Epílogo

 

Romy corría por la playa con el pelo revuelto por el viento.

–¡Vamos, Grisham!

El cariñoso perro corría tras ella, en dirección a la casa. Su marido la esperaba en su casa de la playa con tan sólo una toalla anudada alrededor de la cintura y el pelo aún mojado por el agua de la ducha.

–¿Cómo está mi abogada favorita esta mañana?

–Deseando no tener que volver al trabajo dentro de una semana –dijo ella, abrazando su torso desnudo.

Sebastian arqueó una ceja, incrédulo.

–¿Acaso deseas quedarte aquí para siempre y ser el asociado más joven de la historia de Archer Law?

Romy sonrió mientras acariciaba el cuello de Sebastian. Aún le parecía raro, incluso después de tanto tiempo.

–Pues sería aún más feliz si me hubieras esperado para ducharte.

–Me ducharé otra vez si vienes conmigo –propuso él.

–¡Pero te quedarás arrugado! No sé si soportaré vivir con alguien arrugado, al menos no por ahora. Dentro de cincuenta años, cuando yo también lo esté… –dijo ella arrugando la nariz.

–Mmm –Sebastian recorrió su cuello besándolo–. Me encanta saber que dentro de cincuenta años seguirás aquí conmigo.

–Y estaría cincuenta más, si pudiera.

Una versión en pequeño de Romy apareció saltando entre las dunas con Grisham a su lado.

–¡Alice! ¿De dónde vienes?

–¡Papá me ha enviado a buscar a Grisham! –dijo con una vocecita adorable.

–Es que lo echaba de menos –dijo Sebastian, mirando sonriente a su mujer.

–Ya me imagino. Lleva a Grisham dentro, Alice, y enseguida iré a hacerte un batido de plátano.

–¡Yuju! –grito Alice, arrastrando al paciente perro con ella.

Los dos siguieron con la vista a su querida hija hasta que Sebastian se giró hacia Romy.

–Una vez me preguntaste que por qué había venido a este mundo…

–Sí –dijo Romy, besándolo suavemente en los labios–. Y no supiste darme una respuesta convincente.

–Ahora lo sé. Vine a este mundo por ti.

Romy abrió mucho los ojos y se apartó un momento para mirarlo.

–Me parece un motivo muy convincente.

–Es muy simple. Como tú dijiste que viniste al mundo para poner orden en el caos…

–Y el mejor ejemplo de caos del mundo eres tú… –dijo Romy, sintiendo que aquélla era la pieza definitiva del puzzle.

–Exacto. Yo estaba en un momento de caos y tú fuiste mi calma. Yo vine para encontrarte, y tú para encontrarme a mí.

Ella lo miró con los ojos tan brillantes como si estuvieran llenos de lágrimas.

–Me encanta esa explicación.

–Y a mí me encantas tú.

Romy lo rodeó con sus brazos hasta que se fundieron en tal abrazo que no se podía distinguir dónde acababa uno, y dónde empezaba el otro. El destino había decidido que fuera así.