«Enviamos a Cristóbal Colón con tres carabelas por el mar océano hacia las Indias, por algunos asuntos que tocan al servicio de Dios y la expansión de la fe católica y a nuestro beneficio y utilidad».
FERNANDO EL CATÓLICO
CAPÍTULO DIEZ
Isla de Cuba,
reino santero
Continúo viaje, todavía ordenando mis últimas vivencias en Haití y República Dominicana. Han sido experiencias únicas, he asistido a ceremonias vudú duras y reales como la vida misma de los esclavos que importaron estos ritos y creencias, pero la próxima etapa de mi periplo sé que tampoco me defraudará. Me dirijo a Cuba, el reino de la Santería.
El 28 de octubre de 1492, Cristóbal Colon desembarcaba en la isla de Cuba. Pensó que se encontraba en una provincia del imperio de oriente gobernada por el Gran Khan, no podía imaginar en aquel momento lo que la Perla del Caribe tendría que decir en la historia mundial.
En aquellos años poblaban la isla los indígenas Tainos, Siboneyes y Caribes, estos últimos eran un pueblo de guerreros que practicaba el canibalismo. En 1509, Sebastián de Ocampo comenzaba la conquista de la isla, y los nativos que no perecieron en la contienda fueron poco a poco sucumbiendo por los duros trabajos en las minas y las plantaciones cubanas. Esto motivó la importación de la más importante colonia de negros africanos a las Antillas. Aquí se les intentaba despojar de todas las creencias que traían, incluso de su religión, cambiándosela por la cristiana. Esto provocó el principio de la santería, la defensa del pueblo esclavizado que encontró como única manera de mantener sus costumbres en el sincretismo entre la religión católica y su cultura africana ancestral.
La santería o regla de lucumi es la religión originaria de la etnia Yoruba, que proviene de África occidental.
12 de abril de 1961, el presidente Kennedy asegura ante el congreso americano que no tiene planes para invadir la isla de Cuba. Tres días más tarde a las 6.30 de la mañana, comienzan a llegar las primeras fuerzas de desembarco a playa Girón, o Bahía de Cochinos, como se le llamó más tarde.
La invasión de las fuerzas anticastristas había comenzado. La operación llamada «PLUTO» fracasó estrepitosamente, debido a sus tremendas faltas de coordinación con las fuerzas aéreas. La derrota de los invasores sirvió justo para lo contrario para lo que fue planeada y fortaleció el régimen comunista cubano; de esto hace 45 años.
De esta manera podemos ir poniéndonos un poco en ambiente del porqué de las cosas que ocurrieron y ocurrirán en esta isla, marcada por sangre y sufrimiento durante toda su existencia.
Ésta era la idea que rondaba mi cabeza sobre Cuba mientras volaba desde Santo Domingo a La Habana. No era la primera vez que viajaba a la isla, ya estuve en el principio de los noventa cuando empezó a desmembrarse el comunismo soviético, del que vivía la isla. Los años anteriores fueron de bonanza y el cubano podía permitirse el lujo de vivir sin apenas trabajar, por lo que el golpe fue aún más duro. Si la tonelada de caña valía a 300 dólares en el mercado internacional, Rusia la pagaba a 900 y obligaba a sus países satélites a comprarla a 600. La Unión Soviética enviaba a la isla grandes petroleros con gasolina a precio de costo. Todo esto se acabó y el cubano se las tuvo que ingeniar, como hasta nuestros días; desde luego no se le puede achacar falta de imaginación a ningún habitante de la isla, como he visto en posteriores viajes a la paradisíaca isla.
La llegada al aeropuerto de La Habana es temible, las colas de inmigración son enormes, y si protestas la única contestación que escuchas es «más tardaría usted en entrar en Estados Unidos». Así que haciendo acopio de paciencia, espero casi dos horas para poder entrar en el país, pues merece la pena lo que me aguarda en el interior.
Por fin consigo rebasar el último control policial entre montones de turistas con camisas de flores dispuestos a gozar de las playas de la isla o de la bondad de las mulatas caribeñas. En la puerta me está esperando un chófer con el cartel con mi nombre; la verdad es que mis patrocinadores hoteleros están funcionando a la perfección, cosa de agradecer en esta isla.
Tras pasar mi primera noche en hotel de cinco estrellas en La Habana –estas cosas también son agradables–, comienzan las primeras peleas burocráticas. Con más de cuatro meses de antelación pedí el permiso para realizar mi investigación periodística en la embajada de Cuba en Madrid, pero por lo visto no tuvieron tiempo para dármelo antes de salir de España, y me enviaron un fax a Santo Domingo diciendo que tenía mi permiso en el Ministerio de Prensa de La Habana, que pasase a recogerlo. Así que con toda mi desconfianza me dirigí en mi primera mañana habanera hacia el citado ministerio.
Tras conseguir localizar a la señorita que se encargaba de los visados de prensa – cosa que no fue nada fácil y que me llevó media mañana–, le comento mi caso y ante su cara de extrañeza le enseño la copia del fax y toda la documentación y correspondencia con su embajada que traigo de España. La señorita, muy educadamente, me dice que no encuentra nada a mi nombre y que si quiero puede tramitarme un permiso por unos 120 euros con urgencia, pues normalmente tardan varios días en concederlos. Primera pelea, y tras discusiones que no me llevan a ninguna parte, nada más que a perder el tiempo, decido pagar y dar las gracias. Son más de las seis de la tarde cuando consigo salir del ministerio con mi «salvoconducto», imprescindible para que no me detengan, como me indica la funcionaria.
