odiaba el deporte. Hacer ejercicio no estaba entre mis facultades físicas. No era un secreto que huía de esa materia ni tampoco que yo fuese la peor en la clase.

El entrenador Osborn no paraba de gritarme y hacer sonar aquel quejoso silbato para que corriera sin detenerme. Apenas llevaba dos vueltas de cinco, alrededor de trescientos metros, y yo ya necesitaba todo el oxígeno del mundo.

No podía seguir.

Rendida, me detuve jadeando y me apoyé sobre las rodillas, queriendo recuperar mi respiración sin tener en cuenta que mi garganta y mi nariz ardían cada vez que llenaba mis pulmones de aire.

—¡Vamos, Hasley! —exclamó Josh, mi compañero, pasándome de largo.

—¡Ni de broma! ¡Ya no puedo!

—¡Exagerada! ¡Te espero el año que viene en la meta!

Me limité a entrecerrar los ojos y mostrarle el dedo del medio. No era tan cercano como Neisan o Dylan, pero lo conocía desde hacía ya dos años y habíamos trabajado en el mismo equipo para los proyectos de fin de curso.

Me erguí y pasé el dorso de mi mano por la frente para eliminar las gotas de sudor. En la lejanía, escuché esa risa familiar: ronca y burlona. Sabía de quién se trataba. Me giré hacia las gradas y ahí lo vi. Luke me miraba divertido con sus manos dentro de los bolsillos de sus vaqueros negros mientras levantaba sus cejas.

—¿Te diviertes? —preguntó, elevando su voz.

—Sí, lo hago, es fantástico correr bajo el sol, ¡mi sueño dorado! —chillé, fingiendo emoción.

Respiré hondo y ahuequé mis manos sobre mi rostro, intentando refrescarme.

Él hizo una seña con su cabeza para que me acercara. Miré en busca del entrenador y dudé por un momento si sería buena idea ir adonde estaba Luke. Antes de pensarlo por segunda vez, me veía acercándome con pasos lentos, así que preferí quedarme al pie de las gradas y observé a Luke apoyarse en la barandilla.

—Sube —pidió.

—No puedo, el profesor me hará correr el doble de lo que me falta si me ve —expliqué, no tan convencida.

Luke giró los ojos y estiró su mano con la intención de que la cogiera.

—¿Tú darás las vueltas por mí? —cuestioné.

—Las que quieras —murmuró.

Le dirigí una mirada de pocos amigos y negué. Él insistió y suspiré. Cuando cogí su mano, pude fijarme en la pequeña sonrisa que se escapó de sus labios. Luke me subió sin esforzarse y quise cruzar una de mis piernas por la barandilla, pero fracasé. Lo escuché reírse. Su brazo se posó por mi cintura y me ayudó a pasar.

—¿Hay algo en lo que no seas torpe, Weigel? —se burló, mordiendo el aro negro de su labio.

—¿Algún día me llamarás por mi nombre? —ataqué.

—Lo hice el primer día en que hablamos.

—Me gustaría que lo siguieras haciendo.

Me senté en una de las gradas para poder descansar mis piernas y reposar un poco tras el cansancio que sentía por haber corrido tanto.

—¿Acaso no te gusta tu apellido? —Se sentó a mi lado—. ¿No se supone era tu favorito?

—Me gusta y lo es, pero es extraño que todo el tiempo me estés llamando de esa manera… Solo llámame como todas las personas lo hacen: Hasley.

Luke se quejó.

—Es tan aburrido llamar a las personas por su nombre. —Sacó un cigarrillo y lo encendió, antes de proseguir, él dio una calada y después expulsó el humo—. El mundo debería tener originalidad y no ser copia de copias.

—Lamento decirte que no eres el único que lo hace —hablé mirándolo mal.

—Pero yo lo hago especial.

Dio otra calada y se quedó durante unos segundos con el humo en sus pulmones para después expulsarlo.

—Deberías estar en clase, ¿no es así? —le cuestioné.

—No ha venido la profesora —respondió echándose hacia atrás para apoyar sus codos en un escalón.

—¿Seguro? —musité mirando hacia el cielo.

—¿Quieres? —Me ofreció, ignorando por completo mi pregunta. Yo negué—. Haces bien.

—¿Por qué fumas eso? —insistí.

Luke frunció su ceño por mi pregunta tan directa, pero luego la suavizó.

