Capítulo Nueve

 

 

 

 

 

Por la mañana Cia se despertó medio enterrada bajo el peso de Lucas. Sonrió. Logró apartarse sin despertarle y se levantó de la cama. Necesitaba una ducha caliente desesperadamente. Se vistió con rapidez y salió del dormitorio de puntillas.

Cuando llegó al refugio vio que Pamela se había ido para siempre. Las otras mujeres parecían tristes y decepcionadas. Al igual que el día anterior, se había quedado hasta tarde y esa mañana había llegado a las siete, así que decidió marcharse a las tres.

Durante el camino de vuelta a casa, solo hubo un pensamiento en su cabeza.

Lucas. Quería verle lo antes posible. No podía dejar de fantasear con él, sobre esos tres tatuajes que tenía en el torso…

Al llegar a casa se detuvo un momento en la cocina para servirse un vaso de agua. Se la bebió delante del fregadero. Antes de poder tragar el segundo sorbo, le oyó entrar por la puerta. El vaso se le cayó en el fregadero.

–¿Qué haces en casa tan pronto? –le preguntó.

Lucas fue hacia ella. Llevaba un traje oscuro que le encajaba a la perfección. Su expresión era sombría, indescifrable. La tomó en brazos y la besó con hambre, empujándola hacia atrás hasta hacerla golpearse contra el borde de la encimera. Estaba atrapada entre la mesa de granito y unos músculos de acero. Él la devoraba a besos. De repente le metió la mano por dentro de la camisa. Le bajó el sujetador y empezó a masajearle los pechos. Hizo saltar los botones de un tirón. Cuatro segundos más tarde ya la tenía completamente desnuda. Se quitó la chaqueta sin perder tiempo, se deshizo del resto de la ropa y la subió en la encimera.

Cia sintió el frío de la piedra sobre el trasero. Menos de cinco minutos después de haber entrado en la cocina la hizo abrir las piernas y entró en su sexo. Ella se enroscó alrededor de su cintura. Podía sentir su boca en todas partes, caliente e insaciable. Sus embestidas eran potentes, continuas. Punzadas de placer la recorrían por dentro y convergían en un punto único que se hacía cada vez más grande. En cuestión de segundos la llevó al clímax, y ella le arrastró a su vez.

¿Qué había pasado con lo de ir despacio?

Cayeron el uno sobre el otro, jadeantes. Ella apoyó la cabeza sobre el hombro de él.

–Eh, hola –le dijo ella.

–Hola –repitió él.

–¿Qué tal el día?

Él se rio.

–No muy productivo hasta hace diez minutos. Me has tenido distraído todo el día. No desaparezcas mañana por la mañana. Me gustaría despertarme contigo.

–No es culpa mía que duermas tanto. Pon la alarma.

–A lo mejor lo hago –con cuidado se separó de ella y tiró el condón a la basura.

La ayudó a ponerse en pie y recogió la ropa. Se vistió.

–Tengo otro favor que pedirte. Juro que iba a preguntártelo primero, pero tienes que dejar de mirarme así cuando llego.

–Fuiste tú quien me miró primero. ¿Cuál es el favor? ¿Me vas a comprar otro vestido?

Él sonrió de oreja a oreja y le dio un beso en la mano.

–Claro. Pero esta vez tengo intención de quitártelo después.

–O durante… –ella se encogió de hombros y optó por tirar a la basura la camisa rota–. Ya sabes… Si te aburres y ves un ropero por ahí o lo que sea.

Los ojos de Lucas emitieron un destello de luz.

–Vaya, señora Wheeler. Es una oferta muy tentadora. Sin duda la tomaré en consideración. Venga conmigo para ver ese vestido.

Él la tomó de la mano y la condujo al piso superior. Las hadas de la alta costura habían dejado una bolsa colgando de la puerta del armario.

–Por cierto –dijo Lucas–. Cuando me encontré con la empleada, hace un rato, le dije que habíamos tenido un pequeño malentendido respecto a una antigua novia mía, pero que tú decidiste olvidarlo todo sin más. Espero que te parezca bien. Me pareció mejor dar una excusa para justificar el hecho de que no dormíamos juntos. Mejor eso que nada, ¿no?

–Perfecto. Gracias.

El vestido, azul intenso, le hacía juego con los ojos y sin duda superaba al rojo en estilo y entalle. Lucas se apoyó contra la puerta del cuarto de baño y la contempló unos segundos. Su atención la hacía sentir hermosa y deseada, cosas que nunca antes había experimentado.

