Capítulo Dos

 

 

 

 

 

–¿Siempre insiste hasta salirse con la suya?

Sorprendida, Madison miró a su derecha y vio a Zain junto a la puerta, apoyado en el marco.

–¿Siempre pasáis sin llamar? –preguntó ella.

–La puerta estaba entreabierta.

Se levantó del escritorio, cerró el cajón con el trasero y se ajustó el cinturón de la bata de seda.

–¿De verdad? Podría jurar que la cerré antes de ducharme. Pero supongo que se ha abierto sola por arte de magia, puesto que Arabia es conocida por su magia.

Él ignoró su ironía y entró en la habitación. Con aquellos asombrosos ojos oscuros y su impresionante físico, aquel rey árabe podía pasar por un modelo exótico.

Se acercó al armario abierto y empezó a inspeccionar los trajes:

–Como suponía, ropa convencional.

–Es ropa para trabajar.

–Ropa que oculta su verdadera personalidad –dijo acariciando una falda de seda beis.

No supo si el estremecimiento que sintió fue por aquel gesto o por imaginarse la sensación de aquella caricia.

–¿Qué sabéis de mi verdadera personalidad?

–Conozco a las de su clase –dijo dándose la vuelta y esbozando una medio sonrisa sexy–. Debajo de esa ropa tan conservadora llevan lencería atrevida. ¿Me equivoco?

–¿No tenéis alguna obligación real de la que ocuparos?

–Me iré tan pronto como me diga por qué está aquí después de que le dijera que no necesitaba su ayuda –dijo él acercándose poco a poco.

–Vuestro hermano está convencido de que necesitáis mi ayuda.

–Rafiq no dirige mi vida ni el país. Puedo ocuparme de la transición yo mismo sin necesidad de ayuda.

–Por lo que he presenciado, parece que la gente no os ha dado una cálida bienvenida.

–Como ya le dije antes, señorita Foster, no hay otra opción. Soy el legítimo dirigente de este país y van a tener que aceptarlo.

–¿Pero no sería mejor si contarais con la bendición de la gente de vuestro país?

–¿Y qué propone para ganarme su aprobación? ¿Tiene pensado organizarme un desfile además de una fiesta?

–Supongo que podríamos intentarlo, pero para que un desfile tenga éxito alguien tiene que aparecer. Tengo algunas ideas y espero que al menos me deis la oportunidad de considerar esas opciones.

–Todavía no sé cómo va a conseguir que acepte.

–Como os habrá dicho vuestro hermano, el contrato establece que estaré aquí hasta la coronación, tanto si quiere trabajar conmigo como si no. Por supuesto que no puedo obligaros a cooperar, pero creo que al menos deberíais hacer el intento.

Se quedó pensativo unos segundos mientras Madison contenía la respiración.

–De acuerdo. Dado que está respaldada por un documento legal y que tengo potestad para despedirla, cooperaré. Pero tiene que aceptar mis condiciones.

Debería de haber adivinado que había un motivo oculto detrás de su repentino cambio de opinión.

–¿Y qué condiciones son esas?

–Se lo diré en los próximos días –contestó él sonriendo.

Algo le decía a Madison que sus condiciones eran predecibles. Aun así, sentía curiosidad y estaba decidida a ganárselo.

–Muy bien. Podemos empezar mañana mismo.

–Podemos empezar hoy después de la cena –dijo él, recorriéndola con la mirada desde el cuello a los pies desnudos–. Personalmente no tengo nada que objetar a vuestro atuendo, pero sería más apropiado algo que distrajera menos.

Se había olvidado de lo que llevaba puesto. Se sentía incómoda estando tan cerca de la cama.

–¿Cenarán vuestros hermanos con nosotros?

–Solo Rafiq. Adan está fueran en una misión.

Se sintió decepcionada por no poder conocer al menor de los hermanos Mehdi.

–Se está haciendo tarde. Creo que será mejor que me vista.

–Sí, supongo que sí –dijo fingiendo decepción–. No me importaría verla con ese vestido negro que tiene colgado entre sus trajes de chaqueta.

Era más observador de lo que parecía.

–Decidiré lo que voy a ponerme cuando os vayáis.

–Y, por supuesto, debería ponerse lencería roja.