—Define eso.

—Lo que haces, Luke.

—Creí que ya te había respondido. Me gusta fumar y…

—No me refiero al tabaco —lo interrumpí.

Se quedó en silencio.

No era un secreto para ninguno de los dos. Él lo había mencionado el día en que nos conocimos, por lo que hacer la pregunta no me intimidaba ni me daba pena. Aunque creía que estaba yendo muy rápido con mis cuestionamientos, eso no me detuvo en mirarlo con insistencia.

Luke se puso de pie y humedeció sus labios, dibujando una sonrisa.

Odiaba que fuera tan egocéntrico en ocasiones. Se inclinó hacia mí, llevando su boca a mi oído y su cercanía me deshizo por un segundo.

—Me da superpoderes.

Cerré los ojos y maldije en mi interior.

—Amas el sarcasmo, ¿no es así?

—Es mi especialidad.

—¿Te han dicho lo pesado que eres? Estás comenzando a irritarme de una manera sobrehumana.

—Muchas veces —asintió—. Mira que hace unos días eras tú quien me estaba irritando.

—¿Y debo disculparme? —ironicé.

—Ya. No tienes por qué hacerlo. Eres de las personas que pide perdón por todo, ¿no?

—¡No lo decía en serio!

—Ahora quieres golpearme —declaró.

«¡Sí, sí quiero! ¡Ugh!».

—Piensas que me conoces y no es así —dije enojada.

Él sonrió más, ¿acaso le divertía mi mal humor?

—Tal vez me estoy equivocando, pero honestamente no lo creo. —Luke se encogió de hombros.

—¿Qué? ¿Dirás que amas las motos, te drogas con tu grupo de amigos malos llenos de tatuajes y ropa de cuero negra, mientras se escapan de sus casas para ir a cualquier bar de mala muerte? —solté, dejándole claro que mi tono iba en forma de burla.

—Deja de leer tanta literatura basura, Weigel —bromeó, ganándose una mirada fulminante de mi parte.

Ya está. Me había sacado de mis casillas. Quizá solo era un imbécil en busca de algo bueno que lo relajase, definitivamente era de esos tipos que les gustaba tener la imagen de chico malo y que eran fanáticos de romper las reglas.

—Pero tengo que confesar que has acertado en algo, tengo una moto. Una muy bonita.

«Pasadme una pistola, por favor».

—Estás siendo muy molesto ahora —me quejé. Él puso los ojos en blanco y se llevó el cigarro a los labios. ¿Cómo demonios era que no se le acababa? Luke sacó el humo por sus labios y este llegó hasta mi rostro—. ¿Podrías dejar de hacer eso?

Enfado, eso fue lo que me invadió debido a su acción. No me gustó que lo echase en mi cara, por lo que no pude evitar arrebatarle el cigarro de su mano y llevarlo detrás de mi espalda, procurando no quemarme con él.

—Hey, devuélveme eso —se quejó.

—Te hice una pregunta.

—Y ya te la respondí —dijo a regañadientes con un rostro inexpresivo—. Dámelo.

—Solo quiero… —intenté hablar, pero Luke me interrumpió.

—¡Demonios, Hasley, devuélvemelo!

Me gritó sin ninguna pizca de emoción y eso hizo que me removiera. Él se acercó a mí y sus dedos tocaron mi mano, deslizándolos sobre mi piel.

—Ustedes, ¿qué hacen? —La voz autoritaria de alguien hizo que girara sobre mis talones.

Un profesor de Deportes nos miraba con exigencia pidiéndonos una explicación. Observé a Luke, quien seguía con el mismo gesto, tan apático y vacío, como si la presencia del hombre no lo intimidase ni un poco.

—Enséñenme sus manos, ahora —ordenó.

Indecisa y llena de miedo le mostré mis palmas. Ya no tenía el cigarro. Luke hizo lo mismo, pero, a diferencia de mí, el cigarrillo se posaba entre sus dedos. El profesor negó repetidas veces mientras soltaba un suspiro.

—A la dirección en este mismo instante. ¡Ambos!

—¿Qué? —logré articular.

No es cierto. No. No. Mi madre me mataría. Me encerraría en casa sin salidas ni visitas durante cinco años, a menos que fueran las de Zev. Iba a protestar para poder explicar lo ocurrido, pero el rubio se adelantó.

