II

¿Y A QUÉ HORAS MATÓ EL TAL MEDARDO RIVERA AL TAL LUPE BÁRCENAS?

Elimina uno a uno todos los otros factores y el que persiste debe ser el verdadero.

 

—SHERLOCK HOLMES
(según Conan Doyle en El signo de los cuatro)

 

 

—A ninguna —dijo la licenciada Marisela Calderón Galván, de 26 años, nacida en la Costa Chica del Pacífico Sur y titulada para su desgracia en la Facultad de Derecho de la Universidad de Guerrero en Chilpancingo, que tenía una de las peores famas académicas al sur del río Bravo, aunque ella había coleccionado un casi doctorado en La Sorbona (inconcluso a falta de tesis) y un diploma de maestría en derecho laboral en la UAM-Azcapotzalco. Pequeña dama sacapresos políticos, defensora de tomatierras y de boxeadores amateurs olímpicos prematuramente sindicalizados.

—A ningunas pinches horas, si ese güey, con perdón, no se murió. Se arregló el penacho que insistía en escapársele del peinado y continuó:

—No lo mató, porque ese cabrón, con perdón, no está muerto. Sigue vivo… Ahí le va en orden: Medardo se había estado bebiendo unos sotoles en la casa de la Chata, que en las noches es burdel, pero en las mañanas sólo es cantina y panadería en San Andrés, hablando con unos campesinos mijes. Era un sábado por la mañana, tempraneando, y lo de los sotoles no era por pedo, ni para la cruda, sino por el pinche, con perdón, por el pinchísimo frío que hace por allá. Eran como las seis y media y él daba clases a un grupo mixto de cuarto, quinto y sexto de primaria, allá en la federal. Compró tres barras de pan en la tienda de Gerardo, porque les repartía pan a los chavos de su salario, y se fue a la escuela caminando de a saltitos, como siempre. Quería terminar las clases a las once porque tenía una cita a la una en Vicente Guerrero, como a 15 kilómetros de allí, con unos maestros bilingües que estaban en una bronca de comunidades, ayudando por lo del carbón. En esos momentos le caen tres judiciales del estado y a punta de pistola lo avientan dentro de un jeep. Hijos de su puta madre, todo el pan quedó por el suelo. Llega a la capital con una herida en la ceja de cinco centímetros, dizque porque se resistió al arresto, y las costillas llenas de moretones. Lo acusan de haber matado a un tal Lupe Bárcenas, vecino de San Andrés. Pero ahí viene la bronca. Yo no dudo ni tantito que si Medardo se calienta de frente y en buena fe, se espachurra a un pinche cristiano, pero no es el caso. No, éste sí era cristiano, pero no está muerto. Y entonces le dicen: “Está usted acusado del asesinato de Lupe Bárcenas.” Y entonces Medardo les dice: “¿Y cuándo maté a ese señor? ” Y le contestan: “Siendo la de autos del tres, se dice del seis de diciembre, como a las 11 horas de la mañana, se encontró el mencionado Rivera con el ahora difunto Guadalupe Bárcenas Arroyo en la ciudad de San Andrés, en la plaza central, al pie de una rueda de la ninguna, se dice rueda de la fortuna, y habiendo cruzado palabras injuriosas, le disparó dos balazos con una calibre 38 que ocultaba bajo el chaleco dejándolo muerto ahí mismo en el momento.” Medardo, que es buenísimo para las fechas, preguntó: “¿El seis de diciembre, verdad?” Y cuando se lo confirmaron les dijo: “El seis de diciembre yo no estaba en San Andrés, estaba en el bautizo de mi ahijado, el hijo del profesor Cabestrán, en la sierra, como a 80 kilómetros de ahí, y mire nomás, aquí traigo una foto de polaroid de cuando yo bautizaba a mi ahijado. Mírela, el de la derecha soy yo, el que traigo cargando es mi ahijado, Aniceto Cabestrán, y debe haber de menos 250 testigos de lo que estoy diciendo. En segundas, en esos días, en San Andrés no había rueda de la fortuna, porque los de la feria vinieron para las fiestas del pueblo y no se quedaron más que hasta el cuatro de diciembre; de manera que cuál pinche rueda de la fortuna. En terceras, Guadalupe Bárcenas, ese hijo de la rechingada, no lo maté yo ni lo mató nadie, porque ayer estaba vivo. Y en cuartas, si necesitan ustedes más, yo nunca he tenido un pinche chaleco en toda mi vida, bola de mamones.”