Cosas del régimen, todo va por escrito y en el país todos son funcionarios, mal arreglo. En la ciudad de La Habana Vieja se cuece un extraño ambiente, pues la delincuencia está a flor de piel. Aquí es donde pasean los turistas que invaden la isla y no puedes dar un paso sin que te ofrezcan cajas de puros falsos o alguna mulata te invite a acompañarla. Pero ya no es como hace unos años ni sucede lo que cuentan los visitantes de pasar noches de amor con innumerables mujeres a cambio de unas medias o un frasco de perfume. Hoy todo se mueve a cambio de 100 dólares como estándar para sellar una relación de amor caribeño.
En los días siguientes, intento indagar sobre la santería, pero nadie quiere saber nada. Los chóferes con los que tengo más confianza, saben cosas y noto que se las callan. El castrismo ve mal la religión ancestral y los rituales santeros. Para ellos es un símbolo de incultura, castigado y perseguido por la policía, en lugar de cuidarlo y estar orgullosos de sus raíces que se remontan cientos de años hasta las leyes y cultos mágicos africanos.
Otro error de la civilización llevado al máximo.
Viendo este percal decido abandonar La Habana momentáneamente y recorrer la isla buscando las raíces de este pueblo.
Compro un billete para Morón, en el centro de la isla y puente hacia uno de los lugares más bellos de la isla, los cayos cubanos. Éstos son islas que se han unido a tierra firme mediante unos caminos hechos con miles de toneladas de tierra y piedras, un espectáculo digno de verse.
Vuelo a Morón con salida a las cinco de la mañana, teóricamente, aunque no salimos hasta las siete, pues la señorita encargada del vuelo se ha dormido y hasta que no aparece nadie puede embarcar en el pequeño bimotor. Así que sin ni siquiera disculparse por el retraso, por fin embarcamos hacia Morón.
Nuevamente funciona el servicio de patrocinio y me están esperando en el aeropuerto; el chófer, José, me acompañará en todo el recorrido por la isla. José es un tipo encantador de unos cincuenta años y prominente bigote blanco. Mi primera impresión es que esta vez he tenido suerte con mi compañía, menos mal pues vamos a pasar mucho tiempo juntos y me va a tener que ayudar a encontrar lo que busco.
Me hospedo en Cayo Coco, nuevamente cinco estrellas con todo incluido. La verdad es que el trabajo compensa con estas cosas, pero como ya he dicho antes, si no tienes carencias, no se aprovecha en la medida que merece.
En Cuba no puedes dormir nunca fuera de los hoteles, aunque alguna vez lo he hecho. La policía lo persigue y castiga a la gente que alberga extranjeros en sus casas, al igual que está prohibida la entrada de cubanos en los hoteles para turistas.
Paso un par de días recorriendo los cayos con José y preparando nuestro viaje a lo largo de toda la isla, que nos llevara hasta la mítica Santiago de Cuba.
José esta dispuesto a ayudarme y me comenta que en el camino y en los pueblos del interior encontraremos la santería que yo necesito.
Al fin salimos del paraíso de los cayos con el horizonte abierto a nuestro viaje y con un mundo aún por descubrir ante nosotros.
Pasamos por Ciego de Ávila, donde dormimos por primera vez en una casa cubana. José se la jugó, pero resultó ser una de las noches más divertidas y bonitas que pasé en todo el viaje. Estuvimos con una numerosa familia en una auténtica fiesta. Se mezcló la verdadera Cuba, con gentes maravillosas, dando lo que tienen y lo que no. Allí no se pedía nada, sólo una cosa que, igual que para ellos, para mí nunca ha tenido precio, la amistad.
Una vez me había quitado de la cabeza los lujosos y fríos hoteles, partimos nuevamente camino de Santiago, pasamos por Camagüey, nombres míticos de la música y el son. Aquí todo se mueve al ritmo de la música, una de las más maravillosas del mundo. En la ciudad de Holguín teníamos nuevamente noche en hotel de la cadena, según el plan previsto, que en Cuba te permite muy pocas improvisaciones. Aquí tuve mi primer agarrón con la directora del hotel, que no quería permitir que el chófer durmiese allí y menos que entrase en el todo incluido del restaurante y los bares. Me negué en rotundo, pues no era mi chófer era mi compañero de viaje y guía, con lo que si el no entraba yo tampoco y ya hablaría con su dirección en España. Frunciendo el ceño acepto la entrada de José, pero alojándose en el dormitorio de los empleados, lo que era mejor que nada.
Holguín es una de las ciudades más famosas por sus brujos, así que decidimos dar una vuelta por la ciudad al día siguiente antes de seguir camino. Paramos en un depósito de gasolina para rellenar el coche. Aquí no se vende gasolina en la carretera, así que si no tiene combustible el tanque de la compañía propietaria del vehículo, da por finalizado el viaje.
Me fijé en el señor que nos estaba repostando el fuel, llevaba un collar santero en el cuello.
El collar santero es como un colgante de bisutería con bolas negras de plástico, que no tiene ningún valor, a no ser que esté bendecido por un maestro en la regla de lucumi o santería con la sangre de algún animal, momento en que toma poder y protege a su poseedor de todo mal; pero si lo pierde o rompe, caerán todos los males del averno sobre él.
Le pregunté si era maestro santero o si le habían dado el collar. La primera reacción fue de desconfianza, pero miró a José y éste asintió con la cabeza.
Me contó que el maestro santero era su tío y que era el brujo más importante de Holguín, pues era el único que podía comunicarse con los muertos. En menos de cinco minutos íbamos los tres montados en el coche camino de casa de su tío. En busca del santero en el país donde, según la policía, nadie realiza estas prácticas y son cosas del pasado; pero la realidad, bien distinta, nos demostrará que absolutamente todo el pueblo cubano cree o practica algún ritual.
Mi primera impresión al entrar en casa del santero fue como de falta de oxígeno para respirar; «buena señal pensé, aquí hay algo real».
