Capítulo Ocho

 

 

 

 

 

Lo único que deseaba era volver a acariciarla, aunque tan solo fuera un ligero roce.

Desde que Madison llegara al estudio, Zain no había dejado de imaginársela tumbada en el sofá recitando nombres que no significaban nada para él.

–¿Quién es Layali Querishi? –preguntó ella–. Su nombre me resulta familiar.

Él se fijó en la blusa azul de Madison, que podía desabrocharse con facilidad para acceder a sus pechos.

–Es la hija de un sultán, además de una cantante conocida.

–Y muy guapa –añadió ella cruzándose de piernas, lo que hizo que se le subiera la falda.

–No recuerdo qué aspecto tiene.

Tampoco le importaba. Lo único que quería era recorrer la falda de Madison para recordar a qué habían renunciado en aras de la profesionalidad.

–¿Crees que es una buena idea?

La pregunta de Madison sorprendió a Zain y por un momento pensó que había pronunciado en voz alta sus pensamientos.

–¿A qué te refieres?

–Presta atención, alteza.

–Mis disculpas. Tengo muchas cosas en la cabeza.

–¿Crees que es una buena idea sentar a todas esas mujeres en la misma mesa? Sugiero que las separemos para evitar que corra la sangre.

Zain estaba a punto de proponer que dejaran la lista y se ocuparan de cosas mucho más placenteras,cuando se oyeron unos golpes en la puerta.

Madison miró su reloj.

–Es tarde. No sé quién puede ser a esta hora de la noche a menos que sea el señor Deeb.

–No es Deeb.

–¿Entonces quién es?

–Mi hermano.

Por suerte su chaqueta ocultaba lo evidente. Zain rodeó el escritorio y abrió la puerta. Allí estaba Adan con su uniforme militar y su sonrisa cínica.

–Saludos, majestad.

–¿Cuándo has llegado? –preguntó Zain abrazando a su hermano.

–Hace un rato –contestó Adan–. ¿Quién es esta encantadora dama?

–Soy Madison Foster –dijo ella poniéndose de pie–. Vos debéis ser el príncipe Adan.

–El verdadero y único –dijo Adan, y cruzó la habitación para besarla en la mano–. ¿Es una de las conquistas californianas de mi hermano?

–Es asesora política –dijo Zain–, lo cual significa que está fuera de tu alcance.

–Mis intenciones son honestas –afirmó esbozando una sonrisa pícara.

Ella le devolvió la sonrisa mientras volvía a tomar asiento.

–Tenéis acento inglés.

–Ha pasado años formándose en una academia militar del Reino Unido. Allí aprendí a respetar a la autoridad y a acatar órdenes siempre y cuando no vinieran de mis hermanos.

Zain quería echarlo de la habitación.

–Teniendo en cuenta lo tarde que es, estoy seguro de que estás listo para retirarte.

–Lo cierto es que estoy muy despejado –dijo y se sentó en el sofá, junto a Madison–. ¿Cuánto tiempo se quedará aquí?

–La señorita Foster estará conmigo hasta la coronación –contestó Zain antes de que ella pudiera hacerlo–. Todavía tenemos muchas cosas por hacer esta noche.

–Podemos seguir mañana –dijo Madison–. Estoy segura de que tendréis muchas cosas de las que hablar después de todos estos años.

Adan la tomó de la muñeca y la obligó a sentarse de nuevo a su lado, ante la mirada furiosa de Zain.

–Fui a ver a Zain a Los Ángeles hace menos de seis meses. De hecho, iba a verlo al menos una vez al año.

–Por esa razón deberías irte a tu habitación para que podamos seguir con lo que estábamos haciendo.

–¿Qué es esto? –dijo Adan ignorando a su hermano y tomando los papeles que tenía Madison.

–Estamos repasando la lista de invitados a la recepción de la boda –contestó ella.

–¿Estoy en ella? –preguntó acercándose a Madison.

Parecía que su cercanía no la afectaba y eso enfureció aún más a Zain.

–No hace falta incluirlo, puesto que es parte de la familia.

Adan leyó detenidamente la lista.

–Veo que asistirán un buen puñado de posibles novias. Najya Toma es demasiado joven y Taalah Wasem demasiado sosa. Y nadie desaprovecharía la oportunidad de acostarse con Layali Querishi –dijo y guiñó un ojo–. Claro que no es tan guapa como usted.

Zain ya había tenido suficiente.

–Si ya has terminado de intentar seducir a mi empleada, te sugiero que te retires a tu habitación para que podamos seguir con nuestras obligaciones.

