Capítulo Seis

 

 

 

 

 

Lucas esperó casi una semana antes de acorralar a la leonesa en su guarida, sobre todo porque se había matado a trabajar las veinticuatro horas del día para asegurarse a alguno de esos clientes esquivos por lo menos.

Todo el esfuerzo había sido en vano, no obstante.

La rutina de Cia no había cambiado en nada durante esos días, así que llegaría a la casa alrededor de las cuatro. Normalmente a esa hora siempre le encontraba trabajando en el estudio, en una conferencia telefónica o tomando un aperitivo mientras preparaba una reunión con un cliente en potencia. Todas esas cosas podría haberlas hecho en el despacho, pero había tomado la costumbre de vigilarla. Escuchaba atentamente el ruido del motor del coche, el sonido de la llave al entrar en la cerradura…

Ese día esperó en la cocina, hablando con Fergie. Hasta el momento el animalito no había dicho más que «hola» y «adiós», y también imitaba a la perfección el timbre del microondas.

Cuando Cia entró por la puerta, la recibió con una sonrisa.

–Hola –dijo ella, sorprendida.

No habían hablado desde aquella cena junto a la piscina.

–¿Qué pasa?

–Tengo un favor que pedirte –dijo él. Era mejor ir al grano lo antes posible.

–Dime. ¿Qué es?

–WFP le vendió un edificio a Walrich Enterprises hace unos meses, y hoy es la inauguración. Me gustaría que me acompañaras.

–¿En serio? –Cia frunció el ceño, confusa–. ¿Por qué?

Él se tragó una risotada.

–Eres mi esposa. La gente suele acudir a esos eventos con sus cónyuges. Además, la gente sospecharía si voy solo estando recién casado.

–Diles que tenía que trabajar –Cia ladeó la cabeza. Su coleta se movió como un péndulo.

Parecía que tenía ganas de jugar.

–Ya usé esa excusa en el último evento al que fui. Si la gente sentía curiosidad antes, ahora ya estarán sedientos de cotilleo. No tienes mucha presencia social que digamos, y te van a colgar una mala etiqueta si sigues escondiéndote.

–No me pediste que te acompañara al evento anterior –sonrió con dulzura–. Si me ganó una reputación de misántropa, a lo mejor hay que replantearse de quién es la culpa.

–El último evento fue muy aburrido. Te hice un favor dejando que te lo saltaras, así que me debes una. Vente a la inauguración conmigo mañana.

–Vaya. Eso ha sido tan sutil, que no lo vi venir –Cia cruzó los brazos–. Preferiría saltarme este también, si no te importa.

Pasó por su lado con dos pasos ágiles. Trató de escabullirse.

–Cia –Lucas se detuvo delante de ella y la hizo parar.

–Me has llamado «Cia». ¿Te encuentras bien?

–Esto es importante. Si no, no te lo hubiera pedido. Me propusiste este matrimonio como una forma de reparar mi reputación. Eso no va a pasar si no nos hacemos una foto de nuestra licencia de matrimonio y la colgamos en Internet. Si tengo a mi agradable esposa a mi lado esta noche, la gente empezará a olvidarse de Lana.

Cia suspiró y cerró los ojos un momento.

–¿Por qué tenías que escoger ese argumento contra el que no tengo réplica posible? Supongamos que digo que sí… ¿Vas a pasar toda la noche quejándote de mi vestido?

–No si te pones el que te he comprado.

Cia sintió una llamarada de fuego en las mejillas.

–Te pedí expresamente que no me compraras ropa –le dijo en un tono cortante.

–No. Me ordenaste que no lo hiciera, y yo te ignoré. Ponte el vestido. Los invitados son la flor y nata de la alta sociedad.

–Y no quieres sentir vergüenza cuando te vean conmigo –Cia sintió un río de furia que corría por sus venas.

–Vamos, Cia –Lucas sacudió la cabeza–. Vas a estar radiante con ese vestido rosa y verde azulado. Y yo estaré a tu lado, orgulloso. Pero quiero que te sientas cómoda entre toda esa gente tan bien vestida. La apariencia lo es todo para ellos.