—Espere, ella no tiene nada que ver aquí. De hecho, me estaba quitando el cigarro diciendo que me acusaría —me defendió Luke, sin preocupaciones, ni tensiones en su persona.

—¿Seguro? —El hombre se cruzó de brazos—. ¿Por qué debo creerlo cuando ha estado con usted?

—Porque ni siquiera la conozco, ella es de aquel grupo y yo de otro. Aparte, puede olerla, no ha dado ni una calada. —El chico habló sin titubear—. Es más, ¿por qué querría estar yo con ella?

—¿Es verdad? —Ahora se dirigió a mí.

Miré un poco indignada a Luke por lo último que dijo, pero entonces dirigí mi mirada al profesor. No sabía qué decir. Echarle toda la culpa a Luke no me hacía sentir bien, por más enojada o irritada que me pusiera no quería hacerle esto.

Me volví hacia él y se encontraba con el semblante serio. Noté algo diferente esta vez. Sus ojos gritaban que le siguiera la corriente. Di un profundo suspiro y me decidí.

—Sí, es verdad todo lo que ha dicho. Por lo que sé, está prohibido fumar aquí.

—Bien, su nombre —le preguntó el profesor.

—Luke Howland, último año, repetidor.

—Vaya a la dirección, y usted —me apuntó—, a su clase.

Asentí, el hombre se alejó y me quedé parada meditando lo que había sucedido. Luke pasó por delante de mí, sin hablar, y saltó por la barandilla. Rápidamente corrí hasta donde él iba.

—¿Adónde vas? —pregunté muy alto.

—Por si no lo notaste, tengo una cita con el asiento que ya me es familiar de la directora.

Quise disculparme por lo que había hecho, hacerle saber que lo sentía de verdad. Fracasé. Él ya corría a distancia lejos de mí.

Más tarde, en la cafetería, todo parecía estar normal. La conversación con los chicos no cesaba, me incluían en ciertos temas o yo me metía en la charla, haciéndome notar e informándolos de que formaba parte del grupo también.

—Chicos.

Esa voz. Oh, Dios. Esa bella y majestuosa voz que me paralizaba.

Como si mi vida dependiese de ello, alcé mi vista rápidamente. ¡Mierda! Me arrepentí en el momento por haber actuado tan descarada.

—Hola, Matthew —saludó Zev con tanta facilidad, sonriendo.

—Hola, Hasley. —El pelirrojo se dirigió a mí, sonriendo, ignorando el saludo de mi amigo.

No podía articular palabra alguna y eso me hizo sentir tan tonta. ¿Desde cuándo él y Zev se llevaban bien? Bueno, eran compañeros al ser capitanes de diferentes equipos, pero no lo suficiente para que tuvieran esa confianza. Aunque realmente no me molestaba en absoluto ni me interesaba en esos instantes. Matthew estaba enfrente de mí sonriéndome y en lo único que me tendría que concentrar era en intentar que mi voz no saliese en un balbuceo o, peor, tartamudeara.

—Hola. —Mi voz sonó un poco baja.

Necesitaría un inhalador.

—Has, hay un partido la siguiente semana y me preguntaba si querrías asistir junto con Zev. Él me ha dicho que irá.

Caída libre. Me giré hacia el chico con ojos color miel, quien me sonreía de oreja a oreja con los labios cerrados.

No podía creerlo. Sentía esas ganas de golpear a Zev mientras gritaba que Matthew Jones me estaba invitando a su partido.

—Claro —asentí sonriéndole tímidamente.

—Excelente. —Se alegró él—. Entonces nos vemos luego.

Me regaló un guiñó y chocó puños con Zev para irse lejos de nuestra mesa.

Volví a mirar a mi mejor amigo.

—¿Desde cuándo? —pregunté.

—Hace un par de semanas. —Se encogió de hombros—. Es un gran chico, tuvimos una charla y así surgió lo demás.

Me limité a dibujar una boba sonrisa en mi rostro y gritar internamente. Sería muy infantil, pero necesitaba dar brincos. Mordí mis labios y acuné mi cabeza entre mis brazos sobre la mesa.

—Tranquila, Hasley, ya tienes una casi cita con Jones. Ahora ¿qué piensas hacer? —rio Neisan.