–Cada vez te pareces más a Rafiq –dijo Adan poniéndose de pie–. ¿Te dejaste el sentido del humor en los Estados Unidos?

–¿Te dejaste el decoro en el avión?

–A las mujeres les impresiona mucho mi avión.

–Vete ya. Ahora –dijo Zain señalando hacia la puerta.

Adan rio.

–Capto la indirecta, hermano. Comprendo perfectamente por qué quieres tener a la señorita Foster para ti solito –dijo y miró a Madison una vez más–. Ha sido un placer. Si necesita protección de este granuja, no dude en avisarme.

Después de que Adan se fuera, Zain cerró la puerta y echó la cerradura.

–Es un maestro de la seducción. Mantente alejada de él.

–Curioso comentario viniendo de ti –dijo dejando los papeles a un lado–. Por no mencionar que es muy joven y que parece inofensivo.

–Es cinco años más pequeño que yo –dijo acercándose a ella–. Tiene veintiocho años y es todo un hombre.

–No te pongas celoso –dijo ella poniendo los ojos en blanco.

–Tan solo me preocupa tu bienestar.

–¿De veras? En los últimos días no te ha interesado nada de mí.

–Te estoy dando el espacio que pediste.

–Me estás haciendo el vacío y no me lo merezco.

–¿Y tú crees que me merezco esta tortura?

–¿Qué tortura?

Zain se metió las manos en los bolsillos y dio otros dos pasos hacia ella.

–Cada vez que te tengo cerca, solo puedo pensar en tocarte. Ignorarte es la única manera de protegerme.

–Al menos eres correcto.

Al llegar junto a ella, se quitó la chaqueta y la dejó en el respaldo del sofá.

–La corrección es lo último que tengo en la cabeza cuando estás vestida como ahora.

–Solo llevo una blusa y una falda a la rodilla. Me he vestido así desde que nos conocimos. Es más que decente –dijo y se rascó la frente–. Pero de ahora en adelante me pondré una túnica.

–Da igual lo que te pongas. Seguiré imaginándote desnuda.

–Lo que hace cualquier hombre cuando está con una mujer.

Zain se echó hacia delante y se apoyó en los cojines que había a ambos lados de las caderas de Madison.

–¿Es eso lo que soy para ti, Madison, un hombre más que te desea? ¿Qué ha supuesto para ti hacer el amor? ¿Un entretenimiento?

–Ha sido algo…

–¿Increíble?

–Insensato.

Zain la besó en la mejilla, antes de hacerlo en el cuello.

–Dime que no quieres volver a experimentarlo y te dejaré en paz.

–Me pides que mienta.

Él rozó sus labios.

–Te pido que reconozcas que todavía me deseas. Quiero escucharte decir que no puedes dejar de pensar en nosotros, al igual que me ocurre a mí.

–Me lo estás poniendo muy difícil para resistirme, Zain.

–A mí también me lo estás poniendo difícil, Madison –dijo llevándose la mano a la entrepierna.

–Creo que eso es un problema muy personal –comentó ella acariciando el bulto bajo su pantalón.

Luego se besaron apasionadamente. Cuando ella tiró de él para que se tumbara a su lado, Zain se resistió. Ella se quedó mirándolo.

–Ya lo entiendo –afirmó Madison–. Me estás provocando y ahora vas a marcharte solo para castigarme.

–No tengo intención de castigarte –dijo él poniéndose de rodillas para hacer realidad una de sus fantasías–. A menos que haya alguna forma de castigo que consideres placentera.

Deslizó las manos bajo su falda y le quitó las bragas, provocándole un gemido. Después, cuando le separó las piernas, tembló. No dejó de mirarla mientras le besaba en la parte interna de un muslo y luego del otro. Ella permaneció en silencio a la expectativa.

–Desabróchate la blusa y quítate el sujetador –dijo, consciente de que podía negarse si consideraba que estaba yendo demasiado lejos.

Sin embargo, le sorprendió soltándose los botones con dedos temblorosos antes de desabrocharse el sujetador.

A punto estuvo de perder la cabeza al ver sus ojos brillantes de excitación y sus pechos desnudos. A pesar de lo mucho que deseaba hundirse en ella, tenía otra cosa en mente. Aun así, decidió hacerle una última pregunta.

–Dime que quieres que siga.

–Sabes que sí, maldita sea.

–Entonces dilo.

–Quiero que lo hagas.

