El de Jorge Mario Bergoglio es un currículum un tanto atípico. En los años setenta y ochenta el futuro Papa combina actividades académicas y de enseñanza con la actividad pastoral en la parroquia y la dirección espiritual. Después de ser durante tres años maestro de novicios en la residencia Villa Barilari, de San Miguel, profesor en la facultad de teología y rector del colegio máximo —donde recordemos que los domingos cocinaba para sus alumnos—, Bergoglio es elegido provincial de los jesuitas de Argentina, un cargo que ejerce durante seis años.
Es el período crucial de la dictadura de Jorge Rafael Videla Redondo, que ocupó el poder en Argentina de 1976 a 1981, después de un golpe de Estado contra Isabelita Perón. Su régimen se caracterizará por la violación sistemática de los derechos humanos al torturar y asesinar a miles de personas. Son los desaparecidos, individuos —hombres y mujeres— considerados opositores del régimen con sus parientes, que eran secuestrados y luego asesinados. La actitud mostrada por el provincial Bergoglio con respecto a dos hermanos en aquellos años es el origen de las falsas acusaciones que se lanzaron contra él. El dossier amañado había aparecido ya en vísperas del cónclave de 2005, y fue desenterrado rápidamente en cuanto Francisco se asomó desde la galería central de la basílica de San Pedro.
Las acusaciones provienen del periodista argentino Horacio Verbitsky, que, en sus libros, le imputa al futuro Papa sustancialmente dos graves culpas: la de buscar el alejamiento de los jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics, porque estaban mal vistos por el régimen debido a su obra en las favelas; y la otra, mucho más grave, de colaborar con el régimen dictatorial de Videla. En la época de los hechos, recordémoslo, Bergoglio era el provincial de los jesuitas, pero no tenía cargos eclesiásticos de responsabilidad en la Iglesia argentina. Y no es en absoluto cierto que, como se ha escrito, «como jesuita tenía un poder enorme sobre las comunidades eclesiásticas de base, que trabajaban mucho en los barrios de chabolas de Buenos Aires».
El asunto fue abordado incluso por la magistratura argentina, por otra parte muy poco complaciente con la Iglesia católica. Nada se demostró en contra de Bergoglio durante una investigación sobre los casos de apropiación de niños, hijos de los desaparecidos, por parte de los militares, ni tampoco sobre los terribles hechos ocurridos en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), el tristemente célebre campo de exterminio de los opositores y centro de varias «maternidades clandestinas», en que hallaron la muerte al menos seis mil personas. Las acusaciones de Verbitsky fueron lanzadas de nuevo por Página/12, diario considerado de forma generalizada el órgano oficial de la presidencia de la República argentina. Según afirma Verbitsky, los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Jalics habrían acusado a Bergoglio de haberlos entregado a la dictadura. Capturados en mayo de 1976, permanecieron secuestrados durante cinco meses. En el transcurso de la misma operación el ejército detuvo también a cuatro catequistas y a los maridos de dos de ellas. Nunca se les volvió a ver.
Verbitsky ha vuelto a la carga después de la elección del papa Francisco, afirmando haber encontrado un documento en el que el provincial Bergoglio habría definido como «subversivos» a los dos hermanos jesuitas. El documento no se ha mostrado, es más, se vuelve contra la campaña montada por el periodista: ante todo porque ese texto es posterior a la liberación de los dos jesuitas, y en segundo lugar porque no se halla en él nada que confirme que Bergoglio considerase «subversivos» a los dos sacerdotes. Por último, queda desmentida la tesis de Verbitsky que afirmaba que los dos jesuitas habrían sido expulsados de su congregación por decisión del provincial. En efecto, el documento publicado por Verbitsky demuestra que los dos jesuitas no fueron en absoluto expulsados de la Compañía de Jesús, sino que ellos mismos habían pedido abandonarla. Y que solo al padre Jalics se le negó la salida, porque ya había hecho profesión solemne. En efecto, siguió siendo jesuita.
Hay más. Resulta del todo evidente que lo que pretende ser el documento perjudicial definitivo contra Bergoglio no es sino un panfleto confeccionado en tercera persona, basándose en rumores, por un hombre del régimen, que trabaja en la dirección de asuntos religiosos del Ministerio del Interior. Maniobras de diversión y falsificación de la realidad eran el pan de cada día para la junta militar argentina. Una prueba adicional de que se trata de una fuente espuria viene dada por la aparición de imprecisiones significativas con respecto a los procedimientos internos de la Compañía de Jesús.
