Para mi colega Roger Simon (a) Rogelio Simón,
que incorporó a los lakers a las religiones conocidas,
y puso a Moses Wine en mi camino.
Para mi colega Andreu Martín,
que se ve que las goza tanto como yo.
Para mi colega Pérez Valero,
que se ve que las sufre tanto como yo.
Para el colega Dick Lochte, que le prestó el nombre a un personaje.
Para los colegas Ross Thomas y Joe Gores,
que aparecerán como dueños de un prostíbulo en Tijuana
en una próxima novela.
A éstos, mis amigos, vaya una novela por otra,
con el agradecimiento del lector.
NOTA DEL AUTOR
No me pregunten cuándo y cómo revivíó Héctor Belascoarán Shayne. No tengo respuesta. Recuerdo que en la última página de No habrá final feliz la lluvia caía sobre su cuerpo perforado.
Su aparición por tanto en estas páginas es un acto de magia. Magia blanca, quizá, pero magia irracional e irrespetuosa hacia el oficio de hacer una serie de novelas policiacas.
La magia no es totalmente culpa mía. Apela a las tradiciones culturales de un país en cuya historia abundan los regresos. Aquí regresó el Vampiro, regresó el Santo (en versión cinematográfica), regresó incluso Demetrio Vallejo desde la cárcel, regresó Benito Juárez desde Paso del Norte… Este regreso en particular se gestó hace un par de años en la ciudad de Zacatecas, cuando el público de una conferencia exigió que Belascoarán volviera a la vida por votación casi unánime (menos un voto). El hecho habría de repetirse desde entonces varias veces más ante auditorios variados, en ciudades diferentes, y las votaciones fueron acompañadas de una larga serie de cartas. Parecía que el personaje no se encontraba terminado a gusto de sus lectores, y el autor pensaba que aún le quedaban algunas historias por contar de la saga belascoaranesca. Y así, nació esta novela, que si acaso tiene alguna virtud, es que se escribió aún con más dudas que las anteriores. Sean pues los lectores de Zacatecas que acudieron a aquella conferencia, tan responsables como yo del regreso de Héctor.
No tengo mejor explicación.
Como siempre, es obligado decir que la historia que aquí se cuenta pertenece al terreno de la absoluta ficción, aunque el país siga siendo el mismo y pertenezca al terreno de la sorprendente realidad.
Habría que añadir que por razones de la narración, los tiempos reales se han trastocado levemente, uniendo las movilizaciones estudiantiles de fines del 87 con el ascenso de la campaña cardenista de la primavera del 88, en un tiempo ficticio que podría situarse hacia el fin del año 87.
PIT II
México, D. F.,1987–88–89
“Cada resurrección te hará más solitario”
—CÉSAR DÁVILA ANDRADE