(adivinada por Héctor Belascoarán Shayne, detective nigromante)
Natalia entró al Sanborn’s y se acercó a la mesa donde la esperaba Reynoso, el hombre que la acosaba; pero no era un desconocido, como habría de contar en otras historias, ya se había acostado con él un par de veces. De todas maneras, esta vez, le dijo mientras tomaban dos martinis secos, no la quería para eso, sino para que lo conectara con Torres. Un favor. No, m’hija, no te hagas pendeja, Torres es Torres y bien que lo conoces porque te surte de cocaína y te da empleo de vez en cuando. Y ella llama por teléfono a Torres. Y Reynoso le dice, tú tienes una historia que vender, pero no se la puedes vender al que te la quiere comprar porque el que te la puede comprar lo más seguro es que si te ve, te mete un plomazo de 45 entre los huevos y te lo deja chamuscado. Porque tú sabes qué pasó con la última entrega de mota cuando deshicieron el campo, donde se fueron los tráilers. Y Quayle te anda buscando, y mejor hacemos un negocio a tres bandas, ¿no?, a toda madre, como en el billar. Tú, yo y él. Pero él anda escondido por la frontera y tú no lo puedes ir a buscar porque si te le acercas te mata, y yo no puedo ir a buscarlo porque en la frontera soy punto menos que cadáver, porque por ahí les desmadré unos negocios y esos pendejos en lugar de ver por dónde viene la movida, no me lo perdonan.
Ésta, dijo Torres, que ésta lo busque, hacemos la cita, tú me garantizas y hacemos el negocio. Sí, están los kilos de mota, de hace tres meses, calientitos todavía.
Ésta no hace nada de nada, par de pendejos, porque ésta está haciendo una película, yo cumplí, ustedes se querían conocer y ya, intentó Natalia, pero Reynoso le metió los dedos en el martini, lo revolvió, sacó la aceituna y se la tiró a la cara y al día siguiente mandó a alguno de sus entenados para que le rociara el frente de la casa de tiros. Y Natalia subió a la frontera a armar una cita entre un gringo, un policía del DF y un productor de televisión. Una pinche cita. Ves, namás, eso, una pinche cita.