«En síntesis —comenta Matteo Luigi Napolitano, un historiador que ha estudiado los papeles del caso—, el documento publicado por Página/12 no es obra de Bergoglio, no representa su pensamiento, y es legítimo considerarlo un documento “de régimen” hecho para uso y consumo del poder dictatorial para el control de la oposición y para dar la idea de que de alguna manera existía apoyo de la Iglesia argentina.»
Que la interpretación de Verbitsky contra Bergoglio sea tendenciosa lo sostuvo ya Jorge Ithurburu, presidente de la Asociación 24 de Marzo, una organización que se constituyó como parte civil en los procesos en contra de los militares argentinos. En una entrevista concedida al periódico italiano Il Sole 24Ore, Ithurburu rechazó las acusaciones contra el nuevo papa acerca de las relaciones con la dictadura. «Una cosa es la responsabilidad de la Iglesia católica como organización, y otra la de los individuos. Bergoglio entonces no era ni obispo y no hay rastro de posibles responsabilidades.»
¿Por qué motivo, pues, el padre Jorge, en su calidad de provincial, les pidió a los dos jesuitas ocupados en las comunidades de base de las favelas que se retirasen de allí, una petición que se negaron a satisfacer los dos religiosos? Evidentemente, escribió el profesor Napolitano, «ya veía venir lo que sucedería, puesto que al advenimiento de la dictadura los dos jesuitas fueron secuestrados y encarcelados en la ESMA (la Escuela de Mecánica de la Armada, que se convirtió en un lugar de detención y tortura). Ambos jesuitas serían liberados del centro de reclusión al cabo de unos seis meses».
El propio Ithurburu declaró: «Resulta evidente que el episodio puede interpretarse de dos formas: o los jefes de los dos jesuitas los dejaron solos o se puede pensar que intervinieron para obtener la liberación. Me inclino por la segunda hipótesis: la ESMA no liberaba a nadie por casualidad, pero nadie dentro de la Iglesia admitirá nunca que se llevase a cabo una negociación secreta. La Iglesia no habla de estas cosas. Sin embargo, la liberación de los dos sacerdotes es un hecho».
El 15 de marzo de 2013, también el portavoz del Vaticano, el padre Federico Lombardi, tildó de «campañas calumniosas y difamatorias» de «matriz anticlerical» las que se han desatado contra el Papa. En efecto, añadió Lombardi, contra Bergoglio «no ha habido nunca una acusación concreta creíble… La justicia argentina lo interrogó una vez como persona informada sobre los hechos, pero nunca le ha imputado nada. Él se ha defendido de las acusaciones con documentos. En cambio, hay muchísimas declaraciones que demuestran cuánto hizo Bergoglio para proteger a muchas personas en tiempos de la dictadura militar». Y también es «muy conocido el papel de Bergoglio, cuando se convirtió en obispo, en la promoción de la petición de perdón de la Iglesia en Argentina por no haber hecho lo suficiente durante la dictadura».
Un documento secreto sobre los años de la tiranía argentina, conservado en Washington, avala de algún modo, aunque de forma indirecta, las palabras del portavoz del Vaticano. «Dicho documento —escribe Napolitano— reproduce textualmente (en el español original) las declaraciones del propio general Videla, autor del golpe militar. Al día siguiente de su toma de poder, Videla observaba que “la actual situación de Argentina se caracteriza por el despilfarro, el caos administrativo, la venalidad, pero también la existencia de corrientes de opinión pública y de convicciones políticas que están muy arraigadas, con una clase trabajadora fuera de la corriente dominante… con una Iglesia católica alarmada por el proceso, pero sin embargo aún decidida a denunciar cualquier exceso contra la dignidad humana” (Defense Intelligence Agency, Forwarding of Spanish Documents, March 25, 1976: Philosophy and Bio of LTGEN Jorge Rafael Videla, 24 de marzo de 1976, p. 1, 10 USC 424, National Security Archive).»
Una Iglesia argentina que, según Videla, estaba «aún decidida a denunciar cualquier exceso contra la dignidad humana» no corresponde exactamente al retrato esbozado por Horacio Verbitsky. Por supuesto, con ello no se pretende afirmar que no existiesen connivencias e infravaloraciones, pero la realidad es más compleja de lo que se describía en los dossieres contra Bergoglio que se pusieron a disposición de la prensa internacional pocos minutos después de la elección. No es imposible que este material, como sucede a menudo con ocasión de las elecciones pontificias, pueda haber sido enviado por algunas personas interesadas también a cardenales, por otra parte sin ningún resultado.
La tesis acusatoria es desmentida de nuevo por el testimonio directo del padre Jalics, uno de los dos jesuitas implicados, los que Bergoglio habría querido «expulsar» de la Compañía de Jesús. En un artículo publicado en la página web de la provincia alemana de los jesuitas, el padre Jalics sintió la necesidad de hacer algunas precisiones. Vale la pena leerlas.