Eso era todo lo que necesitaba oír. Le subió la falda a la cintura, la tomó de las caderas y metió la boca entre sus piernas temblorosas. Mientras la acariciaba con la punta de la lengua no dejó de observar su cara, alternando la presión para prolongar el placer.

Cuando la vio cerrar los ojos, Zain se detuvo y levantó la cabeza.

–Mírame, Madison. Quiero que veas lo que estoy haciendo.

–No creo que sea capaz.

–Claro que sí.

Cuando sus miradas se encontraron, él continuó con la exploración. Ella se aferró a los cojines y levantó las caderas, señal de que estaba a punto de alcanzar el clímax. Al echar la cabeza hacia atrás, dejó escapar un gemido y Zain se negó a dejarla hasta que su cuerpo se relajó.

Después de que Madison cerrara los ojos y su respiración volviera a la normalidad, él se puso de pie. Le resultaba difícil dejarla en ese momento, pero sentía que no tenía otra opción. Se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la puerta.

–¿Adónde vas?

La miró y vio que se estaba cubriendo con la blusa. Había una mezcla de ira y confusión en su expresión.

–Me voy a la cama y lo mismo deberías hacer tú.

–Ah, no, no te vas. No puedes dejarme aquí sola después de que me hayas hecho comportarme como un animal salvaje en celo.

–Te conozco, Madison, y sé que esa ferocidad es una parte de ti que ocultas al mundo y a ti misma. Nunca antes habías conocido a un hombre que te hubiera despertado esa parte. Yo soy ese hombre.

Madison soltó la blusa, dejando que se abriera.

–Un hombre de verdad terminaría lo que ha empezado.

Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no responder a aquel desafío.

–De ahora en adelante, tendrás que acudir a mí. Pero no olvides mis palabras: terminaremos esto.

 

 

Estaba en un rincón del salón de baile, bebiendo agua y conteniendo sus celos mientras el futuro rey estaba en el centro, disfrutando de la atención femenina. ¿Cómo culparlas? Era alto y moreno, y estaba muy guapo con su traje negro de seda, su camisa gris clara y una corbata a juego. Después de saludar a los dignatarios y diplomáticos que ella había invitado personalmente, había quedado relegada al papel de florero. No le gustaba pasar desapercibida, pero esa noche le daba igual si se fundía con el entorno.

–Está muy guapa esta noche, señorita Foster.

Madison miró a su izquierda y se encontró con la sonrisa más joven de los Mehdi. Apenas guardaba parecido con sus hermanos mayores, los ojos de Adan era dorados y su pelo mucho más claro. Eso no lo hacía menos atractivo.

–Gracias, alteza.

–Llámame Adan –dijo y dio un paso atrás para fijarse en su vestido–. El rojo te queda muy bien.

–Me preocupaba que pudiera ser demasiado.

–Tu belleza ha estado a punto de acabar con los hombres de estado más veteranos. Sus mujeres no han dejado de darles codazos en las costillas durante toda la velada.

–No seas ridículo.

–Soy observador –dijo y señaló hacia Zain–. Mi hermano el rey también se ha dado cuenta. No te ha quitado ojo en toda la noche y ahora está mirándonos con fuego en los ojos.

–Está demasiado ocupado con sus admiradores como para fijarse en mí.

–No les está prestando atención. Solo te ve a ti.

–Eso es ridículo.

–Es la verdad –dijo él y se acercó a su oreja–. Ahora mismo cree que te estoy haciendo una proposición y si estuviera seguro, vendría hasta aquí y me tomaría por el cuello con las manos.

–No lo haría. Es tu hermano.

Adan sonrió.

–Es un hombre obsesionado con una mujer. No sé qué demonios le has hecho para embrujarlo, pero tu hechizo ha creado un monstruo. Nunca pensé que Zain fuera tan posesivo. Creo que ha caído en una red de amor y no sabe cómo liberarse.

Ansiosa por terminar aquella conversación, optó por cambiar de tema.

–Ha sido una boda muy bonita, aunque no he entendido ni una palabra.

Tampoco entendía cómo una novia podía estar tan triste el día más importante de su vida.

–No te has perdido demasiado. Ha sido la culminación de un negocio. Con el tiempo, yo también tendré que asumir esa obligación. Como no soy heredero directo al trono, quiero conservar mi libertad hasta que tenga al menos cuarenta años. Por desgracia, Zain no tendrá tanta suerte. Se espera que se case enseguida.

Madison no quería pensar en eso.

–Hablando de los novios, hace una rato que no los veo.

