Capítulo 14

 

MIster Trasero Perfecto está aquí –susurró Gloria cuando Romy llegó al despacho el lunes por la mañana.

Romy se detuvo lanzando una mirada alarmada a la puerta de su despacho.

–No temas, no está aquí. Está con los chicos de inmobiliaria. Va a vender su casa.

Romy se quedó helada.¡No podía hacer eso! A no ser que…

–¿Dijo si era su casa de la playa o su casa de la ciudad?

Gloria le hizo un gesto a Romy para que esperase un segundo mientras contestaba al teléfono. Al cabo de un montón de «síes», Gloria le dijo a Romy que Sebastian estaba de camino y que se lo podría preguntar ella misma.

–Ahora tengo que ir a ver a Libby Gold a su casa.

Sebastian sabía que ya había pasado el mes de plazo y que ya habría tomado su decisión, pero ella no sabía cómo decírselo. No es que fuera a afectarle, pero se veía incapaz de recordar toda la conversación y sus consecuencias.

–¿Qué le digo? –gritó Gloria tras ella.

–Dile que estaré con otro cliente todo el día… toda la semana y que le mantendré informado sobre los planes de la fiesta y que lo veré el sábado.

Y Romy se marchó a toda velocidad a casa de Libby, que la esperaba en el porche de una preciosa mansión para darle un tremendo abrazo bañado en lágrimas.

–Libby, ¿va todo bien?

–¡Todo es perfecto! –sollozó mientras la hacía pasar y la señalaba un sillón de plumas–. Jeffrey ha vuelto.

–¿De verdad? ¿Todo va bien?

–Por ahora sí –dijo Libby con voz firme–. Hice lo que me dijiste. Lo escuché y después le di una última oportunidad, que aceptó.

–¡Oh, Libby, qué feliz estoy por ti! –dijo Romy dándole otro abrazo a su cliente.

–¿Y qué tal tú y tu hombre? –preguntó Libby.

–Oh. No, Libby. Es sólo un cliente

–¿Quién es sólo un cliente? –Libby sonrió y Romy se tapó una mano con la boca– ¿Nuestra adorable abogada ha encontrado por fin a su hombre? ¿También a ti te han dado una última oportunidad?

¿Última oportunidad? Llevaba toda la semana pensando que sería su última oportunidad de hacer muchas cosas: besar, pasear por la playa, sentir… pero aquello era ridículo y Sebastian se lo había demostrado. Tenía una vida por delante para tener esperanza, para saber perdonar y confiar en los demás, sin temer fallar, puesto que siempre habría otra oportunidad a la vuelta de la esquina.

–Me han dado mucho más que eso, Libby –dijo Romy–, pero cuéntame lo que pasó en la cena con Jeffrey…

 

 

El viernes por la tarde Romy sentía que su vida había cambiado de arriba abajo. Su mente estallaba de ideas, y una de ellas fue hacer algo por los hijos de los divorciados participantes en los programas del bufete. Como su pensamiento nunca andaba demasiado lejos de Sebastian, se le ocurrió que él podía encargarse de dirigir un campamento de deportes para niños desfavorecidos de hogares rotos. Envió la propuesta a Sebastian a través de Gloria y él prometió, no sólo encargarse del campamento como si fuera una fundación, sino aportar él mismo los fondos.

Así que Romy se encerró en su oficina para trabajar en el proyecto y tenerlo listo para el sábado por la noche y poder anunciarlo en la fiesta.

El bufete había considerado la fiesta como un pequeño regalo de bienvenida para su nuevo cliente y toda la sociedad de Melbourne pensaba asistir.

–Va a ser una fiesta preciosa –suspiró Gloria–. Creo que necesitaré un nuevo vestido.

–¿Negro y largo?

–¡Pues no! ¡Corto! ¿Y tú? ¿Tienes vestido? ¿Tienes pareja?

Romy supo que Gloria quería saber si Antony la acompañaría.

–¿Quieres que pase a buscarte?

–Si no molesto…

–Claro que no. Pasaré a buscarte en taxi.

–Excelente –dijo Gloria con sonrisa soñadora–. Vamos a una fiesta, en el hotel Ivy, en taxi… muy glamuroso.

Iba a ser la fiesta de la temporada. Sólo esperaba que Sebastian encontrara lo que buscaba.

 

 

Cuando Sebastian entró en el salón de baile del hotel Ivy, reconoció a muchos de los personajes de la alta sociedad de Melbourne, pero sólo había una persona a la que deseaba realmente ver: la misma que llevaba toda la semana escondiéndose de él.

