Es dorada y pareciera siempre quieta
la arena del mar donde la suave planta
de los niños hebreos berlineses dibuja su huella.
Lo último y más hermoso del sol
baña la espaciosa estancia
donde la muchacha
de ojos escondidos por los largos cabellos
se ocupa de escamar pescados
y de otros menesteres así
en la oscuridad que comienza.
«Manos tan suaves
y trabajo tan sangriento» dice
Franz Kafka oscilando las palabras.
Llamea en la penumbra el rostro
de Dora Dymant, Dora Dymant
mueve la cabeza de grajo,
la gran cola, y hace una venia
al compañero de su vida.
¡Luz, luz verdadera antes de la noche!