XV

ARRIEROS SOMOS

La Viuda Negra cantaba en un pequeño cabaret en el centro de Madrid, no demasiado lejos de su hotel. Con un mariachi reducido, de cuatro viejos miembros, todos ellos simulando estar alegres. Se veía contradictoriamente joven y envejecida. Quizá era la influencia de los mariachis, o las luces, o la magia de la canción ranchera, o Madrid, o la distancia. La concurrencia de cincuentones formaba un público agradecido. Héctor encontró una mesa al fondo y pidió unas quesadillas que estaban tiesas y manufacturadas con un queso rancio.

La Viuda Negra cantaba bien, más que bien. Había una cierta empatía entre las letras ásperas de José Alfredo y su propio estilo. El público, una veintena de parejas y un par de grupos de festivos despistados, parecía conocerse las canciones mexicanas y cantaba con singular fervor El rey poniéndole un montón de ces y zetas.

Los habituales pasaban en notitas, gracias a dos camareros, simpáticos, profesionales y canosos, los nombres de las canciones de Pedro Infante y Jorge Negrete que recordaban. Héctor, por pedir, escribió en una servilleta: Arrieros somos, de Cuco Sánchez.

Contempló cómo la nota viajaba desde su mesa, escondida en el fondo del cabaret, hasta la mujer, que sonrió al leerla y luego buscó con la vista siguiendo el dedo del camarero que señalaba a Héctor. El ceño se le torció durante un instante a la mujer. Sólo un instante, que para eso era el profesionalismo. Luego habló con el gordo de la trompeta y con el del guitarrón y se arrancaron con el clásico de los clásicos.

A pesar de que la Viuda no era santo de su devoción, y que miraba a las mujeres de casi cincuenta años con desconfianza, Cuco Sánchez reconcilió a Héctor Belascoarán con un país con el cual se estaba enfadando bastante. Si a fin de cuentas, venimos de la nada y a la nada por dios que volveremos… No se podía andar por el mundo mendigando piezas arqueológicas robadas por ex presidentes, sin que de vez en cuando no se sintiera un profundo ramalazo de pinche vergüenza nacional. Vaya antro de segunda que éramos, se dijo. Vaya país pinche que somos; como decían en Madrid, absolutamente impresentables…