Capítulo Cinco

 

 

 

 

 

Nada más entrar en la sala de juntas, Madison vio a Rafiq y Zain Mehdi. Parecían dos ejecutivos en una reunión de negocios.

–Buenas tardes, caballeros –dijo sentándose frente a Zain en la enorme mesa de reuniones.

–¿Tiene alguna novedad sobre el último escándalo? –preguntó Rafiq.

Zain parecía más interesado en la vista de la ventana que estaba a espaldas de Madison.

Ella dejó su maletín a sus pies y se cruzó de manos sobre la mesa.

–Lo cierto es que sí. He estado casi toda la mañana al teléfono, tratando de hablar con el representante de la señorita Winterlind. Apenas hace unos minutos que lo he conseguido.

–¿Y? –preguntó Zain, mirándola.

–Me ha dicho que fue la señorita Winterlind la que filtró la noticia de que sois el padre de su bebé.

Los ojos de Zain brillaron de ira.

–Imposible –dijo–. Ella no haría una cosa así.

–Me temo que no. Os envía sus disculpas a través de su representante y tiene pensado retractarse.

–Parece que te equivocaste al confiar en esa modelo, Zain.

Había llegado el momento de intervenir a favor de Zain.

–Lo cierto, príncipe Rafiq, es que hizo esas declaraciones para proteger a su hijo de su ex, que es un conocido maltratador. Por suerte, actualmente está encarcelado. Tuvo una pelea con un tipo en un bar y a punto estuvo de matarlo. Estará encerrado una larga temporada.

–¡Menos mal! –exclamó Zain.

–¿Alguna otra mujer puede aparecer con una reclamación similar? –preguntó Rafiq a Zain.

–Las mujeres con las que me he relacionado son de confianza.

–Creo que la modelo contradice esa teoría.

–No he tenido relaciones íntimas con ella.

–Mirad, alteza, el príncipe Rafiq tiene razón –intervino Madison–. Tenemos que saber si existe la posibilidad de que aparezca alguna mujer contando una historia escandalosa, sea verdad o mentira.

La expresión de Zain se tornó gélida.

–Mis anteriores amantes no deberían ser una preocupación, a menos que alguien tenga interés en mis habilidades sexuales. Os aseguro que mi pasado no afecta mi capacidad para gobernar –dijo Zain al límite de la paciencia–. Muchos dirigentes casados mantienen aventuras y siguen gobernando.

Madison conocía a unos cuantos.

–Cualquier escándalo puede influir en la confianza de vuestros súbditos.

–¿Incluida la tuya? –preguntó él mirándola fijamente.

–La confianza se gana, Zain.

Nada más ver la mirada de Rafiq, se arrepintió de haberse dirigido a Zain con tanta informalidad. Además, aquellos comentarios parecían una discusión entre enamorados.

Rafiq miró la hora y se levantó.

–La reunión es en diez minutos. Podéis seguir con esta discusión más tarde.

Madison sabía que podía recibir un no por respuesta, pero tenía que intentarlo.

–Me gustaría asistir a esa reunión.

–No está permitido.

–Yo lo permitiré –dijo Zain–. Podrás observar desde la galería. Le pediré a Deeb que haga de intérprete.

No estaba segura de si Zain había accedido a su petición porque quería que estuviera allí o porque quería fastidiar a su hermano. Le daba igual, con tal de tener un asiento desde el que pudiera verlo en acción.

Al ver que Zain no se levantaba, Rafiq le dedicó otra mirada asesina.

–¿Vas a venir ahora o tengo que hacer que te escolte la guardia?

–Enseguida voy –dijo Zain–. Necesito hablar en privado con la señorita Foster.

–No dudo que tengas que hacerlo.

Con esas, Rafiq salió de la habitación.

Tan pronto como la puerta se cerró, Madison volvió su atención a Zain.

–Esto es exactamente lo que temía que ocurriera. Tu hermano no ha pasado por alto mi estúpida metida de pata. No hay duda alguna de lo que piensa que hay entre nosotros.