Madison no comprendía por qué aquella fijación por su ropa interior y cómo había adivinado su gusto por la seda roja hasta que siguió su mirada. Al bajar la vista vio el tirante de un sujetador colgando de un cajón. Rápidamente lo guardó antes de señalar hacia la puerta.

–Fuera. Ahora.

–La cena es a las cinco y media en punto. No llegue tarde –dijo y cerró la puerta al salir.

 

 

Unos golpes en su puerta le hicieron pensar que Zain volvía. Cruzó la habitación y abrió.

–¿Algún comentario más sobre mi ropa interior?

En el pasillo se encontró con una mujer madura de cabello plateado y ojos color topacio.

–Soy Elena Battelli –dijo la mujer ofreciendo su mano–. Y me da igual su ropa interior.

–Soy Madison Foster –dijo estrechándole la mano y sonriendo–. Lo siento. Pensé que era…

–El príncipe Zain. ¿Le agrada su alojamiento?

–Mucho, gracias.

–Bien –dijo la mujer dando un paso atrás–. La cena será a las seis.

–El príncipe Zain me dijo a las cinco y media.

–Me temo que lo habrá entendido mal. La cena siempre se ha servido a las seis desde que trabajo aquí.

Madison vio en la mujer una fuente de información sobre el futuro rey.

–¿Cuánto hace de eso?

–Treinta y cuatro años –respondió levantando la barbilla con orgullo–. Llegué antes de que naciera el príncipe Zain para ocupar el puesto de su bambinaia, o para que lo entienda su…

–Niñera –la interrumpió Madison–. Hablo italiano. Estudié en Florencia el segundo año de carrera.

La expresión de Elena se animó.

–Estupendo. Soy de Scandicci.

–Estuve allí varias veces. Es un lugar precioso. ¿Vuelve a menudo?

La alegría desapareció del rostro de Elena.

–No con la frecuencia con la que me gustaría. Mi vida está aquí, con la familia real.

Una familia real con hijos crecidos que ya no necesitaba de niñeras.

–¿A qué dedica el día ahora que los príncipes son adultos?

–Me ocupo de tareas domésticas mientras llega el momento de criar a otra generación de los Mehdi.

Madison no se imaginaba a Zain en el papel de padre, pero se guardó el comentario.

–Estoy segura de que criar al príncipe Zain fue toda una experiencia.

–Sí, aun así me temo que no he sabido inculcarle control en lo que al sexo opuesto se refiere. De otro modo, no estaría interesado en su ropa interior –dijo Elena y sonrió–. Le daré un consejo: el príncipe Zain es un buen hombre, pero no deja de ser hombre. Todo lo que se le resiste, lo consigue con su encanto. Manténgase firme con él.

Y con esas, se marchó, dejando a Madison con la duda de qué sería lo que el futuro rey había pretendido al decirle erróneamente la hora de la cena.

 

 

Llegó quince minutos tarde, pero aun así Zain no se sorprendió. Madison Foster tenía una gran necesidad de tener el control. Podía hacerle bajar la guardia y se sentía tentado a intentarlo. No sería nada descarado, sino más bien una sutil seducción pensada para incomodarla lo suficiente como para que cediera y se volviera a Estados Unidos.

Entró en el comedor con una estrecha falda negra hasta las rodillas, tacones y una sencilla blusa blanca. La blusa dejaba adivinar el sujetador blanco que llevaba, seguramente para demostrar sus intenciones. Pero no se dejaría engañar. Aquel aspecto profesional solo servía para ocultar su osadía bajo una impecable fachada. Apostaría su reino a que llevaba bragas de un color atrevido.

Una fantasía lo asaltó. En ella, se sentaba a su lado y le deslizaba la mano por el muslo.

–¿Dónde me queréis?

Se le ocurrieron varias respuestas, ninguna de ellas apropiada, así que eligió la menos sugerente.

–¿Se refiere a la ubicación en la mesa o tiene otra cosa en mente?

–¿Dónde queréis que me siente?

Zain señaló a la derecha de donde estaba sentado, a la cabecera de la mesa.

–Aquí –dijo, y esperó a que se sentara para reprenderla–. Llega tarde.

–Lo cierto es que llego quince minutos antes. Elena me dijo que la cena siempre es a las seis.

