(tal como se la contó un niño a un ciego temporal, y como la memoria de Belascoarán habría de recordarla más tarde)
José Mateo Bermúdez, natural de Olloniego, Asturias, uncido en unión libre con María Velasco, que ella no se sabía de dónde era; anarquistas del grupo de un señor que se decía griego de apellido Rodhakanati, y los tres socios de una organización de sabios que había nacido en París y tenía sucursal en México (como París-Londres) y que llamaban La Social. Un par de orates de bien, románticos de locos. Eso sí, muy enamorados. Por eso habían decidido juntarse antes o después de venir a México. Hasta se decía que bordaban la ropa juntos y hacían la comida, y que no había entre ellos labores de hombre y de mujer sino las mismas.
Allá por mil ocho setenta y dos, cuando los mentados y renombrados sucesos de Chalco, que el ejército juarista (debe haber sido por equivocación) incendió unas comunidades de utópicos, José salió fugado de la ciudad de México. Lo acusaban de haber envenenado a un francés dueño de unas fábricas de tintes por Tlalpan dándole de cenar uvas con ácido prúsico del que usaba para las lanas, y él dijo, él, José Mateo: “Justa venganza, no asesinato, hay diferencia”; porque con los humores de ese ácido en las tinas de cocción, los vapores, se envenenaban las operarias que tenían que respirar aquellas chingaderas jornadas de 16 horas y sin ventilaciones ni descansos.
Ya debía vidas el asturiano ese, pero en España, o sea que no contaban. Había puesto bombas de dinamita, y las metía dentro de latas de leche para que no sólo mataran sino que hicieran mucho estruendo, en un teatro de Oviedo, para que volaran en mil pedazos los dueños de las fábricas que iban a la ópera. Pinche ópera, no le gustaba ni tantito.
O sea que por eso cruzó el océano Atlántico, para huir de los que lo buscaban por bombero.
Y luego para huir de los que lo buscaban por envenenador, se vino para el sur.
Dio algunas vueltas por Oaxaca y por Chiapas, y como no se hallaba, y además tenía a la mujer embarazada de ocho meses y estaba loco del calor y pedo del aguamiel y el mezcal crudo, pues dijo que él era José, José-José, san José; y ella, a la que montó en un burro, era la virgen María y el niño que venía en camino, el mismísimo niño dios.
Lo dijo por las veredas y las montañas, y además aprendió el zapoteco y lo decía en castilla y en lengua, advirtiendo que no sólo venía huido de los de Sodoma y Gomorra, los franceses, los filisteos y los pinches patrones gachupines, sino que además el niño dios anunciaba el inicio del sueño de los hombres en las tierras y que las comunidades eran dueñas de la tierra y los filisteos, los macabeos, los gallegos, los arameos y los chupópteros de toda laya tenían de plazo el mes que le faltaba al escuincle para nacer para abandonar la sierra; luego todo era de todos y a rechingarse al que no le gustara.
San José tenía un lado mamón, porque prohibía el alcohol excepto para friegas reumáticas; pero luego luego, viendo el talante de los locales y cómo les pasaba un resto el rollo de atracar las haciendas, corrigió y prohibió darse friegas contra el reuma, que aquí es muy malo por la humedad, con sotol; pero sí tomar todo el que se quisiera sin empedarse, y decretó malo el pedo, pero bueno el chupe.
Era de güevos, san José, como en las películas; no sólo predicaba, tomaba el machete y arremetía el muy pinche salvaje. Así se hicieron los indios de aquí de esa forma de ser tan cabrona y tan respetuosa, te miran de lado y luego te sorrajan un putazo con una piedrota, y también se hicieron con las haciendas como en un año, toda la sierra chica.
Y así nació San Andrés, porque en esta vereda, entre cañadas y al pie del río Blanco, tenían el santuario el señor san José, la ex virgen María Velasco, que sabía cocinarse sus buenas fabadas asturianas, por eso aquí, de plato local, se hacen guisos de frijol blanco con chorizo y morcilla de arroz, y la niña dios. Ésa fue la desgracia, porque el niño dios fue niña dios y le pusieron Jesusa.
De ahí que no hayan tenido buen talismán a la hora de la verdad y en el 75, con Lerdo de Tejada, vino la punitiva y le cortó la cabeza. Luego la punitiva se fue a buscar a Pancho Villa, y no lo halló. Todo lo quemaron, todo lo espantaron. Ardió hasta la tierra debajo de las casas. Pero la comunidad ya había nacido. Se despobló y se pobló y se despobló y luego ya se repobló para siempre, que fueron los abuelos. La niña Jesusa se fue a vivir al DF en un hospicio y escribió los poemas que dicen que hizo sor Juana Inés de la Cruz, pero los hizo ella. Aunque cuando se hizo famosa ya no regresó por aquí… Le traería malos recuerdos.
El profe Rivera así cuenta esta historia y así la cuento yo. No tan bien, él le pone más sabor a los detalles.