Tendemos a perder muchas oportunidades para pensar las cosas, para hacer cambios, para mejorar. Con frecuencia seguimos el camino que tenemos a pesar de encontrarlo poco gratificante o siquiera aceptable. Es como si nuestra vida fuera una serie de días de colegio, uno detrás del otro... vamos cuando se nos ordena y hacemos lo que creemos que debemos hacer. Sabemos que un día nos graduaremos, que a partir de ahí haremos algo distinto, pero hasta entonces seguimos el mismo camino sin discusión. No espere hasta que un momento difícil lo sacuda y lo saque de la rutina para examinar lo que hace. Haga todo lo posible ya mismo para que su vida personal sea tan satisfactoria como quiere.
Él era un cirujano de Texas rico y prominente, que aparecía en propagandas de televisión anunciando su clínica. Mientras sostenía a su hija en sus brazos, miraba a la cámara y decía: “Aquí lo tratamos como si fuera de la familia”.
Cuando Colleen lo conoció estaba fascinada con él. La deslumbró con vacaciones en Europa, paseos a esquiar en Colorado y un safari por África. “Me dijo que quería que renunciara a mi trabajo, que me amaba, que sería mi apoyo. Que simplemente nos divertiríamos juntos, viajaríamos y todo sería maravilloso”. Cuando le propuso matrimonio, ella aceptó.
Colleen dice que su marido empezó a controlarla cada vez más, insistía en que desechara los planes que tenía de volver a la universidad y le exigía que cargara un teléfono celular para poder ubicarla en todo momento. En menos de un año, ya habían buscado ayuda matrimonial para tratar de resolver los desacuerdos que eran cada vez mayores. Las peleas se habían hecho frecuentes y el romance, de acuerdo con Colleen, había sido reemplazado por una rutina cada vez más opresiva.
Después de una separación, se reconciliaron, y el nacimiento de una hija trajo consigo esperanza para el matrimonio. Pero en lugar de mejorar, la relación se volvió cada vez más violenta. Después de un incidente particularmente feo, Colleen llamó a la policía. Pero se arrepintió de inmediato. Le contó al abogado de su marido de la llamada, y él le dijo que inventara algo. “Con mi propia boca afirmé cosas que no eran ciertas”, recuerda Colleen.
Este patrón continuó por más de una año. “Claro, hoy me doy cuenta de que me estaba echando la culpa de cosas que yo no podía controlar. Estaba cultivando la fantasía de que él iba a cambiar”. Cuando su marido, sin decirle, decidió cambiar las cerraduras de la casa mientras ella estaba fuera de la ciudad, simbólicamente verificó una idea contra la que ella había estado luchando. “Él cree que es el dueño de la casa, de mí, de todo lo que hay en su vida. Y eso nunca cambiará”.
Colleen se divorció y la demanda que le había interpuesto a su marido por abuso físico le fue favorable a ella. “Ahora soy mucho más fuerte de lo que era cuando estaba con él”, concluye Colleen. “Espero que busque ayude. Pero hasta el momento no ha asumido responsabilidad por nada de lo que ha hecho”.
Un grupo de investigadores determinó que más de nueve entre diez personas que tienen relaciones en las que hay abuso físico o emocional se culpan por contribuir a la situación, y que esta culpabilidad es un factor significativo para que posterguen los esfuerzos encaminados a cambiar o terminar la relación.
Hilfer 1999