Había sido traicionado por su antigua institutriz y leal confidente.

–Ahora que en breve me convertiré en rey, la cena será servida a las cinco y media.

Ella cruzó las manos sobre la mesa y mantuvo la mirada fija.

–Supongo que es preferible que vuestro primer edicto modifique la hora de la cena a que suponga un cambio en toda la estructura gubernamental.

–Ese será mi segundo edicto.

–¿Habláis en serio? –preguntó confusa.

Él sonrió.

–No del todo, pero tengo previsto llevar a cabo algunos cambios que estimo muy necesarios.

–No puedes hacer cambios hasta que seas oficialmente coronado, hermano.

Zain miró a Rafiq, que estaba tomando asiento en el otro extremo de la mesa.

–Por decepcionante que pueda resultarte, hermano, eso ocurrirá dentro de unas semanas. De momento, tengo pensado presentar esos cambios al consejo esta misma semana.

Rafiq tomó la servilleta y se la colocó en el regazo.

–No me gustaría estar en tu lugar, Zain. Pero tengo un gran interés en saber cómo vas a cambiar mi país.

Enfadado, apretó los puños.

–Nuestro país, Rafiq, un país al que pretendo introducir en el siglo xxi.

–¿Qué hay de cena? –pregunto Madison desviando la atención.

–Hamburguesas con queso en su honor.

–Confiaba en probar algunas delicias de Oriente Medio.

–El chef nos ha preparado unos kebabs –dijo Rafiq–. Tendrá que disculpar el dudoso sentido del humor de mi hermano, señorita Foster.

–Supongo que estará de acuerdo en que es mejor tener un dudoso sentido del humor a carecer de él –dijo Zain, dirigiéndose a Madison de nuevo.

Ella se movió incómoda en su asiento.

–Ha sido un placer conocer a Elena. ¿Nos acompañará en la mesa?

–Esta noche no –dijo Rafiq–. Tiene trabajo que hacer y se ha disculpado.

–Trabaja demasiado –dijo Zain–. Tengo pensado poner fin a eso muy pronto.

Rafiq se echó hacia atrás en su silla.

–Me temo que sus tareas no disminuirán hasta después de la coronación y la boda.

–¿Boda? –preguntó Madison, tan sorprendida como Zain.

–¿Y quién es la afortunada? –preguntó Zain, aunque sospechaba saber la respuesta.

–Rima Acar –contestó Rafiq–. Nos casaremos una semana antes de la coronación.

Zain no se sorprendió de que su hermano fuera a celebrar aquel matrimonio concertado hacía tanto tiempo. Lo que le sorprendía y enfadaba era el momento en que se iba a celebrar.

–¿Es una manera de desviar la atención de mi toma de posesión como rey?

–Por supuesto que no –dijo Rafiq–. Hace casi doce años que el sultán y nuestro padre planearon esta boda.

–Ah, sí, la vieja tradición de los matrimonios concertados –dijo Zain, y volvió a mirar a Madison, que jugueteaba con la fruta de su plato–. La esposa no se elige por amor, sino por los hijos que pueda dar.

–A ti también te eligieron esposa –comentó Rafiq.

–¿Estáis comprometido? –preguntó Madison sorprendida.

–Ya no –dijo Rafiq–. La prometida de Zain se cansó de esperar y se casó con otro.

–Hizo bien. Me niego a casarme con una mujer a la que nunca he conocido –dijo echándose hacia delante y mirando a su hermano–. ¿Has besado alguna vez a Rima? ¿Crees que habrá suficiente pasión en tu matrimonio o acaso no te importa?

Podía ver furia en los ojos de Rafiq.

–Eso te preocupa a ti. La pasión no importa. Lo importante es asegurar la línea sucesoria.

–Procrear puede ser bastante difícil si no soportas a tu esposa, hermano. O quizá te sientas satisfecho acostándote con ella solo para concebir un hijo, como hicieron nuestros padres.

–Te crees todo lo que te cuentan, Zain. Nuestros padres tuvieron un matrimonio satisfactorio.

Como siempre, Rafiq defendiendo a su padre.

–¿Satisfactorio? ¿Vas a negar también que nuestro padre tuvo algo que ver en…

Rafiq dio una palmada en la mesa.

