Imagínese que dos personas están trabajando en un proyecto importante. Si la prioridad del proyecto es una tarea específica, posiblemente nombrará como encargada a una de las dos personas y asignará las responsabilidades de acuerdo con las habilidades de cada una de ellas. Mientras que el proyecto se lleve a feliz término, no importa si una de las dos personas hizo un mejor trabajo o estaba más comprometida en su realización. ¿Pero qué pasa si la prioridad del proyecto es que los miembros del equipo se quieran y se respeten mutuamente? Nombrar a una persona a cargo posiblemente generará sentimientos de envidia. Y si una persona hace más esfuerzo que la otra aflorará el resentimiento. Una relación es un proyecto. Las relaciones se desmoronan cuando falta el equilibrio. Por lo tanto, ninguna de las dos puede ser más importante; ninguna de las dos personas puede estar más involucrada o más comprometida; ninguna de las dos puede tomar todas las decisiones y ninguna puede hacer todos los sacrificios. En el proyecto de una relación, nadie puede tener una posición preferencial porque sin dos iguales no hay relación.
Él es un abogado; ella es propietaria de una compañía de finca raíz. Ellos se valoran el uno al otro, creen en la igualdad entre hombres y mujeres y se consideran iguales en todos los aspectos. Pero Susan y Trevor, quienes llevan ocho años de casados, discutieron durante mucho tiempo sobre las responsabilidades en el hogar.
Trevor era consciente de que Susan llevaba casi toda la carga de la limpieza de la casa, de las compras y del cuidado de sus dos hijos. Él no era ningún haragán, en eso estaban de acuerdo, pero ella hacía mucho más y peleaban por esta razón.
“Sus proyectos siempre eran más importantes”, decía ella. “Si yo quería hacer algo, primero tenía que recoger a los niños, hacer algunas diligencias y mil cosas más”.
Pero un día Trevor se hizo cargo de un caso que puso las cosas en perspectiva. “Una empresa tenía un sistema básico de dos vías para contratar trabajadores. A los hombres se les adjudicaba automáticamente un nivel de salario más alto y un trabajo más variado. A las mujeres les correspondía automáticamente un nivel de salario más bajo y su trabajo era siempre el mismo. El primer día se les asignaba, tanto a los hombres como a las mujeres, los trabajos de hombres o de mujeres que les correspondían, sin ninguna posibilidad de que se intercambiaran los papeles. Ninguna. Una mujer que podía hacer lo mismo o más que un hombre tenía que quedarse con el trabajo de menor remuneración y menor variedad”. Al representar a un grupo de mujeres que argumentaban que este sistema era discriminatorio, Trevor no tuvo más remedio que reexaminar su vida de hogar.
“Vi las cosas claramente (yo sabía cómo funcionaba mi hogar, pero en realidad no pensaba mucho en el asunto). Cuando teníamos una emergencia era a Susan a la que le tocaba hacerse cargo. Si nuestra hija se enfermaba, se sacrificaba el tiempo de Susan. Si el auto tenía que ir al taller, a Susan le tocaba llevarlo. Concluí que si no había ninguna justificación para que a las mujeres de la empresa se les asignara automáticamente el trabajo peor pagado y más rutinario, tampoco la había para que Susan tuviera que hacerse cargo de todo”.
Esta revelación trajo consigo un nuevo sistema: Trevor y Susan se alternan para hacerse cargo de los asuntos inesperados y él ha asumido algunas de las tareas que a ella le gustan menos. Y en compensación por la disposición de Trevor a adoptar un cronograma más equitativo, “nunca discutimos sobre quién hace qué y las peleas las cambiamos por frases como ‘gracias’ y ‘por nada’. Es un sacrificio de tiempo y esfuerzo, pero tiene enormes recompensas”, dice Susan.
Las relaciones de pareja en las que sus miembros están en igualdad de condiciones en cuanto a la toma de decisiones, a los sacrificios que se hacen por la relación y a la realización de las tareas domésticas tienen dos por ciento más de posibilidades de perdurar que aquéllas en las que estos factores no guardan equilibrio.
Gilbert y Walker 2001