Cuando llegaron a la gala benéfica de la fundación Calliope, se vieron rodeados por un pequeño grupo de miembros de la familia Wheeler. Ya conocía a los padres de Lucas, pero no había tenido oportunidad de conocer a sus abuelos hasta ese momento.

Matthew se unió a ellos en mitad de las presentaciones. Saludó con su fría sonrisa de siempre.

Aquel era un evento social en el que el dinero sobraba por todas partes y las oportunidades para hacer el ridículo abundaban. Mientras se abrían camino, mantuvo su mano dentro de la de Lucas. Se reía de sus bromas, les sonreía a los hombres con los que él hablaba y les regalaba halagos a las rutilantes esposas. Pero tenía que haber algo más que pudiera hacer.

–¿Estos son clientes o posibles clientes? –le preguntó a su marido después de unas cuantas rondas de protocolo social.

–Sobre todo posibles. Imagino que ya te has dado cuenta de que nuestra lista de clientes no es muy larga ahora mismo.

–¿Hay alguien que te interese en particular?

–Moore. No ha firmado todavía. Matthew ha invitado a otro posible cliente más. Viene desde Houston. Se llama George Walsh. Tiene pensado ampliar el negocio, y si no me equivoco, acaba de llegar.

–¿Industria?

–Construcción, ladrillo, tuberías, cimientos, esa clase de cosas. Está buscando instalaciones, pero tampoco se opone a construir –sacudió la cabeza y se rio–. Seguro que todo esto no te interesa.

–Pues sí que me interesa. O no te habría preguntado. Preséntame a ese tal Walsh.

Lucas la miró de arriba abajo y asintió. La condujo a donde estaba Matthew, conversando con un hombre de unos cuarenta años.

Tras las presentaciones, Cia se dedicó a evaluar a George Walsh. Llevaba un traje muy mal hecho. Era un hombre de clase trabajadora, con callos en las manos. Llevaba su propia empresa y prefería mancharse las manos en el día a día.

Le preguntó qué quería beber y le hizo señas a un camarero, charlando animadamente.

–Bueno, señor Walsh, háblame del negocio del ladrillo. Es un sector en auge, ¿no? Todo edificio necesita un cimiento sólido.

Al hombre se le iluminó la cara. Habló durante más de diez minutos, le dio un sinfín de razones para establecerse en el norte de Tejas.

–¿Lo he hecho bien? –le susurró a Lucas cuando Matthew se llevó a George Walsh.

En vez de contestar, Lucas la acorraló en un rincón, detrás de una palmera, y la estrechó entre sus brazos.

La besó con desenfreno.

Ella se aferró a sus hombros poderosos y le dejó explorar cada rincón de su boca. Cuando por fin retrocedió, la sonrisa que tenía en los labios la hizo contener el aliento.

–Más que bien. ¿Tienes pensado unirte a la empresa?

–Bueno, me apellido Wheeler –le dijo de broma, pero las palabras sonaron serias.

–Sí. Sí que lo es –la agarró de la barbilla y le dedicó una mirada cargada.

La luz de la sala de fiestas se reflejaba en sus ojos. Se inclinó hacia ella, el mundo se encogió de repente a su alrededor, y entonces le dio un beso. No era un beso de amante. Era un beso de amor.

Cia dejó caer los brazos a ambos lados.

–Tenemos que encontrar ese ropero. Ahora –le susurró sobre los labios.

Eso era todo lo que había entre ellos, todo lo que permitiría. No podía haber ternura, ni afecto, ni temblores de adolescente.

Él arqueó las cejas.

–¿Ahora? Acabamos de… ¿Por qué estoy discutiendo sobre esto? –la agarró de la mano y tiró de ella.

Cia se dejó llevar, casi riéndose. Era divertido verle buscar una habitación vacía con tanto empeño. Más allá de una esquina del largo pasillo del hotel, encontraron una especie de almacén vacío. Nada más entrar, Lucas la acorraló contra la pared y la devoró a besos. Se apretaba contra ella, dándole todo el calor de su cuerpo.

–Condón –susurró ella.

Él lo sacó en menos de cuatro segundos.

Le arrebujó el vestido alrededor de la cintura y un segundo después caían al suelo las braguitas. Lucas la levantó en el aire sin esfuerzo, la apretó contra la puerta y la hizo enroscar las piernas alrededor de su cintura.

