–Aquí tiene a los bebés, señora Mehdi.
Después de que la enfermera le dejara a los bebés en los brazos, solo tenía ojos para sus hijos. Su único ovario no solo había funcionado bien, sino que había hecho doble trabajo.
Como si hubiera sentido su presencia, Zain entró a toda prisa en la habitación con un enorme ramo de rosas rojas.
–El maldito avión se ha retrasado por la lluvia –dijo antes de dejar las flores y quitarse el abrigo.
A Madison no le sorprendió. Allí donde había lluvia estaba Zain.
–Está bien, papá. Acércate y mira lo que has hecho.
Se acercó lentamente hasta la cama, como si tuviera miedo. Pero nada más ver a los bebés sus ojos brillaron alegres.
–No puedo creer que ya estén aquí.
–Después de catorce horas de parto, estaba empezando a dudar.
–Siento no haber estado aquí para acompañarte –dijo él, y se inclinó para darle un beso.
Está bien. Elena estuvo todo el tiempo a mi lado, sujetándome la mano como una madre.
–¿Dónde está ahora?
–Le dije que se fuera al apartamento. Dijo algo de tumbarse al sol de California para broncearse.
Él sonrió mientras acariciaba la mejilla de su hija.
–Es preciosa, como su madre.
Madison apartó la manta de la cara de su hijo para que pudiera verlo mejor.
–Y tu hijo también es muy guapo, como su tío Adan.
–Has decidido castigarme por haber llegado tarde.
–No, solo quiero animarte, pero dadas las circunstancias, me temo que no va a ser fácil.
Zain tomó a su hija en brazos.
–Sostener una nueva vida en brazos ayuda a olvidar la tristeza.
–¿Cómo está Rafiq?
–Es difícil saberlo. Se le veía bien en el funeral, pero no es una persona a la que le guste mostrar sus sentimientos.
Madison lo había experimentado de primera mano. Durante las dos veces que había vuelto con Zain a Bajul, no recordaba haber visto a Rafiq sonreír. Tampoco a su esposa.
–Me hubiera gustado conocer mejor a Rima. ¿Saben lo que le pasó al coche o por qué iba sola a esas horas de la noche?
El bebé empezó a agitarse y Zain colocó a su hija contra su hombro.
–De momento, ninguna explicación resulta convincente. Como con la muerte de mi madre, tal vez nunca lo sepamos.
Madison llevaba meses pensando en contarle la conversación que había tenido con Elena sobre su madre, pero decidió seguir esperando. Era un día de alegría, no de tristeza y resentimientos.
–¿Es el padre de los bebés? –preguntó la enfermera al regresar a la habitación.
–Ruth, este es Zain, mi marido.
Zain se puso de pie para estrecharle la mano y Ruth sonrió de oreja a oreja.
–Es un placer conocerlo. ¿Es cierto que es un jeque?
–Si, pero hoy soy tan solo un padre primerizo.
La enfermera rodeó la cama y tomó al niño en brazos.
–¿Adónde lo lleva?
–No se preocupe. Enseguida estará de vuelta. Es hora de que su hermana y él disfruten de su primer baño.
No le agradaba separarse de sus hijos tan pronto, pero así podría tomar con él una importante decisión.
–Ven aquí, guapo –dijo haciéndole un sitio a su lado–. Tenemos que pensar qué nombres vamos a ponerles.
Zain se quitó los mocasines, se sentó en la cama y la tomó en sus brazos.
–¿Qué te parece Cala? –sugirió él.
–Perfecto. Estoy segura de que a tu madre le habría gustado tener una nieta con su nombre.
–¿Y nuestro hijo?
–¿Qué te parece Joseph? –preguntó ella sonriendo–. Así se llamaba mi tatarabuelo.
–Entonces se llamará Joseph.
–¿Te arrepientes de haber renunciado al trono y haber dejado Bajul?
–Tengo una esposa preciosa y unos hijos perfectos. ¿De qué iba a arrepentirme? ¿Te arrepientes de haber aparcado tu carrera por mí?
–No la he aparcado del todo. Voy a preparar unos informes para la campaña de un senador.
–¿Te importa si vamos a Bajul dentro de unos meses a pasar una temporada?
–Ya te he dicho que me parece importante que nuestros hijos conozcan su cultura. Además, tienes que ocuparte de los proyectos de conservación.
–Estupendo. Así volveremos al lago y reviviremos nuestro primer encuentro.
Cuando la enfermera regresó con sus hijos, Madison y Zain se quedaron en un silencio sosegado como tantas veces habían hecho desde que entraran en el peligroso territorio conocido como amor.
Madison se sentía afortunada no solo por una mágica montaña, sino por un hombre igualmente mágico. Era un hombre que, a pesar de no ser el rey de su país, era y sería siempre el rey de su corazón.