–Deja que piense lo que quiera. Pensará lo peor tanto si te toco como si no.

–Si no te preocupa Rafiq, entonces ¿por qué necesitas hablar conmigo en privado?

Él la miró muy serio.

–En primer lugar, quiero disculparme. Mi problema es la actitud de Rafiq, no la tuya. En segundo lugar, necesito saber si estás bien después de lo de anoche.

–Estoy bien. Ocurrió y ya está.

Él bajó la cabeza y se quedó mirándola.

–¿De veras ya está?

Deseaba poder contestar que sí sin reservas. El problema era que no podía.

–Ahora mismo tienes que concentrarte en lo que vas a decirle al consejo.

Él estiró el brazo sobre la mesa y tomó su mano.

–¿Cómo puedo concentrarme cuando sé que estás molesta?

–Ya te he dicho que estoy bien –dijo poniéndose de pie y tomando su maletín–. Estoy segura de que te concentrarás en cuanto entres en esa reunión. Vámonos antes de que Rafiq llame a la guardia.

Zain se puso de pie y Madison se encaminó hacia la puerta. Apenas había dado unos pasos cuando Zain la tomó del brazo y la obligó a mirarlo.

–¿Recuerdas lo que te dije anoche?

Recordaba todos los detalles de la noche anterior.

–Sí, y hablaba en serio hace unos minutos. Vas a tener que demostrar que eres digno de confianza.

–En ocasiones, la confianza requiere un poco de fe.

Si se precipitaba, podía acabar en terreno espinoso.

–La fe no me ha servido en otras ocasiones.

–No eres la única. Aun así, a pesar de mis defectos, soy hombre de palabra.

Deseaba creerlo.

Él acarició lentamente su brazo con el dedo gordo. Madison sintió su calor por todo el cuerpo.

Acercó los labios a su oído.

–¿Me estás diciendo que el beso fue culpa mía?

–No, fue culpa mía por provocarte. Sencillamente creí que no caerías en la trampa. Si no nos hubiéramos dado ese primer beso, no habría pasado la noche en vela pensando en todas las maneras en que te haría el amor. Te deseo tanto que cancelaría la reunión y te llevaría a otra parte.

Entonces la soltó, se dirigió hacia la puerta y se marchó, mientras ella se quedaba allí parada como una estatua, maldiciendo a Zain por su capacidad para hacerle perder la calma.

 

 

Deeb la condujo a una breve escalera de bajada que daba a una galería acristalada.

Madison se sentó en la primera fila junto a él y contempló la escena. Había varios hombres sentados alrededor de una gran mesa redonda, todos vestidos con chilabas blancas, coloridos pañuelos al cuello y turbantes blancos con bandas a juego con los pañuelos. Las sillas a ambos lados de Rafiq estaban vacías y probablemente una de ellas estaría reservada a Zain.

–¿Quién falta, además de su alteza? –preguntó inclinándose hacia Deeb.

–El emir más joven, Adan –contestó–. Hoy está disculpado debido a la importancia de su misión.

Unos minutos más tarde, las puertas se abrieron al futuro rey, por lo que los hombres se pusieron de pie. Llevaba la misma chilaba blanca con un pañuelo dorado y negro al cuello, pero nada en la cabeza. No sabía si estaba faltando a la tradición o si se le había olvidado el turbante.

Cuando Zain se acomodó en su asiento, los demás hombres hicieron lo mismo mientras que Deeb se echó hacia delante y apretó un botón del interfono. Zain comenzó a hablar en un idioma que Madison se arrepentía de no haber aprendido.

–Están tratando asuntos económicos –dijo Deeb, como si le estuviera leyendo el pensamiento–. Rafiq es el ministro de economía.

–¿Y Adan?

–Es el jefe del ejército.