–Para ellos. ¿Y qué me dices de ti? ¿Tú también eres tan superficial?

–Las apariencias no lo son todo, pero son importantes. Y la reputación de una persona descansa bastante sobre ellas. La forma en que te ve la gente, lo cual puede reflejar la realidad o no, puede marcar la diferencia. Lo único que puedes hacer es presentarte de la mejor manera posible.

La ira de Cia se diluyó. Una chispa de comprensión se encendió en su mirada.

–Es por eso que te enfadaste tanto cuando te dije que no me importaba si te acostabas con otras mujeres, por la imagen que ibas a dar en ese caso.

–La gente habla y hace daño, lo pongas como lo pongas. Yo nunca dejaría que te pasara eso por mi culpa.

Si Lana hubiera sido de la misma opinión, jamás hubiera conocido a la señora de Lucas Wheeler. ¿Era una bendición o una maldición?

–Siento haberlo sugerido. Fue una insensatez –soltó el aliento y le miró a los ojos–. Iré contigo. Pero quiero echarle un vistazo a ese vestido antes de acceder a ponérmelo. Seguro que me queda demasiado grande.

–Está en tu armario. Pruébatelo. Póntelo si te gusta. Tíralo a la basura si no es así. Deberíamos irnos alrededor de las siete, y te llevaré a cenar después –se atrevió a apretarle la mano.

Sintió la fría alianza en la palma.

–Gracias. Te prometo que lo vas a pasar bien.

Ella puso los ojos en blanco.

–No quiero ni imaginarme cómo vas a garantizarme eso.

Cia se soltó de él con sutileza y pasó por su lado, rumbo a la puerta de la cocina.

–Te veo a las siete y diez entonces –le dijo por encima del hombro.

 

 

Cuando Cia bajó las escaleras, a las siete en punto, sintió que el corazón le daba un vuelco. Nada más verlo en el escaparate, había sabido que ese vestido le iba a quedar muy bien, pero jamás se hubiera imaginado lo que estaba viendo en ese momento. Ella se había recogido el pelo y se había puesto unas medias negras que se dejaban ver discretamente por la abertura del traje.

–Cariño, me dejas sin aliento –le dijo, sonriendo para ocultar que hablaba muy en serio.

–Sí, bueno, tengo la sensación de que cuando me tropiece con este vestido, yo también me quedaré sin aliento –le dijo, al llegar a la planta baja–. ¿Me decías de verdad lo de tirarlo a la basura?

Lucas percibió esa fragancia tan característica a lima y coco.

–No –tenía la boca seca. Necesitaba una copa, muchas copas–. Sabía que te iba a gustar.

–No empieces a echarte flores tan rápido. Solo lo llevo porque el precio es igual al producto interior bruto de algunos países pequeños. Estaría muy mal tirarlo a la basura.

Él la miró de arriba abajo. Incluso con los tacones altos, no le llegaba ni a la nariz.

–Todavía tengo el recibo. Seguro que no tendrías problema para devolverlo. Vete arriba y cámbiate. Yo te espero.

–Muy bien. Muy bien –suspiró–. Es precioso y me encaja de maravilla. Como veo que tu ego no es tan grande todavía, tengo que admitir que tienes muy buen gusto y estilo. Si eres capaz de desvestir a una chica tan bien como las vistes, entonces te mereces la fama que tienes entre las féminas.

Él se echó a reír. De repente se daba cuenta de lo mucho que había echado de menos esa lucha verbal, esa gimnasia mental… Definitivamente, algo no iba bien en su cabeza.

–Bueno… Resulta que creo que ambas cosas se me dan muy bien. Cuando quieras tener tu propia opinión, házmelo saber. ¿Lista?

Ella se rio. Asintió.

Las nuevas instalaciones de Walrich estaban atestadas. La gente hablaba con Lucas, y él les contestaba, pero era incapaz de recordar las conversaciones. La mujer que estaba a su lado le cautivaba.

