Capítulo Diez

 

 

 

 

 

–¿Has reservado una mesa para cenar? –Elsa miró horrorizada a Yevgeny desde el asiento del copiloto del Porsche.

¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cómo hablarle de la pareja que quería adoptar a Holly en medio de una sala llena de gente cenando feliz? ¿Cómo matar sus esperanzas en un lugar público? Le resultaba muy cruel.

Necesitaban un lugar privado.

–¿No tienes hambre?

–Un poco.

Tal vez debería insistir en que la llevara a casa y decirle que fuera a verla al día siguiente a su oficina para hablar. Eso sería lo más adecuado. Pero Elsa no quería seguir posponiéndolo. Yevgeny se merecía conocer su decisión.

Le dolía el pecho y se sentía enferma. Sabía que se le estaba rompiendo el corazón y se le habían empañado las gafas. ¿Era posible que estuviera llorando?

Elsa inclinó la cabeza y buscó un pañuelo de papel en el bolso. Se quitó las gafas y las limpió antes de volver a ponérselas. Ya no estaban empañadas.

Yevgeny la miraba.

–¿No tienes ganas de salir? ¿Prefieres cenar algo ligero en mi apartamento acompañado de una copa de vino? Tengo una bodega magnífica.

Aquello podía ser una solución, aunque lo del vino no era tan buena idea, porque estaba alimentando a Holly con su leche. Y Elsa descubrió que tenía curiosidad por conocer su casa, por saber a qué estilo de vida estaría renunciando cuando se mudara a su nuevo hogar. Sintió una nueva oleada de dolor.

–Eso suena bien. Pero he comido tarde, así que no tengo mucho hambre. No te preocupes.

–Enseguida llegamos –Yevgeny puso el motor en marcha–. Está muy cerca de aquí.

Elsa sacó el teléfono para escribirle a la niñera un mensaje diciéndole que no la esperara despierta. La conversación podía prolongarse.

 

 

El ático de Yevgeny se cernía sobre lo alto de la ciudad de Auckland como el nido de un águila. Desde el ascensor privado, Elsa descendió por la escalinata de acero. Luego bajó dos escalones y se encontró en el salón con Yevgeny justo detrás de ella. Frente a ella, un enorme ventanal enmarcaba la vista de la ciudad como si fuera una obra de arte.

–Es impresionante.

Yevgeny tocó un panel de la pared y empezó a sonar música.

–No hay televisión –a Elsa le sorprendió la ausencia de aparatos electrónicos.

–Sí, pero no puedes verla.

Yevgeny se dirigió a la zona de estar y agarró una especie de mando. Señaló hacia la pared que estaba frente a los sofás y pulsó una tecla. Se abrió entonces un estrecho panel al lado de la ventana. Un segundo clic hizo que desde el suelo se alzara la pantalla de televisión más grande y estrecha que Elsa había visto en su vida.

–Muy James Bond –murmuró.

Yevgeny sonrió.

–El sueño de todo soltero –aseguró Elsa recorriendo con la mirada la zona de estar en busca de una distracción. Era un espacio minimalista. Con superficies brillantes y puntiagudas. No era lugar para una niña–. Ahora entiendo por qué querías ver casas –dijo.

Y sintió una punzada de culpabilidad. Elsa sabía que estaba posponiendo el asunto. Había llegado el momento de hablar con Yevgeny sobre el futuro de Holly.

–¿Quieres tomar una copa de merlot? O puedo ofrecerte un sauvignon blanco. ¿O te apetece un Bollinger bien frío?

Elsa estaba a punto de beber agua mineral pero cambió de parecer. Qué diablos, no tendría muchas más oportunidades de tomar Bollinger en un sitio así. Y la efervescencia del champán podría disipar la tristeza que se le estaba asentando alrededor como una neblina invernal.

–Bollinger, por favor –dijo con sonrisa decidida.

–Siéntate.

Yevgeny se giró hacia la nevera del bar y sacó una botella gigante y helada. Un instante después le quitó el corcho. Sentada en uno de los sofás, Elsa escuchó el sonido del champán vertiéndose sobre dos copas altas y trató de decirse que todo era para bien.

Yevgeny se acercó hasta donde ella estaba, le ofreció una de las copas y tomó asiento a su lado.

Elsa sintió que se le aceleraba el pulso. Su tiempo con Holly estaba tocando a su fin. Y debajo de ello había una capa más: la inquietud que Yevgeny le provocaba siempre. Había excitación, emoción… y también aprensión.

