II

LA HISTORIA DE LUKE MEDINA CONTADA POR ALICIA

(Tal como luego la recordaría Héctor Belascoarán)

Él la mató, yo sé que él la mató. Pero él no pudo haber sido. No estaba dentro del baño, ella se había encerrado por dentro. No fue con sus manos, no es que él apretara el gatillo. La mató de otra manera, y de eso estoy segura, porque sé que él la mato. La fue empujando por un pinche callejón sin salida, donde al final estaba el baño con la puerta cerrada por dentro y el revólver, y ella estaba sentada en la taza del excusado con los sesos embarrados en la pared, mientras los vecinos tocaban la puerta y había un tocacintas encendido en el piso con música de Manzanero. Así se tenía que matar ella, con música de Manzanero. Siempre estaba oyendo boleros melosos, ¿sabes? Todo el día en los últimos tiempos oía boleros de ésos, a todas horas. El tocacintas y ella andaban juntos por la casa, mientras él la iba empujando por el pasillo, a veces a gritos, a veces con un cuchillo de cocina diciéndole que se quitara la ropa para que la vieran desnuda unos amigos que habían venido a cenar.

Cuando estuve en Miami en abril, hace tres años, ella me contaba que había separado las camas gemelas del cuarto lo más que podía. Pero él todas las noches las acercaba un poco. Esa vez me enseñó las quemaduras en el brazo que él le había hecho con una plancha, porque ella no quería probar la cocaína. Y terminó en eso también. La autopsia decía que estaba drogada hasta las orejas, hasta la médula de los huesos. Pero cómo va a ser, si ella antes lo más que tomaba era pepsi light, por eso de la cafeína. Cómo iba a estar drogada si nunca tomaba las aspirinas de a dos, cuando mucho una si le dolía la cabeza demasiado. Ese puto, ese hijo de la concha de su madre, hijo de la gran puta, maricón. Ése se drogaba y se ponía rojo de tanta mierda que se metía por la nariz, que se inyectaba en las venas, y luego presumía de hombre y la pinga no le servía para un carajo. ¿Cómo se fue a casar con ese desgraciado la imbécil de Elena? Era boba mi hermana, era una rematada pendeja. Porque el tipo era guapo, el Luke Medina, guapo rumbero, zalamero. Al principio hasta a mí me convenció con tantas vueltas de palabras que se daba y mostrando los músculos con la camiseta ceñida, y mostrando los cojones con los pantalones vaqueros entallados, y mostrando los dólares y el carro deportivo rojo que le había costado 8 mil billetes ahí mismo, ahora mismo, mi vieja y te lo traigo para que lo estrenes, y la otra pendeja dejándose caer, babeando con su mulato de oro que la iba a sacar de ocho horas de oficina y la iba a llevar a ver Hollywood, y en lugar de eso pura madre, le dio 16 de infierno y ocho de pinche purgatorio.

Él la mató. La fue empujando hasta la locura y seguro que le decía: ¿No te atreves? ¡Mátate! ¡A que no te atreves! Ella me escribió una carta, yo no la tengo, la tiré. Se fue a la mierda la carta toda llena de lágrimas, toda moqueada de tanto que le lloré encima a la carta; donde me contaba que una vez él le hizo andar de rodillas por toda la casa mientras la amenazaba con una pistola. Porque así era de verdad el hijo de puta. Un día la llevaba a un restaurante de lujo a comer con vino francés y al día siguiente le quitaba la tarjeta de crédito para que no la usara mientras él estaba fuera. Un día lloraba encima de ella y le decía que nunca había querido tanto a nadie y al día siguiente la presentaba en un bar a su jefe y la dejaba ahí para que el otro se la llevara a la cama. Era un comemierda el tipo ése. Una rata enferma. Elena me dijo una vez que él la estaba envenenando con polvos para matar cucarachas, y luego me dijo que no, que le ponía azúcar a los sobres de las cucharachas para que ella pensara que la estaba envenenando. Era más derecho matarla que engañarla. La quería matar en la cabeza, la quería volver loca. La tenía amenazada de muerte si ella intentaba escapar y luego él desaparecía semanas, pero alguien hablaba de su parte todos los días por teléfono, muy amable el gringo, preguntando si necesitaba algo.

Elena se fue de la única manera que se podía ir, volándose los sesos. Y él debe haberse quedado muy contento porque para este marrano loco de mierda, lo único que contaba era el poder. El tenerla esclavizada; el tenerla tanto, tanto, que un día podía matarla para demostrar lo mucho que era de él, lo mucho que la tenía. El Luke Medina, muy orgulloso de viudo, muy lucidor con traje negro de seda, zapatos de charol brillante, chalequito blanco, que ahora viene a México.

Lo tienes que chingar, para mí. Viene a México la semana próxima. Estoy segura, va a llegar en el vuelo de Panam del miércoles en la noche. Panam de Nueva York. Yo trabajo en una línea aérea y pedí a todos mis amigos que si su nombre aparecía en la computadora me avisaran. Tiene una reservación para venir a México el miércoles y seguro viene a hacer alguna mierda, porque es lo único que sabe hacer. Él allá en Miami siempre andaba en cosas raras, en drogas, creo, y en esas mierdas, con la mafia de los cubanos de Miami, con la gusanera, los dueños del barrio. Ese hijo de la rechingada seguro viene a hacer alguna mierda. Y entonces tú tienes que averiguar qué es y denunciarlo, para que lo agarren y se pudra en una cárcel mexicana, para siempre, para que pague lo de Elena. Mira, aquí tienes una foto, míralo, tan sonriente el muy cabrón, como diciendo a mí nadie me hace nada. Cuarenta y cinco años, era mayor que mi hermana cuando se casaron. ¿Verdad que sí se puede? ¿Verdad que lo vas a joder? ¿Verdad que hay justicia y que se va a morir en una cárcel, mexicana ese hijo de la chingada? ¿Verdad que…