no hacerlo y de que el mal se instale en el poblado, el ambiente en el pueblo es malísimo, el hechicero está enfadado y dice que la culpa es nuestra, incluso señala a una mujer embarazada diciendo que el niño nacerá muerto por que el espíritu se ha enfadado por la ceremonia fallida. Este charlatán se está poniendo peligroso, pues lo que no dudo es que está buscando es dinero, pero la gente le cree y teme. Él no quería hacer el ritual, simplemente porque le parecía poco el dinero el que dábamos al jefe y no a él, así que simulando que iba al coche a recoger la cartera para pagarle, trepé de un salto al estribo y le grité a Marcel que arrancara. La manera más sabia de deshacer un falso embrujo en África negra, dejando nuestro polvo como único rastro en el precioso país Gurunsi, pues quedarnos a discutir sin duda habría sido el principio de un grave problema.
En nuestra huida hemos debido de tomar mal algún cambio de dirección y nos encontramos perdidos en pistas que Marcel no conoce y en las que no hay nadie para preguntar. Esto nos obliga a pasar la noche al raso, escondiendo el vehículo entre unos arbustos, pues sería muy peligroso en estas zonas fronterizas dormir dentro del vehículo, ya que seríamos un bocado muy apetecible para cualquier salteador de caminos.
Con el amanecer continuamos ruta y encontramos un pastor que no indica la salida del laberinto de pistas en el que andamos metidos. Cuenta que su pueblo está muy cerca y que están preparando una ceremonia muy importante para el día de hoy, él va a dejar el ganado para poder acudir. Así que no lo dudamos y nos dirigimos hacia su pueblo. La entrada es de película, todas las personas mal encaradas nos miran, todos tienen profundas marcas en la cara para demostrar su procedencia, se ve que por aquí no pasa mucha gente. Aunque parezca mentira, siguen funcionando los viejos trucos del tercer mundo, los caramelos y el tabaco.
Con estos artículos, consigo romper el hielo con estas duras personas. Intento hablar con el que parece mayor, con mi ya amigo Marcel que habla Mossi perfectamente. Siguen recelosos, admiten lo de la ceremonia, pero nunca un blanco la ha visto. Me presentan al hechicero que, lejos del aspecto de hombre malo y potente que ya hemos visto anteriormente, es pequeño y delgado con muchísimos años en sus encorvadas espaldas. Tiene apariencia afable. «Éstos son los buenos», pienso para mis adentros. El hechicero me dice que tiene que consultar en el altar si podemos ver la ceremonia. Las horas pasan, pero ya me estoy acostumbrando a todo esto, son negociaciones a la africana y aquí el tiempo no es que no importe, es que no existe en su vocabulario. Finalmente el brujo viene a buscarme y me lleva hasta el patio de su choza y a través de Marcel me cuenta que va a realizar un conjuro para que la cosecha sea buena y para ello va a dominar la voluntad de un animal en sus últimos estertores de vida, así demostrará a la madre naturaleza que debe respetar sus cosechas y ayudarles para que sean prosperas.
La ceremonia comienza y en principio no se diferencia mucho de las vistas anteriormente. El anciano en cuclillas frente a una vasija de barro y con un cuchillo en la mano recita invocaciones milenarias a los espíritus de poder. Con su dedo saca ceniza de la vasija –es la de los muertos en la aldea– y pinta un círculo alrededor de ella. En ese momento toma un gallo y lo degüella, Lanzándolo a más de tres metros de él. Entonces empieza a cantar y el gallo, arrastrándose con sus últimas fuerzas, viene al círculo de ceniza y muere dentro de él; simplemente increíble.
Increíble, el hechicero mata al pollo y lo lanza a unos cinco metros de distancia y con cánticos el animal viene arrastrándose hasta morir en un círculo de ceniza que acaba de dibujar el brujo
Aquí no hay ninguna explicación lógica, como no la hemos tenido en muchos momentos de nuestro viaje, y como no la tendremos en la dura etapa final que nos queda en el «secreto y oculto mundo del vudú».
Hay que tener en cuenta que estas lenguas no se escriben y han pasado de padres a hijos verbalmente, mientras que importantes imperios del mundo antiguo, con un soporte cultural importante, han desaparecido sin dejar rastro. Éste es otro de los misterios que podemos añadir a los grandes enigmas de la humanidad.