La mujer de la ventana de al lado, casi una adolescente, estaba vestida con un largo camisón blanco y una capa amarilla para la lluvia. A Héctor le pareció que a pesar de su inmovilidad y el frío, estaba llorando. Las dos ventanas casi se tocaban. Ella no pareció enterarse de que un mexicano en pijama de franela de cuadritos y bufanda, que tarareaba Veracruz, la miraba fijamente. A Héctor el frío le subía por los pies como si quemara.
Estaban en un segundo piso. Efectivamente, ella lloraba.