–¡Suficiente!

Zain tiró la servilleta a un lado e ignoró a la mujer que le estaba sirviendo la cena.

–Estoy de acuerdo. Ya he tenido suficiente de esta conversación –dijo poniéndose de pie y mirando a Madison–. Señorita Foster, mis disculpas por estropearle la cena.

Zain salió de la habitación y subió los escalones de dos en dos. Después de aquella escena familiar de mal gusto, no tendría que molestarse en seducir a Madison Foster. Probablemente se iría en el primer avión de regreso a América.

 

 

Con un plato en la mano, Madison llamó a la puerta y esperó respuesta.

–Adelante –se oyó desde el otro lado de la puerta de madera.

Madison entró en la habitación con la cabeza bien alta, decidida a que no se le notara lo nerviosa que estaba. Empezó a temblar al encontrarse con su mirada seria y percatarse de que no le agradaba verla allí. Dejó el plato en la mesa y se sentó frente a él sin esperar a que la invitara.

–Elena os manda pasta y el mensaje de que si no coméis, estaréis demasiado débil para reinar.

En vez de levantarse, se quedó mirándola unos segundos antes de apartar el plato.

–Dígale a Elena que comeré cuando tenga hambre.

–Decídselo vos. Ahora mismo tenemos que hablar sobre los planes inmediatos.

Él se acomodó en su butaca de cuero marrón y unió sus manos.

–Pensé que ya estaría de camino a su casa.

–Os equivocáis. Estoy decidida a ver cómo acaba esto.

–¿Incluso después de ver nuestras discrepancias familiares?

–He oído cosas peores y quisiera haceros unas preguntas.

–Adelante.

–¿Tenéis alguna estrategia para limpiar vuestra reputación de playboy?

–Se ha exagerado mucho sobre mi reputación, señorita Foster.

–Las apariencias lo son todo en política, alteza, y estáis en una batalla para hacer que vuestra gente confíe en vos. Habéis estado fuera casi diez años…

–Siete –la corrigió–. El caso es que soy perfectamente capaz de limpiar mi reputación demostrando que se exagera.

Estaba muy seguro de sí mismo y eso le hacía parecer muy sexy.

–¿De veras podéis hacerlo? ¿Podéis convencer al mundo de que sois un dirigente serio cuando no podéis ni convencer a vuestro propio hermano de que estáis dispuestos a cumplir con vuestro deber?

–¿Qué os contó Rafiq cuando me levanté de la mesa? –preguntó furioso.

–Tan solo ha dicho que le preocupa que volváis a iros si la presión se vuelve insoportable.

–A pesar de lo que mi hermano cree, no soy un cobarde.

–Creo que nadie os está llamando cobarde –dijo, y suspiró–. Me doy cuenta de que tenéis mucho orgullo, pero quizá estéis dispuesto a ceder un poco y tener a alguien cerca, alguien que pueda serviros de tabla salvavidas durante esta transición.

–¿Y es usted ese alguien?

–Puedo serlo. Si me permitís usar mis conexiones, puedo ayudar a conseguir algunos aliados. Todos los países los necesitan, incluso los pequeños. También creo que os vendría bien algo de ayuda en los discursos –dijo, y levantó la mano para impedir que la interrumpiera–. Sé que tenéis un título universitario y que sois inteligente, pero no veo que os pueda perjudicar escuchar otras ideas.

–Sigo sin ver motivo para tener que consultar lo que quiero decir o cómo quiero decirlo.

–¿Qué me decís de la prensa? ¿No querríais tener a alguien que sirva de intermediario para estar seguros de que transmiten el mensaje adecuado?

–Ya tengo a Deeb para eso.

Deeb tenía la misma personalidad que un pisapapeles.

–Pero si demostráis que tenéis a una mujer a vuestro lado y que no se trata de un tórrido romance, eso transmitirá el mensaje de que no sois el playboy por el que todo el mundo os toma.

Él se quedó mirando el techo y permaneció en silencio unos segundos antes de volver a prestarle atención.

–Si seguimos adelante, tengo que estar seguro de que no repetirá nada de lo que oiga o vea entre estas paredes.

–Podéis confiar en mi discreción. Pero tengo que saber si existe algún escándalo que pueda conocerse en un futuro inmediato.

