Había una vez una niña llamada Esther que escribía y escribía. Creció en la casa de su abuelo, un orfebre que le enseñó a ser disciplinada con el trabajo y fomentó su sensibilidad por el arte.
Los primeros versos que Esther escribió siendo niña desaparecieron cuando se mudó de Pando a Montevideo con su familia .
Esther estudió Medicina, fue la única mujer graduada en su generación. También asistió a la Universidad de Mujeres de Montevideo, donde conoció mujeres que influyeron su arte y su pensamiento.
Durante su primer año de labor como médica Esther publicó un libro de poesía llamado Las ínsulas extrañas.
Esther adoraba invitar gente a su casa. Todas las semanas organizaba tertulias a las que asistían escritores, poetas, artistas y pensadores. Allí leían, debatían y creaban. Ella disfrutaba dando largas exposiciones de sus argumentos e ideas sobre arte, política y espiritualidad.
Cuando no estaban reunidos Esther les enviaba decenas de cartas y flores, muchas flores: le parecían un gran símbolo de cariño.
Esther escribía poemas, ensayos y críticas literarias. Además daba charlas sobre literatura, filosofía y religión, dictaba clases e impulsaba la carrera de otros artistas.
A través de la escritura Esther exploraba la relación de las personas con el mundo espiritual. Sus reflexiones sobre la vida las plasmaba en versos. Le importaba cultivar su alma.
4 DE SETIEMBRE DE 1903 – 3 DE FEBRERO DE 1971
MONTEVIDEO – RIANJO
ILUSTRACIÓN DE DANIELA BERACOCHEA
NO ME HE PROPUESTO MÁS FIN QUE EXPRESAR LA VERDAD DE MI SER.
ESTHER DE CÁCERES