Mientras continuaba el discurso, Madison se dedicó a observar cómo Zain movía las manos mientras hablaba. Eran unas manos fuertes, firmes, expresivas, habilidosas… Sus pensamientos volvieron a detenerse en la noche anterior, cuando había sentido sus manos sobre el cuerpo. Había deseado sentirlas en lugares que él había evitado. El brusco golpe de calor que sintió la obligó a cruzar las piernas. Deseaba a Zain con una intensidad fuera de toda lógica. La cabeza se le llenó de imágenes detalladas haciendo el amor con Zain cuando debería estar concentrada en la reunión. El sonido de unas voces sacaron a Madison de sus fantasías.

–¿Qué está pasando ahora? –preguntó ella.

–El emir está explicando su propuesta hidráulica. El jeque Barad se opone.

–¿Cuál de ellos es?

–El de la derecha del príncipe Rafiq.

Madison se fijó en el hombre de aspecto fiero, con perilla y ojos pequeños y brillantes.

–¿Es algún familiar?

–No, es amigo de la infancia del príncipe Rafiq. Su hermana Maysa es médico.

Maysa, la mujer que Zain había visitado la otra noche.

–No parece estar prestando atención a Zain.

–Le da igual el plan del emir y tampoco atiende sus órdenes para que detenga las perforaciones.

–¿Va a suponer un problema para Zain, quiero decir, para el emir?

Deeb no pareció reparar en aquel trato de familiaridad.

–Eso depende en cómo decida tratar el asunto.

Zain se levantó de la silla y dio un puñetazo en la mesa. Luego lanzó una diatriba que pareció silenciar a todos.

–Les está diciendo que él es el rey –comenzó Deeb–. Su palabra es ley y aquellos que vayan contra él serán apartados y acusados de traición.

Al parecer, Zain hablaba muy en serio.

–¿Qué implica eso?

–Si son declarados culpables, al pelotón de fusilamiento.

Madison se preguntó si lo mismo le ocurriría a una mujer que se saltase las normas y se acostara con el rey. Prefería no averiguarlo.

Zain se sentó, pero continuó hablando en un tono más moderado. Deeb le explicó que estaba hablando de la gente, de sus necesidades y de la importancia de su futuro, de los daños de perforar y saquear la tierra, además de su compromiso de introducir al país en el siglo xxi.

–Para aquellos que no comparten su visión –continuó Deeb–, pueden renunciar a sus puestos inmediatamente.

Mientras Zain continuaba dirigiéndose a los hombres, Madison se regodeó en el control y poder que transmitía. Nunca había conocido a nadie como Zain. Durante los cinco años que había vivido con su exnovio, nunca se había sentido desesperada por tenerlo, ni había sentido una pasión desatada.

De repente Zain se levantó y salió de la habitación. Los demás hombres se quedaron boquiabiertos, intercambiando miradas. Todos excepto Rafiq, que parecía más enfadado que sorprendido.

–Me temo que la reunión ha acabado –dijo Madison mientras los miembros del consejo empezaban a salir de uno en uno.

–Así es –dijo Deeb–. Por desgracia, los problemas del emir no han hecho más que empezar.

Madison lo entendía muy bien. Su admiración por Zain se había multiplicado por diez. También se daba cuenta de que su posición necesitaba de toda su atención. No podía permitirse ninguna distracción, y eso la incluía a ella.

Madison sintió que se le iba a levantar dolor de cabeza, así que salió de la galería y se dirigió a su habitación. Desde ese momento, tenía que evitar quedarse a solas con Zain.

 

 

–Tengo que alabar tu éxito, hermano.

Zain lanzó una rápida mirada a Rafiq, que estaba junto a la puerta del despacho.

–Me alegro de que finalmente te hayas dado cuenta de que soy capaz de cumplir con mis deberes –dijo Zain quitándose la chilaba, antes de sentarse en el sofá.

Rafiq entró en la estancia y se sentó en un sillón frente a su hermano.

–No me refiero a tus deberes, me refiero a la señorita Foster. Has tardado menos de cinco días en acostarte con ella. De todas formas, son dos días más que cuando lo hiciste con la nueva ayudante de cocina hace diez años.

