La desesperación de Elsa fue seguida por un silencio tirante durante el que Yevgeny la miró con desprecio. Algo se resolvió en su interior, pero Elsa le sostuvo la mirada negándose a revelar el frágil dolor que se ocultaba en la parte más profunda de su corazón.
Pero no iba a quedarse con la niña. Y se mantendría firme en aquella convicción. Por su propia salud mental.
Finalmente él sacudió la cabeza.
–La pobre niña tiene suerte de que no vayas a ser su madre.
El desprecio hizo que Elsa se revolviera.
–Accedí a ser vientre de alquiler, no madre.
–Ahora mismo eres la única madre que tiene la niña. Eres su madre legal.
Se suponía que aquello no tendría que haber ocurrido nunca. Colocó las manos bajo las sábanas y las puso sobre la extraña planicie del vientre. Tras tantos meses abultado, le resultaba raro. Vacío. Y ahora que el bebé ya no se movía dentro, muerto. ¿Por qué se había ofrecido a donar sus óvulos y prestar su útero para crear el bebé que su hermana deseaba desesperadamente? La respuesta era muy sencilla: quería a su hermana. No podía soportar ver a Keira sufrir.
Pero el infierno estaba lleno de buenas intenciones. Ahora se veía metida en un lío muy complicado. Elsa sabía que si no tenía cuidado la situación podría provocar más dolor del que había experimentado jamás. La única manera de atravesar aquella turbulenta situación era manteniéndose emocionalmente distanciada de la niña, no formar aquel lazo milagroso madre-hija que ahora era tan tenue y que sin embargo poseía la fuerza del acero.
En cualquier caso, no había necesidad de darle ninguna explicación al bruto insensible que estaba al lado de la cama del hospital. Elsa se pasó la mano por el estómago plano y apretó los labios.
–Soy muy consciente de que soy la madre legal.
Madre. Una sola palabra y el corazón empezaba a latirle con fuerza. No podía quedarse con la niña. No podía. Así que repitió deliberadamente:
–Nunca estuvo en mis planes ser su madre. No es mi hija –afirmó enfatizando cada palabra.
Habían firmado el acuerdo para alquilar el vientre y el procedimiento para la adopción había dado comienzo. Lo único que hacía falta para formalizar la situación era pasar el periodo de doce días de reflexión al que obligaban las leyes neozelandesas. Cuando transcurriera aquel periodo y la madre estuviera segura de querer entregar al bebé, la adopción podía seguir adelante. Pero Elsa nunca había contemplado la posibilidad de no cumplir la promesa que le había hecho a su hermana. Y por supuesto, nunca imaginó que fuera Keira la que se echaría atrás.
–Este bebé se hizo para tu hermano y para mi hermana, para satisfacer su deseo de formar una familia. Yo he cumplido mi parte del trato al ayudar a su concepción y a traerla al mundo –malditos fueran Keira y Dmitri–. En realidad he hecho mucho más de lo que se esperaba de mí.
Yevgeny torció el gesto.
–Esa es tu opinión.
–Y tengo derecho a expresarla –Elsa exhaló un suspiro para tranquilizarse–. No deberías ni considerar la posibilidad de que me quede con el bebé. Keira y Dmitri son los que han cambiado de opinión sobre a ser padres, no yo.
Ya estaba cansada de que le echaran la culpa de algo que no era responsabilidad suya. Y estaba furiosa con Keira y Dmitri por ponerla en aquella situación, probablemente porque el hombre que estaba al lado de la cama había provocado aquella furia con su resistencia inicial hacia la niña.
Pero antes de que pudiera echarle parte de la culpa por aquel lío, Yevgeny volvió a hablar.
–Deja de poner excusas. Dice mucho de la clase de persona que eres que en estas circunstancias puedas abandonar al bebé que has llevado dentro nueve meses… el bebé al que acabas de dar a luz.
¿Qué problema tenía aquel hombre? ¿No había escuchado ni una palabra de lo que le había dicho? Dejó escapar un suspiro tembloroso.
–Vamos a dejar las cosas claras. Independientemente de lo que diga la ley, esta niña es de Keira, no mía.
¿Dónde estaba su hermana? La había metido en aquel lío y ahora había desaparecido. Estaba allí hacía unos minutos, pero ahora Elsa ni siquiera oía voces en la sala de espera de la habitación de al lado. La soledad que se apoderó de ella entonces le resultó completamente inesperada. Por una vez en su vida le vendría bien contar con el apoyo moral de su hermana pequeña. Pero era mucho pedir.
–Nunca he querido tener hijos.
–¿Nunca?
–Así es, nunca –Elsa apretó los puños bajo las sábanas.
Él sacudió la cabeza y la miró de un modo que enfureció a Elsa.
–¿Y qué hay de tu querido hermano? –le espetó–. ¿Qué hay de su parte de responsabilidad? Es el padre biológico de la niña. ¿Por qué no le hablas a él de sus responsabilidades? ¿Por qué la cargas conmigo?
Yevgeny apartó la mirada por primera vez.