–No si puedo evitarlo. Y de momento, es todo lo que necesita saber.

Madison esperaba que con el tiempo acabara confiando en ella. En caso contrario, debía prepararse para lo peor.

–De acuerdo. Entonces, ¿aceptáis mi ayuda?

–De momento, como ya dije antes, tiene que aceptar mis condiciones.

Era evidente que él necesitaba tener el control.

–Muy bien, quizá este sea un buen momento para que me comentéis cuáles son vuestras condiciones.

–Si no estoy de acuerdo con sus consejos, se abstendrá de discutir –dijo él.

–De acuerdo.

–Me consultará antes de planear los eventos sociales y supervisaré la lista de invitados.

Considerando su escasa popularidad, sería una lista muy corta.

–Me parece bien.

–Y se ajustará a mi agenda, lo cual supone que decidiré la hora y lugar de nuestras reuniones.

–Suponía que vuestro despacho sería el lugar más adecuado para reunirnos.

–Tal vez sea necesario encontrar un lugar más privado.

Había llegado su turno para anunciarle sus condiciones.

–Siempre y cuando no sea en vuestro dormitorio…

–¿No siente curiosidad por conocer las estancias reales? –preguntó él sonriendo.

Sí, claro que la sentía.

–No. ¿Alguna cosa más?

–Os avisaré en cuanto haya decidido lo que espero.

–Revisaremos la agenda por la mañana, alteza, y procederemos en consecuencia.

–Llámame Zain.

Se sorprendió al oír aquello.

–Cuando estemos a solas, quiero que me llames por mi nombre de pila. En caso contrario, nuestro acuerdo se rescindirá automáticamente.

–Como quieras, Zain –dijo poniéndose de pie–. Y ahora, si me disculpas, me voy a mi habitación a descansar.

–Estás disculpada. De momento.

Madison apenas había dado unos pasos hacia la puerta cuando Zain pronunció una única palabra.

–Negra.

–¿Cómo? –preguntó dándose la vuelta.

–Llevas lencería negra. ¿Me equivoco?

Ella se cruzó de brazos sobre el pecho.

–Eso no es asunto tuyo. ¿Alguna cosa más? ¿O quieres que hablemos de tu ropa interior?

–No tengo nada que ocultar –dijo ampliando la sonrisa.

–Me voy.

–Si no puedes dormir, mi habitación es la siguiente a la tuya. No te importe despertarme.

–¿Para qué?

–Para lo que puedas necesitar.

–Te aseguro que no necesitaré nada.

–Avísame si cambias de opinión.

–No cambiaré de opinión –dijo ella dirigiéndose a la puerta–. Por cierto –añadió girándose–, si con esa insinuación pretendes asustarme, ahorra saliva.

–Me molesta que pienses que recurriría a esas tácticas tan turbias.

–Bueno, en caso de que se te ocurra alguna otra idea brillante, quiero que sepas que necesitarás algo más que unas palabras para hacer que me vaya. He dedicado muchos años a estudiar la naturaleza humana y sé lo que pretendes.

Él apoyó la mano en el marco de la puerta, por encima de la cabeza de Madison.

–Explícamelo.

–Usas tu encanto para disuadir amenazas y para conseguir todo lo que pretendes, como mantenerte distante. Pero bajo ese comportamiento de macho controlador, creo que eres un hombre muy comprometido con el futuro de tu país. ¿Me equivoco?

–Quizá solo estás proyectando la necesidad que tienes de controlarme. Creo que en ocasiones es preferible ceder el control a otros. ¿Nunca te has sentido tentado a olvidarte de toda lógica y actuar por puro instinto?

La intuición le decía que no se refería a relaciones profesionales.

–No en lo que a mezclar placer y negocios se refiere, si eso es lo que estás preguntando. No olvides que estamos intentando limpiar tu reputación.

–A veces el placer compensa el riesgo –dijo él sonriendo.

Antes de cometer una estupidez y besar aquella sonrisa tan sexy, Madison se apresuró a marcharse.

No había mentido al admitir que había recibido propuestas. Pero sí había mentido al afirmar que no se había sido tentada a cruzar la línea profesional, porque lo había hecho en el momento en que había vuelto a encontrarse con Zain Mehdi.