En cuanto entró en su sexo, Cia echó atrás la cabeza. Su potente miembro llegaba hasta el fondo y palpitaba en su interior. En cuestión de minutos la llevó al clímax más absoluto.

Cuando volvió a apoyarse en el suelo, miró a su marido a los ojos un instante. Una descarga de algo poderoso pasó entre ellos.

Pero ella siguió fingiendo que no se había dado cuenta.

 

 

La luz del sol, cálida y brillante, se colaba por la ventana del despacho de Lucas. Giró la silla y se apartó de ella. Intentó concentrarse una vez más en el contrato de venta que tenía en la pantalla del ordenador.

Moore había firmado, Walsh también… Cia había sido un factor determinante. Las semanas anteriores habían sido las mejores de toda su vida, y las siguientes podían serlo aún más, siempre y cuando la relación se mantuviera en un plano superficial. Cada vez que hacían el amor, los lazos se apretaban un poco más… Pero si lograba ignorarlo todo, entonces sería como si no estuviera pasando.

Matthew llamó a la puerta en ese momento. Tenía la cara blanca, rígida.

–Papá ha llamado. El abuelo está en el hospital. Ha tenido un ataque al corazón. No tiene buen aspecto la cosa. Papá quiere que vayamos y que acompañemos a mamá.

Lucas se sintió como si acabaran de soltarle un ladrillo en el estómago. Se puso en pie.

–¿Qué? No puede ser. El abuelo siempre ha estado muy sano, más que tú y que yo. Me ganó al golf hace un mes.

–Yo conduzco –dijo Matthew. Dio media vuelta y echó a andar sin esperarle.

Lucas metió el portátil en su bolsa y le envió un mensaje a Helena para que cancelara las reuniones de ese día. Una vez subió al coche, le envió otro a Cia.

Durante el camino ninguno de los dos hermanos dijo nada. Nunca hablaban mucho, excepto de trabajo y de béisbol. Cuando estaba Amber, sin embargo, las cosas eran distintas…

Lucas se sentó con su familia en la sala de espera. Envió unos cuantos correos electrónicos desde el teléfono móvil y charló un poco con su madre. Su padre andaba de un lado para otro, gritaba y exigía hablar con un médico. Las noticias resultaron ser malas.

El señor Wheeler abrazó a su esposa con cariño. Ella se echó a llorar sobre su hombro. De repente no parecían sus padres, sino dos personas desconocidas, que se amaban y se apoyaban el uno en el otro.

Matthew estaba junto a la ventana, impasible, como siempre.

La escena transcurrió casi a cámara lenta. Lucas no podía hacerse a la idea de que su abuelo ya no estaba.

Cia irrumpió en la sala en ese preciso instante y corrió directamente hacia Lucas. Él la tomó en brazos.

–Me alegro de que hayas venido. Ha muerto.

–Lo siento. Lo siento mucho –murmuró ella, escondiendo el rostro contra su camisa y deslizando las manos por su espalda.

Permanecieron así durante unos segundos, abrazados, entregados el uno al otro. En un momento dado Lucas apoyó la mejilla sobre la cabeza de Cia y entonces vio a su hermano. Matthew los observaba con atención, de brazos cruzados, con una extraña expresión en el rostro. Echaba de menos a Amber. No había duda.

Soltó a Cia. Ella le agarró de la mano y fue tras él en silencio. Cia le llevó a la casa de sus padres, conduciendo despacio, con cuidado.

Permaneció a su lado toda la noche. Tenía las llaves del coche en el bolso, pero no se marchaba…

En un momento dado Matthew le hizo señas a su hermano para que saliera fuera. Lucas fue hacia la puerta y siguió a su hermano hasta el porche cubierto. Ella estaba en la cocina, sirviéndole algo de beber a su madre.

Matthew sacó un botellín de una pequeña nevera que estaba en un rincón y la abrió con un movimiento ágil. Se sentó en una silla de mimbre y empezó a beber.

Lucas pensó que una cerveza con su hermano tampoco le vendría mal.

Botella en mano, se sentó frente a Matthew.

–Un día largo.

–Vida larga. Se hace más larga cada día.

–Eso es muy triste –Lucas vaciló, pero siguió adelante–. ¿Quieres hablar de ello?

–No. Pero tengo que hacerlo –suspiró–. Primero Amber. Y ahora el abuelo. Estoy cansado. Esta es la gota que colma el vaso. Ya no lo soporto más.