«Yo vivía en Buenos Aires desde 1957. En 1974, movido por el deseo interior de vivir el Evangelio y de atraer la atención sobre la terrible pobreza, y con el permiso del arzobispo Aramburu y del entonces provincial padre Jorge Mario Bergoglio, me fui con un hermano a vivir en una favela, uno de los barrios más pobres de la ciudad. A pesar de vivir allí, continuamos desarrollando nuestra actividad docente en la universidad. Corrían entonces en Argentina años en que la situación era similar a una guerra civil. En aquel período, para ser más exactos en el plazo de dos años, unas treinta mil personas (tanto guerrilleros de izquierdas como civiles inocentes) fueron asesinadas por la junta militar.
»Nosotros dos, mi hermano y yo —continúa el jesuita—, mientras vivíamos en aquel barrio paupérrimo, no tuvimos contactos nunca ni con la junta ni con la guerrilla. No obstante, en aquella situación de entonces, marcada por la falta de información, y también a causa de información falsa difundida a propósito, nuestra situación fue mal entendida, incluso dentro de la propia Iglesia. Fue en ese período cuando perdimos el contacto con uno de nuestros colaboradores laicos, un hombre que se había unido a la guerrilla. Después, nueve meses más tarde, fue capturado por los soldados de la junta y sometido a interrogatorios. Fue entonces cuando los militares supieron que en el pasado aquella persona había estado en contacto con nosotros.
»Así, supusieron que también nosotros teníamos que ver con la guerrilla —explica el padre Jalics— y ambos fuimos detenidos. Nos interrogaron durante cinco días. Después de aquellos cinco días, el oficial que había guiado nuestros interrogatorios vino a decirnos que quería despedirse de nosotros. Nos lo dijo con estas palabras: “Padres, ustedes no tienen ninguna culpa. Yo me haré cargo de la situación, haré que puedan volver a vivir en el barrio pobre donde han elegido vivir”. Y sin embargo, a pesar de esa promesa, no nos liberaron. Por razones que nos resultaron inexplicables, nos retuvieron en situación de detención durante cinco meses. Cinco meses que pasamos esposados y con los ojos vendados. Yo no estoy en condiciones de adoptar ninguna posición sobre el papel del padre Bergoglio en esa situación que vivimos. Después de que nos pusieran en libertad, al término de aquellos cinco meses, yo abandoné Argentina.»
¿Cómo respondió el futuro Papa ante las treinta y tres preguntas de los magistrados argentinos en abril de 2011? El documento fue publicado por el diario italiano Avvenire: «Hice lo que pude, lo que entraba en mis posibilidades por la edad que tenía [menos de cuarenta años] y las pocas relaciones que mantenía, a fin de interceder por la liberación de personas secuestradas», había contado Bergoglio. Una reconstrucción confirmada por los resultados de las investigaciones, que nunca lo imputaron, a diferencia de otros sacerdotes acusados y luego condenados.
Las acusaciones contra el actual papa Francisco «fueron examinadas atentamente por nosotros —explicó al diario La Nación Germán Castelli, uno de los tres jueces autores de la sentencia en el proceso contra los militares de la ESMA—. Verificamos todos los datos y llegamos a la conclusión de que el comportamiento de Bergoglio no tenía ningún relieve judicial».
En efecto, tal como había declarado hace dos años el entonces cardenal de Buenos Aires, «vi dos veces al general Jorge Videla y al almirante Emilio Massera». A los detractores aquellos encuentros les parecieron la prueba del colaboracionismo de Bergoglio. En realidad, el futuro Papa quería «descubrir qué capellán militar celebraba la misa» en los centros de tortura. Una vez averiguado el nombre directamente de labios de Videla, Bergoglio convenció con una estratagema al sacerdote-soldado «de que se fingiese enfermo y me mandase a mí en su lugar». Esta es la prueba de que el jesuita no se fiaba de algunos hombres de Iglesia y de que había decidido arriesgarse solo. Una elección coherente para un religioso que hizo que se expatriase «un joven que se me parecía mucho, dándole mi carnet de identidad y vistiéndolo de sacerdote: solo así podía salvarle la vida».
Bergoglio se interesó personalmente ante Videla por la suerte de los sacerdotes detenidos. «Decir que Jorge Bergoglio entregó a aquellos sacerdotes es del todo falso», repitió el juez Castelli. A un amigo, el futuro Papa le había confiado «que había hecho cosas de locos» en los cinco meses en que sus hermanos jesuitas estaban prisioneros. «Nunca estuve en los lugares de detención, salvo una vez —les contó Bergoglio a los jueces—, cuando acudí junto a otros a una base aeronáutica cercana a San Miguel, en la localidad de José C. Paz, para averiguar cuál era el destino de un muchacho.»