Santería en el centro de cuba, en la ciudad de Holguín veremos como actúa un autentico santero. El cliente sera poseído por los espíritus de los dioses africanos que están siendo invocados en ese momento y transportado dirigido por el santero durante toda la ceremonia
Ante mí se presentó un hombre de unos 35 años vestido totalmente de blanco y que me dijo ser el maestro que yo venía buscando desde lejanas tierras, y que me estaba esperando. La conversación fue bastante agradable y accedió a que yo estuviese presente en una ceremonia que iba a realizar esa misma noche. Tenía que ponerse en contacto con el padre de un cliente fallecido hace unos meses, para pedirle consejo sobre las decisiones que debería tomar su hijo. Lo primero que pensé es que este brujo al menos no me había dado mala impresión, y sobre todo no había pedido ningún dinero para presenciar la ceremonia, lo que le daba un alto nivel de credibilidad.
Cae la noche sobre Holguín y nos dirigimos a la apartada casa del santero. Mi primera sorpresa es cuando José me dice que él me espera fuera, que si pasa algo que grite y entrará, pero que en ambientes donde andarán los muertos no quiere estar presente.
La ceremonia se iba a realizar en un patio de la casa, donde había semioculta una pequeña cabaña repleta de santos y simbologías africanas. Un muñeco de juguete presidía el local, lo que me llamó la atención fue que el muñeco era negro y al preguntar al dependiente de la gasolinera por qué era aquello, me respondió que el muñeco era negro porque todo lo que tiene que ver con los muertos debe ser negro, pues si no tienen oscuridad, no se podrían invocar. Ponen la radio a un volumen alto antes de comenzar, todos temen que la policía oiga lo que allí se está haciendo. En ese momento el santero con su ropa blanca entra en la pequeña choza apoyado en un bastón de madera con una calavera negra dibujada en el mismo. Dentro de la cabaña están el hijo del difunto y una gruesa mujer de color vestida también de blanco y con pañuelo en la cabeza a lo Escarlata O´Hara y comienzan a rezar. Empieza un Padre Nuestro rezado al unísono por los tres, después se mezclan los ritos, el sacerdote bebe alcohol y lo escupe sobre el muñeco negro (como hemos visto este gesto chamánico se repite en todos los rituales mágicos). Pasamos de los rezos católicos a las canciones africanas, todo se mezcla, la mujer negra se pone de pie y comienza a cantar «Negro cimarrón» con una voz que nos pone los pelos de punta.
En Holguín, la mujer que consigue ponernos los pelos de punta cantando «Negro cimarrón». Es la ayudante del santero durante el ritual, pero con una pinta y una voz que nos lleva a la ultratumba cuando la oímos cantar
Holguín, el santero bailando y pidiendo permiso a los espíritus para realizar su trabajo. Los bailes, escupidas de alcohol y cánticos, los principales ingredientes de una ceremonia santera en la cuna de la santería mundial, el centro de Cuba
El sacerdote enciende un puro para indicar al espíritu del padre que ya está abierta la puerta para que venga y comienza a bailar dando gritos como si algo le desgarrase por dentro. El espíritu ha venido y comienza a hablar con su cliente, una voz distinta a la que tenía siempre sale de su garganta: «Es la voz de mi padre», dice éste. Comienzan las preguntas y los consejos, es otra persona la que habla por la boca del Santero. Puede ser que éste imite otra voz, pero el cliente dice que es la voz de su padre y algunas cosas que pronuncia sólo las conocía el hijo, que comienza a llorar escuchando las palabras de la boca del sacerdote. La mujer de color sigue cantando, con una voz capaz de levantar a los muertos de sus tumbas. Finalmente el cliente pregunta al santero: «¿Padre, eres tú?». Y éste sentencia con una respuesta que nos deja a todos con la sangre helada en las venas: «¿Usted tiene muertos y no cree en muertos?».
Amanece en la ciudad de Holguín. Ya he encontrado la primera ceremonia que iba buscando. Además ha sido real, que es lo principal, y he visto, como más adelante confirmaré, que la santería cubana va siempre muy unida a los muertos y al trato con ellos.
El árbol de poder santero de los Yoruba, tiene un símil al árbol genealógico que nosotros conocemos. En la parte superior, está coronado por ELEGUA, jefe y principio y final de todo el poder mágico. Bajo él y a su izquierda esta OYA, reina de los cementerios y segunda en poder. A su derecha, YEMYA la reina de los mares, que está presente junto a los gemelos JIMAGUAS, que representan la fuerza de los espíritus en los niños. Bajo estos OBAA madre de ELEGUA, y finalmente y como última figura en el árbol de poder Yoruba está la Caridad del Cobre, patrona de Cuba y donde se resume el poder de todo lo anterior.
Tras estas primeras impresiones partimos hacia la ciudad de Santiago de Cuba. Ya tengo una idea muy clara de lo que es la santería pura y dura y de las dificultades que me esperan para poder realizar mi trabajo. La gente es muy desconfiada y hay más policías de paisano que de uniforme. Por eso el pueblo teme hablar con extranjeros y más aún ponerse a contar sus secretos religiosos al primero que aparezca por su casa.
El árbol de poder santero yoruba, así es desde hace miles de años. Cada uno de los muñecos que forman el simbólico árbol significa uno de los poderes del planeta, el agua, la tierra, etc. y todos son gobernados por el poder supremo de Elegua
Con estas dificultades entramos en Santiago de Cuba, preciosa ciudad colonial cargada de historia y misterio a sus espaldas.
Santiago, fundada a principio del siglo XVI, sirvió de trampolín para la conquista de los ejércitos españoles que partían hacia el continente, y hoy en día se nota la vida que ha pasado por sus adoquinadas calles. Con la alegría que caracteriza a toda la isla, oculta la dura realidad que están atravesando sus habitantes para poder sobrevivir.
