La Viuda Negra deambulaba en el departamento de lencería fina tocando todo y sin comprar nada. Belascoarán, que la había estado siguiendo durante cuarenta interminables y aburridos minutos se le aproximó cuando la mujer contemplaba un brasier lila tres tallas más chico del que le debería quedar.
—¿Usted otra vez? Qué lata da. ¿Por qué no se regresa a México?
—El otro día le debí haber pasado el recado completo, y no sé por qué me quedó la sensación de que se lo pasé a medias.
—No me tiene que contar nada. Yo de eso que usted dice no sé nada.
—Mi amigo Vasco, el subdirector técnico del Museo de Antropología, quiere que a usted le quede bien claro que si anda vendiendo esa pieza robada, un pectoral de Moctezuma, él va a armar un escándalo internacional que a usted le puede costar la cárcel.
La mujer lo miró con rabia, tomó el brasier lila y lo llevó a una de las cajas. Luego se volteó y le dijo con aire ofendido:
—¿Cuál Moctezuma? Yo ni lo conozco a ése. Era del gabinete de mi ex, ¿no? ¿Por qué me quieren enredar? ¿Eduardo Moctezuma? ¿Gustavo Moctezuma? ¿Pedro Moctezuma? ¿Pablo Moctezuma? ¿Carlos López Moctezuma?