–Esto no tiene nada que ver con mi hermano.
A ella se le subió la bilis con aquel doble rasero.
–Por supuesto que no. Es un hombre. Pone el semen y ahí acaba su responsabilidad. Es la mujer la que se queda embarazada y carga con la culpa, ¿verdad?
Yevgeny la miró de un modo extraño.
–No quiero seguir hablando de esto. Te absolveré de toda culpa y responsabilidad. Yo adoptaré a la niña. Será mi responsabilidad –continuó Yevgeny, disfrutando al ver a la fría Elsa inquieta–. Y yo sí me ocupo de mis responsabilidades.
Elsa abrió la boca y volvió a cerrarla, pero no emitió ningún sonido. Yevgeny disfrutó todavía más. Qué satisfactorio le resultaba ver cómo la siempre elocuente Elsa se quedaba sin palabras como cualquier otro mortal.
–Tú… tú siempre has vivido en un ático. Y no estás casado –le espetó finalmente–. Los niños deberían tener un padre y una madre.
Era una lástima que no se hubiera quedado callada más tiempo.
–Puedo comprar una casa –Yevgeny estaba decidido a ignorar la puñalada sobre la esposa.
Se quedó mirando a Elsa. Lo cierto era que tenía luz en los ojos, que eran de un marrón dorado con un toque de miel. Y también tenía las mejillas más sonrojadas que antes. Resultaba casi bonita. Para intentar un acercamiento, se sintió inclinado a añadir:
–Y cuidaré de ella.
–Una procesión de cuidadoras no es lo que tengo en mente para ella.
Estaba claro que Elsa no tenía el acercamiento en mente. Yevgeny contuvo una sonrisa y se dejó llevar por las ganas de provocarla.
–¿Tienes algo en contra de las mujeres maternales y hogareñas?
Elsa le dirigió una mirada que podría haber congelado el infierno.
–Yo no describiría a una modelo de playboy como hogareña.
Esta vez Yevgeny se permitió sonreír, pero sin asomo de humor.
–Necesitaré ayuda con la niña, pero te aseguro que el criterio para contratar a las cuidadoras no estará basado en el físico. Me aseguraré de que las mujeres que contrate sean capaces de darle todo el afecto femenino que necesita.
–Necesitarás una esposa.
Yevgeny soltó una carcajada al escuchar otra vez aquella ridícula sugerencia.
–La niña tendrá mucho más de lo que nunca podría darle una pareja joven y trabajadora, y no necesito una esposa para proporcionárselo.
–Estoy hablando en serio –Elsa apretó los labios–. No estoy hablando de las cosas materiales que puedes darle, se merece tener un padre y una madre que la quieran sin reservas.
Yevgeny dejó de reírse.
–Estás muy equivocada si crees que eso sucede por el mero hecho de tener un padre y una madre –su propia madre era la prueba viviente. Para aliviar el conflicto que despertaba siempre en él el recuerdo de su madre, Yevgeny se estiró con indolencia y movió los hombros. Se dio cuenta de que Elsa apartó la vista–. Tendrá que bastarle conmigo.
Aquello hizo que ella volviera a mirarle.
–Olvídalo. Eso no va a pasar. No lo permitiré.
–No es solo decisión tuya. Los padres también tienen derechos –alzó las comisuras de los labios en una sonrisa feroz–. Voy a ocupar el lugar de mi hermano.
–Como tú has señalado, yo soy la madre. La madre legal. Soy yo la que tomo las decisiones, y debo hacerlo considerando lo mejor para el bebé.
La expresión de su rostro dejaba claro que la solución que él ofrecía no le parecía la mejor.
–¿Cómo puede ser? Estamos en el siglo xxi.
–Exacto. Y un hijo ya no es el esclavo del cabeza de familia.
Los ojos que había estado admirando unos minutos antes brillaron de un modo que le puso los pelos de punta.
–Así que yo tengo la última palabra sobre quién adoptará al bebé –continuó ella–. Y no será un millonario ruso soltero y arrogante.
–Multimillonario –la corrigió él.
–La cantidad de dinero que tengas no cambia nada. Va a irse con una pareja, una familia que la quiera. Eso es lo que quería cuando accedí a ser vientre alquiler para Keira y es lo que sigo queriendo para la niña. Me aseguraré de que la agencia de adopción esté al tanto de esa exigencia. No estás casado y no vas a quedarte con la niña. Fin de la historia –le miró con los ojos brillantes.
Acababa de desafiarle. Y él tenía intención de responder al desafío. Así que murmuró.
–Entonces, parece que tendré que casarme.
Yevgeny observó con suprema satisfacción cómo Elsa abría la boca.
Se había declarado la guerra.
***
Elsa parpadeó varias veces.
–¿Casarte? ¿Tú? ¿Para poder adoptar a la niña? –no se le había ocurrido pensar que el hermano mayor Yevgeny la sorprendería. Creía que le tenía calado: ruso, cruel, chabacano. Pero su afirmación la había dejado desconcertada. ¿Para qué quería aquel playboy ruso multimillonario adoptar un bebé, y encima una niña?