Cuna de uno de los mejores rones del mundo y con una música que no nos abandonará en ningún momento, Santiago de Cuba es una ciudad especial, con un carácter diferente que la hace única en el mundo, y difícil de olvidar.
En Santiago pasé un par de días intentando recabar alguna información sobre los rituales motivo de mi viaje, pero sin recibir ninguna recompensa. La ciudad es la segunda en importancia del país y la más vigilada por los servicios secretos castristas. Cada vez que parecía tener una pista, termino estrellándome con una pared o una puerta que no se abre, a pesar de estar oyendo a la gente desde fuera. Aquí no les hago ninguna falta, ellos tienen sus creencias en las que confían a pies juntillas y yo solamente soy un problema que les puede traer graves consecuencias. No buscan el dinero o la fama, así que lo mejor será perderme por sus calles, fuera de las zonas turísticas e intentar conseguir alguna información útil.
Ya en la segunda noche en un bar de mala muerte en los arrabales de la ciudad, consigo mantener una conversación un poco interesante con una mujer que trasiega cerveza tras cerveza en una esquina de la sucia barra. Es una mujer de mediana edad, no creo que pase de los 40 años, pero a esta edad la mulata ya ha perdido sus sensuales curvas, cambiándolas por un prominente trasero y unos pechos de la talla 150. La cara de la mujer me llama la atención, aún conserva los rasgos de la belleza que debió tener años atrás; me está mirando, lógicamente, pues a ningún turista se le ocurriría entrar en un lugar como aquel. Aprovecho un cruce de miradas para invitarla a tomar una Hatuey –marca de la cerveza cubana– y me acerco a ella para entablar conversación. Creo que si no consigo ninguna información, al menos pasaré un rato agradable con las historias de las vivencias de esta mujer.
Me equivocaba de plano, al minuto de estar juntos ya estábamos hablando de santería. Ella había sido iniciada en los rituales, como toda su familia. «En Cuba sólo nos queda la religión de nuestros ancestros», me dice, mientras pide otra Hatuey. Me confirma que todo el país utiliza los rituales de invocación santera, pero que la policía los persigue como a proscritos y en Santiago esta persecución es aún más fuerte y los más importantes brujos han huido camino de la Habana, donde es más fácil ocultarse.
Me cuenta que allí vivía una de las brujas más potentes de todo el Caribe, se llamaba Digna, pero había escapado a un pueblo cerca de Varadero, Cárdenas, donde seguía realizando sus trabajos, e incluso podía darme su dirección. Esa mujer entraba en contacto con Chango, el nombre africano de San Lázaro y en su nombre podía curar o matar, montando un espectáculo impresionante en todas sus ceremonias.
Ya estaba muy avanzada la madrugada cuando abandoné el bar y allí dejé a mi amiga dormida con la cabeza sobre una mesa –siempre he admirado a la gente que se duerme en cualquier sitio, con lo que a mí me cuesta conciliar el sueño. Al fin tenía una pista, tenía que creer en ella; en Santiago no tenía nada que hacer, así que una sola idea rondaba mi cabeza, viajar a Varadero.
Como las cosas no hay que pensarlas mucho, ya que si las pensamos aún tendríamos la mitad del planeta sin explorar, a la mañana siguiente ya estaba en el aeropuerto con el ticket de embarque para Varadero. Mi patrocinador tenía grandes hoteles en Varadero, así que no tendría excesivos problemas para conseguir alojamiento en el paraíso de los paraísos turísticos del mundo.
Cuando tomé tierra en Varadero, lo primero que sentí fue la diferencia de gentes y caracteres con los del sur de la isla. Aquí tratan con el turismo todo el año y más les vale aprovecharlo, pues es la única fuente de ingresos con la que cuentan.
Cuando paso con el taxi que me lleva al hotel por el puente que une la zona turística hotelera con el continente veo un policía registrando el maletero de un coche cubano, pregunto al taxista y la respuesta es de lo más tercermundista: la policía registra todos los coches de los cubanos que salen de Varadero, no sea que lleven algo que sólo el rico turista puede tener, previo pago de su importe.
Quedo con el conductor esa misma tarde para que me lleve al pueblo de Cárdenas a unos 30 km de Varadero. No parece muy convencido. «¿Para que quiere ir allí?», es su respuesta, ya que duda de que se trate de un informador del régimen. Simplemente le ofrezco 25 dólares americanos por llevarme, a condición de que no haga preguntas. Contesta con un «OKA Míster», y se acabaron las investigaciones. Aunque fuese un informador prefiere los 25 dólares a delatarme.
Una vez acomodado en la lujosa habitación, enciendo la televisión y tenemos lo de siempre, es la época del niño balsero, cuando la pelea diplomática por traer al niño de Miami está en lo más alto. Toda la isla anda de continuas manifestaciones y exaltaciones del nacionalismo patriótico. No se trabaja durante días enteros para poder llenar las plazas de fervorosos seguidores del régimen e insultar a los Estados Unidos por intentar secuestrar a lo que ya es su símbolo y mártir nacional, Elián González. ¿A que no adivinan de donde es Elián González? Exactamente de Cárdenas, el pueblo que tengo que visitar en busca de mi santera, así que debe estar lleno de policías. Pienso que en peores plazas hemos toreado y hemos salido indemnes. Además no puedo perder la oportunidad con lo que me ha costado llegar a esta pista.
Con el sol cayendo salgo del hotel acompañado de mi nuevo chófer, que esta vez ha venido a buscarme sin el taxi oficial, que es del estado; viene en su propio coche un viejo Skoda, con el que dudo lleguemos a los 30 km que se encuentra Cárdenas, pero en fin, la vida es una aventura. Menos mal que el sol ha empezado a bajar, pues el calor que pasa del recinto del motor al habitáculo es insoportable, y las ventanas no bajan. En el puente, la policía hace ademán de pararnos, pero al ver a un gringo en el coche nos indica que sigamos. Desde luego el turista en Cuba es el que mejor vive, cuidado y mimado para que disfrute y no tenga ningún problema, hay que mantener la fuente de entrada de dólares en el país.
