Capítulo Trece

 

 

 

 

 

Rojo. Amarillo. Verde.

Las luces del árbol de Navidad iluminaban el pálido rostro de Elsa. Holly estaba echándose la siesta de la tarde y acababan de despedirse de Keira y Dmitri, que se habían quedado a la comida de Navidad. Yevgeny les había dado las llaves del Porsche y la libertad de quedarse en su ático. Estaba deseando librarse de ellos porque necesitaba hablar con Elsa.

Elsa les había anunciado a sus hermanos que iban a casarse, que iba a quedarse con Holly. Debería estar contento porque estaba consiguiendo todo lo que quería, pero no le gustaba la tranquilidad que la envolvía como un sudario. No era ni de lejos la felicidad que se esperaría de una futura novia.

–Elsa, ¿estás bien? –le preguntó.

Ella dejó de recoger los papeles de regalo que había esparcidos por el suelo y le miró con cierta aprensión.

–No quiero que te sientas obligado a casarte conmigo por lo que le he dicho a Keira.

Yevgeny se inclinó y le acarició el pelo. Ya no estaba tan seguro de que casarse por el bien de Holly fuera suficiente para él. En las últimas semanas sus miedos habían cambiado. Ya no temía que Elsa abandonara a la niña algún día como su madre les había abandonado a ellos. Lo que ahora le daba miedo era que Elsa no llegara a amarle nunca. No quería vivir con aquella incertidumbre. Quería su amor, y lo quería en aquel momento.

Pero no quería presionarla tampoco. Debía ser generoso y anteponer los deseos de Elsa a todo lo demás.

–¿Qué es lo que quieres tú, Elsa? ¿Cuál es tu sueño?

 

 

Elsa se mordió el labio.

¿Cómo decirle a Yevgeny que su sueño estaba en la casa mágica que había comprado para Holly y para él? Quería compartir ese hogar con ellos, compartir su futuro. Porque les quería a los dos más que a nada en el mundo. Ellos le habían enseñado a volver a amar. Le habían devuelto la vida.

Yevgeny le tomó el rostro con las manos. Ella le miró a los ojos… y tembló por dentro.

¿Podría arriesgarse a revelarle su sueño? ¿Y si la ridiculizaba? ¿Y si la rechazaba?

–Deja que te cuente lo que yo nunca me atreví a soñar –dijo Yevgeny entonces–. Nunca pensé que algún día tendría una familia. La mía fue un desastre. Mis padres tenían una relación disfuncional y cuando mi madre se marchó nos utilizó a Dmitri y a mí para conseguir lo que quería: apoyo financiero mientras ella se divertía con su nuevo amante.

Elsa tendría que haberlo imaginado. Las claves estaban allí.

–¿Tu madre consiguió vuestra custodia? –le preguntó con dulzura.

Yevgeny asintió con tristeza.

–Nos sacó de Rusia y nos llevó a Londres. Hasta que decidió que quería volver a sentirse joven y se marchó con su amante. Mi padre vino a buscarnos, fue la primera vez que le vi en tres años. Ella había contado un montón de mentiras en el tribunal que habían impedido que nos viera.

–Lo siento –Elsa rodeó con sus brazos a aquel hombre fuerte y le besó en la mejilla.

Yevgeny apoyó la cara en la hendidura que se le formaba entre el cuello y el hombro y le dijo en voz baja:

–Nunca quise casarme. No quería arriesgarme a que mi hijo pasara por lo mismo que yo. No quería darle a ninguna mujer ese poder sobre mí.

Elsa trató de asimilar lo que le estaba diciendo. Le había pedido a ella que se casara con él. Entonces, ¿se estaba arrepintiendo? Seguramente. Supo lo que tenía que hacer. Dejarle libre.

Dejó caer los brazos y dijo:

–Y voy yo y les digo a nuestros hermanos que nos vamos a casar. Le diré a Keira que ha sido un error.

–¡No! –Yevgeny alzó la cabeza–. No lo entiendes, Elsa. Quiero casarme contigo. Ese es el sueño que nunca me atrevía a soñar. Te amo.

Para su horror, a Elsa se le llenaron los ojos de lágrimas.

–Eh, no quería hacerte llorar.

Eso hizo que ella sonriera a través de las lágrimas.

–Lo siento, normalmente no lloro tanto. Pero son lágrimas de alivio. Y de felicidad. Porque yo también te amo.

Al escuchar aquello, Yevgeny la estrechó entre sus brazos y la apretó contra su corazón.

 

 

–¿Eres feliz?

Elsa giró la cabeza y sonrió a su prometido. El brazo de Yevgeny descansaba en su cintura mientras observaban la maravillosa vista desde el amplio porche de la casa de sus sueños.

–Estoy flotando en las nubes. La vida no podría ser mejor.

La venta de la casa ya se había formalizado. En unos días se mudarían.

Todo estaba saliendo bien.

Elsa miró el carrito que tenían al lado, en el que Holly dormía plácidamente. Por el momento. En los años venideros Holly correría por los jardines, se subiría a los árboles y jugaría en el columpio que Yevgeny tenía pensado construir. Tal vez tendría incluso una hermana pequeña. Y quizá un hermano también.

Yevgeny le tomó la barbilla y el pulso se le aceleró al instante. Él inclinó la cabeza y le depositó un suave beso en los labios. Cuando volvió a levantar la cabeza, Elsa le preguntó:

–¿Imaginaste alguna vez que esto podría suceder entre nosotros?

–Te diré un secreto –confesó Yevgeny–. Creía que eras un témpano de hielo. No creí que existiera un hombre capaz de derretirte.

–Eso no es ningún secreto –Elsa se rio–. Sabía que pensabas eso de mí. Pero una vez me dijiste que no podías resistirte a los desafíos. ¿Es así como me veías? ¿Era un reto para ti descongelarme?

–Nunca se me pasó por la cabeza. Tengo que decir que estaba absolutamente ciego, porque eres la mujer más cálida y apasionada que he conocido –le deslizó un dedo por el labio inferior.

Elsa sonrió.

–Verás, yo pensaba que tú eras un bravucón, que controlabas todos los aspectos de la vida de tu hermano y que por eso él era tan irresponsable.

Yevgeny se dio la vuelta y se apoyó contra la balaustrada. Le puso las manos en la cintura y la atrajo hacia sí.

–¿Qué puedo decir? Lo reconozco, le he sacado de muchos líos.

–Yo hice lo mismo con Keira. Era más fácil arreglar sus errores que dejar que aprendiera de ellos –sonrió Elsa–. Al menos no cometeremos ese error con Holly.

–Sin duda cometeremos otros.

Elsa alzó la vista y le miró horrorizada

–Dios, espero que no.

–Pero no te preocupes. Sé que tiene cosquillas en los pies, igual que su madre.

–¿Desde cuándo sabes eso?

Yevgeny hizo una breve pausa.

–Te diré otra cosa que sé. La noche que descubrí que Holly tenía cosquillas escuché cómo le prometías a nuestra hija que le encontrarías la mejor madre del mundo. Y si quieres saber mi opinión, creo que has cumplido tu promesa.

A Elsa se le paró el corazón.

–Eso es lo más bonito que me has dicho nunca.

–Y es completamente cierto. Ven aquí, futura esposa. Déjame que te demuestre otra vez lo mucho que te amo.

Esta vez, cuando la boca de Yevgeny se cerró sobre la suya no tuvo prisa en poner fin al beso.