–Vámonos –le dijo.

Matthew podía ocuparse de los clientes potenciales. Eso era lo que mejor se le daba.

–Ya nos hemos mezclado bastante con la jet set.

–¿Ya nos vamos? –le miró a los ojos–. Muy bien. ¿Dónde vamos a cenar?

Lucas masculló un juramento. Cada vez que la tocaba pasaba algo y la sensación se resistía a desaparecer.

¿En qué estaba pensando? No podía dejarle esa tarea a su hermano, como siempre solía hacer.

La mejor forma de ocuparse de ese acuerdo de divorcio y de la turbadora atracción que sentía por la mujer que iba a su lado era recordar la filosofía de Lucas Wheeler para las relaciones personales. Las reglas de oro eran tener mucho sexo y pasarlo muy bien.

–En un sitio donde haya comida.

Cia miró a su guapísimo marido. Esperó unos segundos, pero la segunda parte de la broma nunca llegó.

–Estupendo. Los sitios donde hay comida son mis favoritos.

Matthew Wheeler apareció en ese momento.

Lucas miró a su hermano.

–¿Cómo ves lo de Moore?

Como Matthew Wheeler parecía fingir que no la veía, Cia se dedicó a observarle con atención. Era un hombre autoritario, distante, viudo, según le había dicho Lucas. Solía ir solo, como esa noche.

–Mejor de lo que yo esperaba –Matthew le hizo señas a un camarero y puso su copa vacía de champán sobre la bandeja–. Creo que le hemos captado. He reservado mesa para cuatro en Mansion, a tu nombre. Llévate a Moore y a su esposa a cenar. Yo invito. Cerrar el trato es tu fuerte, así que es mejor que me quite del medio. Cierra la cosa, Lucas.

Como si lo hubieran practicado una docena de veces, Lucas le dio un beso en la sien a su esposa, y ella fingió que sus labios no le abrasaran la piel.

–Hazme un favor. Quédate con Matthew un momento. Parece que tenemos planes distintos para la cena.

Se abrió paso entre la multitud y se dirigió hacia ese tal Moore, listo para obrar su magia.

Matthew la observaba con frialdad.

–¿Lo estás pasando bien, Cia?

La pregunta la sorprendió. De repente había dejado de ser invisible, pero el tono no era amigable.

–Sí, gracias. Tus clientes son impresionantes.

–Los pocos que tenemos. Te seré sincero. No sé qué bicho picó a Lucas para que se casara contigo, pero he visto cómo te mira, y solo espero que le hagas feliz.

¿De qué manera la miraba Lucas? ¿Como mira una araña a una mosca?

–¿Entonces irás a por mí si le hago daño?

Él se rio con sorna.

–Dudo mucho que tengas la capacidad de hacerle daño a Lucas. Se le da muy bien poner distancia entre las mujeres y él. Por ejemplo, cuando se enteró de lo de Lana, ni parpadeó. Simplemente fue a por la siguiente.

–¿Y con cuántas de esas se casó?

–Vaya. Ahí me has dado –Matthew la miró fijamente y entonces saludó a una pareja de señores mayores que pasaba por su lado en ese momento, de camino a la barra–. Sé que no vas detrás del dinero de Lucas. Te he investigado bien, y sé que tienes ese fondo fiduciario. No obstante, siendo curiosidad por saber por qué no te quedaste en Manzanares.

La pregunta hizo mella en las defensas a Cia.

–Trabajé en la empresa durante un año para complacer a mi abuelo. Creo que soy la única en quien confiaría para tomar las riendas del negocio –se encogió de hombros y zanjó el tema–. Pero esa no es mi pasión, así que mi abuelo tiene pensado vivir para siempre, supongo.

Matthew no sonrió. Afortunadamente era Lucas quien necesitaba una esposa y no su hermano. Había una acritud inconfundible en Matthew Wheeler, una amargura que nacía del hecho de haber perdido a alguien muy querido.