Durante el viaje pinchamos una vez, y como era normal no había rueda de repuesto, así que nos tocó esperar a que pasase otro Skoda y pedirle que nos dejase su llanta de repuesto, previo pago de cinco dólares que le dio mi conductor, aquí todo vale para ganar plata y sobrevivir.
Eran casi las nueve de la noche cuando llegamos al pueblo, y le di al conductor un papel con la dirección que me había dejado mi amiga en Santiago de Cuba. Con sólo ver la dirección dijo: «Ya, a casa de Digna», lo que me demostró una vez más que todo el mundo conoce a estas personas, pero que nadie se atreve a hablar de ellas a extranjeros.
Al llegar a la casa de Digna, en las afueras del pueblo, nos recibió directamente ella, y al verme nos pidió que metiéramos el coche en el patio de la casa, para que nadie viese que estábamos allí. O realmente era una bruja o se imaginaba para qué había ido hasta su casa.
Digna era una mujer de baja estatura, morena y regordeta de unos 50 años aproximadamente, pero lo que más llamó la atención en ella es que respiraba bondad por sus cuatro orondos costados. He aprendido a desarrollar un sexto sentido con los años de trato con este tipo de personas, y sólo por la forma en que me dan la mano, puedo ver cómo es el chamán con el que ando, si es un charlatán o realmente alguien con poderes ocultos. Eso es lo que me ocurrió con esta mujer, al tomarle la mano sentí lo que podemos llamar «el buen rollo» o, en lenguaje profesional, las buenas energías que emanaba. Nos sentamos en el comedor de su casa, con decoración años sesenta españoles, y comenzamos a charlar, conversación a la que se unió su hijo y su marido en unos momentos. Aquello iba bien, todos eran gente de primera y podía resultar. Les conté lo que estaba haciendo y que no había dudado en viajar desde Santiago de Cuba a su casa cuando me hablaron de ella y sus poderes. Digna agradeció mi interés con una sonrisa de las que llegan dentro y me contó que para el viernes (pasado mañana) iba a invocar a Chango para que la diese poder para curar a un niño de siete años que necesitaba muletas para andar. El espíritu bajaría a poseerla y darle solución para curar al pequeño. «Auténtica santería cubana», apostilló su hijo. «Si quieres puedes venir, y no te arrepentirás, vendrá mucha gente para verme comunicar con los santos». Desde luego no podía desaprovechar aquella invitación, pues, al igual que a sus clientes, Digna me dijo que no debería pagar nada por ir. Era la voluntad de Chango el que yo estuviese allí y contactara con ella. Sin más palabras y con un abrazo fraternal nos despedimos mientras me susurraba al oído: «Sé que no vas a faltar, hasta el viernes».
La vuelta al hotel no tuvo mayores contratiempos, pues con la noche, el tiempo refresca y fue más llevadero el camino en el trasto con que viajábamos. Viendo a mi amigo animado por los dólares conseguidos, aproveché el momento para decirle que si me llevaba el viernes y me esperaba a terminar la ceremonia tendría una recompensa de 30 dólares, lo que bastó para un «ni lo dude Míster».
El día siguiente lo pasé en los complejos del hotel, donde incluso vienen a actuar los bailarines del Tropicana, para que los huéspedes no tengan que desplazarse a La Habana para ver el espectáculo.
Los turistas normales viven en un mundo falso de hoteles de lujo, y en muchas ocasiones no salen de los recintos hoteleros en toda su estancia cubana. No conocen ni contactan con nadie, y viven unas engañosas vacaciones en un falso paraíso; eso sí paraíso para turistas.
El viernes pasé toda la mañana ansioso, deseando que llegase la hora de la cita, para ver algo que merecería la pena. Desde luego creía en Digna y sabía que no me defraudaría.
A la hora acordada tenía a mi chófer en la puerta del hotel. Ese día no me importaba el calvario del viaje que me esperaba en el troncomóvil que llevábamos.
Hubo suerte y no pinchamos en el camino, así que sobre las siete de la tarde estábamos en Cárdenas entrando al patio para esconder el coche. Digna me pasó a la habitación donde realizaría la ceremonia. Un pequeño cuarto de la casa donde había un gran altar con la Caridad del Cobre, justo al lado del altar pagano, donde tenían todo tipo de simbologías yoruba y santeras. En este altar podemos ver desde cadenas de esclavos, fotos de los muertos a los que se va a invocar, velas, etc., un mundo en aquella pequeña habitación.
Comienza la ceremonia, Digna entra en el recinto con un ajustado mono rojo que resalta sus redondeces. Acompañada de tambores y timbales, que se van acomodando por los huecos de la habitación, va entrando más gente, con guitarras y otros instrumentos musicales.
Comienzan a tocar ritmos frenéticos mientras Digna baila a su son y enciende un gran puro, como siempre que se tiene comunicación con seres del mundo invisible para guiarles. Según baila, canta canciones que mezclan los dioses católicos con los africanos, a la vez que utiliza dialectos yorubas y el español. Se coloca un pañuelo en la frente, pues el calor allí dentro es insoportable y el sudor no la deja ver. Comienza a trepar por el altar repleto de pequeños objetos, a pesar de la torpeza de movimientos que nos demostró en el suelo, ahora sube por el altar con la destreza y agilidad de un felino; no tira nada, es Chango quien la guía como nos dice.
Toma las muletas del muchacho y empieza a gritar mirando hacia el techo de la habitación. Toma un coco y lo estrella contra el suelo, la música llega al cénit, y leyendo los trozos del coco partido, Chango la indicará qué debe hacer para que el muchacho no vuelva a usar las muletas. Tomando las ayudas para caminar, las arroja fuera de la habitación y realiza unos cánticos sobre el muchacho echándole el humo del puro.