Elsa le dio un pequeño sorbo al burbujeante líquido y luego dejó la copa sobre el cristal de la mesa auxiliar. Error. Al no tener la bebida, tuvo que poner toda la atención en Yevgeny. La piel se le puso de gallina y sintió escalofríos.

La música le recorrió los sentidos. Trató de centrarse únicamente en ella. Pero no funcionó. Abrió los ojos y se encontró con la mirada de Yevgeny clavada en ella. El corazón le dio un vuelco. Cuando él le cubrió el rostro con una mano, Elsa bajó los ojos y suspiró suavemente.

 

 

Para asombro de Yevgeny, le temblaba la mano que cubrió el rostro de Elsa.

Se sentía presa de unas emociones tan fuertes e intensas que no sabía qué querían decir. Lo único que sabía era que quería besarla.

Le quitó las gafas con mucho cuidado y las dejó sobre la mesita que tenía al lado. Luego, moviéndose muy despacio, se inclinó hacia delante. Cerró los labios sobre los suyos. Saboreó su asombro y luego la besó con más pasión. Ella exhaló un suspiro ronco y se relajó en el sofá.

El deseo de apoderó de Yevgeny.

El corazón le latió con fuerza mientras deslizaba su cuerpo sobre el suyo en el sofá de cuero negro y movía la cabeza para sellar sus bocas. Debajo de él, Elsa resultaba suave e increíblemente femenina. Le devoró la boca sin dejar de sostenerle la cabeza. Podía sentir su corazón latiendo con fuerza contra su pecho y supo que ella sentía lo mismo.

Yevgeny dejó de besarla y le deslizó los labios por el cuello, trazando el escote en uve de su vestido con la boca hasta que se detuvo en la hendidura que separaba sus senos.

Elsa se estremeció y él reaccionó.

Le colocó el muslo entre los muslos, levantándole el vestido con el movimiento. La tentación era demasiado poderosa. Le acarició con la mano la suave piel de la cara interior del muslo hasta dar con el encaje de las braguitas. Deslizó los dedos bajo el encaje. Alzó la cabeza y la observó mientras se acercaba cada vez más.

Elsa respiraba agitadamente, jadeando. Yevgeny la tocó. Ya estaba húmeda y lista. Arqueó la espalda y cerró los ojos. Ahora le tocó a Yevgeny el turno de gemir. Retiró la mano y se levantó del sofá, de modo que se quedó agachado a su lado.

–¿Por qué te paras? –susurró ella con los ojos todavía cerrados.

–¿Quieres que siga?

Elsa entreabrió los ojos y le lanzó un destello dorado a través de las oscuras pestañas.

–¡Sí!

Yevgeny la tomó en brazos y la levantó con un único y suave movimiento. Ella se le agarró a los hombros.

–¿Qué estás haciendo?

–Llevarte a un sitio más cómodo –murmuró él inclinando la cabeza y lamiéndole la oreja.

El gemido de Elsa sonó en esta ocasión salvaje.

Una vez bajo la luz tenue del dormitorio la dejó en el suelo enmoquetado y le bajó la cremallera del vestido. Se lo quitó y la dejó sobre la cama. Él se sacó la camisa y los pantalones en un tiempo récord. Un instante después, vestido únicamente con los calzoncillos, se unió a ella en la cama.

Elsa solo llevaba la ropa interior de encaje negro.

Tumbada sobre la seda roja de la colcha, con el cabello rubio y la piel blanca, tenía un aspecto provocativo y sensual.

El corte bajo del perverso sujetador revelaba unas curvas que Yevgeny no sabía que poseía. Hasta ahora. Le trazó la curva de la cintura y de las caderas. Le puso la mano sobre la redondez del trasero y luego le acarició la espina dorsal. Tenía la piel de seda. Tocarla le excitaba.

–Eres preciosa.

Los ojos de Elsa brillaron durante un instante con incertidumbre.

–No soy ninguna supermodelo. Tú has salido con…

–Shh –Yevgeny le puso el dedo índice en los labios para silenciarla–. Ahora solo estás tú. Nadie más.

Le acarició el vientre en el que tan solo unas semanas atrás había descansado un bebé. Los sentimientos que le embargaron eran demasiado complejos como para ponerles nombre. Lo único que sabía era que en medio de aquel cóctel había gratitud. Inclinó la cabeza para besarle el vientre, rindiendo homenaje a su fertilidad y su feminidad.

Luego le deslizó una mano por detrás, le desabrochó el sujetador y le apartó el encaje.

Yevgeny contuvo el aliento.

Elsa tenía los senos llenos y altos. Los oscuros pezones sobresalían orgullosos. Se los acarició con reverencia.

