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CAPÍTULO 5
Vincent Ventura, as del disfraz

—Buenos días, señor. Saludo al señor Calaveras mientras está regando el pasto.

Me mira enfurecido, y por un momento temo que pueda ver a través de mi astuto disfraz. Pero mi temor se desvanece cuando apenas me gruñe algo. Es sorprendente cómo es que un par de gafas exageradamente grandes, una cachucha y los hombros poco caídos funcionan para hacerte lucir como una persona totalmente diferente.

—¿Qué quieres? —me dice bruscamente mientras que mira con sospecha la bolsa de plástico llena de barras de chocolate que llevo en la mano.

Empiezo a caminar hacia él pero me detengo cuando me lanza una mirada amenazante. Ni siquiera he puesto un pie en el pasto recién regado.

—Lo siento —digo disculpándome. Camino en la banqueta para acercarme—. Estoy vendiendo barras de chocolate para recaudar fondos para el campamento de verano de la banda. —Son los dulces del campamento de verano de la banda de Michelle. Me advirtió que si algo les pasara a los dulces, yo tendría que preocuparme menos por un chupasangre que por ella.

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—¿De cuáles? —pregunta el señor Calaveras con un gruñido suave.

—¿Perdón?

—¿De cuáles chocolates?

—Del que quiera —digo—. Tengo una gran variedad.

—No quiero nada que tenga nueces —me dice, y señala sus dientes—. Odio que las nueces se atoren entre mis dientes.

—Tengo de chocolate con leche…. Ése no tiene ningún tipo de nuez, señor.

El señor Calaveras busca en su cartera y saca un dólar nuevecito.

De reojo veo que tiene algo como una mordida detrás del cuello. —¿Le duele? —digo señalando la herida.

El señor Calaveras me mira enojado y rápidamente se arregla el cuello de la camisa.

—Lo siento —digo—. No quise mirar. Es que parece que tiene que haberle dolido mucho.

El señor Calaveras me observa por un momento, pero luego suaviza su mirada. La que antes fue seria ahora es triste.

—La mordida dolió —me dice en un murmullo suave—. Pero lo que sucedió después me dolió más.

Sus palabras me desconciertan. ¿La mordida dolió pero que lo que sucedió después le dolió más? ¿Qué querrá decir con eso?

—Un dólar por el chocolate, ¿cierto?

—Dos dólares —respondo.

—¡¿Dos dólares?! —me dice incrédulo—. Cuando era niño las barras de chocolate costaban una peseta.

—Eso tiene que haber sido hace muchos años.

—Sí, hace muchos años —dice, abriendo el chocolate y dándole una mordida.

Me paga y empieza a alejarse. De repente se detiene y empieza a olfatear, como cuando un sabueso está siguiendo una pista.

Lo veo. Se vuelve hacia mí. —Por favor no andes metiendo las narices en donde no te importa, niño. Es mejor dejar las cosas como están.