No sabemos si por convicción, sugestión o como queramos llamarle, el muchacho caminaba, con una considerable cojera y una tremenda cara de dolor, pero consiguió caminar sin las muletas. Aunque al día siguiente las volviese a utilizar, en aquel momento Digna, Chango o su fe consiguieron cortar la dependencia que tenía de las mismas.
Digna la santera posesa ha subido hasta lo más alto de su altar. A pesar de la falta de agilidad que aparenta en plena ceremonia no es ella la que se mueve, Chango guía sus pasos
La despedida con esta mujer fue como si nos conociésemos de toda la vida con besos y abrazos, como el que despide a un pariente que ha vivido allí durante años. Habíamos creado un «rollo» especial con ella, y nuevamente susurrándome al oído me dijo: «Ve al barrio de Guanabacoa, en La Habana. Allí encontrarás lo que buscas, pero ten cuidado».
Con este último consejo nos despedimos y volví al hotel, ya preparando el viaje a La Habana.
Guanabacoa era el barrio de los brujos en La Habana. Había oído hablar de él y sobre todo de lo peligroso que puede ser caminar por allí en la noche, debido a los espíritus que viven en el barrio y los mortales que habitan en ese lugar, donde no se respeta nada.
La ceremonia con Digna creo que fue muy interesante y vi la autentica santería cubana, donde se cura o se mata a través de la comunicación y posesión por los santos del cuerpo de los oficiantes. En estos casos no son espíritus los que entran en el cuerpo terrenal, son criaturas bendecidas por la iglesia católica, con el nombre cambiado a lenguajes africanos.
La Habana se encuentra a unos ochenta kilómetros de Varadero y no es difícil conseguir viajar hasta allí, por supuesto si eres extranjero, ya que en todos los autocares que traen turistas de La Habana, resulta fácil colarse y que te lleven en su viaje de vuelta. Eso digo al ser extranjero, por que una de las cosas que no nos abandonó desde la llegada a este país es la cantidad de gente que hay en cualquier rotonda esperando a que alguien les lleve, ya que el transporte, por la falta de gasolina, es uno de los mayores problemas de la isla.
Llego nuevamente a la Habana, y tras la primera mala impresión que me causó, ya que la encontré demasiado cambiada y la podía comparar a la mutación que sufrió Moscú durante los años que viví allí, que pasó de ser una ciudad de personas encantadoras a convertirse en cuna de vividores y ladrones.
Estos cambios son muy duros para un país, pues al igual que en Rusia, todo el mundo vivía con el mínimo esfuerzo en el trabajo, pues eran funcionarios y donde se necesitaba un empleado había cinco. Siempre estaba el gobierno que te pagaba todo, salario, casa, luz, etc. Imaginemos por un momento que sentirían estas gentes cuando «el papá estado» decidió no sufragar más sus gastos, pues no tenía medios.
Verdaderamente una difícil situación, intentar reconvertir un país, cambiarle de ideas a un sistema de trabajo occidental es labor ardua y larga, que puede llevar más de una generación. Aquí se está complicando, pues a pesar de su apertura, Cuba sigue siendo uno de los últimos baluartes de un sistema que se ha demostrado ineficaz, pero siguen aferrándose a él como un clavo ardiendo. Pero a favor o en contra de Fidel Castro, desde luego lo único que no dudo es que la historia del siglo XX no se puede escribir sin que él ocupe un importante lugar.
Nuevamente, consigo una habitación espectacular en el mejor hotel de la Habana. Planta 10 en una habitación que en lugar de ventanas tiene toda la pared acristalada y enfrente del malecón, mirando al mar Caribe, un espectáculo impresionante, y uno de los mejores hoteles que he visto en el mundo –y he visto muchos, gracias a los patrocinadores claro. Así que tras asentarme en la habitación y disfrutar de sus comodidades de lujo asiático y pasar por un baño en jacuzzi, me encuentro con ganas de conseguir lo que se plantea como lo más difícil del viaje, el viaje al barrio de los brujos en La Habana.
Una vez en la calle lo primero será conseguir un vehículo, por supuesto uno que no sea un taxi oficial, que daría mucho el cante andando por esos barrios. Necesito un coche particular, de los muchos que circulan por la ciudad realizando transportes de gente, «buscándose la vida en la ilegalidad». Me dirijo al malecón, donde creo no será difícil encontrarlo, pues allí te ofrecen de todo lo que el régimen cubano tiene prohibido y es más, se jacta de que no existen en la isla. Como la droga, que en estos momentos se puede encontrar en cualquier rincón de la ciudad. No pasan ni cinco minutos cuando tengo parado a mi lado un destartalado vehículo que parece salido del desguace o al menos a punto de entrar. Se baja un hombre delgado vestido con una camiseta que resalta sobre el lugar donde estamos, con una inscripción cruzándole el pecho «Paraíso en la Manga del Mar Menor»; desde luego este tipo trata con turistas, que muchas veces el único pago que les dan es esta ropa de rastrillo español. El muchacho se me acerca y me pregunta si quiero que me lleve a alguna parte. Me parece el tipo ideal para lo que vamos a hacer, además con este coche no vamos a llamar la atención en ninguna parte.
Entablamos conversación y Ramiro, como se llama mi nuevo amigo, lo primero que hace es ofrecerme todos los servicios que lleva. Éstos van desde amigas mulatas cariñosas, a las que sólo debo darles un regalo, que no piden dinero, hasta la farlopa que acabo de comentar. Cuando le digo lo que realmente quiero, no parece gustarle e incluso hay un momento en que duda en marcharse, pero la visión de estar conmigo durante unos días, en el mes de noviembre cuando el turismo es escaso y no puede «cazar» otro botín de dólares como el mío, no le da elección y acepta llevarme a Guanabacoa.