–Se han retirado al lecho matrimonial –dijo Adan–. A esta hora, Rafiq ya habrá confirmado que su esposa no es virgen. Claro que no le importará siempre y cuando separe las piernas para concebir un heredero.

–¿Cómo estás tan seguro de que no es virgen?

–Porque estuvo con otro hermano Mehdi antes.

–¿Zain?

Adan se acabó la bebida de un trago y dejó la copa en una mesa cercana.

–Lo tenéis delante.

–¿Te acostaste con la esposa de tu hermano? –preguntó Madison sin ocultar su sorpresa.

–Futura esposa. Había llegado a casa para celebrar mi diecisiete cumpleaños en casa de un amigo. Rima pasó a mi lado después de discutir con su novio. Buscaba consuelo. Yo buscaba una mujer dispuesta para tener mi primera experiencia y acabé sucumbiendo a sus encantos.

–¿Y Rafiq nunca se preguntó adónde había ido después de que discutieran?

–He dicho que discutió con su novio, no que lo hiciera con Rafiq.

–Entonces, ¿de quién se trata? –preguntó, pero rápidamente añadió–: No importa, no quiero saberlo.

Al ver a una joven de puntillas susurrando al oído de Zain, Madison decidió que ya había tenido suficiente. Le dolían los pies y también el corazón. Quería meterse en la cama y cubrirse la cabeza con las sábanas, aunque eso no borraría la imagen del futuro rey llevándose a la cama a otra mujer.

Dejó su copa junto a la de Adan y sonrió.

–Me iré a mi habitación ahora que la gente empieza a marcharse. Ha sido un placer charlar contigo.

Él le tomó la mano para besársela.

–Si necesitas las atenciones de un hombre, estaré en la habitación del fondo, en la segunda planta.

–Ay, Adan, eres todo un encanto y yo demasiado mayor para ti. Buenas noches.

Sin esperar a que Adan contestara, se apresuró a salir del salón por la puerta que daba a uno de los muchos patios. Madison eligió el camino más directo e inmediatamente llegó a un cruce. Al fondo se veía el palacio, pero no sabía si debía tomar izquierda o derecha.

Por suerte se escucharon unos pasos detrás de ella y se dio la vuelta, confiando en encontrarse con un centinela que pudiera indicarle el camino. Sin embargo, no estaba preparada para ver a Zain acercándose a ella. Rápidamente tomó el camino de la derecha. Quería escapar antes de cometer alguna estupidez, como esconderse con él entre los setos y hacer travesuras.

–Madison, espera.

–No –dijo sin molestarse en mirar atrás.

–No puedes seguir.

–Claro que sí, mírame.

–Ese camino no tiene salida.

Nada más decirlo, Madison estuvo a punto de dar con la pared de ladrillo que había junto a un banco.

–Vuelve con tus invitados, Zain.

–Todos se han marchado –dijo él, soltándose la corbata y desabrochándose la camisa.

–¿No has conseguido llevarte a ninguna de esas jóvenes casaderas a tu habitación?

–No eran de mi interés –dijo, y se desabrochó el botón de la chaqueta.

–Siento escuchar eso. Y ahora, si fueras tan amable de indicarme el camino, me marcharé.

Zain dio un paso hacia ella y Madison se echó hacia atrás, topándose de nuevo con la pared.

–No voy a dejar que te vayas hasta que entiendas que me muero por estar contigo.

–Te he visto muy vivo esta noche.

–Esas mujeres no significan nada para mí –dijo y le acarició el tirante del vestido–. No me ha sido fácil verte con ese vestido y hablando con Adan. Si te hubiera tocado otra vez, habría cruzado el salón y le habría tomado por el cuello con mis propias manos.

Madison contuvo la risa al recordar que Adan había dicho eso mismo.

–No puedes ir por ahí pegándote con cualquiera que me haga caso. Además, pronto me iré.

–Por eso mismo –dijo inclinándose para besarle el hombro desnudo–. Nos queda poco tiempo juntos y no quisiera malgastarlo. Mi paciencia está al límite y ha llegado el momento de dejar de lado nuestro orgullo y admitir que queremos estar juntos. Necesito estar contigo.

–Si tanto me necesitas, deja de hablar y bésame.

Antes de que Madison se diera cuenta, Zain le quitó el corpiño, le tomó un pecho con la boca y deslizó una mano por su entrepierna. Sabía que debía decirle que se detuviera antes de que fueran más lejos. Pero se sentía demasiado debilitada por el deseo como para detener la locura.