–¿Necesitas unas vacaciones?

–Sí –Matthew se rió con sarcasmo–. Necesito unas vacaciones para descansar de ser yo mismo. El problema es que eso no está incluido en los paquetes turísticos. No sé qué va a hacer falta para volver a encarrilarme, pero sea lo que sea, no lo tengo aquí.

–¿Y dónde está?

Encogiéndose de hombros, Matthew se terminó la cerveza en un tiempo récord.

–No tengo ni idea, pero tengo que buscarlo, así que me voy. No por unos días, sino de forma permanente.

–¿Permanente? –Lucas sacudió la cabeza–. No puedes irte. Tómate un poco de tiempo libre. Has trabajado demasiado, y eso es mi culpa. Déjame ocuparme de los clientes durante un par de semanas. Vete a hacer senderismo por el Himalaya o tómate unos cuantos margaritas en Belice. Pero tienes que volver.

–No. No tengo que volver. No puedo volver.

–Wheeler Family Partners no es cosa de uno solo. Acabamos de perder al abuelo. Papá lleva varios años en un segundo plano, y ahora va a ser el albacea del abuelo. Solo quedamos nosotros.

–Tú puedes hacerlo todo sin mí. Has cambiado mucho este último año. A lo mejor Lana te hizo ganar algo de sentido común, o a lo mejor empezó a ocurrir mucho antes y yo no me había dado cuenta. Sea como sea, te has convertido en mí. Eres responsable. Te has casado. Siempre pensé que sería yo quien sentaría la cabeza y tendría una familia. Pensé que sería yo quien tendría a la siguiente generación de Wheelers para que tomaran el relevo en WFP. Pero al final no voy a ser yo. Vas a ser tú.

Lucas dejó caer la botella al suelo. El vidrio dio contra el cemento del patio y se rompió en muchos pedazos.

–¿De qué estás hablando? Yo no voy a sentar la cabeza. No hay familia alguna en mi futuro.

–Ya. Que me cuelguen si Cia no se queda embarazada en menos de un mes.

–Eh, tenemos cuidado. Ella no está interesada en tener hijos.

–Sí, bueno, a veces hay accidentes. Y seguro que con todas las veces que lo estáis haciendo… No eres tan sutil como te crees que eres cuando te vas de una reunión de repente y vuelves luego. Estáis locos el uno por el otro. Eso se ve. Saltan chispas entre vosotros.

–Lo siento si te he molestado. Tenemos una relación normal, saludable.

Matthew arqueó las cejas.

–No hay problema… ¿Por qué estás tan a la defensiva? Te estoy diciendo que por fin has puesto los pies en la tierra. Y me alegro por ti. Tengo que admitir que al principio pensé que te habías dado prisa para casarte por lo de Lana, o porque habías dejado embarazada a Cia tras una aventura de una noche. Claramente me equivoqué. Cia te conviene. Es evidente que os queréis mucho.

–Gracias.

–Aunque… Probablemente deberías habértelo pensado mejor antes de casarte con alguien que no quiere niños. ¿La familia no es importante para ti?

–¿No es importante para ti? Eres tú quien habla de abandonar a todo el mundo.

–Solo porque tú puedes ocupar mi lugar. Puedes ser yo y yo puedo ser tú. Yo voy a divertirme y a tener experiencias sin sentido, sin preocuparme por nada más que no sea yo mismo.

–Oye… Eso ha sido un golpe bajo –dijo Lucas.

–Lo siento. Hace seis meses, no habrías parpadeado siquiera al oír un comentario como ese. Es curioso lo que está pasando. No tienes ni idea de lo duro que es para mí pensar en casarme de nuevo, en tener un bebé con alguien que no sea Amber. Hay algo dentro de mí que se ha roto, y ni se puede arreglar. Nunca.

Matthew dejó de hablar al ver aparecer a Cia. Ella le puso una mano en el hombro.

–No quería interrumpir –dijo–. Solo quería ver cómo estabas. ¿Todo bien?

–Muy bien. Gracias, cariño. Gracias.

–Muy bien. Voy a acompañar a tu madre un rato más. Está muy afectada –ella sonrió y le dio un beso en la cabeza.

Era como si fueran una pareja de verdad, para lo bueno y para lo malo.

El presente y el futuro chocaron de repente. Una idea radical acababa de tomar forma en la mente de Lucas. ¿Y si no se divorciaban al final?