Durante el camino, Ramiro me va contando cosas del barrio de nuestro destino, en Guanabacoa sólo viven los brujos más oscuros y fuertes de todo Cuba. No entiende para que quiero ir allí, más aún cuando le digo que tenemos que contactar con un palero, los brujos que trabajan con huesos de muerto y sólo ejercen el mal, siendo temidos en toda la isla.
El barrio oscuro de Guanabacoa
El barrio tiene un ambiente especial, se nota dureza en las gentes que vemos por las calles. En esta zona de la ciudad vivieron en un principio los primeros esclavos liberados al abolir la esclavitud, en una especie de getto, pues no era un plato de buen gusto para sus amos ver cómo habían perdido su mano de obra gratuita. Les hacían vivir en condiciones ínfimas en esta zona de la ciudad, que fue la última en tener agua corriente y luz. En este barrio se crearon las principales sociedades secretas y de magia negra de las Antillas. Aquí nacieron los aún hoy temidos Abakuá, una de las sectas más potentes, donde era muy difícil entrar pero imposible salir. Secta de asesinos, que realizaron innumerable venganzas sobre los blancos y volvían a ocultarse en la oscuridad de Guanabacoa, donde ni siquiera entraba la policía.
El Abakuá existe hoy en día y continua siendo una de las clase religioso-sociales que más respeto infunde. Nadie puede atacar a un Abakuá sin pagarlo con la vida. En pleno siglo XXI, continúa teniendo todo su valor esta máxima de la sociedad secreta.
Mi primera visita será al Museo de la Santería, una pequeña casa con más porquería que objetos que valgan realmente la pena. Es un museo para turistas, donde nunca vienen los turistas, ya que el llegar hasta aquí no está incluido en ningún tour de la ciudad, así que me resulta relativamente fácil entablar conversación con el aburrido conservador del museo. El cicerone es una persona anciana, que con sólo verle se nota que conoce estos ritos. Cuando comenzamos a conversar y a comparar nuestros pareceres sobre la santería, el vudú, el ocultismo y las sociedades secretas, noto que parece incomodarse y le pregunto si le molesto o le he ofendido en algo –siempre hay que andar con mucho cuidado en estos temas. El señor me responde claramente, se ha dado cuenta de que yo entiendo de estos temas y se avergüenza de lo que tiene allí dentro de la casa y de que yo habría notado el engaño. La mayoría de los objetos o disfraces son falsos, imitaciones de algo tan serio y respetable como estos temas. Le tranquilizo diciéndole que estoy acostumbrado a ver espectáculos para turistas en todo el mundo, pero que sé que hay algo más, al igual que él y espero que me pueda ayudar a encontrarlo en Guanabacoa. Una sonrisa tranquilizadora es su respuesta, y seguimos la conversación, donde me cuenta maravillas y leyendas de los Abakuás, que conseguían hacerse invisibles y degollar a sus víctimas en mitad de la noche; era el castigo por ofenderles y hostigar a sus religiones africanas. Él conoce a un brujo Abakuá, vive en el barrio y me comenta que si voy acompañado por él, y no difundo sus secretos, me llevará allí.
Con un abrazo y un mojito en la taberna de al lado del museo sellamos nuestro pacto de silencio.
Tomamos el coche y damos mil vueltas por el barrio: vamos de camino a la casa del brujo. Me percato de que pasamos por el mismo sitio más de una vez; está intentando despistarme y que no sepa llegar solo a nuestro destino. Si el supiera que estoy perdido desde que salimos de la Habana vieja y que no podría volver a no ser en taxi, no se tomaría tantas molestias en tener oculto su secreto.
Finalmente sobre el mediodía llegamos a una casa en un callejón sin asfaltar y me dice que espere mientras él va a llamar a la puerta. No le pierdo de vista esperando una señal o algún signo de que todo va bien. Está charlando con alguien a través de la reja de la puerta, pero no parece discutir, eso sí, se le nota tanto respeto que sólo le falta inclinar la cabeza para hacerlo notar. En ese momento levanta su mano dirigiendo su mirada al vehículo, creo que me llama y vuelo hasta él. La puerta de reja se abre y entramos en la casa. Ante mí hay un tipo delgado de unos cincuenta años, y los ojos hundidos en la sus cuencas. Mi interlocutor me lo presenta como el brujo Abakua, y que está dispuesto a atenderme, si no cuento lo que voy a ver. Nos sentamos en el salón de la pequeña casa, salón igual que todos los que hemos visto en la isla, muebles antiguos y decoración europea de hace 40 años, que es el retraso que llevan con respecto al mundo occidental. El brujo no me deja hablar, está muy seguro de sí mismo, de lo que hace y puede hacer. Me dice que él es brujo y palero de la secta Abakua, tal y como lo fueron su padre y su abuelo. Sólo trabaja con el mal, por eso nadie puede ir a pedirle amarres amorosos o curaciones; sólo puede hacer daño o provocar incluso la muerte, por sus hechizos o enviando a cualquiera de sus acólitos a realizar el silencioso trabajo. Es un tipo muy seguro de sí mismo, como habla el que sabe tiene el poder o la verdad absoluta en sus manos. Muchas veces sus palabras rompen el ambiente y suenan estremecedoras en la pequeña habitación, pero esto es exactamente lo que andaba buscando.