–A lo mejor la familia no significa mucho para ti, Cia, pero para nosotros lo es todo –la expresión de Matthew se endureció–. Lana hirió el orgullo de Lucas, pero eso no tiene mucha relevancia. Lo importante es que en el proceso estuvo a punto de destruir el trabajo que mi familia llevó a cabo durante más de un siglo. Eso no es fácil de superar. Tienes que apoyarle. Eso es todo lo que digo.

Matthew cerró la boca al ver que Lucas regresaba.

–Nos vamos a cenar. Te llamo luego –le dijo a su hermano.

Con el consejo de Matthew en la cabeza, Cia se dejó guiar hasta el coche.

Al final de la velada, Lucas no trató de besarla. La distancia que trataba de poner entre ellos estaba surtiendo efecto por fin.

Esa noche, no obstante, la pasó entre sueños inquietos. Por la mañana, el cielo estaba totalmente encapotado, en consonancia con su estado de ánimo.

 

 

Una empleada de aspecto latino, vestida de uniforme, estaba limpiando el fregadero cuando entró en la cocina.

–Buenos días, señora –dijo la joven en español y con una sonrisa.

Cia miró por encima del hombro de forma casi automática. Era cierto. Ella era la señora de la casa, al menos durante los seis meses siguientes.

–Buenos días –le contestó Cia–. Lo siento, no me había dado cuenta de que el señor Wheeler había contratado a una empleada doméstica.

–Vengo tres días por semana. El señor Wheeler quiere que usted quede satisfecha con mi trabajo.

La joven se quitó los guantes de látex y los echó al fregadero.

–Ya he limpiado el dormitorio principal. Con su permiso, me gustaría enseñarle lo que he hecho, para ver si le parece bien.

–Oh, claro –Cia ya estaba a medio camino de las escaleras. Se detuvo en seco–. Tú, eh, ¿has limpiado el dormitorio principal? ¿Y el cuarto de baño?

La empleada había limpiado el cuarto de baño, donde no había ni un signo de presencia femenina. Bien podrían haber puesto un anuncio en el periódico para informar de que el señor y la señora Wheeler no dormían juntos.

La joven le enseñó los azulejos relucientes y el impecable tocador de mármol del dormitorio grande. Cia escuchaba, pero su cabeza estaba en otra parte. ¿Cómo iban a arreglar el problema?

–¿Entonces vuelves el miércoles? –le preguntó cuando la chica dejó de hablar.

–Mañana, si le parece bien. Esta semana tengo el miércoles libre. Y después vuelvo el viernes.

–Muy bien. Me parece estupendo. Tu trabajo es excepcional, y estoy muy contenta con ello. Por favor, avísame antes de irte.

La empleada asintió y siguió con sus quehaceres de limpieza, ajena a las inquietudes de Cia.

Después de llamar al refugio para decirles que llegaría un poco tarde, le envió un mensaje a Lucas: «Ven a casa antes de las ocho. Tengo que hablar contigo».

Cuando vio salir a la empleada en su coche, empezó a trasladar toda la ropa a la habitación grande. No tenía más remedio que dormir con él, en el suelo, porque no estaba dispuesta a dormir con él en la misma cama.

Le sonó el teléfono. Era un mensaje de Lucas: «¿Qué sucede? ¿De qué quieres hablar?».

Cia le respondió sin perder tiempo: «Tenemos que hablarlo en persona. Y por cierto, ¿cómo encontraste a la empleada?», le preguntó.

«Acaba de empezar a trabajar para mi madre y viene muy bien recomendada por tu abuelo. ¿Por qué?», le dijo él en el siguiente mensaje.

El abuelo…

Cia dejó escapar un gruñido y apoyó la frente contra uno de los cajones de la cómoda.

No había duda. La empleada debía de ser una espía de su abuelo… Haciendo una mueca, se puso en pie y empezó a sacar camisetas del cajón.

Cia se encogió por dentro. Lo último que se imaginaba Lucas en ese momento era la sorpresa que se iba a encontrar al llegar a casa…