Debería hacer adivinado que su hermano nunca le felicitaría por un éxito en la reunión del consejo.

–Y si mi memoria no me falla, te acostaste con la hija del jardinero el mismo día que la conociste.

Rafiq sonrió con malicia.

–Cierto, pero aquella joven no tenía poder para destruir mi reputación.

–Tampoco la señorita Foster y, para tu información, no me he acostado con ella.

–Todo apunta a lo contrario.

–Tu imaginación está fuera de control.

–He visto cómo os mirabais –dijo Rafiq–. También me he dado cuenta de la confianza con la que os tratáis.

–Siempre has pensado que no me puedo contener en lo que al sexo contrario se refiere.

–El resto de la gente piensa lo mismo que yo.

Zain hizo un esfuerzo por contener su ira.

–Quizá por eso contrataste a la señorita Foster, para que cayera en la tentación.

–Entonces, admites que te sientes tentado –afirmó Rafiq.

–¿Y tú no?

–Me caso dentro de dos semanas.

–Eres un hombre, Rafiq, y te casas con una mujer a la que le gustas por tu cuenta bancaria.

Rafiq se puso de pie.

–No tengo tiempo para esto. Pero no olvides una cosa: si sucumbes a la tentación con la señorita Foster, corres el riesgo de destruir el escaso prestigio que tienes entre nuestra gente.

Zain evitó decir nada más mientras su hermano salía del despacho. Sí, Madison constituía toda una tentación y cualquier relación con ella supondría un gran riesgo. En los últimos días se había convertido en una de sus debilidades, tal vez la mayor de todas.

Inquieto, Zain decidió que necesitaba espacio. Sabía dónde quería ir y no estaba dispuesto a marcharse solo.

 

 

–Ponte ropa y zapatos cómodos y ven conmigo.

Madison permaneció junto a la puerta abierta del porche.

–Después de lo de hoy, lo último que necesitas es que huyamos juntos. De hecho, he decidido que lo mejor es que no nos quedemos a solas otra vez.

–No estaremos solos por mucho tiempo durante este viaje.

Evidentemente estarían acompañados por un contingente de escoltas, por lo que, si finalmente decidía acompañarlo, sería lo mejor.

–¿Adónde planeas llevarme?

–Es una sorpresa.

Madison puso los brazos en jarras y se negó a moverse.

–No me gustan las sorpresas.

–Esta te gustará –dijo él apoyando el hombro en el quicio de la puerta–. No tenemos por qué darnos prisa en llegar a nuestro destino.

–¿Cuál?

–El pueblo. Nos llevará tiempo llegar.

–Por lo que tengo entendido, está tan solo a un par de kilómetros el palacio, es decir, un par de minutos conduciendo. ¿O es que vamos a ir en camello?

–No, vamos a ir andando.

Debía de haber perdido la cabeza si de veras esperaba que accediera a que recorriera una montaña a oscuras.

–¿Me estás proponiendo que vaya andando de noche al pueblo?

–Sí, y si dejas de hablar y te vistes, quizá lleguemos antes de que amanezca.

Al parecer, no estaba dispuesto a darse por vencido hasta que se rindiera, algo que no iba a hacer tan rápido.

–Me niego hasta que no me expliques para qué.

–De acuerdo. Quiero ser yo el que te enseñe el pueblo, quiero que conozcas a la gente y que comprendas por qué mi puesto como su rey es tan importante.

–¿Por qué no has empezado diciéndomelo? Iré, pero con una condición.

–¿Cuál?

–Que me lo pidas por favor.

Zain la besó en la mano.

–¿Me harías el honor de dejar que te muestre mi mundo?

–Está bien, dame unos minutos.

–Ponte un impermeable. La predicción anuncia lluvia para esta noche.

–¿Pretendes que suba una montaña a oscuras y lloviendo?

–No es seguro que te mojes, pero lo más probable es que así sea, tanto si llueve como si no.

Madison pilló la insinuación.