El dedo índice de Yevgeny trazó una de las tenues venas azules que le atravesaban la piel tirante. Aquello era vida. La esencia de la feminidad, y el alimento de Holly.

Las manos de Elsa estaban ahora sobre su cuerpo, acariciándole el pecho desde los hombros hasta los brazos con delicadeza.

Yevgeny fue consciente al instante de cómo respondía su cuerpo a sus caricias. Estaba duro y tembloroso. Elsa le colocó las manos en las caderas y le bajó los calzoncillos por las piernas. Cuando se reveló su total erección, escuchó cómo ella contenía la respiración.

Yevgeny echó la cabeza hacia atrás. Elsa tenía dedos seguros e inteligentes. Le acariciaba de un modo que le estaba volviendo loco. Cuando no pudo seguir soportándolo se dejó caer sobre la cama y la atrajo hacia sí. Le quitó las braguitas y deslizó con facilidad dos dedos en su húmedo calor, buscando el duro nudo de su placer.

Cuando vio que Elsa respiraba con jadeos y tenía los ojos salvajes se colocó encima de ella. Entró en su cuerpo con cuidado y luego se retiró. Volvió a entrar y se apartó.

Ella le rodeó la espalda con los brazos y le clavó los dedos en las nalgas.

–No te vayas –le suplicó–.Quédate conmigo.

–Muéstrame qué quieres –le pidió Yevgeny sintiendo un renovado arrebato de pasión.

Elsa no vaciló. En cuestión de minutos hizo jirones el control de Yevgeny, que sintió cómo se iba.

Cuando el cuerpo de Elsa atenazó el suyo experimentó el primer estremecimiento. Se arqueó debajo de él, retorciéndose, y Yevgeny no pudo seguir aguantando cuando el placer los inundó a ambos en un torrente de sensaciones.

 

 

–¿Quieres casarte conmigo?

Elsa no sabía qué esperaba que dijera Yevgeny cuando abriera los ojos por la mañana, pero desde luego, no aquello.

–¿Ca-casarme contigo? –repitió boquiabierta.

Yevgeny asintió lentamente.

Elsa se apartó de él y deslizó las piernas por el borde de la cama. Le dio la espalda y se cubrió los senos desnudos con la colcha escarlata mientras buscaba frenéticamente en el suelo algo de ropa.

–Es una proposición inesperada.

Elsa sacudió la cabeza confundida y trató de centrarse.

–¿Por qué?

Yevgeny no respondió, pero ella sintió una distancia entre ellos que un instante atrás no estaba. El idilio se había hecho trizas.

Había sido una noche maravillosa. Elsa se había sentido transportada desde el momento en que comenzó la magia del ballet, como si hubiera entrado en un mundo oculto de posibilidades con las que nunca había soñado. En cuanto a lo que sucedió después…

Yevgeny no le había hecho el amor una vez, sino dos. Fueron instantes de puro y delicioso éxtasis y de libertad. Se había encontrado con una faceta de sí misma que no conocía, de cuento de hadas.

Volvió a sacudir la cabeza. Los cuentos de hadas no existían, ella debería saberlo mejor que nadie.

Yevgeny habló a su espalda y su voz tiró por tierra todas las barreras.

–Vuelve a la cama.

Elsa se sintió tentada a rendirse, a renunciar a todas sus defensas y entregarse al placer. A la visión que él le ofrecía.

–Di que sí, Elsa. Ven a tumbarte otra vez conmigo. Hagamos el amor. Tenemos tiempo.

Aquel arrullo seductor… pero la realidad se impuso entonces. Yevgeny tenía tiempo, ella no. Se suponía que debía reunirse con Jo Wells y la familia que quería adoptar a Holly. Miró el reloj que estaba en la mesilla de noche y, sin gafas, trató de distinguir los números. Una hora. Y lo único que tenía para ponerse era un vestido de cóctel ajustado.

También tendría que explicarle a Deb por qué no había vuelto a casa la noche anterior. Elsa hundió la cabeza entre las manos y se le llenaron los ojos de lágrimas. Aquella propuesta de matrimonio no podía ser más que otra maquinación para conseguir a Holly.

No se trataba de conexiones íntimas, ni del profundo placer. O de que sintiera algo por ella. Se trataba de que Yevgeny consiguiera lo que quería a cualquier precio.

Sujetando la colcha contra el pecho, se inclinó hacia delante y escudriñó la moqueta. Finalmente vio el vestido, pero ni rastro del sujetador y las braguitas. Recordó vagamente que Yevgeny le había quitado las gafas la noche anterior, tendría que ir a buscarlas al salón para poder localizar su ropa interior.