Las acusaciones resucitadas con fines políticos en los días de la elección del papa Francisco, así como el dossier contra él que contenía esas mismas acusaciones, que habría sido puesto en circulación entre algunos cardenales, «son una canallada», en palabras de Julio Strassera, histórico fiscal en el proceso contra la junta militar responsable de los años oscuros de los desaparecidos. «Todo eso es absolutamente falso», dice Strassera. La magistratura argentina, tal como confirman incluso organizaciones como Amnistía Internacional, está considerada la más avanzada de América Latina. A la Iglesia nunca se le ha dado un trato de favor, tal como demuestra el caso del padre Christian von Wernich, capellán de policía condenado hace seis años por su participación en siete homicidios, cuarenta y dos secuestros y treinta y un episodios de tortura.
Entre los principales «acusadores» de Bergoglio hay algunos ex guerrilleros montoneros. «A pesar de saber que la vía violenta causaría el golpe, la siguieron con encarnizamiento —afirma Loris Zanatta, profesor de historia de América Latina en la Universidad de Bolonia, en un reciente libro suyo publicado por Laterza—. Creían que, cuando los militares hubiesen tomado el poder —escribe el estudioso—, se levantaría el pueblo, un pueblo en realidad harto tras años de violencia e ideología, que al llegar Videla ni se inmutó.»
Uno de los jefes de los guerrilleros montoneros es el periodista Horacio Verbitsky. Curiosamente, después de que en 2005 el cardenal Bergoglio alzase la voz contra Néstor Kirchner, Verbitsky, muy próximo al presidente, publica el libro con un capítulo contra el arzobispo de Buenos Aires. El cardenal al que Kirchner había definido como «verdadero jefe de la oposición».
Por último, vale la pena recordar que enseguida tomó la defensa de Bergoglio el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, feroz opositor de los militares, quien declaró en una entrevista a la BBC que Bergoglio «no tenía vínculos con la dictadura argentina. Sí hubo algunos obispos cómplices con la dictadura, pero no Bergoglio. Se discute su figura porque se dice que no hizo lo necesario para sacar de prisión a dos sacerdotes mientras era superior de los jesuitas. Yo sé con certeza que muchos obispos le pedían a la junta la liberación de sacerdotes, y nunca se les concedía».
Una confirmación adicional es la carta que en 1976 el entonces provincial de los jesuitas le había enviado al hermano de uno de los dos sacerdotes secuestrados, Franz Jalics. La carta ha sido citada en marzo de 2013 por el Frankfurter Allgemeine Zeitung: «He realizado muchas acciones ante el gobierno para que su hermano sea liberado. Hasta ahora no hemos tenido éxito. Sin embargo, no he perdido la esperanza de que pronto será hallado. Lo aprecio y haré todo lo que pueda para conseguir liberarlo… He tomado este tema como propio. Las dificultades que su hermano y yo hemos tenido a lo largo de la vida religiosa no tienen nada que ver».
A propósito de estas acusaciones la hermana del Papa, María Elena, entrevistada por el diario italiano La Stampa, dijo: «¿Le parece posible? Significaba traicionar la lección que nuestro padre nos había enseñado con la difícil vida que eligió. Mi hermano protegió y ayudó a muchos perseguidos por la dictadura. Eran tiempos oscuros y se requería prudencia, pero su compromiso con las víctimas está demostrado».
Como arzobispo de Buenos Aires, el futuro Papa, junto a los demás obispos argentinos, formulará el 10 de septiembre de 2000 una petición de perdón por la actitud adoptada por los eclesiásticos durante la dictadura. «Dado que en varios momentos de nuestra historia hemos sido indulgentes con posturas totalitarias que violaban las libertades democráticas que emanan de la dignidad humana; dado que mediante acciones u omisiones hemos discriminado a muchos de nuestros hermanos, sin comprometernos lo suficiente con la defensa de sus derechos, rogamos a Dios, Señor de la historia, que acepte nuestro arrepentimiento y cure las heridas de nuestro pueblo.
»Oh, Padre, tenemos el deber de recordar ante ti aquellas acciones dramáticas y crueles. Te pedimos perdón por el silencio de los responsables y por la participación efectiva de muchos de tus hijos en ese enfrentamiento político, en la violencia contra las libertades, en la tortura y en la delación, en la persecución y la intransigencia ideológica, en los enfrentamientos y las guerras, así como en la muerte absurda que ha ensangrentado nuestro país. Perdónanos, padre bondadoso y amoroso, y concédenos la gracia de fundar de nuevo los vínculos sociales y de sanar las heridas aún abiertas en tu comunidad.»