El aeropuerto de Barajas de nuevo, y la mañana seguía gris en abundancia. Héctor vio salir a Justo Vasco empujando un carrito asesino que buscaba los tobillos de los turistas que lo precedían. El carrito era absolutamente innecesario porque el museógrafo traía tan sólo un pequeño maletín cuadrado, como de doctor Jeckyll, como de doctor Watson.
—Quieren hablar contigo antes de la conferencia de prensa. La Viuda quiere tener una conferencia sin periodistas, contigo y a solas.
—Se acabó la espera, tuerto de mierda. Ya está citada la conferencia. La convocó el agregado cultural de la embajada por fax.
Héctor lo, miró desconcertado.
—¿Y qué tal Madrid?
—Diferente.
—¿Muy diferente?
—No hay manifestaciones. Todos parecen preocupados porque una princesa tiene soriasis. Nadie juega frontón en las calles. No les gusta la lucha libre. Leen libros asquerosos.
Caminaron hacia los taxis.
—¿Trajiste tequila para tu amigo Cañada?
Justo asintió palmeando el maletín.
Después de un rato, ya en la autopista, Héctor le informó a su amigo:
—Irales tiene una copia del pectoral y la Viuda Negra dice que ella no lo tiene pero que sabe quién sí.
—A estas alturas me vale sombrilla, voy a desatar los infiernos —dijo Vasco—. ¿Qué fumas?
—De todo y de lo mejor —contestó Héctor sacando cajetillas de todos lados: unos habanos de la bolsa superior de la camisa, cohibas y coronas de la gabardina, súper 43 de la bolsa interior de la borrega del forro, jean de la bolsa izquierda del pantalón.
Camino al hotel Justo Vasco también notó que la Cibeles sólo tenía tres leones, lo cual hizo que Madrid bajara mucho en sus respetos y puntuaciones.