Por el momento se puso el vestido por la cabeza y lo ajustó al torso. No quería seguir desnuda delante de Yevgeny, no hasta que averiguara sus motivaciones. Giró la cabeza para mirarle y se le encogió el corazón.

Estaba apoyado contra las almohadas. El sol que se filtraba por la ventana mostraba sus labios curvados en una sonrisa sensual y sus ojos reflejaban una mirada felina.

Elsa sintió una oleada de pasión. Le deseaba aunque sospechara de sus intenciones. ¿Cómo era posible? ¿Qué clase de magia negra ejercía sobre ella? ¿Cómo se las había arreglado para reducirla a esto? Nada había interferido con anterioridad a su habilidad para ver con claridad y razonar hasta ahora. La tenía a sus pies y él lo sabía. Ese había sido su plan.

La desconfianza le enfrió el ardor como si le hubieran arrojado un cubo de agua fría.

–No.

–¿No quieres quedarte? –Yevgeny alzó una de sus oscuras cejas.

–No. No puedo casarme contigo.

 

 

Elsa salió del baño principal con el bolso bajo el brazo. La transformación de sirena a témpano de hielo se había completado. Estaba perfectamente maquillada y sin duda también se había puesto la ropa interior en su sitio.

En lugar de mirarle a él, que estaba todavía tumbado en la enorme cama, se subió las gafas por el puente de la nariz y miró el reloj.

–Es tarde. Tengo que irme.

–El trabajo, supongo –Yevgeny puso los ojos en blanco.

–El trabajo es importante para mí –afirmó Elsa con frialdad–. Pero esta vez se trata de Holly.

Yevgeny puso mucha atención.

–¿Holly?

Elsa estaba poniendo recto el escote del vestido negro.

–Quería decírtelo anoche, pero… me distraje –alzó la barbilla–. Jo Wells ha encontrado una pareja que al parecer es perfecta para adoptar a Holly.

Yevgeny se puso tenso al escuchar aquello.

–Yo soy perfecto para adoptar a Holly –afirmó sin vacilar.

–Ayer estuve viendo su informe. Ofrecen todo lo que puedo pedir –Elsa se colocó el pelo detrás de la oreja–. Voy a reunirme con ellos esta mañana –volvió a consultar el reloj–. Dentro de una hora.

Su obstinación le enfurecía. Clavó la mirada en ella y dijo con tono suave:

–Estoy absolutamente comprometido en la adopción de Holly.

–No funcionará. Ya hemos hablado de esto antes –aseguró ella hablando muy deprisa–. Eres un playboy multimillonario. ¿Para qué quieres una hija? No lo has pensado lo suficiente. ¿Qué harás cuando sea mayor? ¿Cómo le vas a dar la referencia materna que necesita? ¿Qué sabes tú de adolescentes?

–Aprenderé. Le daré a Holly todo lo que necesita –afirmó Yevgeny–. Quien la adopte también tendrá que descubrir sus necesidades. Nadie nace siendo un padre perfecto –se detuvo un instante–. La paternidad es comprometerse a aprender lo que los niños necesitan –algo que su propia madre no se había molestado en hacer.

Pero Elsa ya se estaba dando la vuelta.

–Tengo que llegar a la cita. Y antes tengo que pasar por mi casa para cambiarme de ropa.

No podía arriesgarse a que Elsa levantara falsas esperanzas en la pareja que quería adoptar a Holly. Él iba a quedársela. Ni tampoco podía arriesgarse a que Elsa firmara el consentimiento de adopción. Ya habían pasado los doce días y podía hacerlo.

–Entonces tendré que ir contigo.

Ella se volvió para mirarle con el rostro tirante, tan distinto al de la mujer que la noche anterior había respondido con tanta pasión a sus caricias. Yevgeny sintió una tirantez en el pecho.

–No quiero que vengas. Esto ya va a ser bastante duro sin que tú me lo pongas más difícil.

Yevgeny se levantó de la cama. Elsa reculó. Él sacó unos vaqueros del armario y se los puso.

–Lo que quiero es ayudarte, no ponerte las cosas más difíciles –aseguró subiéndose la cremallera–. Elsa, deberías considerar mi proposición…

–¡No! –se apartó de sus brazos extendidos–. No, no y no. ¡No voy a casarme contigo!

Yevgeny deseó que dejara de interrumpirle, que dejara de rechazarle. Se lo estaba poniendo muy difícil.

–Elsa, escúchame. Soy el padre de Holly.