Le agradezco su confianza y le pido asistir como testigo a uno de sus trabajos, y a cambio le daré una pequeña ayuda para sobrevivir a la dura vida de la isla. Esto parece ofenderle. Debí darme cuenta antes que estos tipos aunque se estén muriendo de hambre jamás lo dirán, tienen un orgullo y dignidad fuera de toda prueba, así que estoy a punto de fastidiarlo todo. Gracias a dios o a Chango, simplemente me dice con un tono de voz que helaría la sangre al tipo más duro de los duros: «Yo no necesito dinero, lo que quiero me lo da el poder del lado oscuro, el mal tiene mucho más dinero y poder que tú. Sin embargo, puedes darme algo para mis aprendices, que aún no pueden conseguir esto». Una vez arreglado el tema, quedamos al anochecer en su casa. Va a realizar un maleficio en el que se invocaran todas las fuerzas del mal, y yo estoy invitado a verlo. Un simple apretón de manos es lo último que veo de su figura hasta que desaparece a través de una cortina que separa la habitación del resto de la vivienda.
Con el sudor aún frío en mi cabeza, abandono la casa y les digo a mi chófer y al guardián del museo que podemos almorzar juntos –que me servirá para indagar más sobre los Abakuás– y pasar la tarde en el museo, hasta la hora de la ceremonia. Esto encanta a mis acompañantes, que pasarán una mañana entretenidos, además de comer, beber y ganarse algún dinero.
La secta Abakuá o ñañigo, se implanto como tal en Cuba a finales del siglo XVII, y en sus ritos iniciáticos siempre están presentes los sacrificios, que en su día fueron humanos en África. Pero ahora se realizan con animales y donde aún, y sin el cual no se podrían ejecutar estos rituales, tiene una importantísima presencia el tambor llamado Ekwé y que cuenta la leyenda esta hecho con piel humana, y que para que no se seque y pueda hablar debe sonar cuando está mojado con la sangre del sacrificio de una mujer. Esta sociedad en un principio fue sólo para hombres negros, descendientes de las culturas africanas, pero como me cuenta mi amigo el cuidador del museo, actualmente hay mulatos y blancos extranjeros que pertenecen a esta secta y la han distribuido por todo el mundo, son gente muy poderosa y allá donde existe la fuerza, siempre está el dinero, y la gente desea ingresar en esta selecta organización de oscuros fines, donde sus miembros se apoyan hasta la muerte, siendo temida allá donde se la nombra.
Entre mojitos y cigarros habanos pasamos la tarde en la terraza de un pequeño kiosco con la bahía de la Habana al fondo, hasta que llega la hora esperada y acudimos a nuestra cita con el brujo Abakuá.
Nos está esperando en el patio de la casa, hay a dos perros de raza Doberman deambulado por el recinto –es la primera vez que veo perros en una casa cubana de ciudad, pues si es difícil encontrar carne para los humanos, imaginemos para los animales–. En un rincón hay un pequeño altar lleno de sangre donde puedo distinguir unos cuernos de macho cabrío, una espada de la época colonial y un crucifico boca abajo, todo ello rodeado de restos de animales.
Ritual de un palero en Guanabacoa
El brujo, mirándome casi despectivamente, me indica que va a comenzar la ceremonia y entran en el recinto varias personas con tambores y tres mujeres, que según él danzaran para excitar a los muertos y que le den su poder desde las tumbas.
La noche ha caído completamente cuando comienzan a sonar los tambores y los cantos yorubas secretos. Durante cientos de años sólo se han cantado en estas ceremonias, es espeluznante. Uno de los asistentes se pone delante del altar con un machete en la mano bailando enloquecido, lugar que le arrebata al momento una mujer, con los ojos como si acabase de ver al mismísimo diablo y a punto de salirse de sus orbitas. Baila totalmente poseída, salta y grita como si la estuviesen matando, el hombre se une a ella en un baile ritual y sensual al máximo.
La mujer posesa en Guanabacoa, tiene los ojos en blanco y está montada por el mal. Es el momento culmen de la ceremonia y los espíritus y gentes del averno están moviéndose alrededor de ella
El sacerdote chilla por encima de ellos en sus cánticos, más que canciones son fórmulas mágicas de invocación lo que estamos presenciando. Entonces el brujo toma una gallina y se dirige con ella al altar, y escupiendo sobre él y gritando un rotundo «me cago en dios» toma la espada colonial y rebana el cuello del animal. Momento en que los tambores se pierden en loco sonar y las mujeres saltan y gritan como si el cuello se lo cortaran a ellas. Con la precisión de un cirujano, el sacerdote saca el corazón del animal, todavía humeante y se lo da a comer a uno de los bailarines, que tras ingerirlo queda como sumido en un trance que sólo le permite bailar como un zombi con los brazos caídos hacia el suelo al son de la música.
La ceremonia dura más de tres horas de cánticos y bailes salvajes que dejan extenuados a todos los asistentes, incluso a nosotros, por las energías que noto se están moviendo en aquel lugar. No puedo decir si este hombre invocó realmente al reino del mal, pero algo estaba ocurriendo que me dejó como si una apisonadora hubiese pasado por encima de mí; desde luego algo o alguien se había llevado toda mi energía.
En Guanabacoa, barrio periférico de La Habana, la ceremonia toma poder y riesgo, un participante toma un gran cuchillo para seguir el baile. La tensión va creciendo y el mal toma la dirección del ritual donde la oscuridad es la protagonista
Finalmente y completamente agotado, abandonamos la ceremonia y durante todo el viaje de vuelta hasta mi hotel Ramiro mi chófer no articula palabra conmigo. Le pregunto qué le ocurre, pues quedamos en celebrar esta noche en la Habana vieja si todo salía bien. Me contestó que estaba agotado y que si no me importaba se quería ir a dormir pues no se tenía de pie, tal y como me pasaba a mí; para que un cubano desprecie una juerga tiene que estar realmente mal.
Al día siguiente estuve escuchando las grabaciones de la ceremonia y sólo su audición me hacia retroceder en el tiempo a la noche anterior. Pensé que mereció la pena el viaje por la isla y ya sólo quedaba la siguiente etapa, debía viajar a México, a la península del Yucatán a estudiar los enigmas y misterios de los antiguos mayas.