–Pero tú no quieres una niña.
Algo cobró vida en las profundidades de sus ojos claros.
–¿Qué te hace pensar eso?
–Te he oído antes al entrar –le dijo–. Preguntaste dónde estaba el niño. Nunca has considerado la posibilidad de que fuera una niña.
–Ah –sonrió Yevgeny mostrando los dientes–. Así que eso significa que una niña no sería bien recibida, ¿verdad?
Elsa frunció el ceño al percibir la burla.
–¿Por qué querrías un hijo, cualquier hijo?
Yevgeny se encogió de hombros.
–Tal vez haya llegado el momento –se limitó a decir.
–¿De tener un trofeo? Como para ti son trofeos las modelos con las que sales…
Yevgeny sonrió.
–¿Acaso quieres ser uno de mis trofeos? –le preguntó en tono dulce.
Elsa sintió un escalofrío, pero respondió:
–Qué pregunta tan estúpida. No quiero ser el trofeo de ningún hombre –no estaba dispuesta a dejarse arrastrar por su juego. Le miró con frialdad y luego deslizó la vista por su cuerpo antes de volver a mirarle a la cara con gesto despectivo–. Además, no eres mi tipo.
Yevgeny se rio ahora abiertamente.
–Eso no es un insulto. Por lo que yo he visto, ningún hombre es tu tipo.
La idea de que la hubiera estado observando y se hubiera fijado en su carencia de relaciones románticas le provocó un escalofrío en la espina dorsal. Se negó a pensar en ello y se centró en la bomba que acababa de soltar.
–No puedes adoptar a la niña, ya te lo he dicho. No estás casado.
–Eso es muy antiguo –se inclinó hacia ella–. Nunca esperé tal tradicionalismo por tu parte, Elsa.
Su cercanía resultaba claustrofóbica. Era muy alto.
–Todo el mundo sabe que eres adicto al trabajo. Nunca estás en casa.
Al escuchar aquello, Yevgeny alzó la barbilla.
–Encontraré tiempo.
Claro. Algún momento entre su horario de trabajo de veinticuatro horas y su ajetreada vida nocturna. Estaba claro que aquel hombre no dormía. Elsa conocía a los de su clase, los había visto con anterioridad. Hombres poderosos que trataban a las mujeres como juguetes. Hombres que tenían a sus mujeres en casa, atadas con diamantes y vida doméstica, antes de quitarles todo, incluido el respeto hacia sí mismas en cuanto veían a otra que les gustaba.
–Claro que sí.
–Me ocuparé de ella, maldita sea.
Como si la niña hubiera percibido su insistencia soltó un sollozo y se estiró. El nudo que Elsa tenía en el estómago se hizo más tirante, pero por suerte la niña no se despertó. Pero al menos sirvió para que se librara de Yevgeny, que se acercó a la cuna y se quedó mirando a la niña.
–El dinero no equivale a la dedicación –le espetó a la espalda.
Yevgeny se dio la vuelta.
–¿Cómo se llama?
–Todavía no tiene nombre –Elsa no tenía intención de escoger un nombre. No quería implicarse emocionalmente con la niña.
–¿Keira no escogió ninguno?
–Ninguno definitivo.
A Elsa también le había sorprendido. Keira había pasado semanas mirando libros y páginas web para inspirarse. Pero nunca llegó siquiera a hacer una lista. Ahora Elsa entendía la razón: Keira tenía dudas sobre su maternidad. Escoger un nombre la hubiera atado a la niña.
Para librarse de aquella mirada crítica y perturbadora, Elsa dijo:
–Puedo preguntarle a Keira si hay alguno que le gusta en particular.
Yevgeny no apartó la mirada.
Elsa se limitó a quedarse mirándole sin decir nada y deseó que se marchara llevándose sus ojos azules consigo.
–¿Por qué no le preguntas a Dmitri cómo tenían pensado llamar a la niña? –que fuera a acosar a su hermano. Ella ya había tenido bastante–. En cualquier caso, sus nuevos padres le escogerán un nombre. Y ahora, si no te importa, ha sido un día muy largo. Estoy cansada.
La niña escogió aquel momento para despertarse.
El escuchar su agudo y largo llanto, Yevgeny la tomó en brazos y se acercó a la cama.
El pánico se apoderó de Elsa.
–¡Llama a la enfermera! La niña debe tener hambre. Llama a la enfermera para que traiga un biberón.
Yevgeny se detuvo en seco.
–¿Las enfermeras la alimentan con biberón?
Elsa tragó saliva.
–Sí.
Los ojos de Yevgeny la miraron primero sin dar crédito y luego con desprecio. Le tendió a la llorosa niña.
–Bueno, al menos puedes sostenerla mientras voy a buscar a una enfermera para que haga el trabajo que deberías hacer tú.
–No es mi hija… –Elsa se quedó sin voz mientras él salía de la habitación dejándola con el bebé en brazos.