Marisela sonrió, se acomodó los cabellos que tendían a deslizarse sobre el puente de su nariz respingada, se quitó una inexistente mancha de polvo de su roñosa chamarra de mezclilla, sobre la manga suelta que cubría el brazo enyesado, y siguió la historia:

—Todo verificado. Medardo estuvo en el bautizo, no había rueda de la fortuna, no tiene chaleco, y al muerto nadie lo vio muerto, todo lo contrario. Pero imposible sacarlo de la cárcel. El juez es un panzón que está sordo, nomás oye cuando le gritan desde arriba, y puras cárceles de papeles. Aparecieron informes del ministerio público que dizque levantó el cadáver, informes de testigos, fotos de las balas, ¿cuáles balas?, quién sabe, pero unas balas, y como los expedientes se hacen con papeles, otra pericial, y luego a demostrar que las balas esas las usaron para cazar puercos salvajes en Ciudad Netzahualcóyotl; hasta una pinche, con perdón, una pinche foto de la pinche rueda de la fortuna, que aunque les demostráramos que no estaba allí ese día, la foto estaba en el expediente, como si probara un carajo.

“Y luego viene un mamón antropólogo francés y dice: ‘¡C’est maravilleux, le magique mexicaine!’ ¡Mis ovarios! ¿Dónde está lo maravilloso en que el puto de Kafka sea el papacito del poder judicial? Todo es absurdo. Yo pido que exhumen el cadáver, ellos me enseñan un certificado de cremación del cuerpo y ofrecen como prueba la urna con las cenizas. Yo pido un análisis pericial de las cenizas para saber si son humanas, y ya me entrampé, porque ellos tendrían que demostrar que hubo un muerto y que ese muerto lo mató Medardo y aquí me tienes tratando de demostrar que las cenizas son de borrego después de una barbacoa, o que son los huesos de doña Eulalia Guzmán, mezclados con los huesos de Cuauhtémoc. Y si son los huesos de otro cuate, resulta que la prueba viene contra nosotros. Pero han de ser de borrego, porque se niegan a la prueba diciendo que por respeto a los parientes… Yo les muestro una foto de Bárcenas dos días después de muerto empedándose en San Andrés con el presidente municipal y el jefe de los judiciales, una foto que tomó otro maestro, y ellos me dicen que esa foto es de antes, que pueden llamar a declarar al presi y al judas, que lo corroborarán. Total que es una trampa por un lado y por otro. Yo les pido la pistola y ellos la muestran, les digo que comprueben que es de Medardo y me dicen que el profe Rivera no tenía permiso, con lo cual añaden a los cargos ya existentes el de portación ilegal de armas. Medardo quiere empezar una huelga de hambre, los maestros de la montaña amenazan con una huelga general indefinida. Total que casi me suicido, porque ahora sé para qué sirven en México ocho años estudiando derecho. Para nada. Para una pura, reverenda y celestial chingada. Y entonces el día de Reyes, cuando el señor y licenciado góber les está repartiendo juguetes a los niños pobres, que viva el populismo, le meto un codazo al secretario general de gobierno del estado y me meto enfrente de él y le digo, cuidándome la retaguardia: ‘Señor gobernador, parece mentira que se haya montado un fraude así para meter al bote a Medardo Rivera’, y él se para en seco y me dice: ‘Señorita, no sé de lo que me está hablando’, y yo le contesto soltándome del brazo de un guarura que me está jalando para la segunda fila: ‘Al dirigente de maestros lo acusan de un asesinato que no cometió. El hombre que dicen que mató, está vivo y anda por la calle. Es un escándalo, señor gobernador’, y le muerdo la mano a otro guarura que me está jalando de la correa del morral. Y él me dice: ‘Licenciada Calderón, si usted me trae al muerto, en cinco minutos dejamos libre al profesor Rivera. Tiene mi palabra. En ESTE estado NO se juega con LA ley.’ Y yo le medio digo, cayéndome de lado, porque un policía me está tironeando de la mano: ‘Le tomo la palabra, señor gobernador’.”

Marisela Calderón Galván tomó aire, sonrió cándidamente y dijo:

—Y por eso, sólo por eso, para que nos traiga de los güevos, con perdón, de los mismísimos güevos, carajo, cada vez soy más malhablada, al pinche muerto, la asamblea democrática de maestros le paga un millón de pesos.

Esperó una respuesta. Al no haberla, se dio por satisfecha; si alguien no se niega, acepta, consiente por omisión, eso hasta en la escuela del derecho positivo mexicano quedaba claro.

—Y hasta barato nos sale si ponemos a Medardo en la calle —remató—. ¿El brazo? No, el brazo me lo rompí jugando squash en la parte de atrás de Catedral, con los de la huelga de hambre de la Cervecería Modelo. Por pendeja.