–Si no te comportas, me quedaré aquí.

Zain borró su sonrisa y frunció el ceño.

–Pediré que nos recojan a la vuelta si eso te satisface.

–Sí –dijo confiando en que cumpliera su palabra–. Espera aquí mientras me cambio.

–¿No puedo entrar y esperar?

Sería muy sencillo decir que sí, pero si lo hacía, podían renunciar a su excursión por otro tipo de viaje, en la cama.

–No, no puedes esperar dentro.

–Sigues sin confiar en mí.

Después de cerrar la puerta en sus narices, Madison se recogió el pelo en una coleta, se puso una camiseta, unos vaqueros, unas zapatillas de correr y un impermeable.

Volvió al porche y lo encontró apoyado en la pared, con una chaqueta militar de color verde sobre una camiseta negra, unos pantalones cargo beis y una gorra de béisbol de camuflaje calada hasta las cejas.

–¿Estás lista para una aventura? –preguntó él ofreciéndole la mano.

–Lista.

 

 

Lentamente recorrieron una senda hasta que llegaron a una zona firme. Mientras avanzaban, Madison se relajó sabiendo que haría todo lo posible por mantenerla a salvo. Pero de nuevo llegaron a una peña y empezaron a subirla.

–Sígueme –dijo él.

Lo cierto era que había escalado por un terreno parecido no hacía mucho tiempo. Su confianza aumentó sabiendo que Zain la sujetaría si tropezaba. No tardó mucho en llegar arriba a tiempo de ver los últimos rayos de la puesta de sol.

–Increíble –murmuró cuando Zain la alcanzó.

–Te dije que no te lo podías perder –dijo él, apoyando las manos en los hombros de Madison–. Si te fijas bien, puedes ver el lago a la derecha de Mabrúruk.

Distinguió una mancha azulada en el horizonte.

–Lo veo. ¿Aquello sobre el acantilado es un hotel?

–Un resort. Es propiedad de la familia Barad y lo dirige Shamil Barad.

–El hermano de Maysa. El señor Deeb me ha hablado de él.

–Maysa no se parece en nada a él. A ella le preocupa la gente y a Shamil aumentar su fortuna a toda costa.

–Créeme, he conocido gente como él. Estoy segura de que le pararás los pies.

Él se inclinó y la besó en la mejilla.

–Agradezco tu confianza en mí.

Mientras Zain continuaba enseñándole el paisaje, Madison se apoyó en él. Cuando la tomó de la cintura, no se apartó. Sencillamente se dedicó a disfrutar de la pasión en su voz al hablar de su gente y se deleitó en la sensación de protección que le proporcionaba.

–¿Te gusta mucho tu país, verdad?

–Sí, mucho –dijo con la mirada fija en la distancia–. Por eso es por lo que no puedo fallar, aunque la carga sea demasiado pesada para que un solo hombre la soporte. Especialmente, cuando es un hombre con defectos, como yo.

Sabía lo mucho que le debía costar admitir aquello y eso le hacía apreciarlo aún más. Se hundió en sus brazos y le sonrió.

–Pero triunfarás, Zain. Estás demasiado convencido para no conseguirlo.

–Desde luego que voy a intentarlo.

Por un instante, parecía que iba a besarla, pero por sorpresa, la soltó.

–Será mejor que nos pongamos en marcha –continuó.

–Si no queda otra…

Zain la sujetó con fuerza de la mano mientras descendían. Una vez abajo, la tomó por la cintura y la ayudó.

–Me alegro de haberlo conseguido sin haberme roto nada –dijo mientras se ajustaba la banda que llevaba en el pelo.

–Nunca dejaría que te cayeras, Madison.

Pero estaba en proceso de caer rendida a sus pies y no podía dejar que fuera la red que la salvara. En cuestión de semanas, se iría y solo tendría recuerdos de un hombre que empezaba a significar mucho para ella. Así que esa noche atesoraría buenos recuerdos que perdurarían mucho tiempo después de que se dijeran adiós.