Durante la semana había intentado volver a su rutina anterior, planeando con su manager los torneos de beneficencia a los que asistiría, y cosas parecidas, pero todo aquello no tenía el mismo interés que antes.

Cuando Gloria se puso en contacto con él por la idea de Romy del campamento le pareció perfecto. Podría enseñar a jugar al golf y otros deportes a niños desfavorecidos, y, además, emplear su dinero en algo útil. En una semana ella había levantado la fundación de la nada. No dejaba de sorprenderlo.

Entonces la vio. Estaba en la barra de espaldas a él, pero la reconoció al instante. Llevaba un vestido dorado que acariciaba su esbelta figura y el pelo recogido en un moño muy elegante. Reconoció la forma de sus finos tobillos sobre aquellos imposibles tacones.

Y justo antes de llegar hasta ella, antes de pronunciar su nombre, se detuvo en seco con la mirada fija en su espalda, que el vestido dejaba totalmente al descubierto de una manera muy sexy; justo al final de la abertura del vestido se podía adivinar un tatuaje minúsculo de una mariposa. El símbolo del caos, como tributo a su lado rebelde.

Como si hubiera notado su presencia, Romy se volvió hacia atrás y lo vio.

Él nunca la había visto tan bella. Sus labios estaban húmedos y sus ojos brillaban.

–Hola, Sebastian –dijo ella, pero por la reacción que provocó en él podía haberlo saludado con un «Tómame aquí y ahora»

–Hola, Romy. ¿Qué tal?

–Bien.

Tenía los pelos de la nuca erizados; no sabía si alguien aparecería al lado de Romy de un momento a otro.

–¿Estás… sola?

–Su bebida, señora –dijo el camarero dirigiéndose a Romy.

Sebastian creyó ver que su mano temblaba al tomar la copa…. él no era el único que estaba nervioso. Ambos lo estaban de verse.

–¿Damos una vuelta? –preguntó ella, ignorando u olvidando su pregunta anterior.

Romy se mantuvo casi toda la noche un paso por delante de Sebastian. No podía soportar ver su magnífico cuerpo en aquel traje de corte perfecto, el pelo peinado hacia atrás y aquel aroma embriagador. Estaba tan guapo que estuvo a punto de derretirse cuando lo vio acercarse a ella.

Para mantenerse ocupada, le presentó a sus amigos y compañeros hasta llegar a Samantha. Ella era la persona que llevaba la guardería del bufete, y era simplemente encantadora. A Sebastian le gustaría. Una vez que empezaron a hablar, ella los dejó y fue hacia Alan.

–Romy, ¿qué tal estás?

–Bien, Alan. ¿Qué tal tu mujer y los niños?

–Divina y terribles respectivamente. Te echamos de menos el miércoles en Fables.

–Lo siento; entre la fiesta y el proyecto he estado muy ocupada, además tenía trabajo atrasado.

–Te ha acaparado mucho, ¿verdad?

–¿Cómo?

–Nuestro joven señor Fox. Parece que te ha tenido muy ocupada. Espero que haya valido la pena.

«Mucho más de lo que él imagina», pensó Romy, pero sintió que debía cambiar de tema.

–¡«Joven señor Fox»! ¡Es mayor que tú!

–Ese chico es mi punto débil, y como yo estoy casado, le veo como un hermano mayor. Es un buen chico con una terrible mala suerte con las mujeres, y así es como le juzga el resto del mundo. Pero tal vez esa mala suerte se haya acabado –dijo Alan.

Al ver que Sebastian llevaba a Samantha de la cintura hacia la pista de baile, Romy pensó que tal vez tuviera razón. Sebastian no había dejado de sonreír desde que estaba con ella. Ella era una mujer adorable y muy buena con los niños, divertida, amable y perfecta. Lo tenía todo.

Romy se giró pensando que Alan estaría también admirando a la pareja, pero estaba mirándola a ella con sonrisa traviesa.

–¿Qué ha pasado? ¿Me he perdido algo?

–Apostaría a que sí, pero eso se puede remediar. ¿Bailamos?

Romy no pudo resistirse.

–¡Guau, Fred Astaire! ¿Dónde aprendiste a bailar así?

–Bueno, Ginger, como mi mujer se imaginó que no tendría ninguna gracia natural para estas cosas, me mandó a clases de baile.

–¡Aprovechaste el tiempo!

Alan siguió bailando con Romy hasta que la música se detuvo. Entonces ella se paró a tomar aliento y cuando quiso recuperar a su pareja de baile, se dio cuenta de que «Fred» bailaba en la distancia con Samantha.

Romy estaba en el centro de la pista, sola, excepto por…