Capítulo Siete

 

 

 

 

 

Dado su último encontronazo, la última persona a la que Elsa quería ver al entrar en su casa al día siguiente por la tarde era a Yevgeny. Para empeorar las cosas, parecía estar muy cómodo tumbado en la alfombra del salón de su casa con la corbata de seda gris suelta, remangado y con el pelo alborotado. Holly estaba a su lado dando patadas al aire con gesto feliz mientras la luz del árbol de Navidad brillaba al fondo.

Todo era muy alegre y acogedor. Una postal navideña. Pero Elsa se sentía extraña en su propia casa.

–¿Dónde está Deb? –preguntó deteniéndose delante de Yevgeny.

–Le dije que se tomara un respiro mientras yo estaba aquí.

Su actitud dominante le molestó. Deb estaba bajo sus órdenes, no bajo las de su enemigo. Tendría que hablar de ello con la niñera.

Entonces Elsa se dijo que debía estar contenta. Era viernes por la noche, quería relajarse. Pero la presencia de Yevgeny se lo impedía. Holly soltó un grito y Elsa cayó al instante de rodillas a su lado. La niña parecía fascinada con sus propias manos. Soltó otro chillido.

A Elsa se le volvió a tranquilizar el corazón. No pasaba nada malo, excepto que estaba demasiado cerca de la niña. Se giró y apartó la vista. Y se cruzó con la mirada de Yevgeny, que se incorporó y dijo:

–He pedido la cena. Pensé que te gustaría no tener que cocinar hoy. Podrías darle a Deb la noche libre.

–Entonces tendría que cuidar a la niña en lugar de cocinar –señaló ella conteniendo el aliento, esperando que la acusara de tener poco instinto maternal, como solía hacer.

Pero para su sorpresa, Yevgeny comentó:

–Tenía intención de jugar con la niña. Pensé que te gustaría relajarte.

Elsa parpadeó. ¿Estaba tratando de ser considerado? Deslizó la mirada hacia Holly. La niña movía los dedos y emitía sonidos. Parecía encantada.

–¿Has pedido la cena? –preguntó, por si acaso había entendido mal.

–Sí. Italiano. Del restaurante La Rosa. Keira mencionó una vez que era tu restaurante favorito.

¿Qué se suponía que debía pensar de que recordara algo que su hermana había mencionado seguramente de pasada? Elsa se impacientó. Seguramente solo significaba que Yevgeny Volkovoy tenía muy buena memoria.

 

 

Fiel a su palabra, Yevgeny se ocupó de Holly. Incluso ayudó a Deb a bañarla y cambiarla antes de que la niñera se marchara. Jugó con la niña, agitando juguetes y sonajeros para estimular su interés. Antes de quedarse embelesada viendo a Holly interactuar con su tío, Elsa se disculpó para ir a sacarse leche de los hinchados senos para el siguiente biberón de la niña y darse un baño relajante antes de que llegara la cena.

Cuando salió, vestida con unos vaqueros ajustados y cómodos y una camiseta, Yevgeny había preparado la mesa para dos y, milagrosamente, había dormido a Holly. El monitor para bebés estaba sobre la mesa.

Elsa estaba impresionada con sus esfuerzos. Pero entornó los ojos al ver el segundo plato.

–Voy a quedarme. Quiero asegurarme de que la comida de La Rosa es tan buena como dices. Y hay algo que quiero pedirte. Pero cenemos primero.

Para alegría de Elsa, la comida estaba excelente. Yevgeny aseguró educadamente que era de los mejores italianos que había probado. Cuando ella dejó la cucharilla de postre sobre la mesa tras saborear el último bocado de tiramisú, le preguntó:

–¿Qué querías pedirme?

Yevgeny no respondió. Se limitó a dar vueltas a la copa y a mirar fijamente el cristal. Cuando alzó la vista tenía la mirada turbia.

–He hablado antes con Jo Wells –dijo finalmente.

¿Qué le habría dicho Jo? Elsa buscó la respuesta en su mirada. Pero no encontró nada que justificara el pánico que sentía. Jo no podía haberle dicho nada, porque ni siquiera ella lo sabía.

A menos que se lo hubiera contado Keira…

Elsa rechazó aquella posibilidad porque supondría una traición devastadora.

–El modo en que Jo me explicó tu decisión de no formar un lazo con la niña hizo que me diera cuenta de que no se trata de un acto de negligencia ni de egoísmo.

Elsa apretó los dientes. Eso era lo que había intentado explicarle ella misma, pero Yevgeny había preferido escuchar a una extraña.

–Gracias.

–También me dijo que no abandonarás del todo a Holly, que pretendes mantener un contacto estrecho con ella.

Elsa se estremeció y apartó la vista. Si él supiera… cuando volvió a mirarle, decidió decirle:

–Yo misma te lo habría contado, pero es muy difícil acercarse a ti. No permites la entrada a nadie.

Reconoció la reacción de Yevgeny. Ella hacía lo mismo desde que tenía diecinueve años. Se guardaba celosamente sus sentimientos y solo le permitía a Keira que atravesara sus defensas.

–Deja de psicoanalizarme.

–¿Por qué? –Elsa se inclinó sobre la mesa del comedor y le puso una mano en el brazo. Sintió su piel firme y el músculo fuerte–. ¿Me estoy acercando tanto que me voy a quemar?

–¿Quemarte? –Yevgeny se zafó de su contacto–. Eres fría como el hielo.

Elsa se sintió dolida. Apartó la mano y también la vista, decidida a no mostrarle que le había hecho daño. ¿Qué le importaba que él pensara que era fría como el hielo? No era el primero que pensaba algo así y no sería el último. Era lo que ella buscaba, ¿no? Cultivaba una imagen distante y reservada para mantener a los hombres alejados.

–Voy a ir a asegurarme de que la niña duerme –murmuró poniéndose de pie–. Puedes irte cuando quieras. Cierra la puerta de entrada al salir.

Unos minutos más tarde, cuando Elsa escuchó cómo se cerraba suavemente la puerta, se dio cuenta de que se había quedado sin saber qué quería pedirle Yevgeny.