Levanté la cabeza para contestarle, pero fue imposible porque la mirada azul penetrante del chico rubio me atrapó desde una de las esquinas de la cafetería mirándome neutro. Entonces caí en la cuenta de que no sabía si lo expulsaron o fue mandado a detención. Me levanté de la silla y me dirigí a los chicos.

—Os veo después —me despedí.

A pasos rápidos caminé hasta Luke, pero, antes de alcanzarlo, el chico salió de la cafetería. Corrí en la dirección en la que se había ido, pude divisar su ancha espalda con aquella camisa negra ajustada entre el tumulto de alumnos que cruzaban el pasillo.

—¡Luke! —grité intentando que se detuviera—. ¡Luke Howland!

Esta vez se paró en seco y se giró hacia mí. Llegué hasta donde él estaba y me apoyé en una de las taquillas intentando recuperar mi aliento. Él me miraba como en las gradas después de tener nuestra pequeña… ¿discusión?

Cuando recuperé mi ritmo de respiración, pude hablar.

—¿Qué te ha dicho la directora? —pregunté realmente preocupada.

—Nada importante. —Se encogió de hombros—. Mejor dime, ¿qué te ha dicho Matthew Jones?

—Nada importante —lo copié.

—Weigel —rio—, me imagino que de verdad fue importante para que actuaras como toda una adolescente.

—Solo me invitó a salir… con Zev —reí sin gracia.

No era que me molestara que mi mejor amigo me acompaña­ra, pero se trataba de Matthew, el chico que me gustaba desde hacía tiempo, y si eso implicaba encerrar en el sótano a Nguyen lo haría.

—¿Sí? ¿Adónde? —Luke enarcó su ceja.

—A su partido. —Puse los ojos en blanco, ya cansada de que habláramos de lo mismo.

—¿Cuándo es? —inquirió.

—¿Acaso importa? —bufé apoyando mi espalda en una de las taquillas—. No tiene nada de interesante que hablemos del tema.

Observó mis ojos como si estuviese pensando en algo importante. Por unos segundos creí que me diría lo que la directora le había dicho. Me equivoqué. No fue así.

—Creo que es el viernes de la otra semana —murmuró.

Sonrió y mordió su arito.

—Luke, de verdad no es algo que te importe, solo quiero saber qué te ha…

—Tampoco es algo que te importe —atacó, interrumpiéndome.

Eso era lo último que podía soportar. Él era un completo imbécil.

—Bien —dije firme, y empecé a caminar lejos.

—Weigel —pronunció en alto, pero con todo mi orgullo lo ignoré—. ¡Weigel!

Sentía mis pisadas cada vez más rápidas y era porque Luke corría hacia mí. No me había dado cuenta de que mis piernas se movían por todo el campo del instituto al mismo tiempo que Luke gritaba mi apellido miles de veces detrás de mí. La hierba debajo de mis zapatillas era aplastada por cada paso que daba, sentía que ya me cansaba y no podía detenerme. No fue mucho lo que corrí hasta que la mano de Luke tomó mi brazo, intenté zafarme y fracasé porque, en lugar de hacerlo, caí al césped junto a él. Él se carcajeó.

—¿Por qué corres? Sabes perfectamente que no eres buena en atletismo y con mis piernas en comparación de las tuyas… Mmm… No —negó divertido.

—No pierdo nada con intentarlo —dije con la voz entrecortada.

Luke se acostó en el césped y perdió todo tipo de contacto visual. Su perfil era muy hermoso, un ángulo casi perfecto. Su piel, de un color beis y sus pestañas, largas. Giró su rostro y sus mejillas se colorearon de rojo al darse cuenta de que lo observaba. No pude evitar sentir ternura teniendo esa imagen. Desvié la mirada y me senté en el césped. Segundos después, él hizo lo mismo.

—Weigel.

Lo miré. Sus ojos eran intensamente azules, muy azules, y no sabía si existían otros iguales o comparables a ellos.

—¿Sí? —Ladeé la cabeza.

—Pídele consejo a tu madre para no arruinar tu cita con Matthew. Es psicóloga, seguro que te ayudará —me aconsejó, haciendo el gesto de comillas en la palabra «cita».

—¿Cómo sabes que mi madre es psicóloga?

Me sostuvo la mirada durante unos segundos junto con una sonrisa que no sabía descifrar: burlona o sarcástica. Pasó la punta de su lengua sobre su labio inferior y, levantándose del césped, finalizó:

—Solo me han mandado a dirección.