Y fue precisamente locura lo que sintió cuando le bajó las bragas e hizo lo mismo con sus pantalones antes de hacer que le abrazara con sus piernas y hundirse en ella. Sus fuertes investidas la llevaron al borde del orgasmo. Estaba a punto de empezar a gemir cuando Zain le tapó la boca con la mano.

En ese momento escuchó unas voces cercanas y distinguió cierto movimiento entre los árboles. El saber que alguien podía verlos no hizo más que aumentar el placer, y al llegar al clímax todo su cuerpo se estremeció. Supo que Zain también lo había alcanzado por la forma en que se puso tenso.

El sonido de sus respiraciones entrecortadas parecía retumbar y Madison confió en que los que pasaban, no pudieran escucharlos. Zain la soltó, dejando que apoyara las piernas en el suelo, a pesar de que no le parecía estar pisando tierra firme.

–Tenemos que volver a nuestras respectivas habitaciones antes de que Deeb envíe a una patrulla a buscarte y te encuentren con los pantalones bajados.

Zain puso ambas manos en la pared y apoyó la frente en la de ella, cerrando los ojos.

–Me pongo enfermo solo de pensar que vas a dejarme.

–Sabemos que mi marcha es inevitable, Zain. Cuanto más tiempo pasemos juntos, más difícil será decirnos adiós.

–Pasa la noche conmigo, Madison –dijo él con una emoción indescifrable en los ojos–. Quiero despertarme por la mañana a tu lado.

–Pero…

Él la interrumpió con un beso.

–Te pido que te quedes.

 

 

Madison se había quedado con él aquella noche y todas las noches de la siguiente semana. Habían estado tan unidos que ya no sabía dónde terminaba él y dónde empezaba ella. Eso la asustaba.

Cuando un rayo de luz se filtró por las cortinas, Madison rodó a un lado y se incorporó apoyando la mejilla en la mano para observar al príncipe durmiente. En dos días, aquel príncipe se convertiría en rey.

La sábana de raso azul lo cubría hasta las caderas, dejando a la vista la línea de vello bajo su ombligo. Se sonrojó al recordar que la noche anterior había seguido aquel trazo con sus labios.

Se daba cuenta de que era tan solo una sombra de lo que era antes, una mujer que había reprimido su sexualidad por miedo a perder el control. Últimamente, no había dejado de perderlo al hacer el amor con Zain en los sitios más insospechados. También había disfrutado mucho de sus interminables conversaciones.

Uno de los momentos más entrañables de su relación había ocurrido dos días antes, cuando al despertar, se había encontrado una orquídea en la almohada junto a una nota que decía: «Haces que mis días y mis noches merezcan la pena».

Había sido entonces cuando se había dado cuenta de que lo amaba. Pero no importaba. En apenas cuarenta y ocho horas, él entraría en una nueva era como rey, marcando el final de sus días juntos.

Pero todavía quedaba aquel día.

–Es hora de levantarse, alteza.

Él abrió los ojos y sonrió. Madison guardó en su cabeza aquella sonrisa para recordarla en sus días de soledad.

–Ya estoy levantado.

Madison vio el bulto y apartó la sábana.

–Lo diré de otra manera. Tienes que salir de la cama, vestirte y prepararte para dirigirte a tus súbditos.

Él la interrumpió, haciéndola tumbarse de espaldas y colocándose sobre ella.

–Sacas el lado salvaje que hay en mí –dijo él, acariciándole un pecho.

Podía decir lo mismo, especialmente en aquel momento en que estaba recorriendo con las manos su cuerpo desnudo. Justo cuando estaba más caliente y ansiosa, el teléfono de la mesilla empezó a sonar. La penetró a la vez que contestaba.

–Ahora mismo estoy ocupado –dijo Zain–. En cuanto termine con el importante asunto que me ocupa, bajaré al despacho.

Enseguida se concentraron en hacer el amor, con la familiaridad de unos amantes que llevaran juntos toda la vida. Después, cuando Zain empezó a susurrar dulces palabras junto a su oído, Madison empezó a llorar.

La rodeó con sus brazos y le acarició el pelo, pero no le preguntó por las lágrimas. Se limitó a estrecharla contra su corazón.

–Lo siento –dijo ella cuando se recuperó de su momento de debilidad–. Supongo que mi marcha me entristece.

–Intento no pensar en ello –dijo él–. Si no, no podría cumplir con mis obligaciones de hoy.

Deseaba decirle que lo amaba, pero nada había cambiado ni cambiaría. Seguía siendo la americana inapropiada y él el rey árabe, anclado en la tradición y destinado a elegir a una mujer de su clase.